Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
Salvo para los memoriosos y nostálgicos,
pasó sin pena ni gloria los cien años de fundación de la Alianza Popular
Revolucionaria Americana, más conocida como APRA. Los problemas y crisis
coyunturales, los día a día que nos devoran el tiempo, hicieron que la fecha
sea celebrada solo por algunos ya viejos seguidores de Haya de la Torre, el
fundador, o del único presidente que tuvo el partido, Alan García Pérez.
Pero
la indiferencia no debe opacar que el Apra sea el único partido nacional más
añejo, que puede decir que cumplió los cien años de existencia desde que un
grupo de jóvenes estudiantes lo fundaran en México con la idea de una alianza
continental y la conformación de un frente único de clases media, obrera y
campesina contra la oligarquía todavía reinante en aquellos años.
Ya
como partido, la sección peruana nacería algunos años después, en 1930 (de allí
el nombre de Partido Aprista Peruano). Influyó en el continente en partidos
como Acción Democrática de Venezuela, el Partido de Liberación Nacional de
Costa Rica y, aunque usted no lo crea, en su momento también influyó
notablemente en el histórico Partido Socialista Chileno. No es poco, sobre todo
ahora que los partidos duran apenas una elección o son rentados al mejor postor.
Mucho
se discutió en la época auroral del partido si lo idóneo para América Latina
era la idea de alianza de clases o si el partido obrero a la manera marxista.
¿Partido obrero o partido policlasista?
A
la luz de los hechos políticos, creo que la idea de Haya era la más viable en
el contexto latinoamericano. Con una insuficiente clase obrera, donde todavía
predominaba la mayoría de origen campesino y una clase media incipiente, un
frente de clases era más viable que la de un partido obrero como vanguardia de
la revolución. La idea leninista se encontraba muy lejana de nuestra realidad. La
tesis del espacio-tiempo histórico de Haya, si bien discutible, tenía mucho de
razón.
También
se ha escrito en abundancia qué hubiera pasado si se dejaba gobernar al Apra en
los años 40, cuando todavía conservaba un fervor revolucionario.
Es
posible que habríamos tenido a nuestra manera una revolución mexicana. Liberar
fuerzas tectónicas desde abajo, erradicar taras que nos acompañan desde la
Colonia y el surgimiento de una burguesía nacional que responda a nuestros
propios intereses. Aunque posiblemente tampoco nos habríamos librado de una
guerra civil, visto el sectarismo y la polarización que se vivía en ambos
extremos.
Nada
de ello sucedió y más bien se tuvo que esperar 20 años más a que un grupo de
militares intentaran hacer esa revolución nacionalista que quedó inconclusa.
Así como Fujimori tomó muchas banderas del ideario liberal de Mario Vargas
Llosa, los militares tomaron muchas banderas del ideario primigenio del Apra
para hacer su revolución. Muchos apristas se sumaron al proyecto, cuando ya el
partido había arreado sus banderas iniciales.
Luego
del interregno pactista con la extrema derecha de los años 50 y 60, lo que vino
después fue la transición de partido revolucionario a partido socialdemócrata.
Un programa social con reformas económicas liberales y la democracia como
sostén político. Una suerte de tercera vía peruana. Fue el programa del segundo
gobierno de Alan García, luego del frustrado ensayo populista de su primer
gobierno.
Generalmente
los partidos revolucionarios en sus albores terminan como parte del sistema
político. Es parte de la evolución necesaria de todo partido radical en sus
inicios.
Otros
se preguntarán cómo ha durado cien años, cuando los partidos ahora apenas duran
una elección y a veces ni eso.
Mucho
tuvo que ver la dedicación exclusiva de Haya de la Torre al crecimiento de su
partido. Dejó una criatura fuerte y grande cuando partió de este mundo. Pero,
también hay que tener presente que los partidos históricos con mártires,
ideario, mística, forjados al calor de las luchas sociales, son los que se
mantienen en el tiempo. Los otros, los de chequera y empleados, desaparecen con
el dueño, al igual que los de cenáculo iluminado de unos cuantos, como sucedió
con infinidad de partidos de izquierda. El Apra fue el primer partido cholo
y popular que tuvimos.
La
sucesión de un “compañero jefe” siempre trajo crisis al Apra. Muerto Haya de la
Torre hubo un cisma que dividió en dos al partido y la llegada transaccional de
un joven y carismático Alan García que aprovechó la coyuntura crítica. Muerto
Alan, queda un vacío de sucesión. El Apra siempre ha buscado un caudillo que lo
lidere y que responda al partido. Esa figura al parecer no se acaba de dibujar
todavía. ¿Significa ello la muerte del Apra como sus enemigos pronostican?
Hay
un viejo dicho que dice “mala hierba nunca muere”. Veo difícil la muerte de un
partido que ha sabido adecuarse a los tiempos y que ha mantenido una presencia
constante en la política peruana y que, por añadidura, supo representar en sus
filas a todas las clases sociales que en cierta manera han reflejado el país
contradictorio y difícil que somos.
De
repente ese viejo eslogan “el Apra nunca muere” es cierto. La historia no ha
acabado.
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