Monday, May 27, 2024

¿SEGUIMOS SIENDO COLONIA?

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


        Es la constante que se repite en las más de 470 páginas el Dr. Hugo Neira en su libro El mundo meosamericano y el mundo andino, primero del díptico de historia comparada entre Perú y México.

 

El profesor Neira aplica el método de la larga duración en la historia, método que permite estudiar constantes históricas que se repiten a lo largo del tiempo, más allá de lo coyuntural. Neira analiza desde la formación de los grandes imperios precolombinos en México y Perú, la larga etapa virreinal hasta llegar cerca a los movimientos independentistas de inicios del XIX, lo que tratará en el libro de continuación El águila y el cóndor.

 

En propiedad, los aztecas fueron una confederación de tres clanes dominantes; en contraposición los incas eran un imperio unitario que iba anexando territorios. Tanto aztecas e incas eran imperios jóvenes cuando ven interrumpida su expansión por la conquista y el brutal exterminio que produce no tanto la espada, sino las enfermedades contagiosas que vinieron de Europa. A inicios del XVII quedaba aproximadamente el diez por ciento de la población original americana, casi toda diezmada por la viruela, quienes sobrevivieron fueron muy pocos. (En la novela El espía del inca se cuenta como la viruela, en plena conquista, diezmó a los antiguos peruanos).

 

La empresa de la conquista, como empresa privada. Tanto Cristóbal Colón cuando llega a América, como los conquistadores recurrieron a empréstitos privados para la empresa que se habían trazado. Mercaderes y banqueros de Europa financiaron la conquista con la esperanza del oro y plata, y sobre todo las especies que supuestamente existían en el continente. A la corona de Castilla no le costó nada el nuevo mundo que pusieron a sus pies Pizarro y Cortés. El futuro imperio español heredó gratis tierras que equivalían a Europa y Asia juntas.

 

Los conquistadores llegan a América teniendo a los Reyes Católicos de Castilla y Aragón como soberanos, los cuales por el sistema estamental que databa de la edad media debían otorgar a sus súbditos tierras y títulos de nobleza en retribución. Pero cuando termina la conquista hacia 1540, por una serie de alianzas, se convierte en el reino de España con un rey que venía de Alemania, y que despreciaba hablar el castellano. Había comenzado el dominio de los Austria y lo que se conocería después como el imperio español.

 

La pregunta que se hacen los Austria es cómo controlar un inmenso imperio, lejano a la corona y cuyas riquezas son necesarias. Ya tenían problemas con los dominios en Europa y las guerras religiosas. La preocupación era cómo controlar un imperio tan vasto y lejano sin que se disgregue en pequeños reinos autoproclamados.

 

La respuesta estará en la administración. Van a tener un virrey, enviado directo del rey, pero que más es un funcionario que un representante del monarca. El virrey era un funcionario con sueldo. Una audiencia que fiscalice al virrey, delegación en indígenas nobles (los curacas) el control de la población y el territorio, y una indeterminación de competencias de cada uno, incluyendo de frailes y clero, que les haga pleitear entre ellos y la solución sea recurrir al rey en la metrópoli. Podían tener tierras, vasallos, pero no títulos nobiliarios que los haga ascender socialmente. Los criollos podían enriquecerse y los funcionarios del rey coimear. Un sistema de contrapesos perverso donde nadie tenía poder absoluto y era válido enriquecerse en forma nada santa, pero debiendo lealtad al rey. Se crea una burocracia corrupta en el estado y un mercantilismo “en el sector privado” que prevalece hasta nuestros días.

 

En este sistema se crea el patronato. Una entidad religiosa pero mandada por el rey, el poder político, quien elegía a la jerarquía eclesiástica que venía a América. El patronato nace en plenas guerras religiosas en Europa. Supuestamente era para mantener la fe de los súbditos en América. Hay una dominación política (el rey designa a los obispos en América) y una dominación mental. Lo que Neira llama el pensamiento tridentino. La creencia sin dudas ni murmuraciones en el dogma católico. Nosotros no vivimos la sana crítica que en aquellos años vive Europa por el cisma de la Iglesia y que dará lugar al pensamiento de la ilustración en el siglo XVIII, los grandes descubrimientos técnicos y científicos, la economía de mercado y el nacimiento de la democracia representativa como forma política.

 

Ese pensamiento tridentino que nos mantuvo alejados de los grandes cambios que se vivieron en Europa, prevalece hasta ahora en el continente. No es raro por acá no se haya desarrollado la ciencia, ni que haya afianzado, salvo excepciones, la democracia, menos aún la tolerancia al pensamiento ajeno. Todavía funciona en nuestra mente el “besamanos” al poderoso, la adulación o la coima para obtener un puesto de trabajo o un beneficio, y la democracia es apenas una palabra con la que se llenan la boca los políticos.

 

Nuestro esquema mental sigue siendo colonial. No hemos cambiado. Las ideologías son las nuevas religiones. Y el adversario político es un enemigo al que se debe eliminar. Matarte he o matarme has como decían los viejos castellanos. Los lazos de amistad o de familia importan más para el ascenso social que el mérito propio, y todo aquel que llega al poder, sea de izquierda o derecha, irremediablemente se ve envuelto en negociados y entrega de dádivas. Estanos lejos de una burocracia técnica y eficiente como lo quería Weber. El cargo en el estado es producto de la cercanía con el que está en el poder en ese momento. Y celebrar un negocio con el estado es producto no de la experiencia y capacidad de la empresa, sino de la cercanía con el poder. Lo hemos visto innumerables veces.

 

El pensamiento tridentino sigue vigente.

 

El XVIII es el siglo de la crisis del imperio español. Los borbones llegan al poder y se dan cuenta que los gastos en mantener las colonias era más que los ingresos. De allí nacen las reformas borbónicas. Tímidamente un libre comercio, mejor recaudación de impuestos, división territorial en intendencias, nuevos virreinatos para administrar mejor. Hasta se habló en ese momento de convertir los virreinatos en reinos con príncipes españoles a fin de gobernarlo mejor. Demasiado extenso y demasiado complicado.

 

Las reformas borbónicas van a afectar los intereses de los criollos, quienes se habían enriquecido enormemente. El malestar que produce afectar sus bolsillos será el primer paso para pensar en desligarse de la metrópoli. La invasión de Napoleón a España, la abdicación de los reyes a su favor, será el comienzo de la gesta de la independencia; pero una independencia que no busca la integración y bienestar de todos, solo de los criollos.

 

Curiosamente estos no podrán manejar políticamente el país. No habrá una clase política, salvo excepciones como la de Pardo hacia la década de 1870. Las consecuencias fueron el caudillismo militar y toda la turbulencia política que vivió nuestro país y el continente a lo largo de los siglos XIX y XX.

 

Libro poco convencional de historia. Bastante ambicioso. Abarca historia social, económica, institucional e historia de las mentalidades. Más para reflexionar de lo que somos y como tan poco hemos cambiado desde hace ya 500 años.


*Hugo Neira: El mundo mesoamericano y el mundo andino. Universidad Ricardo Palma, 2016, 478pp.

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