Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
Es la constante que se repite en las más de 470 páginas el Dr. Hugo Neira en su libro El mundo meosamericano y el mundo andino, primero del díptico de historia comparada entre Perú y México.
El
profesor Neira aplica el método de la larga duración en la historia, método que
permite estudiar constantes históricas que se repiten a lo largo del tiempo,
más allá de lo coyuntural. Neira analiza desde la formación de los grandes
imperios precolombinos en México y Perú, la larga etapa virreinal hasta llegar
cerca a los movimientos independentistas de inicios del XIX, lo que tratará en
el libro de continuación El águila y el cóndor.
En
propiedad, los aztecas fueron una confederación de tres clanes dominantes; en
contraposición los incas eran un imperio unitario que iba anexando territorios.
Tanto aztecas e incas eran imperios jóvenes cuando ven interrumpida su
expansión por la conquista y el brutal exterminio que produce no tanto la
espada, sino las enfermedades contagiosas que vinieron de Europa. A inicios del
XVII quedaba aproximadamente el diez por ciento de la población original
americana, casi toda diezmada por la viruela, quienes sobrevivieron fueron muy
pocos. (En la novela El espía del inca se cuenta como la viruela, en
plena conquista, diezmó a los antiguos peruanos).
La
empresa de la conquista, como empresa privada. Tanto Cristóbal Colón cuando
llega a América, como los conquistadores recurrieron a empréstitos privados
para la empresa que se habían trazado. Mercaderes y banqueros de Europa
financiaron la conquista con la esperanza del oro y plata, y sobre todo las
especies que supuestamente existían en el continente. A la corona de Castilla
no le costó nada el nuevo mundo que pusieron a sus pies Pizarro y Cortés. El
futuro imperio español heredó gratis tierras que equivalían a Europa y Asia
juntas.
Los
conquistadores llegan a América teniendo a los Reyes Católicos de Castilla y
Aragón como soberanos, los cuales por el sistema estamental que databa de la
edad media debían otorgar a sus súbditos tierras y títulos de nobleza en
retribución. Pero cuando termina la conquista hacia 1540, por una serie de
alianzas, se convierte en el reino de España con un rey que venía de Alemania, y
que despreciaba hablar el castellano. Había comenzado el dominio de los Austria
y lo que se conocería después como el imperio español.
La
pregunta que se hacen los Austria es cómo controlar un inmenso imperio, lejano
a la corona y cuyas riquezas son necesarias. Ya tenían problemas con los
dominios en Europa y las guerras religiosas. La preocupación era cómo controlar
un imperio tan vasto y lejano sin que se disgregue en pequeños reinos
autoproclamados.
La
respuesta estará en la administración. Van a tener un virrey, enviado directo
del rey, pero que más es un funcionario que un representante del monarca. El
virrey era un funcionario con sueldo. Una audiencia que fiscalice al virrey,
delegación en indígenas nobles (los curacas) el control de la población y el
territorio, y una indeterminación de competencias de cada uno, incluyendo de
frailes y clero, que les haga pleitear entre ellos y la solución sea recurrir
al rey en la metrópoli. Podían tener tierras, vasallos, pero no títulos
nobiliarios que los haga ascender socialmente. Los criollos podían enriquecerse
y los funcionarios del rey coimear. Un sistema de contrapesos perverso donde
nadie tenía poder absoluto y era válido enriquecerse en forma nada santa, pero
debiendo lealtad al rey. Se crea una burocracia corrupta en el estado y un
mercantilismo “en el sector privado” que prevalece hasta nuestros días.
En
este sistema se crea el patronato. Una entidad religiosa pero mandada por el
rey, el poder político, quien elegía a la jerarquía eclesiástica que venía a
América. El patronato nace en plenas guerras religiosas en Europa.
Supuestamente era para mantener la fe de los súbditos en América. Hay una
dominación política (el rey designa a los obispos en América) y una dominación
mental. Lo que Neira llama el pensamiento tridentino. La creencia sin dudas ni
murmuraciones en el dogma católico. Nosotros no vivimos la sana crítica que en
aquellos años vive Europa por el cisma de la Iglesia y que dará lugar al
pensamiento de la ilustración en el siglo XVIII, los grandes descubrimientos
técnicos y científicos, la economía de mercado y el nacimiento de la democracia
representativa como forma política.
Ese
pensamiento tridentino que nos mantuvo alejados de los grandes cambios que se
vivieron en Europa, prevalece hasta ahora en el continente. No es raro por acá
no se haya desarrollado la ciencia, ni que haya afianzado, salvo excepciones,
la democracia, menos aún la tolerancia al pensamiento ajeno. Todavía funciona
en nuestra mente el “besamanos” al poderoso, la adulación o la coima para
obtener un puesto de trabajo o un beneficio, y la democracia es apenas una
palabra con la que se llenan la boca los políticos.
Nuestro
esquema mental sigue siendo colonial. No hemos cambiado. Las ideologías son las
nuevas religiones. Y el adversario político es un enemigo al que se debe
eliminar. Matarte he o matarme has como decían los viejos castellanos. Los
lazos de amistad o de familia importan más para el ascenso social que el mérito
propio, y todo aquel que llega al poder, sea de izquierda o derecha,
irremediablemente se ve envuelto en negociados y entrega de dádivas. Estanos
lejos de una burocracia técnica y eficiente como lo quería Weber. El cargo en
el estado es producto de la cercanía con el que está en el poder en ese
momento. Y celebrar un negocio con el estado es producto no de la experiencia y
capacidad de la empresa, sino de la cercanía con el poder. Lo hemos visto
innumerables veces.
El
pensamiento tridentino sigue vigente.
El
XVIII es el siglo de la crisis del imperio español. Los borbones llegan al
poder y se dan cuenta que los gastos en mantener las colonias era más que los
ingresos. De allí nacen las reformas borbónicas. Tímidamente un libre comercio,
mejor recaudación de impuestos, división territorial en intendencias, nuevos
virreinatos para administrar mejor. Hasta se habló en ese momento de convertir los
virreinatos en reinos con príncipes españoles a fin de gobernarlo mejor.
Demasiado extenso y demasiado complicado.
Las
reformas borbónicas van a afectar los intereses de los criollos, quienes se
habían enriquecido enormemente. El malestar que produce afectar sus bolsillos
será el primer paso para pensar en desligarse de la metrópoli. La invasión de
Napoleón a España, la abdicación de los reyes a su favor, será el comienzo de
la gesta de la independencia; pero una independencia que no busca la
integración y bienestar de todos, solo de los criollos.
Curiosamente
estos no podrán manejar políticamente el país. No habrá una clase política,
salvo excepciones como la de Pardo hacia la década de 1870. Las consecuencias
fueron el caudillismo militar y toda la turbulencia política que vivió nuestro
país y el continente a lo largo de los siglos XIX y XX.
Libro
poco convencional de historia. Bastante ambicioso. Abarca historia social,
económica, institucional e historia de las mentalidades. Más para reflexionar
de lo que somos y como tan poco hemos cambiado desde hace ya 500 años.
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