Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107
Estamos entre
los años 1532-1533, entre la captura de Atahualpa en Cajamarca y su posterior ejecución,
en el período fundacional de lo que luego entenderíamos por nación peruana. Un
grupo de españoles ya penetraron la frontera norte del Tahuantinsuyo en busca
del oro que han escuchado existe en abundancia en un reino llamado Birú donde, según los naturales, hasta
las calles están empedradas en oro. En paralelo a ello, Atahualpa ha ganado la
sangrienta guerra civil contra su hermano Huáscar en la lucha por el poder (luchas
tan sangrientas y conspirativas como las que sucedían en Europa) luego que su
padre Huayna Capac y el sucesor designado murieran por la viruela. Atahualpa es
bastante hábil, tiene una inteligencia despierta. Se ha rodeado de buenos
estrategas que antes estuvieron en el bando de su hermano. Literalmente “se los
compró”. También tiene el don de la persuasión, la labia fácil; por lo que
observando la codicia de los españoles les ha prometido por su liberación un
cuarto lleno de oro y dos de plata, hasta donde alcance su mano. Su general más
cercano y leal, Cusi Yupanqui, no cree en las promesas de los “barbudos que
andan en llamas gigantes”, por lo que planea un rescate del inca para lo cual
necesita un espía que le informe de lo que sucede dentro de la LLacta y tenga contacto directo con el
Único. Entra en escena Salango, el espía del inca, hermano de yanantin de Cusi, hombre de su absoluta
confianza, y con una habilidad extraordinaria: contar personas y cosas de un
solo vistazo.
Grosso modo,
ese es el argumento central de la novela; pero es mucho más. En cerca de 800
páginas Rafael Dumett cuenta cómo era la vida en los años previos a la invasión
y la cosa no era tan idílica como lo pintó Garcilaso. Había mucho odio de los
pueblos sometidos hacia los incas y creyeron encontrar la hora del desquite en
la llegada de los españoles, a quienes –gracias al olfato político de Pizarro- tomaron
por aliados. La guerra civil entre los dos hermanos no había terminado de
cimentar el poder de Atahualpa, por lo que muchas panacas cuzqueñas (suerte de
casas reales) estaban en contra de él y esperaban colocar la mascapaicha a otro inca. Tomebamba (la
actual ciudad de Cuenca en el Ecuador) ambicionaba convertirse en el nuevo
Cuzco, el cual ya mostraba signos de decadencia en su realeza (por el
matrimonio entre hermanos y primos hermanos nacían muchos upas, idiotas). Frente a la administración que requiere un imperio
tan extenso y complejo, existen intentos de reforma, como el de Huayna Capac,
de asimilar a los mejores de las tierras conquistadas como funcionarios reales,
incas de privilegio, previa
metamorfosis por medio de la educación en los yachayhuasi, las casas del saber, escuelas donde se convertían por
el idioma (el simi), la historia y
leyenda de los incas, las costumbres, las leyes, el uso de los quipus y el
trato de privilegio en leales servidores del imperio. Se crea una burocracia
estatal que no obedece necesariamente a los vínculos de sangre, sino al mérito
(aparte que de esa manera el inca colocaba en cargos claves a gente agradecida
por subirlos socialmente y no a los parientes de sangre que constantemente
conspiraban contra él).
Justamente
uno de estos incas de privilegio es Salango (antes Oscollo, en su niñez remota Yunpacha
y después Pedro Anco), el personaje central. Yana (gente del pueblo) que pertenece a la etnia dominada de los
chancas y por casualidades del destino se convertirá en funcionario real de los
incas, siendo preparado para ser su espía en tierras conquistadas. Los ojos y
oídos del rey. Dumett ha declarado en múltiples entrevistas que para delinear a
su personaje se inspiró en las novelas de John Le Carré antes que en las de Ian
Fleming. Y es cierto. Salango encarna el cumplimiento del deber ante todo e,
incluso, entregar la vida de ser necesario, a quien la soledad, el desgarro de
su vida personal y familiar, el control de sus emociones, así como el análisis
de personas y cosas acompañan siempre. Usa la violencia y ciega vidas solo
cuando es necesario. Más persuade y convence por la inteligencia que por la
fuerza. Alejado de niño de su ayllu natal
por decisión de los funcionarios incas, conocerá la llacta ombligo (el Cuzco), donde será educado como funcionario real
y preparado en las artes del espionaje.
Sobre el
rescate, Dumett refiere que encontró en una crónica que existieron intentos de
rescatar al inca cautivo en Cajamarca y en base a ello creó esta gran ficción
que nos parece tan creíble que pensamos ocurrió realmente. Pero, lo interesante
no es el rescate (el arco temporal de la novela abarca unos 8 meses, desde la
captura del inca hasta su ejecución), sino recrear esa época crítica en que
producto de la conquista nacimos para ser parte de Occidente para bien y para
mal, al extremo de Occidente como
decía Octavio Paz. Los cientos de personajes, entre históricos y ficticios, que
desfilan a lo largo del libro nos parecen reales y fascinantes. Uno de esos
personajes “reales” es Felipillo, el natural que, junto a Martinillo, sirvió de
traductor a los españoles y que ha sido tratado como “traidor” por la historia
(lo cierto es que fue capturado por los españoles siendo adolescente y usado
contra su voluntad como traductor; posteriormente Felipillo se reivindicó y
luchó en la rebelión de Manco Inca). Otro es Inés Huaylas, perteneciente a la
nobleza y entregada en esponsales a Francisco Pizarro. Matrimonio por
conveniencia y que lo ayudó a consolidar su poder (los huaylas ayudaron con
hombres, armamentos y vituallas cuando fue el asedio de Manco Inca a la recién
fundada ciudad de los Reyes). El uso del español antiguo en ciertos pasajes del
libro da la impresión que leemos una crónica de la época. Igual sucede con las
prácticas sexuales tanto entre españoles como incas. Las situaciones y los hechos
parecen tan vívidos y creíbles, cumpliendo el principio de la verdad de las
mentiras vargasllosianas.
No en vano
el autor se tomó diez años en escribirla, documentarse arduamente sobre aquel
crucial período de nuestra historia (ha leído tantas crónicas, consultado distintos
historiadores y leído innumerables libros en español e inglés que tratan de
aquellos años, que bien puede pasar por especialista en la conquista española).
Una novela que, como los tiempos mandan, primero se publicó en internet (ningún
editor nacional quería arriesgarse con una obra de tamaña densidad), hasta que
encontró en Lluvia Editores una magnífica y pulcra edición en físico que ya va
por su segunda edición. Y si bien la novela es compleja y con muchos
vericuetos, múltiples perspectivas, vueltas al pasado, variada cantidad de
personajes, uso del español antiguo, el suspenso hace que tenga en vilo al
lector hasta la última página. Y es curioso que tanto Dumett como Umberto Eco,
ambos dedicados al estudio de las palabras como profesión (lingüista uno,
semiótico el otro), les haya servido mucho esa formación para trabajar el
lenguaje y el contexto histórico, sin aires academicistas que harían pesada la
lectura, recreándolos muy bien: en Dumett y los inicios del siglo XVI; en Eco con
El nombre de la rosa y el medioevo
europeo.
La
perspectiva es interesante: el drama de la captura no se cuenta desde los
personajes principales, sino los secundarios, los que estuvieron al servicio del
inca o de los españoles, narrando la historia desde diferentes ángulos, de
acuerdo al personaje, combinando los ficticios (Salango, Inti Palla) con los “reales”
(Cusi Yupanqui, Inés Huaylas). Y, en el capítulo final, nos damos cuenta que
todo lo contado se encuentra en un gran quipu del personaje central, de lo que vio
y vivió. Hasta es “descubierto” por un investigador siglos después de ser
enterrado en una chullpa que, incluso,
“escribe un artículo científico” sobre el hallazgo del misterioso personaje y
el gran quipu encontrado; diciéndonos Dumett que la verdad nunca nos será
revelada absolutamente, siempre habrá una parte de ficción que nosotros haremos
pasar por hechos verdaderos y hechos verdaderos que pasaremos por leyenda: la
verdad siempre nos será inasible.
La novela
“es filmable”, sea como película histórica o una interesante miniserie; pero
más allá de esa legítima aspiración, coincidimos con quienes abogan en que
fragmentos de El espía del inca deben
ser incluidos en la curricula escolar, es una forma entretenida para que los
estudiantes conozcan nuestro pasado, no tan esplendoroso como nos dijeron, sino
con luces y sombras, como todo acto humano. Puede decirse que El espía del inca, sin falsa modestia, alcanza
con creces la ambición de ser una novela
total.
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