Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Mario Vargas Llosa, a pesar de ser agnóstico, tiene que creer en una ideología. En su juventud fue el socialismo y en su madurez el liberalismo. Y como tantos otros, recorrió el camino del socialismo al liberalismo; aunque no exento de lucha agónica que se traslució en sus artículos de aquellos años.
La ideología es un
conjunto coherente de ideas. Usualmente todas las personas tenemos una ideología
en algún campo de la vida. En materia política las predominantes en los últimos
200 años fueron el liberalismo y el socialismo. La primera daba preeminencia a
los derechos civiles y políticos de la persona, mientras la segunda colocaba el
énfasis en los derechos sociales y económicos. Durante la guerra fría ambas
ideologías parecían irreconciliables. O se sacrificaba la libertad en aras de
un mejor bienestar material para las grandes mayorías o se ponía énfasis en la
libertad para que el ser humano encontrase su camino en el mundo.
Algunos países
sacrificaron la libertad justificando mejoras materiales para el pueblo y la
democracia era menospreciada por “burguesa”, por favorecer solo a unos cuantos.
Muy pocos países, como los nórdicos de Europa, conciliaron ambas en lo que vino
a ser el socialismo en libertad, comúnmente conocido como socialdemocracia. En
nuestro medio solo un intelectual y político concilió ambas: Víctor Raúl Haya
de la Torre, y sintetizó su pensamiento en una frase genial: pan con libertad. Dicho sea, su pensamiento
está poco estudiado últimamente a pesar que él junto a José Carlos Mariátegui
(mucho más estudiado y conocido) son los dos intelectuales y políticos que
marcaron el derrotero del Perú desde hace casi un siglo. Al igual que le
sucedió al Amauta, sus herederos más se preocuparon en apropiarse de la
herencia política dejada (y el poder obtenido) que en ampliar y profundizar sus
ideas. Merece una revisitación serena y crítica el político trujillano.
Regresando a MVLL,
nuestro Nóbel siendo todavía estudiante sanmarquino y en plena dictadura del
general Odría, tuvo un acercamiento a las ideas socialistas en un grupo
clandestino llamado Cahuide (allí
conoció a don Isaac Humala y a un intelectual de gran talla y poco reconocido
en nuestro medio como Hugo Neira, coetáneo del Nóbel, aunque sin muchos
laureles). Su etapa, media azarosa de ese entonces, la cuenta magistralmente en
la novela Conversación en la Catedral,
quizás su mejor novela. La revolución cubana en 1959 afianza su ideario
socialista y a lo largo de los años 60 defenderá la revolución en cuanto foro y
periódico le era posible.
Como él mismo cuenta,
el caso Padilla (poeta acusado de contrarrevolucionario) en Cuba marca el
alejamiento del compromiso con la revolución. Un alejamiento gradual y que lo
distancia de sus amigos escritores que continuaban apoyando la revolución “pese
a todo”. El célebre golpe al mentón contra Gabriel García Márquez es el sello
simbólico de la ruptura con su etapa socialista.
Pero, el ser humano
debe creer en algo, y se inicia su acercamiento progresivo a los padres del
liberalismo. No fue un cambio drástico, más se trató de un “convencimiento
razonado” a través de la lectura de los fathers
founders del pensamiento liberal. De allí el libro de ensayos publicado,
que es una suerte de tributo a estos, de deuda pendiente saldada con un
homenaje inteligente.
A veces creo que
Vargas Llosa es mejor ensayista que novelista. Por lo menos La llamada de la tribu me deja esa
impresión, muy superior por cierto a sus últimas novelas publicadas. Usando
recursos de narrador, “hechiza” al lector que no deja de leer el texto hasta
que termine. Y la profundidad con que toca a cada autor refleja a un lector
inteligente y atento, con anotaciones a pie de página y comentarios personales.
Como señala el Nóbel,
el liberalismo no es una ideología, por lo menos no como lo es el marxismo o el
cristianismo, que siendo “sistemas cerrados de pensamiento”, tienen respuestas
para todo, sin salirse del marco ideológico; cosa distinta el liberalismo,
donde más bien es un conjunto abigarrado y divergente de autores, que una
ideología sistemática y excluyente. Más una forma de vida con más preguntas que
respuestas encontradas.
Hay que preguntarse
también porqué el liberalismo no ha calado en el mundo político peruano como
otras ideologías. Recordemos que el último intento serio de un movimiento
liberal fue precisamente el Movimiento Libertad de fines de los años ochenta
del siglo pasado, con el que el Nóbel postuló a la presidencia de la república
en 1990 en alianza con Acción popular y el PPC (que en retrospectiva MVLL
lamenta aquella alianza que más restó que sumó).
Quizás no afincó
raíces el liberalismo en nuestro medio por la cultura bastante conservadora y
tradicional del Perú, poco proclive a cambios verdaderamente liberales, salvo
los declarativos de la boca hacia fuera. Basta ver como temas que son moneda
corriente en otros países como el matrimonio igualitario o la educación de
género, acá están proscritos de un debate serio. Curiosamente, algunas
propuestas como las mencionadas no han sido agenda de partidos supuestamente
liberales sino de organizaciones de izquierda que han retomado las banderas huérfanas
de apoyo por quienes supuestamente deberían sostenerlas.
Aparte de ello, hay
ciertas propuestas liberales que son parte del sentido común y que no son
exclusividad de un partido político en particular, como sucede con la libertad
de opinión y expresión de la persona o la libertad de confesión religiosa (esta
última producto de la guerra religiosa vivida en Europa luego del cisma
luterano). Nadie duda de ciertas libertades innatas del ser humano o que en
materia económica debe existir una disciplina fiscal a fin de evitar mayores
gastos que los ingresos que puede obtener un estado para su financiamiento.
Por cierto, hablando
de cuestiones económicas, Mario Vargas Llosa da con fuste acerado a todos
aquellos que reducen el liberalismo solo a lo económico, aquellos que sostienen
que todos los problemas encuentran solución únicamente en el mercado. Aquellos
que muchas veces por intereses subalternos ponen el grito en el cielo cuando el
Estado quiere regular al mercado en beneficio de las mayorías. Como diría la
Biblia, por sus obras los conoceréis.
Vargas Llosa ha
transitado, también lentamente, de un liberalismo economicista de sus primeros
años de “conversión intelectual” a un liberalismo más ecuménico, más universal.
Ya no es el Vargas Llosa que encontraba respuestas a todo, más es el
interrogador, el filósofo reflexivo de la vida y la política, al cual nada de
lo humano le es ajeno.