Thursday, August 15, 2019

WOODSTOCK, 3 DIAS DE PAZ Y MÚSICA


Por: Eduardo Jiménez J.
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El festival de música rock Woodstock se ha convertido en el emblema más importante del movimiento contracultural hippie surgido en Norteamérica en los años 60 del siglo pasado. Quizás contribuyó el hecho que se grabó un documental exhibido en el circuito comercial, visto alrededor del mundo y ganador de un Óscar al año siguiente. Pero, parece que en los setenta el festival todavía no tenía el aura que luego se le adjudicó y fue recién a partir del décimo aniversario, cuando el movimiento hippie ya languidecía, que cobran fuerza las conmemoraciones históricas del multitudinario concierto de rock acaecido entre el 15 y el 18 de Agosto de 1969.

Hubiese sido imposible la realización del evento sin tres personajes claves: Michael Lang, el productor principal que nunca perdió la calma ni en los momentos más difíciles; Elliot Tiber, quien se la jugó como dirigente de la comunidad de Bethel para autorizarlo en el condado; y, Max Yasgur, quien alquiló sus campos para el concierto.

Michael Lang, fue la cabeza del conjunto de organizadores del festival. Como declaró posteriormente, no sabía en ese momento que estaban haciendo historia. La forma relajada de Lang de enfrentar los problemas y el carisma y persuasión personal que posee (como se aprecia en el documental), hizo posible remontar las dificultades para su realización. Hasta en los momentos más difíciles era un hombre que no perdía la calma y mostraba una simpatía difícil en momentos críticos. Sin Lang quizás el festival hubiese naufragado.

Elliot Tiber, dirigente de la Cámara de Comercio de Bethel, personaje un tanto olvidado,  fue quien autorizó el festival en el condado, cuando fue rechazado por la comunidad del condado vecino de Woodstock. Podemos decir que Elliot salvó el festival, dado que ya se habían vendido entradas y el fracaso iba a ser inminente de no encontrar un lugar apropiado. Realmente se la jugó contra viento y marea para que el condado aloje a los melenudos y desarrapados hippies. Tiber (a quien la película de Ang Lee, Taking Woodstock, le ha dedicado un merecido homenaje) era un activista de los derechos de las minorías sexuales que llevaba una doble vida: gay en la ciudad de Nueva York y un conservador administrador del motel de sus tíos y dirigente de la comunidad en el condado agrícola de Bethel.

Max Yasgur, próspero empresario agrícola del condado, sin importarle demasiado la opinión de sus otros vecinos granjeros, tuvo fino olfato comercial para alquilar sus campos para el concierto por 75,000 dólares, una pequeña fortuna en la época (a dólares actuales ganó más de medio millón por alquilar sus campos).

No estuvieron todos los grupos y cantantes conocidos en aquella época, algunos por que no pudieron llegar, otros porque no querían ser “uno más” en la cantidad de participantes y que luego, cuando Woodstock pasó a la historia, se arrepintieron de no estar presentes. Otros consiguieron saltar a la fama como Santana y su entrañable Soul sacrifice, o la estremecedora versión de Whith a little help from my friends de un joven Joe Cocker. Estuvieron también presentes bandas musicales consagradas en ese entonces como Creedence Clearwater Revival o The who. Imposible olvidar a Richie Havens y su estremecedora Freedom, a Janis Joplin o el solo de guitarra de Jimmi Hendrix con el que se cierra el festival.

Algunos aspectos anecdóticos son el ave que simboliza el festival, posada sobre una guitarra. No es una paloma de la paz como usualmente se cree, es una catbird, pintada originalmente sobre una flauta por uno de los organizadores. El objetivo que tuvieron al organizar el festival fue recaudar fondos para crear un estudio musical independiente de las grandes disqueras. El concierto si bien no se realizó propiamente en el condado de Woodstock, donde les negaron la autorización faltando pocas semanas, al estar ya impresas entradas, posters y demás parafernalia con el nombre de Woodstock, no quedó más remedio que dejarlo así. Los organizadores al ser desconocidos en el medio musical, tuvieron que doblar los honorarios usuales a los grupos y cantantes a fin de animarlos a participar.

Si bien se estima que la concurrencia llegó al medio millón, en el balance final los organizadores tuvieron pérdidas por cerca de dos millones de dólares, dado que no todos pagaron la entrada de 18 dólares por los tres días al correrse la voz que el concierto era gratuito (obligados así los organizadores por no poder controlar la marea humana que llegaba a Bethel), lo que originó una congestión de vehículos y personas, viéndose obligado el gobernador del estado de Nueva York ha declarar como “zona de desastre” las inmediaciones donde se realizó el evento.

Solo diez años después, y luego de sortear más de 70 demandas en su contra y en gran parte gracias a los derechos del documental, los organizadores pudieron zanjar deudas.

Gracias al documental que se vio alrededor del mundo propició una “moda Woodstock” en el look y el vestir de la época. Los 70 fueron la década del pelo largo en los hombres, ropa desaliñada, pantalones acampanados, flores en las vestimentas y el símbolo de la paz y el amor. Y, por supuesto, el uso más habitual de la marihuana y la cocaína, drogas –dicho sea- que no eran tan fuertes ni peligrosas como las variantes actuales.

Luego de una ardua búsqueda de los originales y conmemorando los 50 años se puso en circulación una edición fonográfica de 1969 copias con la participación de todos los cantantes y grupos que estuvieron esos tres inolvidables días. No ha tenido igual suerte el concierto de homenaje que quiso realizar el ahora septuagenario Michael Lang por la negación de permisos y la conmemoración se ha reducido a pequeños homenajes aquí y allá, incluyendo por supuesto Bethel.

¿Qué queda de todo ello?

Woodstock marcó el cenit de la música rock y sentó sus reales entre otros géneros musicales. Música popular, pero también expresión de un cambio generacional no visto hasta ese momento. Fue el testimonio de una época y de un movimiento contracultural icnoclasta que remeció los valores tradicionales de América y de Occidente. Quizás de la época queda solo lo vivido como movimiento contestatario y antibélico, pero el ambiente se respira todavía para quien quiera respirar libremente. Paz y amor.

Saturday, August 10, 2019

CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL: 50 AÑOS


Por: Eduardo Jiménez J.
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Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?

Así comienza Conversación en la Catedral, novela totalizante del Perú de la dictadura de Odría. Mario Vargas Llosa siempre ha dicho que de rescatar una novela del fuego, sería Conversación. Razón no le falta. Rehecha innumerables veces, sus 600 páginas la surcan una variedad de personajes y escenarios, y un pesimismo desgarrador siempre presente. El epígrafe que abre la novela se ajusta a la intención que tenía: la novela es la historia privada de las naciones, y MVLL quiso retratar el ambiente sórdido, pesimista, mediocre, de podredumbre moral del ochenio militar. Quizás en Conversación se refleja muy bien su tesis de cómo el poder corrompe, sobretodo cuando es un poder omnímodo y arbitrario. Sus mejores novelas tienen que ver con la corrupción que ejerce el poder sobre la vida de las personas.

Santiago Zavala, “Zavalita”, refleja su tesis. Un joven idealista que se estrella con la realidad sórdida y gris que le tocó vivir. Teniendo un sinfín de oportunidades como joven de la alta burguesía, navega en la mediocridad del Perú de los 50, haciéndose célebre su frase “En qué momento se jodió el Perú”. Desde su paso fugaz como estudiante sanmarquino hasta su deambular periodístico en La crónica, célebre periódico de la época.

Novela compleja, quizás la más difícil de MVLL, es donde llevó al máximo rigor las técnicas que había empleado en sus anteriores obras. Y, más allá del arduo trabajo que le demandó, es con justicia su mejor novela. Junto a La ciudad y los perros y La casa verde, sus otras dos obras de juventud, retrata muy bien el Perú de ese entonces, con un vigor y fuerza que no veremos en sus posteriores obras.

Tiene razón MVLL, si por alguna novela se le recordará, será por Conversación en la Catedral, sigue tan vívida y vigente como hace cincuenta años.