Tuesday, July 25, 2017

ENTRE ESCILA Y CARIBDIS: A UN AÑO DEL GOBIERNO PPK

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
        ejj39@hotmail.com
       @ejj2107

Si bien los presidentes que llegan al poder como outsiders son de cometer más errores que los “políticos profesionales”, precisamente por desconocer los intrincados vericuetos del poder político (los casos de Toledo o Humala fueron bastante elocuentes), en lo que respecta a PPK, la cantidad de yerros o “disparos a los pies” es impresionante.

En parte, debido a que no se rodeó de operadores políticos, sino que buscó tecnócratas como él, que más o menos tienen sus mismos códigos de referencia, creyendo que la solución a los problemas de la realidad peruana estaba en el “destrabe” de los grandes proyectos de inversión. Primó el criterio rentístico antes que el político. El resultado está a la vista.

Con lo que se cayó el mito del “gabinete de lujo”. Tecnócratas de primer nivel que supuestamente iban a reactivar los motores paralizados de la economía nacional, convirtiéndose –matices de por medio- en un grupo de amigos y conocidos que unos de buena fe y otros no tanto, comenzaron a “hacer negocios” a costa de todos los peruanos. Más pudo el lobby a favor de las grandes empresas, y la vocación por el billete y la comisión, empezando por los de arriba y siguiendo por los amigos más cercanos dentro y fuera del gobierno. El lobismo como divisa. Chincheros fue un claro ejemplo de ello, donde incluso se sacrificó a uno de los alfiles políticos más valiosos del gobierno por mantener un contrato claramente lesivo a los intereses nacionales.

Las carencias sociales no satisfechas son también evidentes. PPK a un año no pudo cumplir ninguna de sus promesas sociales, ni siquera empezarlas. Es más, ya abandonó cualquier intento de reforma liberal de centro-derecha (unión civil, ampliación de las causales de aborto legal, afianzamiento del concepto de género en las escuelas públicas) y se ha decidido por el día a día, “como venga la cosa”. No esperemos grandes cambios, ni iniciativas audaces. Ya se arrió banderas en educación a favor de los grupos religiosos conservadores, en salud el tema es patético (basta ver cómo azoló el dengue en el norte peruano o el colapso de los hospitales públicos), en inclusión social se han abandonado muchos programas, y en seguridad ciudadana se hace un enorme esfuerzo espartano.

¿Qué hacer frente a la enorme oposición fujimorista en el Congreso?

Sólo tenía dos caminos: o utilizaba el recurso constitucional de la “cuestión de confianza” si seguían destituyendo ministros o llegaba a un acuerdo tácito o expreso de gobernabilidad con estos; pero la ambigüedad elegida, una suerte de agachar la cabeza cada vez que venía una “embestida naranja” era la peor opción, como se comprobó en los meses siguientes. Lo cual, naturalmente, no sostiene la gobernabilidad ni la estabilidad del ejecutivo. La vacancia presidencial va a ser un fantasma bastante presente en los próximos años.

El problema, desde el punto de vista de la gobernabilidad, es si el ejecutivo “resistirá” cuatro años más de una situación similar.

Se podrá arguir que en el caso de Toledo, pese a su baja popularidad y constantes errores, terminó su mandato. Pero, en el caso de la administración de PPK tenemos dos variables distintas: la edad del presidente y la situación social y la posible recesión que podría tener la economía peruana luego de los “años buenos” de los precios de las materias primas.

De cumplirse el primer supuesto, habría que pensar si los vice presidentes tienen la suficiente legitimidad para continuar con el gobierno PPKausa. Y el segundo tiene que ver con la falta de inversión privada y la contracción de la pública, lo cual tiende a un “enfriamiento” de la economía. Si la cuestión social se agudiza por falta de ingresos fiscales, el panorama no es muy halagueño para los siguientes años.

Seamos optimistas. Imaginemos que de no suceder nada extraordinario (vacancia presidencial, por ejemplo), los cuatro años restantes serán más de lo mismo, con un desgaste lento o rápido –depende de la coyuntura y los errores- del oficialismo. Escándalos y escandaletes por diferentes lados, peleas más o menos evidentes en lo que quede del oficialismo, negocios y negociados de los amigos del gobierno y denunciados cada cierto tiempo por la prensa, sazonado con su pizca de boutades presidenciales.

¿Qué nos espera el 2021?

No soy muy optimista. El vendaval de denuncias contra políticos y empresarios por la corrupción brasileña puede ser peor de lo que tememos. Sucedió en Italia con la campaña moralizadora de “manos limpias” en los años noventa del siglo pasado, donde prácticamente se licenció a toda la clase política de ese entonces; pero lo que vino fue peor. Tuvieron a Silvio Berlusconi, un adelanto de lo que sería Donald Trump en Norteamérica. El poder económico aliado al poder político para aumentar la riqueza de unos cuantos.

Muchos políticos nacionales van a ser licenciados por lo de Lava Jato. Pero ello abrirá la compuerta para que ingrese un populismo y no del mejor. Dudo que los de prédica renovadora y moralizante como Verónika Mendoza tengan un lugar el 2021. Me parece que más posibilidades tendrá aquel o aquella que maneje el clientelismo lo mejor posible, que tenga contentos a los de arriba asegurándoles que no habrá grandes cambios que afecten su statu quo y sus ganancias, como a los de abajo con algunas dádivas que los tenga tranquilos.


Gatopardismo puro, eso veremos los siguientes años.

Saturday, July 15, 2017

19 DE JULIO, 1977

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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       @ejj2107

La fecha dice poco para muchos; pero este año se conmemora los 40 del histórico paro general del 19 de Julio, el único en la historia contemporánea que realmente paralizó casi en su totalidad la ciudad de Lima.

Pero, creo que el paro se ha magnificado. Se dice que marcó el inicio del fin de la dictadura militar de ese entonces. Muchos que estuvimos allí creímos eso; pero, visto a la distancia de los años, no es tan simple como parece.

Lo que sucede es que hay una falsa impresión de causa y efecto, debido a que a las pocas semanas de producido el paro, el gobierno militar convoca al proceso de transición a la democracia, con una Asamblea Constituyente para el año siguiente, donde participan todas las fuerzas políticas de ese entonces, incluyendo la izquierda, y elecciones generales para 1980. Dicho sea, el gobierno de Francisco Morales Bermúdez respetó cabalmente el cronograma.

Visto así, todo parece indicar que el paro general del 19 de Julio fue la causa de la convocatoria del cronograma de retorno a la democracia; pero, la pregunta es si un paro de trabajadores puede “derrumbar” a un gobierno dictatorial. La respuesta obvia es no. El gobierno militar estaba debillitado y no era muy popular, pero no estaba para derrumbarse.

Y si buscamos antecedentes a nivel de otros países de la región que sufrían igualmente dictaduras, ninguna se derrumbó por un paro de trabajadores. Las causas del fin casi siempre han tenido que ver con el desgaste de la propia dictadura, causas extrínsecas al país, o una combinación de ambas.

Quizás, y es solo una hipótesis, el gobierno militar usó el paro como pretexto para regresar a sus cuarteles. Se sabe que sectores castrenses presionaron para “el retorno a la civilidad”, mientras otros más bien minoritarios abogaban por una “continuación de la revolución”. Parece que en ese “tira y afloja” institucional ganó la primera posición.

Tengamos presente que el gobierno militar peruano era “institucionalista”, no caudillista como muchos que azolaron el continente. No era como las dictadutas militares típicas de América Latina que siguen al caudillo de turno, sino respondía a criterios institucionales. Y Morales Bermúdez, más que el propio Velasco Alvarado, tenía un perfil institucional. (En cierta forma Velasco Alvarado sale del poder por no respetar esa institucionalidad).

En ese marco se produce “el regreso a los cuarteles”. En forma ordenada, con cronograma de por medio, y pactando garantías para los generales y mandos superiores que estuvieron en el poder por doce años, pacto que Belaunde en su segundo gobierno respetó en su totalidad. No fue un retorno a la civilidad desordenado, como sucedió algunos años después con los argentinos a raíz de la guerra de las Malvinas. Difícilmente un gobierno que se derrumba y sin poder, puede negociar esas condiciones.

Tampoco tuvimos, y ello es necesario remarcarlo, un genocidio sistemático como el acaecido en el cono sur del continente. Salvo casos puntuales de desaparecidos y violaciones a los derechos humanos, no tuvimos la razzia sin piedad que asoló a Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia o Brasil. Eso posibilitó que el “malestar” contra los militares no fuese de la magnitud que se observó en los países vecinos. Es más, en ciertos momentos críticos de nuestra historia reciente, el ciudadano promedio “extraño” la presencia de los uniformados en el poder.

Falta hacer un poco más de historia de aquellos años y romper “leyendas urbanas” como la del histórico paro de aquel 19 de Julio. Los actores principales de esos cruciales días o ya están muertos o cercanos a la muerte. El principal de ellos, el general Francisco Morales Bermúdez, nunca ha querido “sincerarse” sobre lo que sucedió realmente en la cúpula del poder, más allá de otra leyenda urbana que la ha repetido por décadas: que lo único que quiso hacer fue devolver el poder a los civiles y retornar el país a la democracia. Leyenda que lo coloca como héroe civil, pero que es una verdad a medias, como muchas de ese entonces.