Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Pero, como señala el propio Lauer, si la obra de Castilla
tiene consensos, no así Velasco y las reformas que impulsó en ese entonces. O
se está a favor o se está en contra, sin términos medios. Se argumenta que
fueron catastróficas o necesarias pese a los errores en el camino. Todavía no
tenemos un debate desapasionado del tema, quizás porque cincuenta años,
históricamente, son pocos para el necesario distanciamiento y la relativa
objetividad de un análisis del tema.
Para algunos fue nefasto y atrasó al Perú, desmarcándonos
de vecinos como Chile o Colombia, sin obviar que fue un “gobierno de facto”,
que cortó el orden constitucional e impidió la formación política-democrática
de toda una generación. Para otros, las reformas impidieron que Sendero
Luminoso avance en el campo, al tener los campesinos un derecho de propiedad
que defender frente a la colectivización planteada por las huestes de Guzmán.
Otros, señalan que gran parte del Perú moderno es consecuencia, directa o
indirecta, de las reformas velasquistas, más allá del fracaso económico que
tuvieron. Sostienen que no se puede entender el surgimiento de la nueva clase
media y de los prósperos empresarios venidos de abajo y sin apellidos
rimbombantes, sin comprender los cambios sufridos en el país en el docenio
militar.
Quizás la verdad histórica se encuentre en un ubicuo
punto intermedio entre unos y otros.
Las reformas nacionalistas “flotaban” en el ambiente
previo a 1968. Gran parte de estas se encontraban inspiradas en El antimperialismo y el Apra de Víctor
Raúl Haya de la Torre. Y las nacionalizaciones de empresas extranjeras eran
parte del credo económico de la época. Supuestamente su administración en manos
nacionales traería mayor prosperidad a todos los peruanos. Hasta el diario El Comercio estaba a favor de la nacionalización
de La Brea y Pariñas, detonante para el golpe de estado del 3 de Octubre.
Otro aspecto que requiere atención es sobre la naturaleza
del régimen. ¿Qué fue?, ¿capitalismo de estado?, ¿una modernización del país,
todavía inmerso en lazos de servidumbre feudal?, ¿un régimen corporativo como
el argentino bajo Perón? Algo de eso existió en el gobierno de Juan Velasco;
pero también una “alergia” a todo lo que fuese formaciones partidarias.
Recelaba de los partidos y de la clase política (que gran parte la tuvo en
contra, desde la derecha hasta la izquierda), y el partido político “heredero
de la revolución”, el Partido Socialista Revolucionario, nació años después,
cuando Velasco ya había sido depuesto, y no figuraron en la fundación todos los
que estuvieron desde la primera hora. Acá no existió un PRI que desde el poder
institucionalice las reformas emprendidas. El velasquismo prefirió un ente
gubernamental como SINAMOS a fin de empujar desde arriba los cambios.
Tampoco fue un régimen “encaminado al comunismo”, como
dice la “leyenda negra” de Velasco. Recelaba de la izquierda marxista, y si
bien usó a muchos intelectuales, operadores políticos y periodistas de
izquierda (y otros del Apra desencantada de ese entonces), su gobierno prefirió
optar por un sesgo marcadamente nacionalista, no alineado a ninguna de las dos
grandes potencias de ese entonces. Ni remotamente estábamos en camino de una
supresión de clases sociales y colectivización de los medios de producción. Lo
cierto es que bajo Velasco, los industriales tuvieron muchos incentivos para
crear una industria local de sustitución de importaciones, credo económico
vigente en la época e irradiado desde la CEPAL. Ello, ni remotamente era
socialismo puro y duro.
Y, otro punto no menos controversial, es el debate que se
abre sobre si es posible en democracia efectuar reformas tan profundas que
cambien la naturaleza de las cosas. Algunos dicen que sí es posible vía
consensos y acuerdos partidarios, otros son más escépticos visto el “canibalismo
político” vigente. Lo que nos trae a otro tema que de por si ya es tabú: ¿puede
la democracia ser interrumpida frente a la inoperancia de un gobierno elegido
legítimamente para resolver problemas sociales, políticos o económicos de la
nación?, ¿es posible en aras de un interés mayor interrumpir un gobierno
democrático? Como respondamos dirá más de quien responde, que la respuesta
misma.
En la segunda mitad del siglo XX las reformas más
trascendentales que sufrió el Perú, las de Velasco y las de Fujimori, las dos
de signo totalmente opuesto, fueron hechas autoritariamente. Casualmente a
ambos se les conoce con el sobrenombre de “el Chino” y con el calificativo de
“dictador”. Los dos generan reacciones encontradas, sin términos medios. Como
que reformar hace “pisar callos” y ello trae enemigos, pequeños y grandes. Si
Velasco estuviese vivo quizás su sino político y final hubiese sido muy similar
al de Fujimori en la actualidad, pero murió a tiempo (dos años luego de ser depuesto)
para convertirse en leyenda.
Un hecho cierto es que ninguna reforma trascendental ha
prosperado en democracia. Los dos experimentos de reformas en democracia del
último medio siglo fracasaron rotundamente. El primer gobierno reformista de
Belaunde naufragó entre una oposición hostil y las limitaciones del propio
belaundismo; y el primer gobierno de Alan García cayó derrotado por la
corrupción, el desgobierno y la hiperinflación. Y, curiosamente, los segundos
gobiernos de ambos presidentes fueron marcadamente conservadores, una suerte de
“curarse en salud” de todo experimento social.
Los últimos meses de su gobierno, Velasco comenzó un
viraje hacia la derecha y a perseguir a los antiguos colaboradores
izquierdistas, pasando varios de ellos a la clandestinidad o encaminándose al
exilio. Su defenestración tuvo un aire de primavera democrática que duró muy poco.
El gobierno corporativo de las Fuerzas Armadas, preocupado por el viraje que
tomaban las reformas, optó por un cambio institucional, bajo el mando de
Francisco Morales Bermúdez, prueba de que el manejo del gobierno no era
enteramente caudillista, sino que tenía un soporte institucional en los altos mandos
de las Fuerzas Armadas.
No obstante que el proyecto reformista quedó trunco o
quizás gracias a ello, surgieron luego “herederos de Velasco”, tanto desde el
nacionalismo castrense como fue el caso de Ollanta Humala y su hermano Antauro,
como desde la izquierda marxista, que sin banderas propias luego de la
implosión del socialismo realmente existente, adoptaron las banderas
nacionalistas de quien tanto denostaron en otra época. Prueba indirecta que,
para bien o para mal, Velasco vive.
La ocasión era propicia para un debate en serio del
velasquismo. Es necesario “exorcizar” ese pasado, cancelar una etapa para
seguir adelante. Muchos actores o están muertos o ya retirados, otros, reconocidos
intelectuales que participaron directamente en las reformas, como Hugo Neira o
Mirko Lauer, nos deben su balance y testimonio personal de aquellos años. Esperar
al centenario es bastante lejano; pero quizás la medida necesaria para el
distanciamiento que requerimos, como sucedió en el XIX con Castilla. De
repente, cuando se cumplan los cien años, para un Perú totalmente distinto al
actual, lo que sucedió un siglo atrás le sea ya totalmente indiferente.
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