Tuesday, May 26, 2009

HOMBRES DE DIOS

Si bien los casos de Fernando Lugo y el padre Alberto Cutié son distintos (uno usufructuando de su poder como obispo tuvo relaciones sexuales e hijos con distintas feligresas, el otro se exhibió en público con la denominada “amor de su vida”), los dos traen a la actualidad el siempre polémico tema del celibato sacerdotal. ¿Deben o no tener esposa los sacerdotes católicos?

La iglesia católica niega esta posibilidad, negación sustentada en una doctrina tradicionalista que data de hace más de ochocientos años, por lo que frente a escándalos sexuales tiene dos posiciones como estrategia: o guarda silencio –regla general- o de ser muy notorios los escándalos (casi siempre en países como EEUU donde la prensa y la libertad de información por un lado y el poco poder del Vaticano por el otro, han permitido denunciarlos), trata de llegar a acuerdos indemnizatorios con las víctimas o sus padres (los casos de abuso sexual de menores han sido los que más han remecido a la iglesia romana).
Caso contrario sucede en países con fuerte presencia católica, como los de América Latina, donde las denuncias de abuso sexual por parte del clero son acalladas y tienen poca repercusión en la prensa y en el mundo político que más bien trata de llevarse bien con las autoridades eclesiásticas; o, recientemente los casos denunciados en Irlanda, donde por más de cincuenta años en orfanatos católicos fueron violados niños por parte de sacerdotes con el silencio cómplice del Vaticano “para evitar el escándalo”.

Llama la atención que en ninguno de los dos casos en cuestión, los involucrados hayan expresado un “mea culpa” público. El ex obispo Lugo para acallar el escándalo argumentó muy suelto de huesos que “el celibato es imperfecto”, mientras que el padre Cutié suscribió la letra de nuestro conocido vals que “amar no es un delito” (aunque extraoficialmente se sabe que sí cobró varios miles de dólares por cada entrevista que ha concedido “por el amor de su vida” a las cadenas de televisión).

Sin embargo, el tema central (deben o no tener esposa los sacerdotes católicos) sigue sin resolverse, y lo más probable es que siga así considerando que el actual papado aboga por una iglesia más conservadora aún, cuyo cambio de doctrina significa algo difícil de suponer en los actuales momentos.

Seguramente se conocerán nuevos casos en el futuro de abuso sexual de menores, homosexualismo y concubinato de sacerdotes que serán noticia por unos días o con suerte semanas y la Iglesia continuará con la política del mutismo o del avestruz y cuando el escándalo sea muy notorio o perjudicial para sus intereses “soltará el billete” para acallarlo, argumentando que son “casos aislados”, con una política bastante farisea, minando así cada vez más su propia credibilidad.

Ojalá algún día soplen nuevos vientos sobre la iglesia católica, como los del breve pontificado del papa Juan XXIII, sino poco a poco, y en la penumbra de los confesionarios, se irá apagando la llama de la que fue la iglesia más poderosa de Occidente, porque institución que no se adecua a los tiempos o corrige sus errores, institución que desaparece, y la iglesia católica no es una excepción.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, May 19, 2009

OLLANTA, NADINE Y LA IZQUIERDA PERUANA

Un viejo dicho dice “la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también debe parecerlo”. Los ingresos por presuntas “asesorías” de la esposa del candidato Ollanta Humala tienen un origen poco claro (en los tres últimos años ha recibido en su cuenta personal depósitos por más de US$ 200,000.00, de los cuales US$ 36,000.00 no tienen origen identificable). Si bien, al parecer, no existen indicios de delitos hasta el momento, desde el punto de vista ético deben ser justificados dichos ingresos, más tratándose de la esposa de un candidato presidencial y, por añadidura, presumible candidata también en las justas municipales.
Todo parece indicar que más allá de la supuesta “conspiración aprista-derechista-fujimorista” como arguyen los nacionalistas y cierto sector de la izquierda, se han utilizado “empresas de fachada” para “subsidiar” desde Venezuela al candidato Ollanta Humala con un “sencillo” a fin que viva dignamente hasta la campaña del 2011 (por eso también se entiende que él no retire su pensión de ex comandante para sus gastos corrientes, dado que tiene otros ingresos).

No cabe duda que tanto en la izquierda como en la derecha, todos o casi todos los candidatos ven a la política como un negocio para enriquecerse. Como dijo inteligentemente una mujer muy perspicaz: “La pobreza es un buen negocio y cada vez son más los que se dan cuenta, en especial quienes viven fuera de ella”.
Es muy cierto, autoproclamarse “abanderado de los pobres” se ha convertido en un negocio muy rentable para muchos políticos y ciertas organizaciones privadas que viven de los que no tienen nada. No existe mejor coartada que el membrete de defensor de los pobres y cuando se detecta alguna irregularidad a la persona que se llena la boca (y la barriga) con los desposeídos, vocifera inmediatamente “persecución”.

En ese contexto, es lamentable que una parte de la izquierda se haya convertido en “furgón de cola” de Ollanta Humala, y en vez de “aggiornar” el pensamiento y la acción de la izquierda (necesarios a todas luces), defiendan a la Sra. Humala con el triste argumento “del todos roban” para justificar lo injustificable, nivelándose al ras del suelo con los políticos corruptos y mendigando “un puestecito” en la lista congresal del nacionalismo o siquiera un cargo de asesor. Esa no es la izquierda de José Carlos Mariátegui, de Luis de la Puente y Uceda, de Javier Heraud o de Alfonso Barrantes. Con esa actitud vergonzante, la izquierda se comporta como la derecha rancia y mercantilista que solo busca “su tajada” en la repartija del poder.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, May 12, 2009

VISITANDO A LOS MUERTOS

En ciertas fechas especiales como el día de la madre o el día de todos los muertos, los cementerios adquieren una vitalidad que no se refleja en otras épocas del año, más con una serenidad propia del lugar donde descansan los que ya no tienen que afanarse en los devaneos del mundo.

Vendedores de todo tipo a lo largo de la avenida principal de el cementerio El Ángel se instalan para ofrecer no solo flores, que es el rubro tradicional por excelencia, sino chicha helada para el calor de los vivos, un pan en forma de guagua que es delicioso o fruta de la estación; pasando por aquellos que ofrecen plantillas para zapatos o resúmenes de libros clásicos para los escolares; hasta los vendedores de antenas de televisión (dudo que sea para instalar una en el nicho de los difuntos) o los infaltables promotores de los seguros de sepelio (“compre su nicho ahora señor que está baratito”). Como se ve la oferta es variada y dirigida más a los vivos que a los que descansan en paz. Los muchachos que limpian las lápidas y portan agua para las flores igualmente hacen su agosto en este mes de Mayo, donde muchos van a visitar a su mamá o a su abuelita que los crió como segunda madre con un racimo de flores en la mano (yo voy a visitar a una tía que me crió como hijo, también con mi racimo de flores en la mano).

Esta vitalidad que adquieren los cementerios –sobretodo los populares- permite reflexionar sobre la muerte. No hay que tomarla tan solemne como se estila en Occidente, ni asustarse de ella, sino tomarla como un hecho natural de la vida; así como venimos a este valle de lágrimas como estilaba decir mi difunto tío (que fue también una suerte de sustituto paterno), de la misma forma nos vamos, partimos de escena, del gran teatro del mundo como versificaba don Pedro Calderón de la Barca. Morir es un hecho tan natural como respirar.

Luego de despedirme de mi tía, disponer la limpieza de la lápida, dejar su ramo de flores y “conversar” un rato con ella, salgo del cementerio por la avenida principal y me encuentro con los mausoleos, en uno de ellos se lee que reconforta saber que nos encontraremos con el ser amado en la otra vida para gozar de su compañía por toda la eternidad. Como agnóstico tengo mis dudas sobre si habrá una vida eterna, pero creer en ello reconforta sin duda. En otra lápida veo que yace Abelardo Gamarra, “El tunante”, y me encuentro con una frase suya: “Solo la honestidad y la verdad salvarán al Perú”. Me detengo a pensar que en su época (segunda mitad del XIX) la corrupción y la hipocresía también eran constantes fuertes en el Perú de aquel entonces, algo que no es nada nuevo, ni viene de Fujimori como sostienen algunos, procede de mucho más atrás, por lo menos de la Colonia misma. Lo saludo con una reverencia y prosigo mi marcha.

Saliendo del cementerio avisto un oficio religioso de cuerpo presente y me ratifico en mi decisión de ser cremado luego de fallecer y ser esparcidas mis cenizas en el mar de Miraflores, lugar de donde guardo gratos recuerdos, y pienso en un imposible: que, como en la película de Truffaut, a mi entierro (mejor dicho a mi cremación) vayan todas las mujeres que amé o me amaron, y sean negligentes y me perdonen si en algo les fallé, pero nadie es perfecto en esta vida, y recuerden que siempre actúe con las cartas sobre la mesa, que jamás me gustó engañar a nadie, actitud que, a veces, me costó algunos sinsabores.

Afuera las vendedoras de flores (un oficio exclusivamente femenino) hacen también su agosto en este raro mes de Mayo con calor de verano.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, May 05, 2009

EN EL LEJANO OESTE

Es lo que me pareció, después de mucho tiempo de no regresar, el largo viaje al populoso distrito de Comas, a fin de acompañar a mi tía a visitar a una vieja amiga recientemente operada. Será que me he acostumbrado a los viajes cortos, sea al centro de Lima donde se encuentran la mayoría de los juzgados, a mi oficina en Lince, o a Surco para visitar a “la pequeña” cuando no viene por acá. Los más “extensos” viajes que ahora realizo son “a los dos San Juanes”: a San Juan de Miraflores y a San Juan de Lurigancho, ambos por motivos profesionales. Quizás sean “los almanaques” o la falta de costumbre, pero regresar a Comas y en especial recorrer la autopista Túpac Amarú era como regresar al pasado, cuando veinte años atrás, con más pelo negro e ilusiones que ahora, iba y venía a lo largo de “la Túpac” cuando trabajada como cajero en una agencia ubicada en el límite del distrito de Comas con el de Carabayllo: en la “pituca” urbanización San Felipe, aquella que albergaba a los prósperos comeños de aquel entonces. Eran quince kilómetros de ida y quince de vuelta, de lunes a viernes, de salir a las 6.30 de la mañana de mi casa (lo que implicaba levantarme mínimo a las cinco de la madrugada), amén que en la noche me iba a estudiar a la universidad de seis a diez de la noche (cuando no estaba en el cine, de resultar alguna clase aburrida o de parecerme un profesor poco competente en el tema), aparte de preparar en los ratos libres mi tesis para el bachillerato, una mezcla de derecho y economía (que hasta ahora me sorprende cómo la pude hacer, con cerca de 200 páginas y una bibliografía consultada que iba desde los clásicos de la economía, pasando por los maestros del derecho hasta llegar a las novísimas ciencias sociales). Pero a pesar de eso no sentía el viaje.

Fue mi época de conocer otras realidades, distintas a la del muchacho clasemediero que hasta ese momento no se desplazaba más allá de los distritos del sur. Fue conocer una realidad boyante, hirviente, de un nuevo mundo, más informal, sin hacerle mucho caso a las reglas oficiales, pero que crecía a lo largo y ancho, ocupando hasta la punta de los cerros que, a modo de gran muralla, rodean la autopista a ambos lados (mis “ex compañeros de ruta” se equivocaron: en “los conos” no germinaba la futura revolución socialista sino un capitalismo popular, bastante salvaje, como todo capitalismo en sus inicios). Me di cuenta que allí estaba la nueva Lima, que allí estaba fermentando lentamente la nueva clase media peruana, un poco más rústica todavía y no tan refinada como la de los distritos tradicionales, pero que en algunos años más reemplazaría a la extinta y caduca clase media a la que yo pertenezco, “civilizándose” en el camino y adquiriendo una mejor educación para sus hijos, como que así ha sido.

Recorrer la autopista me devolvió a aquellos nostálgicos tiempos, de sexo al paso, del gran cine Túpac Amaru, de algunos entrañables compañeros de trabajo que me enseñaron a tomar (regla de oro: nunca tomar con el estómago vacío), cuando la marca líder era Cristal y la Pilsen servía “para limpiar el vaso” (salvo en el Callao, donde era al revés), de los muchachos que se acercaban a la agencia a ofrecer relojes de oro robados a precios baratísimos, producto de un “arranchayfuga” a transeúntes desprevenidos o con algunos gramos más de alcohol en la sangre, de amigas de quienes guardo un grato recuerdo (hace muchos años una persona mayor que yo me enseñó a terminar siempre en los mejores términos posibles –valga la redundancia- con las mujeres: no hay peor enemigo que una mejor despechada o dolida, sino pregúntenle a Carlos Delgado o a Silvio Berlusconi).

Ese “flash back” me llevó a constatar una vez más que allí, en “los conos” (como despreciativamente todavía se les denomina) está el futuro. La nueva Lima.

Llegamos un poco tarde a la casa de la amiga de mi tía. Su casa se encuentra a medio hacer, con un segundo piso para una de las hijas con familia propia, mientras que ella vive en el primero. Conversó con mi tía un rato de los amigos y compañeros de trabajo comunes que están vivos o ya pasaron a mejor vida, yo seguía un tanto aburrido la conversa, viendo como pasaban lentamente los minutos en el reloj de pared de la sala. Vino la despedida de rigor, la promesa un tanto remota de una próxima visita. Usamos una mototaxi sin puertas laterales para salir a una avenida principal y tomar el carro de vuelta a casa (creo que mi tía primera vez se subía a una moto de esa naturaleza). Hicimos una ruta distinta, tomando esta vez la avenida Universitaria para el regreso, a fin de salir a la bulliciosa e incansable La Marina (la avenida que nunca duerme). La gente iba y venía a lo largo de la extensa avenida Universitaria, como legiones de hormigas, mientras la rauda combi se abría paso en la oscuridad que comenzaba a caer del cielo.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es