Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107
La pandemia ha puesto en jaque a
distintos gobiernos, sean de Europa, EEUU o América Latina. En el continente han
sido recurrentes los errores de Trump para, primero ignorar y luego enfrentar
mal la pandemia, arrojando un saldo de más de 100,000 muertos. Ello le puede
costar la reelección. Andrés López Obrador fue otro caso. Primero dijo que “una
estampita de la Virgen de Guadalupe” iba a proteger a México de la epidemia ya
desatada en el mundo. Y si bien luego tomó algunas medidas, todo indica que
México también entrará en recesión. Y demostrando que la oligofrenia no conoce
fronteras, Jair Bolsonaro fue otro. Primero tomó al covid como un simple
resfrío, luego que los brasileños no se enferman (¿?) y después destituyó a su
ministro de salud por querer implementar medidas para contener la epidemia.
Lo cierto es que en los casos citados
se quiso evitar el apagado de los motores de la economía, a fin que terminada
la pandemia los encuentre en mejor posición. Es la alternativa de muchos
gobiernos entre salud o economía.
En el caso peruano, la opción fue
clara a favor de la salud desde la primera cuarentena iniciada el 16 de Marzo.
Se debe reconocer que se tuvo reflejos rápidos y evitar el contagio directo de
persona a persona. Las ampliaciones sucesivas carecieron del éxito inicial por
varios factores. Y si bien se le echaba la culpa a la población que incumplía
el aislamiento, lo cierto es que existieron errores del propio gobierno y no
tomar en cuenta el especial contexto peruano, más de un país del tercer mundo
que del primero.
Se olvidó que estamos en un país con
una PEA mayormente informal (70% aprox) que vive el día a día, sin garantías
sociales como seguro contra el desempleo que pueda cubrir el no poder trabajar
por un tiempo. Menos cuenta este sector con un seguro de salud o uno
previsional que le permita al trabajador jubilarse con una pensión digna. Ello,
aunado al poco civismo (el sector emergente, a diferencia de la clase media
tradicional, tiene más un individualismo exacerbado que un sentido de civismo
solidario), propició que la cuarentena fuese medianamente exitosa.
Es así que las sucesivas ampliaciones
de la cuarentena se cumplieron parcialmente, más por necesidad económica que
por asunto propiamente cívico como argüía el gobierno. Por otro lado, los
subsidios económicos (los bonos) no llegaron a todos los más necesitados por
contar el estado con una data errónea e insuficiente. Asimismo, al no contar mayormente
la población con cuentas en bancos, las filas para el cobro de los subsidios
económicos fueron fuente de contagio, justo lo que se quería evitar. Igual
sucedió con los mercados tradicionales, en los que el gobierno demoró en
reaccionar para su intervención. Ahora, liberalizadas ciertas actividades
económicas, la fuente más peligrosa de contagio es el trasporte público,
mayormente también informal y que el único protocolo que seguirá es “al fondo
hay sitio”.
Hemos tenido también una economía
mercantilista que amparada en la “libertad de mercado” especuló con los precios
de ciertos bienes y servicios esenciales. Esta economía cuenta con operadores
dentro y fuera del gobierno, lo que facilita su labor. No solo abogados y
economistas que en nombre del sagrado mercado defendieron el alza injustificada
de ciertos precios, sino también de funcionarios al interior del propio
gobierno. Pero también faltó más decisión del ejecutivo para enfrentar a estos
grupos y una herramienta legal que le permita en casos de emergencia, como la
que vivimos, el control de precios y distribución de ciertos bienes y servicios
esenciales. Suena desagradable, pero como algunos remedios, es necesario en
ciertos momentos.
El gobierno peruano ha tenido unas de
cal y otras de arena. Con un estado paquidérmico y corrupto, un sistema público
de salud ya en pésimas condiciones antes de la pandemia, una burocracia que ha
saturado de protocolos todas las actividades económicas y una economía informal
muy difícil de regular, el presidente, en un discurso bastante confuso, anunció
continuar la cuarentena en una segunda etapa, con cierta flexibilización en
algunos oficios.
En resumen, hemos tenido una
combinación de un estado ineficiente (que es de larga data), una población
necesitada de sobrevivir más allá de las restricciones y poco apegada a las
reglas de ciudadanía, una reducida clase media que sigue obediente el
confinamiento y un gobierno limitado en su eficiencia por causas internas y
externas (debilidad política, subordinación explícita a los grandes intereses, capacidad
ejecutiva limitada de quienes deben tomar las principales decisiones, etc.). Y
en medio de todo ello, la corrupción fue infaltable. De allí que para los
magros resultados obtenidos, el costo haya sido elevado tanto en sacrificio
económico como en libertad personal.
Estamos seguros que la mayoría de la población
no va a seguir con el confinamiento. No solo es el hartazgo, sino que la gente
o muere por el coronavirus o muere por hambre. Es muy probable que la permisión
de pequeños negocios u oficios se amplíe antes que termine la segunda etapa de
la cuarentena el 30 de Junio o el gobierno se haga de la “vista gorda” ante la
emergencia de sectores populares que buscarán el pan como sea.
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