Friday, March 29, 2024

EL JOVEN VARGUITAS Y LA TÍA JULIA. LOS RECUERDOS PERSONALES EN LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Si bien en La ciudad y los perros el personaje llamado El poeta es un alter ego del escritor o para el personaje de Zavalita en Conversación en la Catedral recurre a sus recuerdos como periodista del diario La crónica; La tía Julia y el escribidor es la única novela de Mario Vargas Llosa (MVLL) donde echaría mano en abundancia a hechos acaecidos directamente al joven escritor de apenas 19 años. Fue también la única novela escrita en su totalidad en primera persona, donde el narrador-personaje (Varguitas) ocupa un rol protagónico a lo largo de todo el libro.

 

La tía Julia y el escribidor (como lo hizo con su última novela Le dedico mi silencio o sus memorias El pez en el agua) alterna capítulos donde narra en paralelo dos historias: el encuentro y posterior romance con su tía política Julia Urquidi y la contratación en la radio donde trabajaba del escriba boliviano Pedro Camacho y sus historias escabrosas para los radioteatros de los años 50.

 

Vemos desfilar personajes secundarios reales como Genaro Delgado Parker, nombrado como el empresario progresista y que luego sería un destacado broadcaster de la televisión nacional. O a Javier Silva Ruete, amigo íntimo desde la niñez del joven MVLL, y futuro ministro de Economía en tres oportunidades diferentes, la primera de ellas bajo el gobierno militar saliente de los años 70.

 

La novela comienza con una bella e idílica descripción del distrito de Miraflores de ese entonces y las ansias que queman las entrañas al joven escritor y que parecen irrealizables: “En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la Calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San Marcos, Derecho, creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión liberal, aunque, en el fondo, me hubiera gustado más llegar a ser un escritor…”.

 

1955. Un Miraflores mesocrático, donde todos se conocían, de pequeñas quintas o casitas, muchas de quincha y adobe, donde se enamoraban y se casaban entre ellos, vivían cerca unos de otros, casi eran una tribu como lo describe el narrador. Su propia familia materna era bastante numerosa y “bíblica” (tíos y tías desperdigados a lo largo de Miraflores). Trazos de una Lima que se reducía a la Plaza San Martín, el Jirón de la Unión y el distrito de Miraflores. Donde los empleados iban a almorzar a sus casas (al igual que los colegiales) y regresaban a su trabajo por la tarde, solo existían dos universidades (Católica y San Marcos), y la siesta era una institución en las costumbres de la época. Época donde, faltando algunos años todavía para que llegue la televisión, el bolero era el amo y señor en las reuniones sociales y los radioteatros el entretenimiento familiar que reunía a todos alrededor de la radio, aparato gigante y que ocupaba buen espacio de la sala.

 

En ese contexto de un Miraflores arcádico es que el joven Varguitas conoce a la tía Julia, hermana menor de la esposa de su tío Luis (padre de Patricia, su segunda esposa) y que había llegado de Bolivia para sobrellevar un reciente divorcio y, al decir de las malas lenguas, “encontrar un nuevo marido”. Esa historia se desarrolla a modo de un dramón de radionovela, porque el romance entre un muchacho de 19 años (la mayoría se alcanzaba recién a los 21) y una mujer de 32, por añadidura divorciada, era un tabú impermeable a cualquier licencia social.

 

Hay amores secretos, casi castos (en sus memorias MVLL cuenta que recién tuvieron su primera relación íntima cuando contrajeron matrimonio), fugas cinematográficas (se casan en un caserío lejano de Chincha), persecuciones del padre con pistola en mano y un final feliz con el matrimonio de la pareja. El happy end de todo dramón luego que los personajes pasan mil peripecias. Y, como dijo años después la propia Julia Urquidi, nadie creyó, ni ella misma, que ese matrimonio iba a durar nueve años.

 

La segunda historia en paralelo son los dramones de Pedro Camacho, truculentos, llenos de sobresaltos y datos escondidos, hasta que el excesivo trabajo hace que confunda personajes e historias llegando a la implosión por fatiga mental. Como recordó el propio MVLL, Pedro Camacho fue el primer escritor que conoció personalmente, aunque más era un escriba, ya que no leía mucha literatura (según Camacho para no ser influenciado por el estilo de otros escritores) y su único libro de cabecera era un recuento de aforismos y frases célebres con los que redondeaba sus diálogos. En contraposición vemos a un joven escritor usando el método de trabajo que repetirá a lo largo de toda su vida: más de traspiración que de inspiración, que hace y rehace los textos que escribe, crítico implacable de su propio trabajo, buscando la perfección de la palabra justa.

 

Si bien MVLL reiteró en múltiples entrevistas de la época que los recuerdos de su relación con su tía política fueron solo “el magma” para la ficción que creó al más puro estilo flaubertiano, donde el creador estaba distanciado del narrador, así éste lo cuente en primera persona, la verdad que a Julia Urquidi no le gustó mucho como la retrataron en la novela y algunos años después escribió una respuesta, sus memorias del matrimonio con MVLL y la intrusión de la prima Patricia entre los cónyuges -no la pinta nada bien- titulada Lo que Varguitas no dijo.

 

Lo cierto es que el propio MVLL reconoció la gran deuda que tuvo con Julia Urquidi, sin ella quizás no hubiera llegado a ser un escritor de fama internacional. Fue, junto a su segunda esposa, Patricia Llosa, el gran soporte para su carrera literaria. Con Julia realizó en 1959 el viaje a Europa a fin de convertirse en escritor, viaje del cual MVLL ya no retornaría al país, salvo contadas temporadas (con la excepción de 1987-1990, cuando postuló a la presidencia de la república). Julia Urquidi también acertó en una entrevista de los años 80 cuando pronosticó que recibiría tarde o temprano el premio Nobel. El año que ella fallecía (2010), el escritor recibió el premio.


La tía Julia y el escribidor no fue exenta de críticas, sobre todo de los ex compañeros de ruta, cuando el escritor ya se había alejado de la izquierda castrista. Alegaban un “agotamiento creativo” en el sentido que sus últimas novelas Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor eran obras menores comparadas con las tres primeras (La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la Catedral), consideradas hitos sin parangón del realismo crítico.

 

Quizás fatigado de esas tres obras mayores, en los años 70 MVLL compone estas pequeñas novelas con apariencia de divertimento (sobre todo La tía Julia…), “poco serias” conforme al canon dominante en aquellos años (el canon de la época era escribir denunciando las injusticias sociales). Hay que reconocer que MVLL no se copia asimismo. Formal y estilísticamente diferentes, Pantaleón y las visitadoras fue una sátira contra el Ejército, institución considerada todavía como tutelar de la patria, sátira que, me parece, ningún otro escritor peruano ha acometido con la misma eficacia; mientras que La tía Julia y el escribidor recrea magistralmente esa Lima de los años 50, pequeñísima, con una geografía mínima de cinemas y radioteatros, de una clase media ilustrada, compuesta de empleados que todavía se podían dar ciertos lujos, aunque viviendo también con estrecheces de fin de mes. Junto a sus memorias El pez en el agua, en los capítulos donde narra su niñez y adolescencia, esas páginas de los recuerdos miraflorinos y cincuenteros son de las más nostálgicas que haya escrito el Nobel.

 

Habría que esperar unos años más, a 1981, para su segunda gran obra, La guerra del fin del mundo, con la cual sus grandes novelas las escribió antes de los 45 años. Lo que publicó después ya no estuvo a la altura de sus primeros libros.

*Mario Vargas Llosa: La tía Julia y el escribidor. Edición consultada: 1ª. Edición de Seix Barral, 1977, 447pp.

Monday, March 18, 2024

BICAMERALIDAD, ¿SOLUCIÓN A LA CRISIS POLÍTICA?

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107 


Se aprobó la modificatoria constitucional retornando a la bicameralidad (una cámara de senadores y otra de diputados), tradición en nuestro constitucionalismo histórico.

 

La pregunta es si la aprobación de la bicameralidad soluciona nuestra -ya permanente- crisis política. La respuesta clara es No.

 

Con la aprobación de la bicameralidad sucede lo que Adam Smith en su libro La riqueza de las naciones sostenía del comerciante: no vende sus productos por hacer el bien angélicamente a los demás sino por afán de lucro; pero gracias a esa motivación egoísta hace un bien a los demás.

 

La aprobación de la bicameralidad no se produjo por un arrebato jurídico-constitucional de los congresistas para mejorar las instituciones, sino por el afán egoísta de reelegirse (o tener el anhelo de reelegirse) en la siguiente elección sea como diputado o como senador.

 

En el camino han hecho un bien, ya que es mejor desde la ingeniería constitucional dos cámaras que una; pero ello no garantiza que harán mejores leyes para el bien del país o que entrarán los más preclaros y lúcidos padres de la patria que con su sabiduría y experiencia guiarán a la nación. Más que probable tengamos otorongos de la calidad de los actuales en ambas cámaras.

 

Si lo enfocamos desde la crisis política, la bicameralidad tampoco soluciona el problema. Un problema que no es solo de partidos políticos (que más allá de dos o tres realmente partidos, el resto son esbozos de partidos), sino también de representación, de distritos electorales, de filtros partidarios para postular, del financiamiento, del papel de las directivas y del militante de base. El problema (y la solución) son más complejos que los buenos deseos de dos cámaras.

 

La crisis de los partidos políticos se incuba en los años 80, cuando retornamos a la democracia sin haber asimilado las lecciones que dejó el gobierno militar de los 70. Cuando en 1989 es elegido un independiente (Ricardo Belmont) para la alcaldía de Lima, fue la primera vez que un outsider ingresaba a la política nacional y, oficialmente, el comienzo del fin de la partidocracia. Ratificaría la tendencia en 1990 un desconocido ingeniero que llegaría a la presidencia de la república.

 

Esa crisis se agudizará en la década del 90, en el gobierno autocrático de Alberto Fujimori. En el 2000, con un nuevo retorno a la democracia, los partidos de oposición al fujimorismo no hicieron gran cosa por remediar el problema.

 

La situación de crisis actual es producto de un largo proceso que, la verdad, no sé si tendrá solución.

 

Saludamos la bicameralidad, pero como el dinosaurio de Monterroso, la crisis política sigue ahí.

Monday, March 11, 2024

LA SÁTIRA AL EJÉRCITO. PANTALEÓN Y LAS VISITADORAS

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Luego de publicada Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa (MVLL) publica una novela que causará revuelo y discusiones de nuevo: Pantaleón y las visitadoras. Sátira al ejército en una época (1973) cuando el Perú estaba gobernado de nuevo por militares.

 

En 1963 había sido publicada su primera novela, La ciudad y los perros, denuncia en el más crudo realismo de la organización militar a través de un grupo de cadetes del colegio Leoncio Prado. Mezcla de thriller con policial y utilizando las conocidas técnicas faulknerianas de sus primeras obras, marcó un antes y un después en la literatura nacional y su inserción internacional como escritor en lo que se conocería como el boom de la novela latinoamericana.

 

Diez años después MVLL vuelve a la carga de la institucionalidad militar, pero esta vez en tono de sátira con la novela Pantaleón y las visitadoras.

 

El argumento de la novela es bastante sencillo: vista la avalancha de denuncias en la selva contra los soldados por violar a las lugareñas, causado por el largo encierro en las guarniciones militares de la amazonia, al alto mando se le ocurre la idea de implementar un servicio de “visitadoras”, prostitutas que irán a los destacamentos para satisfacer los deseos carnales de los soldados y no violen así a las muchachas de la zona. La tarea es encargada al capitán Pantaleón Pantoja, conocido por sus dotes administrativas e impecable foja de servicios. La solución parece idónea, entendida la prostitución como un “mal necesario” en toda sociedad.

 

Todo marcha muy bien, pero, como siempre pasa en estos casos, la hubris ciega al capitán Pantoja, por añadidura se enamora de una visitadora, y el servicio al hacerse cada vez más notorio, cae por su propia celebridad. La eficiencia mata el servicio. Como es natural, la alta oficialidad se lava las manos y el capitán Pantoja es usado como “chivo expiatorio”. Dios perdona el pecado pero no el escándalo y todo vuelve a la “normalidad”.

 

Capítulos enteros son partes, noticias de diarios, cartas personales, informes y hasta sueños que van desarrollando la trama de la novela. Única oportunidad en que MVLL ha utilizado en tal proporción “materiales en crudo” para una novela suya. Otros capítulos son diálogos que suceden en distintos espacios y tiempos, entrecruzándose diferentes personajes. Sin llegar a la complejidad que utilizó en Conversación en la Catedral, esta forma de narrar le da bastante fluidez y dinamismo a la novela.

 

Y como subtrama, una secta religiosa que gira alrededor del misterioso “Hermano Francisco” y que va ganando adeptos entre la gente del pueblo y lo que viene a ser la clase media iquiteña (cuando Iquitos más era un pueblo que una ciudad). Ese perfil del Hermano Francisco lo desarrollará posteriormente en el personaje del Consejero en La guerra del fin del mundo. Sujetos fanáticos, carismáticos, que se sienten enviados por Dios y que arrastran multitudes.

 

Otro personaje secundario que cobra bastante notoriedad es El sinchi. El periodista radial que con voz engolada vende su opinión al mejor postor. La venalidad del oficio y que en la segunda versión cinematográfica de la novela lo encarnó magistralmente el desaparecido Aristóteles Picho.

 

Así como el teniente Gamboa de La ciudad y los perros es sancionado por buscar la verdad en el asesinato del cadete llamado “el Esclavo”; en Pantaleón y las visitadoras, el capitán Pantoja es igualmente sancionado por la eficiencia de la organización administrativo-sexual que creó. Como le dice el general Scavino, su superior al mando, si hubiera sido un servicio mediocre que funcione a medias nada de esto hubiera pasado. En el Perú se premia la mediocridad. Cualquiera que resalte es inmediatamente “bajado al piso”. Es la versión nacional del “palo encebado”. La eficiencia mata al capitán Pantoja.

 

La novela cuenta con dos adaptaciones al cine. La primera de 1975 codirigida por el propio MVLL y que es francamente olvidable. La segunda de 1999 dirigida por Francisco Lombardi que, tomándose algunas licencias, captó el espíritu de la novela.

 

Como anécdota, el propio MVLL refiere en sus memorias El pez en el agua que la oposición aprista a su candidatura presidencial de 1990 infundió el rumor que trataba como prostitutas a todas las mujeres de Loreto, seleccionando ciertos párrafos de la novela e incitaba a que impidan las iquiteñas cualquier manifestación del escritor e incluso “tomen” el aeropuerto acostándose en la pista de aterrizaje para impedir su llegada. Felizmente el incidente no pasó a mayores y el escritor-candidato fue bien recibido en la ciudad y pudo hacer sus mítines.

 

Sátira por extensión a toda organización, más si se considera venerable, después de 50 años Pantaleón y las visitadoras se deja leer. No ha envejecido. Quizás algunas palabras ya están fuera de uso del habla popular, pero se deja leer. Es una de las mejores novelas que escribió el por entonces joven Mario Vargas Llosa.


*Mario Vargas Llosa: Pantaleón y las visitadoras. Edición consultada: 4ta edición de Seix Barral, 1974, 309pp.

Monday, March 04, 2024

PETROPERÚ, QUÉ HACER

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Petroperú (PP) es un rezago de las empresas públicas que se crearon en la década del 70, durante el gobierno militar. El objetivo de la empresa no solo era recibir los activos de la nacionalizada IPC, sino explorar y explotar petróleo en la selva. En tiempos en que se formaba el cartel de la OPEP, se hablaba mucho de un “gato de petróleo” en la amazonia peruana que daría independencia energética a la nación. El gato hasta ahora no aparece.

 

Usada como “caja chica” por los gobiernos de turno en los años 80, en los 90, durante la ola privatizadora, no se incluyó a PP, aduciendo la sempiterna idea de ser “empresa estratégica”. Se vendieron activos como grifos o la refinería La Pampilla, pero no se tocó a la empresa, la cual pasó al Fonafe con las demás empresas públicas que sobrevivieron a la ola privatizadora. La cuota actual de mercado de PP es de un 25%, bastante pequeña si consideramos que fue monopólica su presencia 30 años atrás.

 

Tenemos una empresa que es guardada bajo siete llaves con una burocracia privilegiada -tipo la de Corpac- que trata de justificar su presencia con proyectos que le permitan regresar a los tiempos dorados. Ese proyecto fue la refinería de Talara que de una remodelación que iba a costar 200 a 300 millones de dólares pasó a una refinería prácticamente nueva de más de 7,000 millones en una cuenta que sigue subiendo. Es como si usted de solo actualizar su PC pasara a decidir comprar una nueva con accesorios caros incluidos.

 

Obra faraónica por donde se la mire y costosísima, considerando coimas incluidas. Carlos Paredes cuenta en su libro La tragedia de las empresas públicas que el proyecto nace de la burocracia interna de PP, el directorio como ave de paso -es cambiado a criterio del gobierno de turno- lo hace suyo, el gobierno de Humala le da el empujón definitivo y allí comienza toda la historia que se conoce ahora.

 

El proyecto fue subiendo de precio progresivamente, se le echó la culpa al Covid -muletilla para justificar cualquier error o retraso-, bajo PPK se emitieron bonos por 2,000 millones de dólares que deben ser pagados, se debe dinero a los proveedores y la refinería pasó a ser una de las más costosas del mundo, con un funcionamiento que no llega al 100% de su capacidad.

 

Nosotros no tenemos suficiente petróleo para refinar, por lo que gran parte es comprado afuera. La ganancia, si la hay, es en el margen que da el refino, pero para eso se debe refinar miles de barriles diarios. La ganancia se encuentra en proporción a la cantidad de barriles que se pueda refinar. En ese panorama, para determinar desde cuándo sería rentable la refinería pagando las deudas existentes, habría que hacer un estudio sincero y desapasionado, más allá de las opiniones a favor o en contra de vender los activos o de mantener a la empresa vigente en el tiempo.

 

Por eso el problema es más financiero, hacer números y ver si es o no rentable mantenerla por todos los peruanos, y qué solución financiera es más idónea para resolver el problema (que hay varias planteadas). Lo que el gobierno no puede es meter más dinero a un barril sin fondo (de petróleo). Siempre PP va a requerir más dinero y estamos ante la paradoja de una empresa estatal que no da dinero al estado, si no al revés, el estado debe mantenerla, distrayendo dinero de tareas más importantes como mejorar la educación, la salud o la seguridad ciudadana, este último, reclamo a gritos de todos los sectores sociales.

 

Todo ello en el contexto de largo plazo sobre mantener una refinería basada en energías fósiles, cuando a mediados de siglo estas se encontrarán en franca decadencia o, por lo menos, no tendrán la importancia que tienen ahora, por lo cual en pocos años tendríamos un elefante blanco digno de un museo futurista.

 

El otro tema es el manejo corporativo. Cómo modernizar una empresa estatal a estándares internacionales y no morir en el intento. Hasta ahora los sucesivos gobiernos han fallado o les ha importado poco modernizar PP. De allí que la vieja burocracia ha hecho y deshecho en la petrolera estatal, ganando gollerías y posiciones de dominio en el camino. El nuevo directorio tiene la difícil misión de poner el cascabel al gato. ¿Lo logrará?

 

Y no por último menos importante es el tema político. Los anteriores gobiernos no quisieron meterse mucho con PP por el mito de “empresa estratégica”, y en especial en la refinería de Talara, por no perder votos en Piura y verse magullado electoralmente. El actual tiene la ventaja que no pierde nada, por lo que tiene más libertad para tomar y ejecutar decisiones poco populares, salvo que esté amarrado a pactos secretos con los sectores que quieren que las cosas se mantengan como están. De ser así, sus actuales decisiones serían una suerte de gatopardismo.