Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Algunos sociólogos sostienen que
posiblemente estemos terminando, por lo menos en Occidente, la larga etapa
histórica del patriarcado y dando paso a una nueva etapa de mayor igualdad
entre los sexos, por lo que fruto de este fin de período es la desesperación de
muchos hombres que sienten que su dominación sobre la mujer termina y se ven
frustrados al no poder actuar con tanta impunidad como antaño. De allí los
crímenes execrables contra mujeres que se ven a menudo.
Es una hipótesis que, naturalmente,
requerirá data para confirmarla o no.
Las ideologías (ideas para entender o
ver el mundo) universales tienen una duración histórica prolongada. Traspasa
fronteras, etapas de la historia y se asienta en el sentido común como algo
natural. Es lo que sucede con las grandes religiones y con la ideología del
patriarcado (y su secuela más epidérmica, el machismo) con la predominancia del
hombre sobre la mujer.
Aunque no siempre fue así. Por
estudios antropológicos de sociedades arcaicas, al parecer antes que existiera
la civilización patriarcal, la mujer en el mundo remoto de aquellos tiempos
predominaba sobre el hombre. Parece que su poder emanaba de la fertilidad,
asociada a la tierra, ocupando el hombre un segundo plano en esas sociedades
primitivas de carácter comunitario.
La situación se invierte con el
nacimiento de las grandes civilizaciones del mundo antiguo, donde predomina el
hombre sobre la mujer. Algunos asocian el hecho al nacimiento también de la
propiedad privada y de la familia como la conocemos ahora, donde la mujer pasa
a ser una propiedad más del hombre y administradora del hogar. En algunas
sociedades se sacraliza el lazo con el matrimonio monogámico (que va implicar
que la mujer no puede ser compartida con otro hombre, pero este sí puede tener
otras mujeres, reconocidas o no).
Coadyuva al hecho los grandes relatos
justificatorios, incluyendo los religiosos, del sometimiento al hombre, donde
incluso se da a entender la superioridad física e intelectual de este con
respecto a la mujer, o la naturaleza un tanto pérfida de esta última (es el
caso del relato bíblico del génesis referente a Eva y el fruto prohibido). La
justificación de la sujeción de la mujer al hombre se condice con la
interpretación del relato bíblico del “pecado” de Eva y otros ejemplos como la
“traición” de Dalila.
En algunos casos el relato
justificatorio de la superioridad masculina tendrá un aura más romántica (caso
de los juglares europeos) o será vista la mujer como un ser débil e indefenso que
requiere la protección del hombre. O aquellos que la retrataban como un niño,
un incapaz que debe ser conducido primero por el padre y luego por el esposo.
Brutal o suavemente, despótico o
persuasivo, lo cierto es que en los relatos justificatorios se va a entender
como algo natural la superioridad del hombre con respecto a la mujer y este
hecho como si fuese algo biológico o puesto por designio divino.
De allí la ideología patriarcal
dominante se expandirá por la educación y a otros ámbitos como los derechos de
la persona, donde hasta hace poco la mujer era ciudadana de segunda categoría.
Es en el occidente contemporáneo que
esta situación va cambiando poco a poco. Comienza con el derecho al voto de la
mujer, a la elección en cargos políticos, se traslada al derecho a trabajar
fuera del hogar, a tener una profesión como el hombre y, a mediados del siglo
XX, la igualdad sexual.
Quizás ha contribuido a la aceleración
de estos cambios los medios digitales. Las noticias del abuso contra mujeres
llegan más rápido que antes al ciudadano, así como las denuncias a través de
las redes, sensibilizando a la población. Lo que a su vez ha repercutido en los
medios de comunicación que hacen eco de las denuncias contra abusos o maltratos
a mujeres y niños.
Ello ha permitido crear un clima de
sensibilización y, en cierta manera, a actuar por parte de quienes tienen el
poder, que no pueden mostrar indiferencia ante casos de esta naturaleza.
Incluso, jurídicamente se ha abierto un debate en distintos países para aplicar
la pena de muerte en los casos más abominables.
Creo que estamos en una etapa de
transición (no exenta de riesgos o retrocesos) entre el debilitamiento gradual
del pensamiento patriarcal-machista y algo nuevo, quizás una etapa de mayor
igualdad entre los sexos. Incluso la aparición de grupos machistas en redes
como los incels (célibes
involuntarios), hombres que no han podido tener sexo voluntario con mujeres al
ser rechazados y actúan violentamente, es reflejo de esa etapa de transición
que estamos pasando, donde lo viejo se resiste a morir frente a lo nuevo que
está naciendo.
Claro, si queremos reforzar el proceso
es necesario no solo una penalización (el feminicidio) sino que las
instituciones del estado actúen eficientemente. En el caso de nosotros, se hace
necesario un mejor actuar por parte del Poder Judicial y el Ministerio Público
para sancionar ejemplarmente los casos más flagrantes de feminicidio. Se ha
constatado reiteradamente que la norma sola no ayuda a bajar los índices del
delito; es más, las tasas de feminicidio desde que se promulgó la ley han
aumentado notablemente. De allí el necesario actuar coordinado y eficiente de
distintas instituciones del estado y la sociedad civil.
La tarea es compleja, porque muchos de
los operadores tienen el pensamiento machista enraízado (jueces, fiscales,
policías), aparte que gran parte de las víctimas todavía no se atreven a denunciar
a sus victimarios, o ven como algo natural el maltrato a la mujer. La escuela
también juega un papel clave, sobretodo para educar en valores de igualdad a
los niños que ingresan a la vida escolar. A ellos va a ser más fácil cambiarles
“el chip” que a un adulto formado en valores tradicionales.
Todo proceso histórico de largo
aliento no es mecánico. Requiere la participación activa de los involucrados y
un trabajo a largo plazo cuyos frutos recién se apreciarán en las futuras
generaciones.