Thursday, May 28, 2020

CORONAVIRUS: ECONOMÍA Y SOCIEDAD


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107



La pandemia ha puesto en jaque a distintos gobiernos, sean de Europa, EEUU o América Latina. En el continente han sido recurrentes los errores de Trump para, primero ignorar y luego enfrentar mal la pandemia, arrojando un saldo de más de 100,000 muertos. Ello le puede costar la reelección. Andrés López Obrador fue otro caso. Primero dijo que “una estampita de la Virgen de Guadalupe” iba a proteger a México de la epidemia ya desatada en el mundo. Y si bien luego tomó algunas medidas, todo indica que México también entrará en recesión. Y demostrando que la oligofrenia no conoce fronteras, Jair Bolsonaro fue otro. Primero tomó al covid como un simple resfrío, luego que los brasileños no se enferman (¿?) y después destituyó a su ministro de salud por querer implementar medidas para contener la epidemia.

Lo cierto es que en los casos citados se quiso evitar el apagado de los motores de la economía, a fin que terminada la pandemia los encuentre en mejor posición. Es la alternativa de muchos gobiernos entre salud o economía.

En el caso peruano, la opción fue clara a favor de la salud desde la primera cuarentena iniciada el 16 de Marzo. Se debe reconocer que se tuvo reflejos rápidos y evitar el contagio directo de persona a persona. Las ampliaciones sucesivas carecieron del éxito inicial por varios factores. Y si bien se le echaba la culpa a la población que incumplía el aislamiento, lo cierto es que existieron errores del propio gobierno y no tomar en cuenta el especial contexto peruano, más de un país del tercer mundo que del primero.

Se olvidó que estamos en un país con una PEA mayormente informal (70% aprox) que vive el día a día, sin garantías sociales como seguro contra el desempleo que pueda cubrir el no poder trabajar por un tiempo. Menos cuenta este sector con un seguro de salud o uno previsional que le permita al trabajador jubilarse con una pensión digna. Ello, aunado al poco civismo (el sector emergente, a diferencia de la clase media tradicional, tiene más un individualismo exacerbado que un sentido de civismo solidario), propició que la cuarentena fuese medianamente exitosa.

Es así que las sucesivas ampliaciones de la cuarentena se cumplieron parcialmente, más por necesidad económica que por asunto propiamente cívico como argüía el gobierno. Por otro lado, los subsidios económicos (los bonos) no llegaron a todos los más necesitados por contar el estado con una data errónea e insuficiente. Asimismo, al no contar mayormente la población con cuentas en bancos, las filas para el cobro de los subsidios económicos fueron fuente de contagio, justo lo que se quería evitar. Igual sucedió con los mercados tradicionales, en los que el gobierno demoró en reaccionar para su intervención. Ahora, liberalizadas ciertas actividades económicas, la fuente más peligrosa de contagio es el trasporte público, mayormente también informal y que el único protocolo que seguirá es “al fondo hay sitio”.

Hemos tenido también una economía mercantilista que amparada en la “libertad de mercado” especuló con los precios de ciertos bienes y servicios esenciales. Esta economía cuenta con operadores dentro y fuera del gobierno, lo que facilita su labor. No solo abogados y economistas que en nombre del sagrado mercado defendieron el alza injustificada de ciertos precios, sino también de funcionarios al interior del propio gobierno. Pero también faltó más decisión del ejecutivo para enfrentar a estos grupos y una herramienta legal que le permita en casos de emergencia, como la que vivimos, el control de precios y distribución de ciertos bienes y servicios esenciales. Suena desagradable, pero como algunos remedios, es necesario en ciertos momentos.

El gobierno peruano ha tenido unas de cal y otras de arena. Con un estado paquidérmico y corrupto, un sistema público de salud ya en pésimas condiciones antes de la pandemia, una burocracia que ha saturado de protocolos todas las actividades económicas y una economía informal muy difícil de regular, el presidente, en un discurso bastante confuso, anunció continuar la cuarentena en una segunda etapa, con cierta flexibilización en algunos oficios.

En resumen, hemos tenido una combinación de un estado ineficiente (que es de larga data), una población necesitada de sobrevivir más allá de las restricciones y poco apegada a las reglas de ciudadanía, una reducida clase media que sigue obediente el confinamiento y un gobierno limitado en su eficiencia por causas internas y externas (debilidad política, subordinación explícita a los grandes intereses, capacidad ejecutiva limitada de quienes deben tomar las principales decisiones, etc.). Y en medio de todo ello, la corrupción fue infaltable. De allí que para los magros resultados obtenidos, el costo haya sido elevado tanto en sacrificio económico como en libertad personal.

Estamos seguros que la mayoría de la población no va a seguir con el confinamiento. No solo es el hartazgo, sino que la gente o muere por el coronavirus o muere por hambre. Es muy probable que la permisión de pequeños negocios u oficios se amplíe antes que termine la segunda etapa de la cuarentena el 30 de Junio o el gobierno se haga de la “vista gorda” ante la emergencia de sectores populares que buscarán el pan como sea.  

Si bien en sus inicios el gobierno peruano fue aplaudido acá y en el extranjero por las decisiones tomadas. Ahora, con una alta tasa de contagiados y fallecidos (somos el segundo país en AL con número de contagiados), economía recesada y falta de convencimiento en la ejecución de las medidas dictadas, el gobierno se muestra errático. No solo no consiguió detener la pandemia, sino que el costo ha sido elevadísimo. Hemos gastado gran parte de los ahorros nacionales para tan escasos resultados. Y tampoco se ve claramente el rumbo que va a tomar, lo cual se trasluce en la continuación de muchos desaciertos.

Thursday, May 14, 2020

EL ESPÍA DEL INCA DE RAFAEL DUMETT

 
Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107




Estamos entre los años 1532-1533, entre la captura de Atahualpa en Cajamarca y su posterior ejecución, en el período fundacional de lo que luego entenderíamos por nación peruana. Un grupo de españoles ya penetraron la frontera norte del Tahuantinsuyo en busca del oro que han escuchado existe en abundancia en un reino llamado Birú donde, según los naturales, hasta las calles están empedradas en oro. En paralelo a ello, Atahualpa ha ganado la sangrienta guerra civil contra su hermano Huáscar en la lucha por el poder (luchas tan sangrientas y conspirativas como las que sucedían en Europa) luego que su padre Huayna Capac y el sucesor designado murieran por la viruela. Atahualpa es bastante hábil, tiene una inteligencia despierta. Se ha rodeado de buenos estrategas que antes estuvieron en el bando de su hermano. Literalmente “se los compró”. También tiene el don de la persuasión, la labia fácil; por lo que observando la codicia de los españoles les ha prometido por su liberación un cuarto lleno de oro y dos de plata, hasta donde alcance su mano. Su general más cercano y leal, Cusi Yupanqui, no cree en las promesas de los “barbudos que andan en llamas gigantes”, por lo que planea un rescate del inca para lo cual necesita un espía que le informe de lo que sucede dentro de la LLacta y tenga contacto directo con el Único. Entra en escena Salango, el espía del inca, hermano de yanantin de Cusi, hombre de su absoluta confianza, y con una habilidad extraordinaria: contar personas y cosas de un solo vistazo.

Grosso modo, ese es el argumento central de la novela; pero es mucho más. En cerca de 800 páginas Rafael Dumett cuenta cómo era la vida en los años previos a la invasión y la cosa no era tan idílica como lo pintó Garcilaso. Había mucho odio de los pueblos sometidos hacia los incas y creyeron encontrar la hora del desquite en la llegada de los españoles, a quienes –gracias al olfato político de Pizarro- tomaron por aliados. La guerra civil entre los dos hermanos no había terminado de cimentar el poder de Atahualpa, por lo que muchas panacas  cuzqueñas (suerte de casas reales) estaban en contra de él y esperaban colocar la mascapaicha a otro inca. Tomebamba (la actual ciudad de Cuenca en el Ecuador) ambicionaba convertirse en el nuevo Cuzco, el cual ya mostraba signos de decadencia en su realeza (por el matrimonio entre hermanos y primos hermanos nacían muchos upas, idiotas). Frente a la administración que requiere un imperio tan extenso y complejo, existen intentos de reforma, como el de Huayna Capac, de asimilar a los mejores de las tierras conquistadas como funcionarios reales, incas de privilegio, previa metamorfosis por medio de la educación en los yachayhuasi, las casas del saber, escuelas donde se convertían por el idioma (el simi), la historia y leyenda de los incas, las costumbres, las leyes, el uso de los quipus y el trato de privilegio en leales servidores del imperio. Se crea una burocracia estatal que no obedece necesariamente a los vínculos de sangre, sino al mérito (aparte que de esa manera el inca colocaba en cargos claves a gente agradecida por subirlos socialmente y no a los parientes de sangre que constantemente conspiraban contra él).

Justamente uno de estos incas de privilegio es Salango (antes Oscollo, en su niñez remota Yunpacha y después Pedro Anco), el personaje central. Yana (gente del pueblo) que pertenece a la etnia dominada de los chancas y por casualidades del destino se convertirá en funcionario real de los incas, siendo preparado para ser su espía en tierras conquistadas. Los ojos y oídos del rey. Dumett ha declarado en múltiples entrevistas que para delinear a su personaje se inspiró en las novelas de John Le Carré antes que en las de Ian Fleming. Y es cierto. Salango encarna el cumplimiento del deber ante todo e, incluso, entregar la vida de ser necesario, a quien la soledad, el desgarro de su vida personal y familiar, el control de sus emociones, así como el análisis de personas y cosas acompañan siempre. Usa la violencia y ciega vidas solo cuando es necesario. Más persuade y convence por la inteligencia que por la fuerza. Alejado de niño de su ayllu natal por decisión de los funcionarios incas, conocerá la llacta ombligo (el Cuzco), donde será educado como funcionario real y preparado en las artes del espionaje.

Sobre el rescate, Dumett refiere que encontró en una crónica que existieron intentos de rescatar al inca cautivo en Cajamarca y en base a ello creó esta gran ficción que nos parece tan creíble que pensamos ocurrió realmente. Pero, lo interesante no es el rescate (el arco temporal de la novela abarca unos 8 meses, desde la captura del inca hasta su ejecución), sino recrear esa época crítica en que producto de la conquista nacimos para ser parte de Occidente para bien y para mal, al extremo de Occidente como decía Octavio Paz. Los cientos de personajes, entre históricos y ficticios, que desfilan a lo largo del libro nos parecen reales y fascinantes. Uno de esos personajes “reales” es Felipillo, el natural que, junto a Martinillo, sirvió de traductor a los españoles y que ha sido tratado como “traidor” por la historia (lo cierto es que fue capturado por los españoles siendo adolescente y usado contra su voluntad como traductor; posteriormente Felipillo se reivindicó y luchó en la rebelión de Manco Inca). Otro es Inés Huaylas, perteneciente a la nobleza y entregada en esponsales a Francisco Pizarro. Matrimonio por conveniencia y que lo ayudó a consolidar su poder (los huaylas ayudaron con hombres, armamentos y vituallas cuando fue el asedio de Manco Inca a la recién fundada ciudad de los Reyes). El uso del español antiguo en ciertos pasajes del libro da la impresión que leemos una crónica de la época. Igual sucede con las prácticas sexuales tanto entre españoles como incas. Las situaciones y los hechos parecen tan vívidos y creíbles, cumpliendo el principio de la verdad de las mentiras vargasllosianas.

No en vano el autor se tomó diez años en escribirla, documentarse arduamente sobre aquel crucial período de nuestra historia (ha leído tantas crónicas, consultado distintos historiadores y leído innumerables libros en español e inglés que tratan de aquellos años, que bien puede pasar por especialista en la conquista española). Una novela que, como los tiempos mandan, primero se publicó en internet (ningún editor nacional quería arriesgarse con una obra de tamaña densidad), hasta que encontró en Lluvia Editores una magnífica y pulcra edición en físico que ya va por su segunda edición. Y si bien la novela es compleja y con muchos vericuetos, múltiples perspectivas, vueltas al pasado, variada cantidad de personajes, uso del español antiguo, el suspenso hace que tenga en vilo al lector hasta la última página. Y es curioso que tanto Dumett como Umberto Eco, ambos dedicados al estudio de las palabras como profesión (lingüista uno, semiótico el otro), les haya servido mucho esa formación para trabajar el lenguaje y el contexto histórico, sin aires academicistas que harían pesada la lectura, recreándolos muy bien: en Dumett y los inicios del siglo XVI; en Eco con El nombre de la rosa y el medioevo europeo.

La perspectiva es interesante: el drama de la captura no se cuenta desde los personajes principales, sino los secundarios, los que estuvieron al servicio del inca o de los españoles, narrando la historia desde diferentes ángulos, de acuerdo al personaje, combinando los ficticios (Salango, Inti Palla) con los “reales” (Cusi Yupanqui, Inés Huaylas). Y, en el capítulo final, nos damos cuenta que todo lo contado se encuentra en un gran quipu del personaje central, de lo que vio y vivió. Hasta es “descubierto” por un investigador siglos después de ser enterrado en una chullpa que, incluso, “escribe un artículo científico” sobre el hallazgo del misterioso personaje y el gran quipu encontrado; diciéndonos Dumett que la verdad nunca nos será revelada absolutamente, siempre habrá una parte de ficción que nosotros haremos pasar por hechos verdaderos y hechos verdaderos que pasaremos por leyenda: la verdad siempre nos será inasible.

La novela “es filmable”, sea como película histórica o una interesante miniserie; pero más allá de esa legítima aspiración, coincidimos con quienes abogan en que fragmentos de El espía del inca deben ser incluidos en la curricula escolar, es una forma entretenida para que los estudiantes conozcan nuestro pasado, no tan esplendoroso como nos dijeron, sino con luces y sombras, como todo acto humano. Puede decirse que El espía del inca, sin falsa modestia, alcanza con creces la ambición de ser una novela total.