Monday, August 18, 2014

ARGENTINA EN DEFAULT

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejjlaw@yahoo.es

El default es un término de la jerga financiera que en buen romance significa “cesación de pagos”. Alude a una imposibilidad de pagos –también a un no querer pagar- por parte del deudor ante una deuda que ya venció total o parcialmente, ingresando este en mora; y otorga al acreedor el derecho a exigir el pago íntegro de lo adeudado y no solo la cuota vencida. El principio pertenece al derecho de obligaciones y se aplica a los particulares e incluso cuando el deudor es un Estado, que es lo sucedido con Argentina en la crisis de “los fondos buitre”.

Hace algunos años atrás, cuando fue la crisis del 2001, sintomáticamente por otro default, el gobierno argentino consiguió que gran parte de los tenedores de bonos aceptaran renegociar el monto de lo adeudado (lo llamaron “canje”), pagarles menos pero respetando estrictamente un cronograma de pagos, lo cual se ha cumplido. Más del noventa por ciento de los acreedores aceptaron; pero, un grupo minoritario vendió sus papeles de deuda a fondos especulativos (llamados despectivamente por el gobierno argentino “fondos buitre”), los que litigaron para que se les pague el monto original de la deuda más los intereses respectivos, logrando lo que era más que evidente: que el órgano judicial norteamericano (en particular el juez de la ciudad de Nueva York, plaza financiera del llamado “canje”) les iba a dar la razón en vista que por decisión unilateral el deudor no puede cambiar las condiciones de pago.

Mientras el proceso estuvo en trámite,  Argentina consiguió una medida cautelar denominada “stay” que consiste en no innovar, en dejar las cosas como estaban hasta que se resuelva el fondo del asunto; lo cual les permitió no pagar a los deudores en litigio hasta que se agote la vía judicial. Pero resuelta la controversia con el pronunciamiento de la propia Corte Suprema norteamericana (que se inhibió de conocer la problemática), el expediente regresó al juez de origen (el juez Thomas Griesa), y la medida cautelar carecía de objeto.

El asunto es que el juez ordenó que Argentina debería pagar por igual a todos los acreedores (pari passu o equidad en el pago), sean estos acreedores que llegaron a un acuerdo (los del “canje”), como aquellos que litigaron por respetar las condiciones originalmente pactadas (los “fondos buitre”).

Como veremos más adelante, puede ser discutible la fórmula usada por el juez Griesa. Quizás se pudo haber usado una mejor técnica, a fin de no soslayar las consecuencias jurídicas de las transacciones ya celebradas por el gobierno argentino con más del noventa por ciento de bonistas del llamado “canje”; pero no menos cierto es que aquí y en cualquier parte del mundo “deuda es deuda” (valga la tautología), y un deudor no puede imponer unilateralmente condiciones de pago al acreedor. A ello se debe sumar “el temor y respeto” casi reverencial que se tiene frente a un juez anglosajón, hecho al cual nosotros, los latinos, no estamos acostumbrados.

En la práctica, las consecuencias del fallo judicial implicaban que la reestructuración pactada con los acreedores canjistas pueda quedar sin efecto, en vista que los acreedores que transaron podrían solicitar por vía judicial igualdad en las condiciones de pago con los acreedores de los “fondos buitre" por una cláusula contractual pactada denominada RUFO (por sus siglas en inglés, Rights Upon Future Offering), que habilita a los acreedores que aceptaron el “canje” a exigir legalmente las mismas condiciones que las otorgadas a un acreedor distinto. Es decir, si Argentina paga más a los acreedores de los “fondos buitre" tendrá, por equidad, que abonar esa misma suma a los acreedores que aceptaron el canje de la deuda.

En pocas semanas al gobierno de Cristina Kirchner se le vino un problema gigantesco: tenía poco tiempo para no caer en default, en cesación de pagos, y, por la parte legal, quedar sin efecto las transacciones suscritas. Primero intentó reactivar la medida cautelar de “stay”, lo cual –como vimos- no consiguió, luego hizo un depósito “de buena fe” en un banco norteamericano pero sin pagar directamente a los acreedores en litigio (depósito que el juez Griesa ordenó su inamovilidad), ha tratado que bancos privados argentinos paguen en su nombre (figura jurídica que se conoce como subrogación) sin mucho éxito (los bancos argentinos, por obvias razones, han pedido mil y una garantías ante la eventualidad de un desconocimiento posterior de la obligación por parte del gobierno argentino) y tenía la lejana esperanza que algún “banco grande” de la ciudad de Nueva York compre la deuda a los “fondos buitre” y luego pueda negociar con ese banco. En el colmo de la desesperación, el gobierno amenazó con acudir a la Corte de la Haya y hasta a las mismísimas Naciones Unidas, olvidando que la Corte de la Haya solo se avoca a controversias entre estados, y la ONU no tiene competencia para este tipo de asuntos.

Políticamente quisieron mejorar su imagen internacional solicitando en la última reunión de los BRICs pertenecer al selecto club, pero la negativa de estos a incorporar a un socio con las precarias credenciales que tiene ahora Argentina le significó una cortés pero rotunda negativa.

Todas estas medidas, así como los insistentes mensajes por parte del gobierno de desconocimiento de la deuda han buscado no pagar, por lo menos en el presente año, a los llamados “fondos buitre”, dado que de hacerlo se activaría la cláusula RUFO y obligaría al estado argentino a pagarles a dichos acreedores lo mismo que a los “fondos buitre”, por lo que el pago ya no sería de 1,500 millones de dólares (suma aproximada a que asciende la deuda a favor de los acreedores judiciales), sino de aproximadamente 30,000 millones de dólares (suma que tendría que abonar a los bonistas del “canje”), casi todas las reservas del país del sur. Ese es el principal “quebradero de cabeza” que tiene la administración de Cristina Kirchner y por ello hemos presenciado en los días posteriores al fallo distintas “poses escénicas” de “deudor ofendido”, más en tono de sainete que de drama propiamente.

La cláusula vence el 31 de Diciembre del presente año, de allí que el gobierno trate de “alargar” el plazo de pago a los “fondos buitre” lo más que pueda o pagarles este año una suma similar a la que desembolsaría a los acreedores del “canje” y al año siguiente, al vencer la cláusula, abonarles el resto.

Según los especialistas, Argentina no caería en la magnitud de la crisis de cesación de pagos de inicios de siglo, quizás al final “la sangre no llegue al río” y se logre, como dice la letra del conocido tango, un acuerdo “a media luz” entre los “fondos buitre” y el gobierno argentino mucho más ventajoso para estos que los acuerdos que suscribió con los acreedores del “canje”.

Técnicamente Argentina ya se encuentra en default, en cesación de pagos, dado que no honró la deuda el 30 de Julio pasado y lo convierte en un sujeto de crédito internacional poco o nada confiable, lo que se reflejará en distintos índices económicos del país (depreciación de la moneda, inflación, recesión, restricción de importaciones, desempleo), ello sin contar los sonados casos de corrupción y malversación de fondos públicos en las altas esferas del gobierno peronista que incluyen hasta a su actual vicepresidente y son vox populi en todo el mundo.

Con reservas bastante bajas, sin acceder –por su calificación crediticia- hace muchos años al mercado de capitales, con precios internacionales de materias primas como la soja que han descendido, sus ingresos principalmente son del comercio directo con China o Rusia, y en menor medida con sus socios del MERCOSUR y los subsidios del petróleo “chavista”. Mientras tanto el gobierno “convivirá” con el default y tratará de obtener réditos políticos de este tanto en la correlación de fuerzas al interior del peronismo como con los opositores.

Lo dramático que podría suceder es si la situación de incertidumbre se agudiza, traería pánico financiero, que los ahorristas retiren masivamente su dinero de los bancos, y el gobierno podría verse obligado a decretar un nuevo “corralito” (congelación de los depósitos), lo cual lo haría francamente impopular y podría ser el inicio del fin del kirchnerismo.

Otro riesgo es que a Argentina, como a cualquier deudor, sus acreedores busquen embargar sus cuentas (algo de eso está intentando uno de los acreedores). Y si bien políticamente la presidenta argentina hace una serie de gestos más para la platea, para el público interno, a fin de mantener su legitimidad y lealtad entre sus partidarios y generar un “enemigo externo” que le permita crear un frente común con la sociedad organizada (empresarios, sindicatos), haciendo votos que la población no se vea contagiada de incertidumbre o, peor aún, de pánico; lo cierto es que frente a una sentencia firme ordenando el pago a los acreedores, más allá de las argumentaciones “ético-filosóficas” de Cristina Kirchner, las posiciones maximalistas de su ministro de economía, las esgrimidas imposibilidades “legalistas” de cumplir con el fallo, los lemas proselitistas tipo “patria o buitres”, o la recientemente oficializada demanda ante la Corte de la Haya contra los Estados Unidos (más un gesto político hacia dentro a fin de “cerrar filas” ante un “enemigo común”), tarde o temprano Argentina tendrá que pagar o llegar a un acuerdo de pago con los “fondos buitre”, no queda otra, como a cualquier deudor.


Cristina Kirchner hace poco cerró un discurso, en alusión a su negativa de llegar a un acuerdo con los “fondos buitre”, diciendo “Me siento con una responsabilidad ante la historia”. Sería una ironía de la propia historia que el gobierno de “la pareja presidencial” de los Kirchner que comenzó su vertiginosa ascensión política a la Casa Rosada gracias a la crisis financiera de años atrás, termine ahora estrepitosamente por una nueva crisis de pagos.

Tuesday, August 12, 2014

HENRY PEASE

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejjlaw@yahoo.es

 Considerado como Cristiano de izquierda, aquellos que suscribieron la teología de la liberación y la llamada “opción preferencial por los pobres”, fue uno de los pocos intelectuales que en los años setenta renovó el pensamiento de la izquierda en el Perú. Su principal obra, El ocaso del poder oligárquico, la escribió alrededor de los treinta años. Certero análisis del fin de la oligarquía en nuestro país.

Docente universitario y promotor cultural desde la ONG Desco -que la dirigió por largos años-, incursionó también en la política, primero como Teniente Alcalde del recordado Alfonso Barrantes, y luego, en 1990, como su tenaz opositor para las presidenciales; recreando, quizás sin querer, “la maldición bíblica” del divisionismo en la izquierda. Aquellas elecciones de 1990 significaron el fin de la ola electoral más importante que haya conocido la izquierda peruana. En el interregno fujimorista fue constituyente; pero su mejor participación en la praxis política fue a inicios del 2000 bajo el emblema de Perú Posible, en ese entonces movimiento de centro izquierda. Congresista y presidente del Parlamento, realizó una de las mejores propuestas de reforma de la Constitución del 93, la cual, por intereses diversos (incluyendo intereses subalternos de un ala del toledismo) quedó archivada. Decepcionado de la política criolla, al igual que por razones de salud, se refugió en el mundo académico, su hábitat natural. Hace poco había presentado la revista del Post Grado que dirigía en su alma mater de siempre, la Universidad Católica.

Hombre de contrastes, como muchos intelectuales de izquierda realizó el espinoso tránsito de una visión radical que despreciaba el sistema democrático por considerarlo subalterno a los intereses de clase (tengo un librito que publicó a fines de los años setenta, Mitos de la democracia, donde decía pestes de la democracia representativa) a un convencido de las bondades y los valores de vivir en democracia. En ese sentido fue un converso. Y, como todo converso, tenía más fe en las creencias adquiridas que aquellos que no lo son. El fin del socialismo real, el propio empequeñecimiento de la izquierda nacional, el terrorismo demencial de Sendero Luminoso, la década autocrática de Fujimori, lo convencieron, como a muchos, que el sistema democrático es un constante hacer, más en nuestro país, y no será una maravilla, pero permite convivir en tolerancia a fuerzas sociales y políticas opuestas, y resolver sus diferencias en forma más o menos pacífica. De ese tránsito y la reflexión de su experiencia en el Congreso, nace otro libro interesante, Reforma política, llevando como sugestivo subtítulo Para consolidar el régimen democrático. Lamentablemente las propuestas que plantea Pease nunca fueron acogidas por la “clase política”, prefiriendo esta no autoreformarse. Las consecuencias las vemos hoy día.

Hombre de sólidos principios -cosa rara en el mundo político-, esperemos que su sensible fallecimiento signifique la reedición de muchas de sus obras, ahora solo ubicables en “librerías de viejo”. Una edición crítica de sus obras completas sería el mejor homenaje. Por lo menos su universidad de toda la vida, la PUCP, se lo debe. No vaya a suceder como pasa muy frecuentemente en el Perú, donde muchos intelectuales luego de muertos son olvidados hasta por sus mejores amigos, y si no es por la labor abnegada de una viuda o unos hijos que, muchas veces, con su propio peculio logran publicar sus obras después de muerto, su legado se pierde en la noche de los tiempos. Ojalá eso no suceda con Henry. Descanse en paz.



Friday, August 01, 2014

QUÉ ES REPÚBLICA DE HUGO NEIRA

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejjlaw@yahoo.es

Lo primero que se debe destacar y agradecer al autor es la prosa amigable, lo que permite una lectura más fluida y amena. Se nota que ama el idioma, a diferencia de muchos escritores de ciencias sociales y de derecho, cuyo “oscurantismo” no necesariamente es sinónimo de originalidad.

El libro del doctor Neira se sitúa entre el ensayo y el texto universitario; y se centra en la pregunta que le da título, haciendo un apretado recorrido en poco más de doscientas cincuenta páginas desde las polis griegas hasta las nacientes repúblicas sudamericanas del XIX, pasando por la república romana, las repúblicas italianas del renacimiento –con Maquiavelo como gran sintetizador de ese momento histórico-, deteniéndose buen tiempo en el fenómeno de la revolución francesa y, en menor medida, en el experimento novedoso -para la época- de la república norteamericana de fines del XVIII.

Pero si bien es un texto de divulgación, la novedad es que a diferencia de otros similares, no se queda en el mero estudio de las ideas o de los hechos, como en la historia “acontecicional”, aquella que es un cúmulo de fechas y datos, muchas veces inconexos; sino que, realizando un enfoque holístico, se proyecta al pasado de esas sociedades que explican el contexto de los hechos estudiados, dándoles una perspectiva y coherencia lógica. De la mano de Weber, pero también de Marx.

Así, por ejemplo, no se explica la revolución francesa sin tomar en cuenta el estado que ya existía en el despotismo ilustrado de los Luises (despotismo que permitió incluso ideas avanzadas para la época); o el gobierno federal de los nacientes Estados Unidos de Norteamérica sin el autogobierno de las trece colonias, con plena autonomía para tomar decisiones fuera de la tutela del poder británico.

Y en el caso de nosotros, las repúblicas que nacieron entre la segunda y tercera década del siglo XIX no se explica su génesis sin las ideas que a contracorriente trajeron los libertadores, inspirados en la Francia revolucionaria y en la Norteamérica de la Declaración de Independencia. Pero, lamentablemente, esas ideas no tuvieron suelo fértil en lo que después fue Latinoamérica. Tres siglos de colonización, aislados de los grandes sucesos de Europa, como la reforma protestante, la libertad de pensamiento, el pensamiento crítico, los avances científicos, las mismas revoluciones de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Aislados y protegidos, como dice el autor, tanto por la Iglesia como por el férreo control vertical del régimen imperial español. Salvo la excepción de los libertadores, gente ilustrada, empapada in situ de las grandes ideas del Siglo de las Luces, los demás actores de la independencia americana no se vieron imbuidos de los cambios trascendentes de la época y optaron los criollos por ocupar el lugar que dejaban los españoles en cargos políticos y en prebendas económicas. Aparecieron “los nuevos ricos” como sucede en toda época de trasmutación, se desalojó del poder a los próceres más radicales como Bolívar, otros fueron asesinados como Sucre, y unos más sufrieron el exilio como San Martín. Se optó por dejar las cosas como estaban y la promesa de una república quedó en eso, promesa.

Asimismo, la herencia cultural pesó mucho, “los usos y costumbres” coloniales se repitieron en las nacientes repúblicas en versión corregida y aumentada. La corrupción, que es un flagelo en casi todas nuestras repúblicas, no se entiende sin la corrupción que ya existía en el virreinato por acceder a los favores reales. La cortesanía, los besamanos, la ausencia de crítica, el halago encomiástico y hasta la infaltable “hora peruana”, es parte de esa pesada carga que todavía padecemos.

Pero Neira no se queda en la explicación en perspectiva de los hechos sociales, económicos y políticos, así como de las ideas, que dan lugar a cambios sociales trascendentes; sino que gran parte de esos cambios se “encarna” en algunos hombres. La historia es importante no solo por los hechos, sino por los hombres que la hacen; muchos quizás a contracorriente de lo que pensaban o creían. La revolución francesa no se puede explicar sin Robespierre, Danton, Mirabeau o el propio Bonaparte; para no mencionar a los que aportaron las “nuevas ideas” como Rousseau, Voltaire y Montesquieu en el continente; o Hobbes y Locke en Inglaterra. La revolución americana no se explica tampoco sin “los padres fundadores”: Jefferson, Madison, Hamilton. Y entre nosotros, el que da la talla como hombre de acción y hombre de letras es Bolivar. De allí su grandeza, la que se resalta en su muerte: muere pobre, rumbo al exilio e incomprendido por sus coetáneos. (El pobre Bolívar sufriría en su propia tierra, Venezuela, otras incomprensiones más contemporáneas).

Otra idea eje importante del libro es el bien común, consustancial a toda república. Sin bien común no hay república. Fruto de un acuerdo societario (la tesis de Rousseau y de Hobbes) o de una imposición histórica, el hecho es que el bien común requiere que los ciudadanos renuncien a su libertad natural y se sometan a ciertas reglas para convivir en sociedad (nace el Estado). Ello requiere ciertos sacrificios, como desprenderse de parte de sus bienes materiales (vía tributos por ejemplo), o guardando para si sus ideas más personales, incluyendo las religiosas, sin imponerlas a los demás (libertad de culto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, por poner dos ejemplos). Implica también que seamos materialmente cada vez más iguales. O si se quiere que las desigualdades no sean tan abismales (lo que se consigue, entre otros medios, a través de una educación de calidad, sin distinción de género ni de clase social, y adecuados sistemas de seguridad social y de salud). Así como que las amenazas del mundo económico (los monopolios y oligopolios, los grupos de poder fáctico) no ahoguen las libertades políticas y ciudadanas (algo de ese debate se encuentra en el cuasi monopolio de un conglomerado económico mediático local).

Una idea que también subyace en el libro de Neira es que toda república tiene ciudadanos. Una república sin ciudadanos es inviable o remedo de república, como sucedió y sucede entre nosotros. Con yanaconaje, servilismo y otras formas de vasallaje “pre-capitalista” es inviable una república; de allí que el concepto de ciudadanía debe calar en todos los habitantes de un país. Y ciudadanía es no solo votar en elecciones cada cierto tiempo, sino ejercer plenamente nuestros derechos pero también nuestros deberes. Una cosa y otra van de la mano. De allí -aunque Neira no lo dice- que fue importante el proceso de cambios durante el gobierno reformista militar de los años setenta: permitió liberar a muchos peruanos de la situación de servidumbre en que se encontraban e incorporarlos como ciudadanos. Más allá del balance positivo o negativo del docenio militar (mirado todavía con odios y pasiones como sucede con el decenio fujimorista) fue importante para la concreción de una república más amplia, que mal que bien ahí vamos.

En parte ello explica por qué en nuestro país, como en otros de la región, el sistema judicial no funciona adecuadamente, sino solo en un plano formal y limitado. El principio de respeto a la ley, sagrado en otras sociedades, queda entre nosotros en un plano retórico, hueco. Igual sucedió con el otro gran principio que nació de las revoluciones liberales del XVIII: “todos somos iguales ante la ley”. Cuando constatamos las diferencias sociales y económicas abismales en nuestras sociedades vemos que ese principio es apenas una formalidad. Ello da la razón por qué las leyes no se aplican debidamente o si se aplican, se aplican mal por los operadores legales. Hace poco leía en un periódico jurídico que nuestro Código Penal, en poco más de veinte años de vigencia, ha sufrido 577 modificaciones. Sí, 577. Más o menos veintiséis modificaciones por año y poco más de una cada quince días de su existencia. Y eso explica también por qué hemos tenido doce constituciones políticas en menos de doscientos años de vida republicana. Y en uno y otro caso, “la solución” que se plantea va por hacer un nuevo Código Penal o promulgar una nueva Constitución Política. De nuevo la formalidad y no buscar y encontrar las causas del fenómeno.

El autor termina con una inquietud: las repúblicas desaparecen cada cierto tiempo. Las polis griegas desaparecieron bajo la dominación romana; la misma república romana trastocó en imperio; y las repúblicas italianas desaparecieron bajo el poder de la Iglesia y de los grandes señores de la Italia de ese entonces. Pero es cierto también que en poco más de doscientos años la cantidad de repúblicas sobre el planeta es mayoritaria, y sigue creciendo; aunque se enfrentan a nuevos retos como la mundialización o globalización, el terrorismo internacional, la desigualdad social y económica, los fundamentalismos de toda laya, el retorno del racismo en Europa, la independización de autonomías (caso de España), rupturas de viejos estados (el soviético) o formas sui generis de capitalismo (la China actual). Son nuevos retos que requieren soluciones nuevas, imaginativas. El libro del doctor Neira aguijonea en ese sentido.

¿Qué es República?
Hugo Neira Samanez
Universidad San Martín de Porres. Instituto de Gobierno
1ª Edición, Lima 2012, 260pp