Por: Eduardo Jiménez J.
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@ejj2107
Los plagios en PerĂş, asĂ como en otros paĂses de la regiĂłn, no son mal vistos, ni condenados socialmente. A ello sĂşmenle que para muchos egresados de universidades lo importante es el tĂtulo profesional o el grado de magĂster o doctor, y el escollo que significa obtenerlo, la tesis, una valla a ser saltada usualmente comprando una tesis o recurriendo al copia y pega facilitado por la informaciĂłn que existe en internet. Lo cierto es que no tenemos estudiantes-investigadores, objetivo implĂcito en la Ley Universitaria.
El problema se ha vuelto recurrente con la fiscalizaciĂłn laxa de las tesis en ciertas universidades pĂşblicas o privadas, pese a que ya el turnitĂn, el software antiplagio, tiene varios años asentado en nuestro paĂs. Algunas casas de estudio (es un decir) están más preocupadas en que el tesista cumpla con formalismos como la “plantilla” de tesis o “el formato Apa” que en el contenido mismo. Las tesis exprĂ©s agudizan el problema y el fin que era la generaciĂłn de conocimientos queda solo en una declaraciĂłn lĂrica.
Es verdad que en pocas universidades pĂşblicas y privadas sĂ están más encaminadas en generar nuevos conocimientos que en los formalismos acadĂ©micos; pero el funcionario pĂşblico que requiere con urgencia titularse u obtener una maestrĂa o doctorado para ascender no acude a estas sino a las otras. Basta ver en el buscador de Sunedu para saber que muchos de estos funcionarios e incluso profesores de universidades, obtuvieron su tĂtulo o grado acadĂ©mico en una universidad no licenciada o de baja calidad acadĂ©mica. Incluyo congresistas y ministros de estado.
El problema se complica con la demanda creciente de tĂtulos profesionales, dado que ahora para un trabajo más o menos remunerado la exigencia del diploma es requisito indispensable. Oferta y demanda confluyen. Por ello, el precio (la pensiĂłn de enseñanza) es bajo en muchas universidades licenciadas o no. Se sacrifica calidad por cantidad, y es posible pensiones al alcance de los sectores medios y bajos. En la Ă©poca de la Colonia eran los tĂtulos nobiliarios los que distinguĂan a una persona, ahora son los tĂtulos profesionales que se han “democratizado”. Basta como botĂłn que en la actualidad el nĂşmero de agremiados en el Colegio de Abogados de Lima, el más antiguo, bordea los cien mil afiliados, un crecimiento más que geomĂ©trico.
La situaciĂłn se agudiza con aquellos que con pecho inflado vienen con un tĂtulo obtenido en universidad extranjera, ahora más fácil de conseguir que antaño. TĂtulo que muchas veces implica algunas horas del titulado en la casa de estudios foránea (las clases son en lĂnea), una sustentaciĂłn virtual del tesista y un tĂtulo de una universidad de dudosa reputaciĂłn afuera, donde no hay Sunedu o su equivalente, ni control de calidad educativa, pero eso sĂ, universidad extranjera; y en estas tierras siempre se mira con admiraciĂłn todo lo foráneo.
El problema aumenta debido a que los tĂtulos “a nombre de la naciĂłn” son de por vida. Quien lo obtuvo ya no tiene que demostrar habilidades adquiridas como dicen los educadores. La experiencia no importará mucho, más importa el diploma colgado en la pared. Quizás es hora de ir pensando en dar la licencia que confiere el tĂtulo por un tiempo limitado y someterla a evaluaciones periĂłdicas. El mercado de tesis perderĂa clientes y de repente lo ganan las academias de titulaciĂłn que aparecerĂan por aquĂ y por allá; pero no hay soluciones integrales.
Veo difĂcil que el problema se solucione en corto plazo. El problema más que de leyes es cultural. Una sociedad promiscua con apropiarse de la propiedad intelectual de otros difĂcilmente tendrá aportes originales al conocimiento. La “cultura de la pendejada” es más fuerte que cualquier ley por más draconiana que fuese, donde un “cartĂłn” es solo un medio para ascender de estatus o mejorar en algo el sueldo diario y se obtiene cueste lo que cueste.