Saturday, May 11, 2024

EL PARTIDO DE LOS CIEN AÑOS

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Salvo para los memoriosos y nostálgicos, pasó sin pena ni gloria los cien años de fundación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, más conocida como APRA. Los problemas y crisis coyunturales, los día a día que nos devoran el tiempo, hicieron que la fecha sea celebrada solo por algunos ya viejos seguidores de Haya de la Torre, el fundador, o del único presidente que tuvo el partido, Alan García Pérez.

 

Pero la indiferencia no debe opacar que el Apra sea el único partido nacional más añejo, que puede decir que cumplió los cien años de existencia desde que un grupo de jóvenes estudiantes lo fundaran en México con la idea de una alianza continental y la conformación de un frente único de clases media, obrera y campesina contra la oligarquía todavía reinante en aquellos años.

 

Ya como partido, la sección peruana nacería algunos años después, en 1930 (de allí el nombre de Partido Aprista Peruano). Influyó en el continente en partidos como Acción Democrática de Venezuela, el Partido de Liberación Nacional de Costa Rica y, aunque usted no lo crea, en su momento también influyó notablemente en el histórico Partido Socialista Chileno. No es poco, sobre todo ahora que los partidos duran apenas una elección o son rentados al mejor postor.

 

Mucho se discutió en la época auroral del partido si lo idóneo para América Latina era la idea de alianza de clases o si el partido obrero a la manera marxista. ¿Partido obrero o partido policlasista?

 

A la luz de los hechos políticos, creo que la idea de Haya era la más viable en el contexto latinoamericano. Con una insuficiente clase obrera, donde todavía predominaba la mayoría de origen campesino y una clase media incipiente, un frente de clases era más viable que la de un partido obrero como vanguardia de la revolución. La idea leninista se encontraba muy lejana de nuestra realidad. La tesis del espacio-tiempo histórico de Haya, si bien discutible, tenía mucho de razón.

 

También se ha escrito en abundancia qué hubiera pasado si se dejaba gobernar al Apra en los años 40, cuando todavía conservaba un fervor revolucionario.

 

Es posible que habríamos tenido a nuestra manera una revolución mexicana. Liberar fuerzas tectónicas desde abajo, erradicar taras que nos acompañan desde la Colonia y el surgimiento de una burguesía nacional que responda a nuestros propios intereses. Aunque posiblemente tampoco nos habríamos librado de una guerra civil, visto el sectarismo y la polarización que se vivía en ambos extremos.

 

Nada de ello sucedió y más bien se tuvo que esperar 20 años más a que un grupo de militares intentaran hacer esa revolución nacionalista que quedó inconclusa. Así como Fujimori tomó muchas banderas del ideario liberal de Mario Vargas Llosa, los militares tomaron muchas banderas del ideario primigenio del Apra para hacer su revolución. Muchos apristas se sumaron al proyecto, cuando ya el partido había arreado sus banderas iniciales.

 

Luego del interregno pactista con la extrema derecha de los años 50 y 60, lo que vino después fue la transición de partido revolucionario a partido socialdemócrata. Un programa social con reformas económicas liberales y la democracia como sostén político. Una suerte de tercera vía peruana. Fue el programa del segundo gobierno de Alan García, luego del frustrado ensayo populista de su primer gobierno.

 

Generalmente los partidos revolucionarios en sus albores terminan como parte del sistema político. Es parte de la evolución necesaria de todo partido radical en sus inicios.

 

Otros se preguntarán cómo ha durado cien años, cuando los partidos ahora apenas duran una elección y a veces ni eso.

 

Mucho tuvo que ver la dedicación exclusiva de Haya de la Torre al crecimiento de su partido. Dejó una criatura fuerte y grande cuando partió de este mundo. Pero, también hay que tener presente que los partidos históricos con mártires, ideario, mística, forjados al calor de las luchas sociales, son los que se mantienen en el tiempo. Los otros, los de chequera y empleados, desaparecen con el dueño, al igual que los de cenáculo iluminado de unos cuantos, como sucedió con infinidad de partidos de izquierda. El Apra fue el primer partido cholo y popular que tuvimos.

 

La sucesión de un “compañero jefe” siempre trajo crisis al Apra. Muerto Haya de la Torre hubo un cisma que dividió en dos al partido y la llegada transaccional de un joven y carismático Alan García que aprovechó la coyuntura crítica. Muerto Alan, queda un vacío de sucesión. El Apra siempre ha buscado un caudillo que lo lidere y que responda al partido. Esa figura al parecer no se acaba de dibujar todavía. ¿Significa ello la muerte del Apra como sus enemigos pronostican?

 

Hay un viejo dicho que dice “mala hierba nunca muere”. Veo difícil la muerte de un partido que ha sabido adecuarse a los tiempos y que ha mantenido una presencia constante en la política peruana y que, por añadidura, supo representar en sus filas a todas las clases sociales que en cierta manera han reflejado el país contradictorio y difícil que somos.

 

De repente ese viejo eslogan “el Apra nunca muere” es cierto. La historia no ha acabado.

Monday, May 06, 2024

EL ÁGUILA Y EL CÓNDOR: DIFERENCIAS Y SIMILITUDES ENTRE PERÚ Y MÉXICO

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

            Segundo libro del díptico comparativo entre Perú y México, el libro del Dr. Hugo Neira, El águila y el cóndor: México/Perú, comparativamente desarrolla las similitudes y diferencias entre la formación de los estados nacionales mexicano y peruano. (El primero, El mundo mesoamericano y el mundo andino, aborda nuestra historia prehispánica y colonial).

 

Si bien la independencia de ambas naciones es a inicios del siglo XIX, su desarrollo y consolidación comienza a tomar diferencias por hechos diversos que les aconteció en su vida republicana. México nace como una monarquía constitucional, con un emperador a la cabeza, un tanto a la usanza de la autoproclamación de Napoleón por aquellos años. Si bien por un breve tiempo (Iturbide es fusilado), dará paso a la elección del tipo de gobierno: federal o unitario. Gana el gobierno federal, inspirado por el gran vecino del norte. Luego padecerán la pérdida de casi la mitad de su territorio en la guerra con Estados Unidos, trauma parecido al de nosotros en la guerra con Chile. A mediados del siglo XIX las reformas liberales, la expropiación de las tierras de la Iglesia y la invasión de Napoleón III y la imposición de un emperador austriaco. Allí resalta la figura de Benito Juárez, el primer presidente indio que tiene México. Luego el porfiriato con casi 40 años de estabilidad política y modernismo que le da el gobierno autoritario de Porfirio Díaz.

 

En el siglo XX: la revolución mexicana. Diez años en que México se desangra, el legado histórico de la Constitución de Querétaro de 1917, la sucesión de los caudillos llamados a ejercer el mando y su muerte repentina (casi todas las grandes figuras de la revolución mueren asesinados). La revolución significa la emergencia de lo popular y la consolidación de la nación mexicana. De allí la idea de un partido político que esté en el poder y los presidentes sean los que pasen (no hay reelección de ningún tipo), suerte de transacción entre el caudillismo y la alternancia en el poder. Nace la idea del PRI, el partido de la revolución, que bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas le da la forma que conocemos: un partido que se encuentra enraizado en la sociedad mexicana, que representa tanto a los obreros, como a los campesinos y la burguesía.

 

¿Resultado? 70 años de estabilidad política para México, hasta fines del siglo XX.

 

Lázaro Cárdenas tiene otros méritos, aparte de profundizar la reforma agraria, nacionalizar el petróleo, dar asilo a los republicanos españoles (que renovarán la cultura mexicana). Es el último presidente militar que México tendrá. Cárdenas se deshace de los caudillos militares y el siguiente presidente será un civil. “El tapado”, aquel designado a dedo por el presidente como su sucesor y el sistema que se vino a llamar “la presidencia imperial” por las amplias facultades con que cuenta el presidente en los seis años de gobierno.

 

Hugo Neira reconoce que tanto con Porfirio Díaz (una suerte de Augusto B. Leguía) como con el PRI, México ingresa a la modernidad, se consolida el estado y se tiene una idea amplia de nación. ¿Por qué se desmorona ese régimen que nace con el PRI?

 

El autor tiene una hipótesis bastante sostenible: Al igual que sucedió en la España de Franco o el Chile de Pinochet, las capas sociales que nacen al cobijo de gobiernos autoritarios comienzan a necesitar mayor independencia y oportunidades de las que el poder autoritario otorgaba. Y comienza a gestarse la idea de deshacerse de quién los cobijó. Con Franco muerto comienza el proceso de democratización bajo el rey Juan Carlos figura transaccional entre republicanos y franquistas. Con Pinochet es el referéndum que le dice no a quedarse en el poder (y lo que no se dice mucho, respetada la decisión popular por los militares).

 

Con el PRI sucedió algo similar. Las capas sociales bajo su cobijo van teniendo más poder y deciden deshacerse del viejo aparato institucional que ya rechinaba en el siglo XXI.

 

¿Qué le depara a México de acá en adelante?

 

Es difícil saberlo. El PRI regresó por un sexenio, pero ya sin pena ni gloria. La derecha a través del PAN gobernó, también sin mucho lustre. López Obrador (ex militante del PRI) a través de su partido MORENA parece que quiere volver al viejo esquema del partido en el poder y enraizado en la sociedad, usando incluso malas artes y mañas, pero el pronóstico es reservado. Si bien MORENA tiene gran aceptación, no sabemos si su candidata (elegida a dedo, bajo una ligera pátina de democracia interna, como en los viejos tiempos) podrá continuar con la tradición priista y MORENA convertirse en el nuevo PRI.

 

Es la primera vez que se presentan dos mujeres (una del oficialismo y la otra de la oposición) a las justas electorales para la presidencia. Cualquiera que gane no la tiene fácil. México atraviesa problemas que no tuvo cuando hizo su revolución. No solo son los problemas sociales que la revolución mexicana no pudo resolver, sino el narcotráfico, los carteles de la droga que han convertido muchas zonas de México en tierra liberada. El narco no solo corrompe a los funcionarios del estado, corrompe a los estratos sociales y penetra en el estado poniendo a su gente. No es tarea fácil.

 

La diferencia entre la formación del estado y la nación con Perú es notoria. Nosotros no tuvimos una revolución como la mexicana, si bien el gobierno nacionalista de Velasco quiso hacer algunas cosas, estas se quedaron truncas. Nuestra reforma agraria y nacionalización del petróleo fueron hitos muy parecidos, aunque han tenido también retrocesos. Bajo Velasco también se quiso formar una burguesía nacional, pero le faltó tiempo, decisión y coraje para completarse en un proyecto nacional. El Partido Civilista de Pardo en el siglo XIX fue el otro intento trunco por la guerra con Chile. Y el gran partido de masas que fue el aprismo nunca se le dejó gobernar bajo Haya de la Torre. Como lo reconoce el Dr. Neira fue el gran partido del siglo XX que pudo haber hecho las grandes reformas.

 

El nacionalismo no necesariamente es malo. Neira cita a Basadre al respecto: “el nacionalismo, que en otras partes no es necesario fatalmente, está superado, urge aquí. Hay un nacionalismo destructor, aquí debe ser constructor. En otras partes es ofensivo, aquí necesita ser defensivo”.

 

El nacionalismo velasquista llegó tarde a nuestra historia y lo peor que quedó trunco. Como reconoce el Dr. Neira hay tres hechos importantes (él las llamas placas tectónicas) que han ocurrido en el siglo XX peruano: 1. La migración interna, de las ojotas rebeldes a la choledad empresarial, como la denomina; 2. La reforma agraria de 1969 que convirtió a indios en servidumbre en propietarios; 3. La economía de mercado bajo Fujimori. Nos guste o no, bajo el gobierno de Fujimori se ponen las bases de una segunda modernidad (la primera fue la de Leguía), abierta al mundo. Es la que estamos viviendo con sus altas y bajas.

 

Nuevos ricos que salen del pueblo, fundan universidades, hacen empresa. Migraciones masivas a las grandes ciudades ante la falta de oportunidades en provincias. Las familias apuestan a la educación como ascensor social de sus hijos. Y, en el medio, una revolución agraria, que por ser trunca y por su fracaso, amén del terrorismo de los años 80, expulsó a mucha gente del campo hacia la gran ciudad. Y ante la falta de oportunidades, crean su propio empleo. El muchacho provinciano al que canta Chacalón. El triciclo Perú de Los Mojarras. El emprendedor. Y al final del siglo una revolución silenciosa, ya no alzada en armas, sino de modernidad hacia afuera. Autoritaria, pero que se pone en sintonía con los nuevos tiempos. Esa combinación ha dado lugar a un nuevo Perú.

 

Pero también nos acecha la anomia, el desgobierno y el autarquismo que se vive en muchas regiones. El Dr. Neira reconoce que el peruano no es solidario con los demás y se zurra en el derecho (“la ley se acata, pero no se cumple”). Súmele el narcotráfico, trata de personas y delincuencia organizada. Son fuerzas centrífugas que pueden terminar con lo que entendemos por nación peruana. El Dr. Neira en repetidos artículos y ensayos se pregunta con justa razón -y yo también- si llegaremos a un tercer centenario como la nación peruana que conocemos ahora. El tiempo lo dirá.


*Hugo Neira: El águila y el cóndor. México/Perú. Universidad Ricardo Palma, 2019, 511pp.