Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
La génesis de En Agosto nos vemos
es conocida: Gabriel García Márquez (GGM) escribe y corrige la novela (novela
corta o relato para ser más preciso) entre fines de los 90 e inicios del 2000.
No estando satisfecho del resultado final, prefirió no publicarla. Aparte que
la pérdida continua de la memoria en sus últimos años le impedía continuar con
plenas facultades su labor creativa, por lo que el manuscrito quedó encarpetado
y hasta con cinco versiones diferentes según nos cuenta el editor. Fallecida
también la esposa del Nobel colombiano, Mercedes Barcha, y cumplidos diez años
de la muerte del escritor, sus hijos y herederos directos se han sentido con
más libertad para la publicación de la novela (como también para vender a
Netflix los derechos de Cien años de soledad, algo a lo que siempre se
resistió GGM por considerar infilmable su novela más conocida).
Más
allá de las cuestiones crematísticas o de contrariar las decisiones últimas del
autor en lo que era la publicación de la novela, debates extraliterarios al fin
y al cabo, estamos ante una obra que se nota terminada, quizás no tan pulida
como otras obras suyas, no faltan capítulos, tiene un final (no muy logrado), ni
tiene los vacíos de una obra inacabada; pero, no es lo mejor de GGM. Se deja
leer, estamos de nuevo frente a la magia del caribeño, atrapa al lector en ese
estilo barroco que practicaba con notable eficacia, aunque no vamos a
presenciar “la magia mayor” de sus mejores novelas. El relato cumple y punto.
Es
también uno de los más cercanos en tiempo. Ambientado en los años 90 del siglo
pasado, una mujer en la cincuentena visita en el mes de Agosto todos los años
la tumba de su madre ubicada en una isla y en los últimos años ha tenido, sin
proponérselo, deslices amorosos con hombres desconocidos que visitaban la isla
por motivos turísticos. Cada capítulo es un lance con un hombre distinto y
circunstancias también diferentes.
Esa
repetición como leit motiv ha hecho que algunos críticos señalen que la novela
es repetitiva a lo largo de las páginas; aunque la magia del colombiano hace
que no se note demasiado. Aparte que la inercia de un matrimonio que ya no
tiene nada nuevo que aportar, con hijos grandes que hacen su vida a su manera, con
la rutina a la vuelta de la esquina y una estabilidad económica que les permite
vivir con relativa holgura, completan la decisión de la protagonista de vivir
romances furtivos cada vez que visita la tumba materna.
El
propio nombre de la protagonista, Ana Magdalena Bach, como muchos nombres de
personajes de GGM dice mucho. Los melómanos no olvidarán que Bach, músico del
barroco como GGM de la narrativa, repetía los patrones musicales de sus
composiciones, arreglándolas de tal manera que parecían notas originales, algo
parecido a los capítulos del libro, donde la historia de los lances amorosos se
repite, pero cambian las circunstancias.
En
lo socio-económico vemos cambios que se producen en las visitas de Ana
Magdalena a la isla. Ya no es ese Caribe paradisíaco, casi edénico, de las
obras mayores, libre de la “contaminación occidental”. Vemos que una isla de
pescadores pobres gradualmente pasa a convertirse en un centro turístico para
gente rica, con los lujos y excentricidades que conlleva. En ese sentido se
entiende la decisión de Ana: llevarse los restos de la madre con ella y darse
cuenta que es su vivo reflejo en lo personal y afectivo. Ya no es la isla que
conoció la madre (hay indicios que sugieren que ella también tenía lances
amorosos en la isla, razón por la cual quiso ser enterrada allí, aunque GGM no
lo llega a desarrollar). Los tiempos y condiciones van cambiando. Al final de
las páginas la protagonista ha sufrido un cambio interno, una madurez emocional
y afectiva, no será la misma del inicio de la trama.
Carmen
Balcells, la famosa agente literaria de los escritores del boom
latinoamericano, sostenía que García Márquez era como un genio irresistible
de la naturaleza, mientas Vargas Llosa era el alumno aplicado de la clase. Algo
así como “el chanconcito”. No menospreciaba el talento del Nobel peruano (era
su agente literaria, así como de GGM); pero, a diferencia del peruano, cuya
arquitectura novelística tiene un evidente sello racional de construcción, que
hace que sus novelas parezcan “frías”, cerebrales; el colombiano era más
intuitivo, sin construcción previa ni planos tan detallados de cada piso del
edificio narrativo que iba construyendo, lo que hacía que sus novelas
parecieran “más cálidas” (y vendieran más copias que las de MVLL). Como dirían
los españoles le nacía de los forros lo que escribía. En Agosto nos
vemos, aunque en un modo tranquilo y menor, más de brisa suave que de
tormenta, ratifica ese genio irresistible de la naturaleza.
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