Saturday, October 06, 2018

3 DE OCTUBRE, 1968



Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107


    Como anota Mirko Lauer, ha pasado desapercibida la conmemoración de los 50 años del golpe de estado de Juan Velasco Alvarado que dio inicio a una de las reformas más importantes que tuvo el Perú en el siglo XX por su trascendencia y dimensión. Problemas puntuales como la corrupción que devora a la sociedad y al estado peruano, la crisis de los partidos políticos o que no es “políticamente correcto” conmemorar un golpe de estado en tiempos donde la democracia se confunde con lo sagrado (casi siempre invocada en términos meramente formales y declarativos), o restringiendo el debate a lo obvio (que fue una dictadura), imposibilitan un debate profundo, serio y desapasionado de los siete años del velasquismo. Algunos incluso lo comparan, por la magnitud de las reformas, a las que tuvo otro militar en el siglo XIX, el mariscal Ramón Castilla, quien no solo dio la libertad a los esclavos, sino ordena y da estabilidad al estado peruano, todavía convulsionado por el caudillismo de las tres primeras décadas de nuestra vida republicana.

Pero, como señala el propio Lauer, si la obra de Castilla tiene consensos, no así Velasco y las reformas que impulsó en ese entonces. O se está a favor o se está en contra, sin términos medios. Se argumenta que fueron catastróficas o necesarias pese a los errores en el camino. Todavía no tenemos un debate desapasionado del tema, quizás porque cincuenta años, históricamente, son pocos para el necesario distanciamiento y la relativa objetividad de un análisis del tema.

Para algunos fue nefasto y atrasó al Perú, desmarcándonos de vecinos como Chile o Colombia, sin obviar que fue un “gobierno de facto”, que cortó el orden constitucional e impidió la formación política-democrática de toda una generación. Para otros, las reformas impidieron que Sendero Luminoso avance en el campo, al tener los campesinos un derecho de propiedad que defender frente a la colectivización planteada por las huestes de Guzmán. Otros, señalan que gran parte del Perú moderno es consecuencia, directa o indirecta, de las reformas velasquistas, más allá del fracaso económico que tuvieron. Sostienen que no se puede entender el surgimiento de la nueva clase media y de los prósperos empresarios venidos de abajo y sin apellidos rimbombantes, sin comprender los cambios sufridos en el país en el docenio militar.

Quizás la verdad histórica se encuentre en un ubicuo punto intermedio entre unos y otros.

Las reformas nacionalistas “flotaban” en el ambiente previo a 1968. Gran parte de estas se encontraban inspiradas en El antimperialismo y el Apra de Víctor Raúl Haya de la Torre. Y las nacionalizaciones de empresas extranjeras eran parte del credo económico de la época. Supuestamente su administración en manos nacionales traería mayor prosperidad a todos los peruanos. Hasta el diario El Comercio estaba a favor de la nacionalización de La Brea y Pariñas, detonante para el golpe de estado del 3 de Octubre.

Otro aspecto que requiere atención es sobre la naturaleza del régimen. ¿Qué fue?, ¿capitalismo de estado?, ¿una modernización del país, todavía inmerso en lazos de servidumbre feudal?, ¿un régimen corporativo como el argentino bajo Perón? Algo de eso existió en el gobierno de Juan Velasco; pero también una “alergia” a todo lo que fuese formaciones partidarias. Recelaba de los partidos y de la clase política (que gran parte la tuvo en contra, desde la derecha hasta la izquierda), y el partido político “heredero de la revolución”, el Partido Socialista Revolucionario, nació años después, cuando Velasco ya había sido depuesto, y no figuraron en la fundación todos los que estuvieron desde la primera hora. Acá no existió un PRI que desde el poder institucionalice las reformas emprendidas. El velasquismo prefirió un ente gubernamental como SINAMOS a fin de empujar desde arriba los cambios.

Tampoco fue un régimen “encaminado al comunismo”, como dice la “leyenda negra” de Velasco. Recelaba de la izquierda marxista, y si bien usó a muchos intelectuales, operadores políticos y periodistas de izquierda (y otros del Apra desencantada de ese entonces), su gobierno prefirió optar por un sesgo marcadamente nacionalista, no alineado a ninguna de las dos grandes potencias de ese entonces. Ni remotamente estábamos en camino de una supresión de clases sociales y colectivización de los medios de producción. Lo cierto es que bajo Velasco, los industriales tuvieron muchos incentivos para crear una industria local de sustitución de importaciones, credo económico vigente en la época e irradiado desde la CEPAL. Ello, ni remotamente era socialismo puro y duro.

Y, otro punto no menos controversial, es el debate que se abre sobre si es posible en democracia efectuar reformas tan profundas que cambien la naturaleza de las cosas. Algunos dicen que sí es posible vía consensos y acuerdos partidarios, otros son más escépticos visto el “canibalismo político” vigente. Lo que nos trae a otro tema que de por si ya es tabú: ¿puede la democracia ser interrumpida frente a la inoperancia de un gobierno elegido legítimamente para resolver problemas sociales, políticos o económicos de la nación?, ¿es posible en aras de un interés mayor interrumpir un gobierno democrático? Como respondamos dirá más de quien responde, que la respuesta misma.

En la segunda mitad del siglo XX las reformas más trascendentales que sufrió el Perú, las de Velasco y las de Fujimori, las dos de signo totalmente opuesto, fueron hechas autoritariamente. Casualmente a ambos se les conoce con el sobrenombre de “el Chino” y con el calificativo de “dictador”. Los dos generan reacciones encontradas, sin términos medios. Como que reformar hace “pisar callos” y ello trae enemigos, pequeños y grandes. Si Velasco estuviese vivo quizás su sino político y final hubiese sido muy similar al de Fujimori en la actualidad, pero murió a tiempo (dos años luego de ser depuesto) para convertirse en leyenda.

Un hecho cierto es que ninguna reforma trascendental ha prosperado en democracia. Los dos experimentos de reformas en democracia del último medio siglo fracasaron rotundamente. El primer gobierno reformista de Belaunde naufragó entre una oposición hostil y las limitaciones del propio belaundismo; y el primer gobierno de Alan García cayó derrotado por la corrupción, el desgobierno y la hiperinflación. Y, curiosamente, los segundos gobiernos de ambos presidentes fueron marcadamente conservadores, una suerte de “curarse en salud” de todo experimento social.

Los últimos meses de su gobierno, Velasco comenzó un viraje hacia la derecha y a perseguir a los antiguos colaboradores izquierdistas, pasando varios de ellos a la clandestinidad o encaminándose al exilio. Su defenestración tuvo un aire de primavera democrática que duró muy poco. El gobierno corporativo de las Fuerzas Armadas, preocupado por el viraje que tomaban las reformas, optó por un cambio institucional, bajo el mando de Francisco Morales Bermúdez, prueba de que el manejo del gobierno no era enteramente caudillista, sino que tenía un soporte institucional en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.

No obstante que el proyecto reformista quedó trunco o quizás gracias a ello, surgieron luego “herederos de Velasco”, tanto desde el nacionalismo castrense como fue el caso de Ollanta Humala y su hermano Antauro, como desde la izquierda marxista, que sin banderas propias luego de la implosión del socialismo realmente existente, adoptaron las banderas nacionalistas de quien tanto denostaron en otra época. Prueba indirecta que, para bien o para mal, Velasco vive.

La ocasión era propicia para un debate en serio del velasquismo. Es necesario “exorcizar” ese pasado, cancelar una etapa para seguir adelante. Muchos actores o están muertos o ya retirados, otros, reconocidos intelectuales que participaron directamente en las reformas, como Hugo Neira o Mirko Lauer, nos deben su balance y testimonio personal de aquellos años. Esperar al centenario es bastante lejano; pero quizás la medida necesaria para el distanciamiento que requerimos, como sucedió en el XIX con Castilla. De repente, cuando se cumplan los cien años, para un Perú totalmente distinto al actual, lo que sucedió un siglo atrás le sea ya totalmente indiferente.
 

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