Friday, August 03, 2018

CORRUPCIÓN Y SOCIEDAD

Los audios difundidos por IDL-reporteros sobre tráfico de influencias en los altos niveles del estado confirma algo que todos sabemos: la descomposición del estado y la sociedad peruana.

Los niveles excrementicios de los audios ratifican los hechos. En este caso especial, el Poder Judicial, el órgano encargado con imparcialidad de administrar justicia. Los audios confirman que es posible eludir mecanismos tan sutiles como el diseñado en la Constitución del 93 para la elección de los magistrados. Parecía sensato que la “sociedad civil” a través de los colegios profesionales elija a los jueces y fiscales que administrarán justicia. Lo que no se previó es que el mecanismo institucional podía ser pervertido con la colusión de evaluados y evaluadores y que los exámenes apenas iban a ser un formalismo para que ingresen los jueces y fiscales “leales” a quien los nombró, que se coordinará para “mejorar el sueldo” a algún familiar que trabaja bajo las órdenes del “hermanito” (es sintomático  el tono coloquial de complicidad como se tratan los implicados en los audios). También es sintomático como desde el congreso y cierta prensa estaban detrás del mensajero antes que del mensaje, y si era “inconstitucional” la propalación de los audios sin el consentimiento de los implicados. A ese nivel estamos.

Quienes conocen un poco el sistema judicial por dentro, saben que no es novedad lo escuchado en los audios. La influencia política y económica es bastante fuerte entre los jueces y fiscales, sobretodo en casos muy especiales. Hay sentencias que se venden al “peso” y el resultado depende cuánto pague el demandante o el demandado para ganar. O qué poder económico o político se tiene para archivar una denuncia en el Ministerio Público. Tampoco podemos decir que la corrupción haya comenzado en los años 90 con el fujimorismo. Existía desde mucho antes, desde los inicios de la república. El guano y el ferrocarril de Meiggs en el siglo XIX, las faraónicas obras de Leguía y Odría en el XX o las concesiones de obras a favor de Odebrecht en el presente siglo. Ahora es más visible y la sociedad se sensibiliza mucho más con lo que ve o con lo que escucha. Pero, no son problemas nuevos ni producto originado por un solo grupo político. La corrupción irradia por igual a grupos de derecha o de izquierda.

La reacción más probable, aparte de las renuncias  de altos funcionarios implicados que hemos presenciado o las prisiones preventivas, será “aumentar las penas” de los delitos, un remiendo más al Código Penal, y los consabidos discursos sobre “corrupción cero”. La solución tampoco pasa por una asamblea constituyente que “refunde” el país. Los recursos políticos, como la convocatoria a una constituyente, tienen efecto corto y no son solución al problema. Pasado algún tiempo aparecerán otros audios o videos de algún caso de corrupción grave en las alturas del poder. Volveremos a los discursos de siempre y a aumentar de nuevo las penas por corrupción, y así. Cambiarán de repente los actores pero no los hechos. El asunto no es tanto de cambio de instituciones (que serán burladas como las actuales), sino de operadores del sistema y de una “cultura de la corrupción” que es estructural en nosotros.

No quiero ser pesimista, pero comparto la idea que vivimos en una sociedad anómica, sin reglas. Que gran parte de la población no cree en el estado (salvo para servirse de él), ni es solidaria ni menos tiene valores. Que el tema de la corrupción es histórico y por tanto estructural (nos viene por lo menos de la época de la Colonia). No es casual que México y Perú, los dos virreinatos más importantes de América, donde se negociaban todas las prebendas al mejor postor (lo que ahora llamaríamos las concesiones), donde los sobornos y las compras de cargos públicos y compra de jueces eran asunto común, atraviesen por similares problemas de corrupción, que incluye a jueces, fiscales y altos funcionarios de la administración pública. Nada de nuestros problemas actuales es casual.

Quizás la única forma de cambiar el estado de las cosas es con un movimiento en contrario tan grande que permita ir en sentido opuesto a la corriente dominante de la corrupción. Lo malo es que requeriríamos la participación activa de la sociedad, y la sociedad está poco interesada en estos temas, más allá de la indignación temporal. Los grupos organizados que propalan los audios no tienen  la recepción ni cobertura necesaria como para efectuar un movimiento constante. Los ciudadanos bien intencionados, los republicanos y en general todos aquellos que desean un cambio del estado actual, no tienen la llegada ni el poder necesarios para una reforma radical del sistema. Su foco de acción es bastante limitado.A los políticos que usufructúan del poder no les interesa un cambio; y, a los grandes empresarios (como a los medianos o pequeños) les interesa menos luchar contra la corrupción. Es más, son parte del sistema, sino vean el caso Odebrecht y del propio Poder Judicial. No esperemos mucho.

Por los  audios, todo indica que el poder político somete a los magistrados a sus intereses a cambio de permitirles sus “negocios” y extender una red de gran corrupción que incluye el narcotráfico y el lavado de activos (por ello obtener una plaza como juez o fiscal en el distrito judicial del Callao era una de las más codiciadas por obvias razones). No son únicamente “los diez verdecitos”, sino magistrados leales en puestos clave para los casos donde “el cliente” esté dispuesto a pagar una alta suma de dinero por archivar su proceso.

Los audios también revelan que los jueces y fiscales dedicados a estos menesteres necesitan amparo político para seguir en sus actividades. De allí la necesidad de “estar bien” con quienes manejan el poder, sea desde el Congreso o desde el Ejecutivo (el pedido de entrevistas o de “almuercitos” con quienes deciden desde el ámbito político es bastante revelador de ello).

Se creyó que aperturando los mercados, “destrabando” la economía y formalizando la propiedad, alcanzábamos por arte de magia el primer mundo. La realidad demuestra lo contrario. Lo cierto es que desde un punto de vista netamente de desarrollo económico, con corrupción y mercantilismo, difícilmente pasaremos a las grandes ligas. Es más, podemos regresionar a estados económicos ya superados. Vean el caso de Argentina o el Brasil actual. Sin una institucionalidad sólida, un poder judicial eficiente e imparcial, sin servicios adecuados por parte del estado, y viviendo en la corrupción y el compadrazgo no pasaremos de ser una nación de ingresos medios, con posibilidades, reitero, de regresionar a épocas pasadas.

En Inglaterra, a inicios del siglo XIX, un grupo de intelectuales llamados los “filósofos radicales” se dieron cuenta que la sola revolución industrial que había vivido Inglaterra en el siglo XVIII no garantizaba un desarrollo y autonomía por si mismo, y plantearon una serie de reformas netamente institucionales relacionadas con la sociedad y el estado: libertad de credo, de prensa, derecho universal al sufragio. Esas reformas, ahora de sentido común, en su época fueron revolucionarias. Reformas institucionales que cimentaron el desarrollo económico vivido gracias a la revolución industrial.

Quizás los cambios –si se llegan a dar- sean un trabajo a largo plazo. Pensar en un cambio consensuado como si estuviésemos en Suiza o Inglaterra, es pedir demasiado. Más pueden funcionar reformas graduales que cambios radicales. Estos últimos han demostrado su fracaso cuando han tenido de impulso el simple voluntarismo o producto de cálculos políticos.


Debemos comenzar a mirar al pasado, a revisar la historia, nuestra y la de los otros.