Tuesday, August 02, 2022

LOS ABOGADOS DE LOS POLÍTICOS

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Ser un político que ocupa la primera magistratura y va en busca de defensa legal puede ser un problema para el defendido, más si la justicia le pisa cercanamente los talones.

 

Defender un político en apuros judiciales y que ocupa la más alta magistratura puede ser un bocado exquisito para un abogado que busque más su propio protagonismo que la defensa legal de su cliente. El defender a un presidente o ex presidente da cámaras y por tanto publicidad gratuita al letrado, más que la obtenida en años de sostenido litigio. No importa mucho sacar las castañas del fuego al cliente, si no el protagonismo que tendrá el abogado, muy parecido al que vemos en las series y películas norteamericanas.

 

Es lo que pasó con Fujimori, donde la abigarrada defensa de su abogado no le sirvió para evadir la cárcel, o a PPK donde la defensa en el antejuicio no le sirvió tampoco al ex presidente, pese a los brillantes alegatos de su abogado en ese entonces. Le sucede lo mismo ahora al (todavía) presidente Castillo. Su defensa no parece ser muy efectiva, pero le da cámaras al abogado defensor.

 

Se trata de casos donde el factor político se debe tomar en cuenta. Donde la decisión no solo depende del Poder Judicial como a un anónimo ciudadano, si no al Congreso y al número de votos que consiga a favor o en contra de su continuación en el cargo.

 

De allí que la estrategia de la defensa debe ser distinta a la practicada con el anónimo ciudadano. Si el político por consejo de su abogado prefiere guardar silencio, no dice nada o no recuerda nada, da la impresión que oculta algo y pierde legitimidad ante la opinión pública. El silencio a un político le cuesta bastante … políticamente.

 

No es lo mismo defender al acusado de violación, omisión por alimentos o de violencia familiar que al presidente de la república acusado de corrupción y de encabezar una red criminal. Si el imputado de esos delitos calla, expresa más con su silencio que con la elocuencia.

 

También sucede que el abogado defensor no está a la altura de la defensa que tenía que hacer y ante la falta de argumentos o de estrategias inteligentes, se dedica al “paporreteo jurídico” o a desacreditar testigos. En pocas palabras un comportamiento parecido al del abogado tinterillo de jirón Azángaro.

 

Hay defensas difíciles es cierto; pero también hay estrategias legales erróneas que pueden llevar al defendido más rápido al cadalso. Al final no será el abogado quien lo acompañe.