Saturday, March 25, 2023

CHÁVEZ A DIEZ AÑOS

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Sería válido preguntarse qué queda del socialismo del siglo XXI a los diez años de la muerte de Chávez.

 

Es cierto que al morir relativamente joven, Chávez proyectó la imagen del mito entre muchos de sus seguidores que reafirman un socialismo para este siglo. Tuvo seguidores en el continente, algunos con más éxito que otros, aunque ninguno ha podido sentar las bases de un socialismo siquiera tímido para el presente siglo.

 

El propio Chávez, más allá de proclamas, no definió cómo sería ese socialismo tropical. Su accionar fue más nacionalista que socialista. Admirador de Juan Velasco Alvarado, fue su discípulo aplicado, y ordenó expropiaciones de empresas privadas y su conversión en empresas públicas, así como un rígido control de precios que trajo escasez más que abundancia.

 

Más bien el crecimiento del aparato productivo del estado trajo una enorme burocracia, nuevos ricos producto de los negociados con la cúpula militar y un asistencialismo que no pudo mantener contenta a la gente. Se estima que más de 7 millones de venezolanos se encuentran en la diáspora, diáspora de la cual nosotros somos testigos presenciales.

 

PDVSA, paradójicamente la más grande empresa pública, se encuentra quebrada y el estado venezolano debe importar petróleo, teniendo mares en el fondo de la tierra, pero imposible de extraerlo. Las otras empresas públicas que subsisten ya son una broma de mal gusto.

 

Como decíamos al inicio, Chávez muere joven, lo cual facilitó la conversión en mito a lo largo de AL. Nicolás Maduro, designado por el propio comandante como su sucesor, debió cargar con el pasivo al asumir el mando. De vivir Chávez, quizás su imagen se hubiera desdibujado, pese a lo persuasivo de su oratoria, imitando al maestro Fidel.

 

Según dicen al interior de Venezuela, Chávez todavía es recordado afablemente por una amplia mayoría, aunque ya nadie cree que estén en un “socialismo del siglo XXI”. Más bien los que se quedaron y no pertenecen a la cúpula del partido ni a los nuevos ricos, solo tratan de sobrevivir. Es sintomático que muy pocos presidentes y expresidentes en la región hallan asistido a la conmemoración oficial por los diez años de su fallecimiento. En otras épocas habrían peregrinado a la meca más mandatarios, siquiera para la foto de rigor.

 

¿El fin del socialismo del siglo XXI? Quizás no tan pronto como se piensa, aunque algunos que se consideran herederos de Chávez han tratado de transmutarlo de socialismo a etnoculturalismo del siglo XXI.

Saturday, March 18, 2023

LOS CIEN DÍAS DE DINA

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Suceder al presidente electo puede ser bueno o no para el vice que lo sustituya. Lyndon B. Johnson pudo suceder con personalidad propia a John F. Kennedy luego del magnicidio y postular para un período más.

 

Entre nosotros corrieron distinta suerte los vicepresidentes. Vizcarra que en el 2018 sucedió a PPK y afrontó con bastante popularidad la pandemia del Covid, aunque terminó vacado por el Congreso. Dina Boluarte en 2022 no tuvo la misma fortuna al suceder como vice a Pedro Castillo. Desde el día siguiente de su asunción a la presidencia tuvo que afrontar movilizaciones violentas, muertes, bloqueos de carreteras, incendios y destrucción de propiedad pública y privada. Quizás de adivinar lo que se venía no hubiera asumido el encargo.

 

Fueron los únicos casos de sucesiones de vicepresidentes en los últimos 40 años post gobierno militar. El resto de presidentes, unos más exhaustos que otros, lograron completar su mandato constitucional de cinco años.

 

Es cierto que los presidentes se sienten incómodos ante los reemplazos. Los ven como un “serrucho” esperando en la sombra la oportunidad de ocupar su puesto. Cuentan que el propio Fernando Belaunde trataba con frialdad a su vice. No se diga en los propios EEUU, donde al vicepresidente lo mantienen en la “congeladora” y no tiene cargo público alguno, salvo el de esperar reemplazar en algún momento al titular.

 

Lo que trae a reflexión que en los últimos años las cosas no van bien con la institución de la presidencia. En los dos casos de sucesión (Vizcarra y Boluarte) el Congreso fue el dirimente que políticamente salió fortalecido, muchas veces ante escándalos más que evidentes de corrupción del presidente como en el caso de Pedro Castillo, con el agravante de un intento frustrado de golpe de estado. (En el caso de Vizcarra, aparte de la corrupción, fue por la ambigua relación sostenida con el notorio personaje de la farándula local Richard Swing).

 

En ese panorama de inestabilidad política a Dina Boluarte le ha tocado “bailar con el más feo”. Ha tenido que enfrentar desde el día siguiente de su mandato movilizaciones políticas, muchas de ellas manipuladas desde la sombra por quienes buscan la ansiada asamblea constituyente, y manejar en una cuerda de equilibrio el control del orden público, convenientemente visto como “represión” por ciertos políticos y periodistas, sazonadas con presiones de ciertos presidentes de países que hasta hace poco eran aliados naturales del Perú. Amén de una campaña internacional de desprestigio contra el régimen “represor y dictatorial” de Dina Boluarte.

 

En el medio de estas movilizaciones 60 muertos y un policía quemado vivo; y, a futuro a no dudarlo, denuncias penales contra Dina Boluarte y sus ministros por “genocidio” y violación de ddhh. Denuncias que llegarán incluso hasta la CIDH y la CPI. Los ex aliados de Boluarte buscan que en un futuro próximo sea la siguiente inquilina del Fundo Barbadillo. Hecho que está dentro de lo posible considerando el poder político e influencia en el aparato de justicia nacional e internacional que tienen sus ahora enemigos políticos y otrora aliados.

 

De allí que la presidenta en estos cien días tuvo que aguantar estoicamente las sucesivas movilizaciones, bloqueos de carreteras, quema de locales públicos, toma de aeropuertos y la leyenda negra de la “represión indiscriminada” que circula dentro y fuera del país, como que los violentos bloqueos, tomas de carreteras, destrucción de propiedad, se pudieran remediar dialogando con un interlocutor que nunca dio la cara, ni menos le interesaba dialogar.

 

La otra salida de Boluarte era renunciar; pero le esperaba la cárcel si lo hacía, por lo que tuvo que aliarse con sus antiguos enemigos, la derecha del congreso, y contar con el apoyo constitucional de las fuerzas armadas. Eso no hace del gobierno uno dictatorial, ni “cívico-militar” con falta de garantías como manifiestan sus detractores. Es simple sobrevivencia política.

 

Quizás lo que alegan sus enemigos políticos es que los vándalos que se movilizaron no tuvieran patente de corso para destrozar y bloquear todo lo que pudieran destrozar y bloquear. La verdad que en ningún país democrático consolidado hubieran tenido esa patente de corso.

 

Una lección que podemos sacar de las sucesivas crisis suscitadas desde el 2018 es que la institución presidencial debe ser reformulada. De repente bajar el periodo de cinco a cuatro años y contar con un jefe de estado y un jefe de gobierno, cada uno con competencias bastante específicas.

 

La receta no es nueva. Muchos politólogos y académicos la han propuesto. Nos permitirá superar las crisis más fácil, con menos trauma y con menos costo político. Como para reflexionar y evitar todo lo que hemos visto en las últimas semanas.