Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
Es
historia conocida que el marxismo heterodoxo de José Carlos Mariátegui no
conciliaba con el marxismo oficial que llegaba de Moscú. El estalinismo estaba
consolidado en la URSS, Trostky próximo al exilio y por acá Eudocio Ravines
traería el dictado de la III Internacional una vez muerto Mariátegui en 1930.
Para nadie es un secreto que la muerte lo sorprendió cuando preparaba un viaje
definitivo a Buenos Aires, un autoexilio luego del fracaso de sus tesis en la
Komintern.
Fue
gracias a la viuda e hijos de José Carlos que años después de su muerte
comienzan a publicar en pequeños tomos su obra dispersa en diarios y revistas
de la Lima de los años 20 del siglo pasado, la que se completa con la obra de
juventud, publicada entre las décadas del 80 y 90, la autocalificada “edad de
piedra” del Amauta.
El
surgimiento de una nueva izquierda aquí y en el mundo, alejada de la ortodoxia
marxista, el efecto post Mayo 68, los estudios interdisciplinarios entre
marxismo, estructuralismo y psicoanálisis, más los cuestionamientos que surgían
dentro y fuera de la URSS del socialismo realmente existente, permitió un
acercamiento a un pensador original para su tiempo. Seminarios, coloquios y el
clásico anuario mariateguiano se fueron sumando, así como los estudios en torno
al Amauta, uno de ellos el de Jorge Oshiro Higa titulado Razón y mito en Mariátegui, tesis del autor convertida en libro
para optar el grado de doctor en Filosofía nada menos que por la Universidad de
Bremen.
En
más de 500 páginas recorre el pensamiento mariateguiano, eslabonando sus
trabajos de juventud con los de madurez. Como ya otros autores han sostenido,
no se puede dejar de estudiar su pensamiento sin tomar en cuenta sus trabajos
juveniles, menospreciados por el propio Mariátegui al calificarlos como su
“edad de piedra”. Y sobre todo por una tesis audaz: vincular a José Carlos con
el pensamiento del filósofo holandés de origen judío, Baruch Spinoza.
Spinoza,
autor que estuvo en el índex de los libros prohibidos por la Iglesia Católica,
y curiosamente igual que el Amauta, su obra fue divulgada después de muerto,
gracias a sus familiares. Muchos ven a Spinoza como el filósofo de la
modernidad, el que rompe con la tradición teológica y se acerca más bien a la
naturaleza. Algunos más audaces, notan en él un acento ateo o no deísta en el
origen de las cosas.
Pero
Oshiro lo que busca es vincular el pensamiento spinoziano en lo referente a
mito y racionalidad con lo que siglos después el Amauta escribiría al respecto.
No parece haber indicios que Mariátegui conociera la obra de Baruch Spinoza, se
trataría solo de una línea de pensamiento que cruza siglos y espacios
geográficos, lo cual es factible. Uno puede tener “afinidad de pensamiento” con
alguien que ni siquiera ha conocido.
Según
el autor, Spinoza a diferencia de otros coetáneos suyos señalaba como un todo
lo irracional como el mito junto con lo racional como es el pensamiento lógico.
Nuestro discurso occidental, siguiendo al autor, se vio marcado por el
pensamiento de Descartes, marcadamente racional, dejando subordinado todo el
pensamiento mítico, considerado subalterno o perteneciente a culturas menos
desarrolladas con respecto al occidente europeo. Spinoza y luego Adler desde el
psicoanálisis van a darle un lugar importante a lo irracional, este último
vinculando al individuo con la comunidad. Esa misma idea la tiene Mariátegui
cuando desarrolla la idea del mito.
El
mito para el Amauta no es el pasado remoto, sino lo proyecta a futuro. El mito
es necesario para hacer la revolución. El mito entendido como el sentimiento,
el deseo, el anhelo de llegar a la sociedad socialista a pesar de todo. Es,
haciendo un paralelo, como la idea que tiene una persona religiosa de creer en
una divinidad superior “a pesar de todo” y que alcanzará la salvación eterna.
No es
casual ese pensamiento en Mariátegui. Venía de un hogar muy religioso
influenciado por la madre (recordemos que el padre estuvo ausente toda su vida).
Él mismo tuvo una devota religiosidad en su juventud. Ese sentimiento religioso
no lo perdió de adulto, solo lo trasformó en una visión socialista al tomar el
camino de la opción marxista.
Y
tenía razón el Amauta, los cruzados de la revolución social de inicios del
siglo XX debían tener la misma fe que los cruzados del medioevo en un ser
supremo, “a pesar de todo”. No basta lo racional, es necesario el sentimiento
que se va a lograr llegar a la meta. Es el motor que mueve a los idealistas,
como lo fue José Carlos.
Otra
idea que elabora el autor es el de la sociedad política y la sociedad civil.
Idea de otro heterodoxo del marxismo como lo fue Antonio Gramsci. Gramsci, a
diferencia de los marxistas ortodoxos, planteaba que la “superestructura” (la
cultura, la educación, la ética, etc.) era tan importante o más que la
estructura misma (la economía). Tengamos presente que para Marx el motor que
mueve al mundo son las relaciones de producción que a su vez van a influenciar
en la superestructura. De allí que para muchos marxistas ortodoxos bastaba con
cambiar la estructura económica para que por reflejo cambie la superestructura.
La
experiencia histórica de la ex URSS le dio la razón a Gramsci. Mariátegui
pensaba lo mismo. De allí que Oshiro deduce que a la vuelta de su periplo por
Europa, el Amauta se preocupa más por elevar el nivel educativo de los obreros
que en fundar un partido, teniendo presente la convicción de la autoliberación
de los oprimidos, la conciencia de su propia condición. Por eso, refiere
Oshiro, Mariátegui prioriza la educación a través de la Universidad Popular
Gonzáles Prada, que fundar un partido político, idea que sí tenía Haya de la
Torre, y una de las causas de la polémica de ese entonces entre ambos
pensadores.
Lo
cierto es que en sus últimos años, y quizás acicateado por la fundación de la
Alianza Popular Revolucionaria Americana, Mariátegui con un grupo de amigos
funda el Partido Socialista Peruano, convertido a su muerte en el Partido
Comunista. La idea da para más, pero creo que el Amauta creyó necesaria la
fundación de un partido de los trabajadores como organización política al
alimón que el soberano (el pueblo) se autoeducaba.
El
libro de Oshiro es interesantísimo por las tesis que desarrolla. Audaces quizás,
pero desarrolladas argumentativamente. Es cierto que por momentos el libro es
denso como buen filósofo que es, y requiere paciencia y tiempo para digerirlo,
sumado a las más de 500 páginas en que desarrolla sus ideas. Pero vale la pena.
También es cierto que como dice Antonio Melis en la introducción, se hace
necesario que Oshiro amplíe su trabajo a las obras juveniles del Amauta como
periodista político, y revise la bibliografía sobre José Carlos, como el
enjundioso libro de David Sobrevilla sobre los 7 ensayos, textos que no habían
sido publicados cuando el autor culminó su tesis doctoral.
A
pasado un siglo y el Perú y el mundo han cambiado, pero el libro de Oshiro
demuestra que las ideas del Amauta merecen ser revisitadas nuevamente.