Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
El título corresponde a un artículo de
Ricardo Lago y me pareció bastante preciso.
Aludir al destino trasmutado en “la
fuerza de la naturaleza” no ayuda mucho en los desbordes producidos por el
“Niño Costero”. Lo cierto es que faltó prevención. Ninguno de los tres
gobiernos democráticos del presente siglo hizo tal labor. Menos los gobiernos
regionales ni locales. Encausar y represar ríos, evitar que existan
construcciones al pie de las riveras o en los cauces por donde caen los
huaicos, amén de educar y capacitar al ciudadano frente a los desastres
naturales. No se hizo.
Mientras en otros países los desastres
naturales causan muy pocas muertes y mínimos daños materiales, acá pasamos el
centenar de víctimas. Es parte de esa improvisación como estado, del “estado
empírico” al que aludía Basadre.
Pero dentro de toda la lógica del
desastre, el estado esta vez ha demostrado reflejos rápidos en ayudar a los
damnificados. Quizás la escasa popularidad del presidente y de su equipo, así
como una vacancia que pende como espada de Damócles, fue el acicate para que
reaccionaran rápidamente, lo que les ha traído réditos políticos. La caída se
ha detenido y se vislumbra una ligera aprobación. Ver al presidente o a sus
ministros ayudando es necesario no solo para el gobierno, sino para el
ciudadano que ve a su estado cerca de él en los momentos de infortunio.
Lo que viene luego y urgente es
controlar las epidemias. El agua empozada va a traer muchas enfermedades.
Prevención en salud y no esperar los primeros casos de dengue, zika, cólera o
infecciones.
Luego represar los ríos. Produce sana
envidia la labor que el gobierno de Ecuador realizó después del meganiño que
sufrieron. Ahora las bajas son mínimas. Ojalá algo de eso se haga acá.
Y la reconstrucción de los pueblos y
ciudades dañadas; así como ampliar las reservas de agua para una gran ciudad
como Lima (una ciudad con más de diez millones de habitantes apenas tiene
reservas de agua para cinco horas).
Por cierto, es una vergüenza como la
planta de Huachipa, inaugurada pocos años atrás, o un puente nuevo en su
instalación, se vinieron abajo, mientras antiguas obras como “el puente de
piedra” (que data del siglo XVII) o la planta de La Atarjea (de los años
cincuenta del siglo pasado) se mantenían incólumes. Eso amerita investigaciones
y “cortar cabezas” cuando termine el desastre.
Para la reconstrucción, ¿obra pública
o la cuestionada asociación pública-privada?
Creo que un mix de ambas, dependiendo
de la obra; pero con fiscalización abierta y trasparente, debido a que se
estima el gasto en la reconstrucción en unos diez mil millones de dólares, por
lo que “la tentación” para muchos va a ser grande. Así también, evitar las
“adendas” y a los Odebrechts de turno. Hay varios economistas que proponen
hacer reajustes sensatos a las APP. Vale la pena escucharlos.
Y, no menos importante. Como el dinero
tiene que salir de algún lado, me sumo a los que plantean olvidarnos de los
“elefantes blancos” que los últimos tres presidentes fomentaron con mucho
entusiasmo: la refinería de Talara (no somos grandes productores de petróleo),
el gasoducto surperuano (que tendrá que esperar), reformular la línea 2 del
metro de Lima (bastante caro) y los Panamericanos.
Como alguien señaló atinadamente, se
fomenta el deporte de abajo hacia arriba, primero con semilleros y cuándo
tengamos un potencial deportivo más o menos decente, nos podemos dar el lujo de
ser anfitriones, por el momento pasamos.
Este gobierno débil y al que no le
daban ni un año de vida (entre ellos yo suscribí esa posición) tiene la
oportunidad de oro de robustecerse, terminar su mandato adecuadamente y hasta
de pasar a la historia como el gobierno que reconstruyó el norte diezmado y
“domó” los bravos ríos peruanos. Tiene la oportunidad, esperemos no la
desaproveche.