Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107
La reciente
sentencia del Tribunal Constitucional del Perú sobre declarar o no
constitucional las corridas de toros y peleas de gallos nos puede parecer, desde
una óptica tercermundista, un tema diletante ante tantas urgencias que debemos
atender en el día a día, sobretodo tomando en consideración que los aficionados
a ambas actividades son una minoría e, incluso, el número de los taurófilos tiende
a disminuir cada vez más: son ahora un divertimento de elites acomodadas que
hacen ostentación pública en los palcos de la plaza principal de Acho. Digamos
que las corridas de toros se han convertido en un exhibicionismo burgués de
unos pocos más que en un asunto cuasi mítico que convocaba multitudes como fue
en sus inicios bastante remotos.
Cosa diferente
sucede con las peleas de gallos, más del gusto “popular”, o con las fiestas
tradicionales en la sierra con toro de por medio (recordemos el yahuar fiesta
arguediano). En ambos casos, son adaptaciones de la herencia cultural venida
con los primeros españoles. Costumbres que han quedado de tiempos idos.
Pero también
hay un hecho que se inscribe en este contexto del trato o maltrato a los
animales: la sensibilidad hacia ellos está cambiando en Occidente, de considerarlos
sólo elementos útiles como carga, trasporte o protección a considerarlos como
seres con sentimientos y afectos, a lo cual ha ayudado mucho las
investigaciones favorables de la compañía sobretodo de animales caseros en la
terapia y conducta de los humanos, así como el descubrimiento en los animales
de destrezas que antes creíamos exclusivas del ser humano. En otras palabras,
hemos pasado de la domesticación utilitaria de perros y gatos acaecida hace
miles de años atrás a considerarlos parte de nuestra familia y con rasgos
humanos.
A esto último
creo ha contribuido un hecho importante de la cultura popular: las películas
animadas de Walt Disney que desde los años 30 del siglo pasado “humanizó” a los
animales. Tengo entendido que no fueron las primeras imágenes que les otorgaron
personalidad humana, pero sí las que, gracias al cinematógrafo, se vieron a
nivel mundial y por sucesivas generaciones. Ese acontecimiento me parece fue
gravitante para ir trasformando la sensibilidad con respecto a los llamados
“hermanos menores” predicado por San Francisco, al punto que en la actualidad
muchas naciones cuentan con legislaciones a favor de los animales, entre ellas
el Perú. (No vamos a entrar en las elucubraciones sobre si son o no “sujetos de
derecho”, elucubraciones más o menos como las que se ventilaban en el medioevo
europeo acerca de si Adán tenía o no ombligo).
Este proceso
de sensibilización ha corrido parejo a un escepticismo con respecto a nuestros semejantes.
La premisa hobbesiana “el hombre es lobo del hombre” se mantiene vigente y con
más fuerza frente al idealismo rousseauniano de considerarlo bueno por
naturaleza, el cual va perdiendo adeptos. O, dicho de otro modo, cada vez se
suscribe más la frase atribuida a Lord Byron: "cuanto más conozco a los
hombres más quiero a mi perro".
Esta visión de
considerarlos casi humanos ha aparejado desde peleas en cortes anglosajonas por
la “tenencia” de perros y gatos en parejas cuya unión matrimonial se quebró
hasta las fiestas de cumpleaños o “matrimonios” de mascotas, con la demás
parafernalia que vemos en redes sociales. Esta industria de servicios mueve
miles de millones de dólares en los países del hemisferio norte y si bien
nosotros no estamos todavía a ese nivel, el trato a nuestras mascotas está
cambiando en lo que a su cuidado se refiere: basta ver la proliferación de
veterinarias y pet shops en las
principales ciudades y en todos los estratos sociales. Para los pobres y para
los ricos; y quizás existan más veterinarias que hospitales y postas médicas.
El cambio de
sensibilización con respecto a los animales comenzó en las grandes urbes de Occidente
y por ósmosis ha llegado a ciudades como Lima u otras de esta parte del mundo.
Tarde o temprano iba a aglutinar a un número de ciudadanos e iniciar acciones
de defensa a su favor, incluyendo las de carácter legal como la vista por
nuestro TC hace poco. (Dicho sea de paso, bastante deslucido en sus argumentos,
como le ocurre últimamente).
Llama la
atención que con respecto a las corridas de toros, en su lugar de procedencia,
España, el número de aficionados se encuentre en caída libre año tras año, y en
algunas ciudades, como Barcelona, incluso ya no se practica. En contraposición,
el principal argumento de los taurófilos es reiterar que las corridas de toros
“son parte de nuestra cultura”. Es cierto, pero también relativo. Las peleas de
gladiadores en la antigua Roma eran también parte de la cultura en ese entonces
y nadie en su cabal juicio abogaría por su retorno. Son consideradas bárbaras,
salvajes, como ahora para muchos ciudadanos las corridas de toros o las peleas
de gallo. A las tradiciones y costumbres les pasa lo mismo que a las
religiones: cuando se quedan sin seguidores, se extinguen. La cultura humana,
como toda expresión de artificialeza, es relativa, cambiante, no es inmutable y
obedece, entre otros aspectos, al cambio de sensibilización y valores.
¿Estamos ya en
un punto crítico de no retorno en este cambio de sensibilización?
Personalmente
creo que no. Me parece que en nuestros lares todavía no existe una “masa
crítica” de adeptos al cambio. Un factor limitante son las condiciones
socio-económicas. Hay otras preocupaciones más urgentes que atender entre
nosotros; pero, los adeptos al nuevo credo con respecto a los animales van en
aumento y sobretodo en las nuevas generaciones. En un punto en el futuro serán
mayoría. Quizás en ese futuro no tan lejano las mismas corridas de toros sean
un anacronismo. Por el momento me quedo con una canción de Raphael poco
conocida “Compañeros de mis horas”.
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