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Sunday, April 20, 2025

MARIO VARGAS LLOSA, IN MEMORIAM

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Luego de su muerte las hagiografías, semblanzas apologéticas, odas laudatorias, se multiplicarán en el Perú y en distintas partes del mundo. Ya en vida se estaba convirtiendo en un “santo laico”, imagen que estoy seguro detestaba. Como decimos entre nosotros “no hay muerto malo”. 

En principio se debe precisar que no era el único “escritor universal” que el Perú ha tenido. El otro escritor universal que tenemos es José María Arguedas, quien, si bien carece de la fama de MVLL, trascendió también fronteras e idiomas, convirtiendo su terruño natal en el centro de su universo narrativo. Tan universal que el propio Vargas Llosa le dedicó un enjundioso ensayo.

 

Lo que sí ha sido nuestro Nobel es el escritor más famoso, mediático y premiado que hemos tenido. Mundialmente conocido, escritor y personaje público a la vez, con una vida trashumante entre Europa y América. Solo algunos escritores han tenido esa dilatada trayectoria.

 

No se trata de negar sus méritos, que los tiene. Son pocos los escritores que abrazaron distintos géneros: novela, teatro, ensayo, artículos de opinión. Sus obras completas van a abarcar varios volúmenes; aunque perdurará por las novelas que escribió. ¿Su receta? El mismo la dio: más traspiración que inspiración. Sentarse a escribir todos los días con un horario disciplinado de trabajo.

 

La madurez como escritor llegó rápido. Antes de los 28 años había escrito una novela sólida y deslumbrante, La ciudad y los perros, con la cual obtiene reconocimiento internacional. Y, antes de los 33, escribió quizás su mejor novela, Conversación en la Catedral. Fue precoz, algo difícil de encontrar en narrativa, donde el escritor “se toma su tiempo” para alcanzar la madurez literaria. Sus novelas posteriores, muy buenas muchas de ellas, no estuvieron al nivel de las obras de juventud.

 

Hábil polemista, los artículos de opinión publicados principalmente bajo su célebre columna Piedra de toque y reproducidos mundialmente, expresaban al Mario Vargas Llosa comprometido con su tiempo, a la manera de su maestro, Jean Paul Sartre. De allí que se compró varios pleitos, los que cómodamente pudo evitar: el distanciamiento de la Cuba de Castro y la condena de todo tipo de dictadura, sea de izquierda o de derecha; entre nosotros El informe Uchuraccay sobre el asesinato de ocho periodistas en pleno auge del terrorismo; tildar al gobierno del PRI, en el propio México, de “dictadura perfecta”. Son acciones que difícilmente haría otro escritor que no esté comprometido con su tiempo.  

 

Su accionar político fue sobre todo de opinión y de algunos actos de apoyo solidario a partidos y personas. En Perú fue claro su apoyo a las candidaturas contrarias a Keiko Fujimori, la hija de su rival en las elecciones presidenciales donde perdió, con la excepción de la elección de 2021, donde frente a una candidatura con visibles rasgos filoterroristas, avala a la hija de su archienemigo. En España fue visible su apoyo a ciertos personajes públicos del ámbito liberal, aunque sin la contundencia que tuvo entre los peruanos.

 

Excluyendo su breve accionar político de juventud en la célula comunista Cahuide, la única acción concreta como político fue su fallida candidatura presidencial de 1990. Él mismo confesó que la política, como acción, no lo movía como lo hace la literatura. Más que buscar el poder, como hacen tantos políticos, fue un deber del momento, frente a un Perú que parecía se iba al precipicio. Su apartamiento, luego de la derrota, fue lo mejor que le pudo pasar. Los años 90 fue una década rica en ensayos: el de Arguedas es el mejor y más totalizante, La utopía arcaica, que, de paso, le granjeó nuevos desaires de sus antiguos compañeros de ruta en la izquierda, que consideran a Arguedas como un abanderado del socialismo, cosa que no era.

 

Muchos creen que su conversión de socialista al liberalismo fue veloz. Demoró. Luego del rompimiento con la Cuba castrista y su desilusión del marxismo, en los 70 tenemos a un MVLL socialdemócrata, postula un socialismo en libertad como expresa en sus propios artículos de aquellos años. Apoya brevemente las reformas de Juan Velasco Alvarado hasta que confisca los diarios en Perú. Tiene un acercamiento a la forma de vida de Israel, con los kibutz, suerte de comunitarismo agrario, y aboga por el entendimiento con Palestina, en la fórmula dos estados, un territorio.

 

En los 80 el viraje al liberalismo es total. No solo por los teóricos del liberalismo que estudió enfervorizadamente (Revel, Aron, Hayek, el propio Popper), si no por las reformas de Margaret Thatcher en Inglaterra, que marcan el cambio a lo que conoceremos luego como neoliberalismo. Es el MVLL más conocido. Aquel de posiciones liberales en lo político y económico, que simpatiza con algunos partidos de derecha que se forman en la península ibérica y funda por acá el Movimiento Libertad. Se convierte en un predicador apasionado, con la fe del converso.

 

También existe el Vargas Llosa frívolo, que se codea con la nobleza española, asiste a cenas con líderes de la derecha, recibe el título de marqués por parte del rey de España, abandona a su esposa y convive con Isabel Preysler, la socialité que se mueve como pez en el agua en los altos círculos sociales que el escritor ahora frecuenta. Es el periodo post Nobel, el último de su producción artística, con novelas que no se encuentran a la altura de las escritas antes, con la excepción de Tiempos recios, su novela más interesante de ese período.

 

Algo de esa frivolidad, producto de la fama, se notaba en 1982, cuando acepta ser jurado del concurso de belleza Miss Universo, celebrado en la ciudad de Lima, un concurso que de literario no tenía nada, salvo ver a chicas bonitas en traje de baño.

 

***

 

Entre nosotros, gracias a su candidatura, muchas ideas liberales comenzaron a ser debatidas. En un ambiente cargado de estatismo, mercantilismo y malas prácticas, fue una oxigenación saludable; aunque, como expresé al comentar sus memorias El pez en el agua, habría sido un mal presidente. Como ideólogo, propagador de ideas, era muy bueno; como político dejaba mucho que desear.

 

Ya en el siglo XXI es la vaca sagrada que todos hemos visto, oído y leído. Recibe merecidamente el Nobel de Literatura en 2010, escribe sus últimos libros y, como hombre ordenado que es, se va despidiendo del mundo. Visita los lugares de Perú que conoció de joven y se encierra progresivamente en sus cuarteles de invierno, anunciando en 2023 que cuelga la pluma.

 

¿Fue un escritor querido por las multitudes como sucedió con otros personajes del mundo de las letras? Si hablamos de “escritores queridos por las multitudes”, MVLL no lo era, como en cambio sí lo fue su amigo y rival Gabriel García Márquez. A este, todos, incluso los que no lo conocieron, lo ven como el amigo o familiar entrañable. El “Gabo” de tantas historias. Con Vargas Llosa existe respeto en el trato, un “don Mario” o hasta un “doctor” que implica cierta distancia, sin llegar a la simpatía afectuosa que se le tiene al colombiano. Tiene que ver con la personalidad y el carisma que algunos poseen y otros no, y, valgan verdades, MVLL no era carismático. Uno era más querendón, el otro más frio. Y ello se reflejaba en sus novelas. Uno era un “monstruo de la naturaleza” que, por instinto, arrastraba al lector como un huracán a los mundos imaginarios creados. El otro construía sus novelas con una arquitectura cuidadosamente planificada que, al leerla, se siente “fría”.

 

La tesis doctoral que preparó sobre García Márquez convertida luego en libro de ensayo, con un estudio serio y profundo sobre la obra y el autor de Cien años de soledad, demuestra la enorme admiración que MVLL tenía hacia el escritor caribeño. Ojalá la biografía crítica que merece el Nobel peruano de cuenta de esta relación que existió entre ambos escritores de amistad, competencia y futura enemistad, ahora que con Vargas Llosa se ha ido el último integrante del boom de la novela latinoamericana, que tanto dio que hablar en los años 60 y 70 del siglo pasado.

 

Estos meses y años que van a venir tendremos la imagen de un MVLL como santo laico, de estampita. Algunas avenidas llevarán su nombre, se colocarán estatuas en su memoria, se reeditarán sus novelas, pero, como él mismo lo dijo repetidamente, habrá que ver si las generaciones futuras te recuerdan. Muchos escritores celebrados en vida, luego de muertos fueron olvidados.

 

Quizás lo dijo pensando en Jean Paul Sartre, su maestro y guía, el paradigma de lo que un escritor debe ser. Filósofo y personaje público que, al igual que MVLL, opinó sobre todo lo humano y divino, con incontables obras en filosofía, teatro, narrativa y ensayo. Considerado el principal de los mandarines de la intelectualidad francesa de la segunda post guerra mundial, escuchado y leído por todos, con declaraciones y artículos de opinión que remecían no solo a Francia, amado y temido, se dio el lujo de rechazar el premio Nobel de Literatura cuando se lo concedieron. Luego de fallecido, en 1980, nadie se acuerda de él, su obra ya no se publica y se encuentra acumulando polvo en alguna biblioteca perdida. La gloria efímera del mundo.

 

Vargas Llosa guarda una asombrosa similitud como intelectual y personaje público con el filósofo francés. Ojalá no corra la misma suerte y esperemos sea nuestro Víctor Hugo; aunque eso solo el tiempo lo dirá. Cronos, como siempre, es el gran juzgador de las obras y de los hombres.

Sunday, March 23, 2025

TIEMPOS RECIOS: ENTRE DICTADURAS Y REFORMAS

Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Las novelas que le salen más redondas a Mario Vargas Llosa (MVLL) están relacionadas con dictaduras y sistema político (Conversación en la Catedral, su mejor novela) o sistemas de opresión muy similar al de una dictadura (La ciudad y los perros), donde el personaje se adapta al sistema opresivo o es derrotado. Tiempos recios se encuentra en esa órbita y le ha salido mucho mejor y más fascinante que su última novela Le dedico mi silencio.

 

Imagino tiene que ver con la juventud que vivió el propio Nobel dentro de la dictadura de Manuel Odría (1948-56) y, en lo familiar, la opresión y el agobio de vivir al lado de un padre bastante autoritario, naciendo así su disconformidad personal y política, sea a nivel micro (una familia) o macro (todo un país). En estos gobiernos, nos dice el autor, la corrupción, mediocridad y grisura se filtra por los poros y el individuo se degrada a niveles de pérdida de la dignidad humana, sea por ambición o sencillamente por sobrevivir.

 

Así como en La fiesta del chivo (con la cual tiene varios puntos de contacto la presente novela) se partía de hechos y personajes reales para ahondar en toda la degradación que existió en el régimen de Trujillo; en Tiempos recios utiliza la misma estrategia narrativa: los hechos y personajes que se describen son reales, pero algunas situaciones han sido ficcionalizadas.

 

La novela tiene una introducción donde se detalla cómo se gestó la idea de hacer creer a todo el mundo que en Guatemala se había instaurado un gobierno comunista, satélite de Moscú, cuando se afectaron los intereses de la United Fruits en el país centroamericano, al verse obligada a pagar impuestos como cualquier persona. Fue la utilización del poder de la propaganda para hacer creer algo que no es. Y lo hicieron tan bien que, en pleno macartismo y guerra fría, el gobierno norteamericano y parte de la prensa liberal creyeron que el comunismo ya estaba instalado en Guatemala, con espías rusos operando por todos lados.

 

Es así como vamos adentrándonos en los entresijos del poder en el gobierno de Juan Jacobo Árbenz, cuando intentó una serie de reformas de corte progresista y que fueron segadas por la CIA en connivencia con la oligarquía guatemalteca y la empresa bananera que deseaba volver a la situación de privilegio anterior.

 

Hay un personaje que es el hilo conductor de la novela, y si bien secundario, existió en la vida real: Marta Borrero Parra, la llamada miss Guatemala, una belleza perteneciente a una de las mejores familias guatemaltecas y que tendrá una vida de novela: madre a los 15 años, luego amante del dictador Carlos Castillo Armas que derrocó a Árbenz, informante de la CIA, anticomunista acérrima, colaboradora del gobierno de Trujillo, amante de Johnny Abbes, el temible jefe de seguridad de Trujillo, y a la cual MVLL hace una entrevista, ya octogenaria, al final del libro. Quienes la conocieron y perdieron la cabeza por miss Guatemala dicen que embrujaba con unos ojos penetrantes. No solo era belleza, sino personalidad.

 

¿Qué quedó de las reformas de Árbenz en Guatemala? La verdad que nada. Castillo Armas las desmanteló todas, persiguió, encarceló y mató a quienes las defendían; y si bien fue un buen defensor de los intereses de la empresa norteamericana y de volver al status quo anterior, a su vez fue asesinado y sucedido por otro militar, en una secuela desenfrenada de ambición por el poder, donde unos derrocaban a otros. Por cierto, todos los participantes en el golpe a Árbenz y el asesinato de Castillo Armas, a su vez tuvieron un final trágico en esta ola de inestabilidad política que sacudió al país en los años siguientes.

 

La premisa detrás de la novela y que MVLL ha sostenido por lo menos desde los años 70 y su desilusión del socialismo, es que las reformas en una sociedad son mucho mejor que esos cambios apocalípticos, radicales, o, peor aún, mantenerse anquilosado en el atraso y el oprobio, usando la fuerza como sucede en una dictadura. Plantea una hipótesis interesante: si se hubiera dejado gobernar a Árbenz e implementar las reformas necesarias, modernizando Guatemala, habría servido de ejemplo para otros países de la región y se hubiera evitado la radicalización de la revolución cubana y que caiga en los brazos de Moscú.

 

Fidel Castro en sus inicios era un reformista, continental, hayista más que comunista. Pero él y su grupo cercano, entre otros, el mítico Che Guevara, ven que EEUU no va a permitir las reformas en Cuba, así como lo impidió en Guatemala, hecho que los lleva a la radicalización política. La ceguera e histerismo del gobierno norteamericano de ese entonces, el ejecutar el embargo económico y tratar de ahogarlos financieramente, ayudó a la radicalización y a que gire la revolución hacia Moscú. El resto es historia conocida.

 

Tiempos en que EEUU veía a Latinoamérica como su patio trasero y que llevaron a conatos revolucionarios en el continente, muchos apagados sangrientamente y al costo de un odio cada vez mayor al imperio.

 

La mejor novela de MVLL post entrega del Nobel. Tiempos recios contiene una lección útil para aquellos aprendices de brujo y que salivan por las dictaduras, sean de izquierda o de derecha.

* Mario Vargas Llosa: Tiempos recios. Edición consultada: Edición Alfaguara, 2019, 353 pp. 

Sunday, September 08, 2024

EL PEZ EN EL AGUA. LAS MEMORIAS DE MARIO VARGAS LLOSA I PARTE

 

Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Las memorias de Mario Vargas Llosa, El pez en el agua, tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera, la campaña presidencial (titulada en el presente comentario como La política), que corresponde a los capítulos pares del libro. Comienza en 1987 con el mitin contra la estatización de la banca promovida en el primer gobierno de Alan García y termina en 1990 con su derrota en segunda vuelta contra Alberto Fujimori. La segunda parte de sus memorias, que corresponde a los capítulos impares, trata desde su niñez en la lejana Cochabamba con la familia materna hasta el viaje a Europa en 1959, cuando tenía 23 años, viaje del cual ya solo regresaría al Perú por temporadas (titulada Los años iniciales). Por razones de extensión vamos a publicar el artículo en dos partes, comenzando con la campaña hacia la presidencia, cuando MVLL ejerce la política tal como es. Naturalmente que los comentarios que realizo sobre su acción política o de los hechos que marcaron su formación como escritor son enteramente del suscrito.

EJJ

Setiembre, 2024


 

LA POLÍTICA

 

Las memorias en los escritores si bien no son una constante en todos, algunos sí deciden dejar por escrito su vida o parte importante de esta. Personas que conocieron, por lo general del mundo artístico, literario o político, y hechos de los que fueron testigos presenciales.

 

Casi siempre las memorias son un balance de vida y, en algunas ocasiones, si la persona es famosa, un ajuste de cuentas y un medio para justificarse o dar una imagen de si ante la posteridad, cuando ya no se encuentre en este mundo y nadie pueda defender ardorosamente al memorioso escritor.

 

Por eso las memorias se escriben y publican al final de la vida o dejando expresa condición de publicarlas después de muerto. Del boom literario de los años 60 solo Gabriel García Márquez, el gran rival y amigo de Mario Vargas Llosa, dejó memorias (Vivir para contarla, 2002) cuando frisaba los 75 años, y ya prácticamente con toda su obra publicada. El resto de autores del boom (Julio Cortázar, José Donoso, Carlos Fuentes), no tuvieron la urgencia de dejar para la posteridad su testimonio de vida.

 

Por ello, desde ese punto de vista, llama la atención que, en 1993, un todavía joven Mario Vargas Lllosa (MVLL), con 57 años y una producción literaria por venir bastante amplia, haya decidido publicar sus memorias.

 

Y la razón la podemos encontrar en que tres años atrás, en 1990, contra todo pronóstico, había perdido la candidatura presidencial en su país natal ante un ilustre desconocido, un ex rector de la Universidad Agraria que derrotó al mundialmente famoso escritor.

 

La mitad y hasta un poco más de El pez en el agua abarca la campaña electoral que comenzó en 1987, con un mitin multitudinario en la Plaza San Martín de la ciudad de Lima contra la estatización de la banca, medida impulsada durante el primer gobierno del por entonces joven populista y demagogo presidente Alan García Pérez. Se cierra, tres años después, en 1990, con la derrota en segunda vuelta del célebre escritor ante el desconocido ingeniero Alberto Fujimori.

 

Precisamente las páginas dedicadas a la campaña de 1987-1990 son las más abundantes y también, para ser sinceros, las más aburridas. Visto en perspectiva, muchos datos son innecesarios y quizás con dedicarle dos o tres capítulos a la aventura presidencial eran más que suficientes. Pero, hay un ajuste de cuentas que el escritor debe hacer con algunos hechos y personajes que desfilaron en esos tres años en que ejerce la política tal como es en la vida real y no en el mundo de las ideas.

 

En algunos pasajes trata de justificar por qué se lanzó a la presidencia; en otros ajusta cuentas con aliados de la campaña electoral; más allá arremete contra algunos escritores que opinaban diferente a él y que eran cercanos amigos (fue el caso de Julio Ramón Ribeyro, a quien dedicó párrafos bastante humillantes); en otros más zahiere a quienes denomina despreciativamente como “intelectuales subdesarrollados”, encarnados en la figura de Luis Alberto Sánchez, calificándolo de “intelectual barato”;  en otras líneas critica en forma implacable a los académicos oportunistas de lenguaje progre y antiimperialista, pero que se mueren de ganas por trabajar en universidades de EEUU; más allá hace pequeñas pero despiadadas descripciones de algunos políticos de aquellos años; y, en otros pasajes trata, haciendo un autoanálisis que permite la distancia, de encontrar explicaciones al fracaso de la campaña, la que aparentemente tenía el triunfo asegurado.

 

Obviando las vendettas personales, esa es la parte más interesante de sus memorias relacionadas con la aventura presidencial: la autocrítica de la campaña del Fredemo, con el Movimiento Libertad que el escritor encabezaba, campaña que sirve de paradigma de lo que un candidato no debe hacer.

 

Y esta, parafraseando el título de una novela de su gran rival, fue la crónica de un fracaso anunciado. Estaba para ser ganada en primera vuelta; pero, como siempre sucede, la hubris ciega al contendor.

 

La primera advertencia se la hicieron sus propios asesores desde el inicio: no ir en alianza política con dos partidos como Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, partidos que se encontraban muy desprestigiados ante la población.

 

A MVLL le tocó vivir el inicio de la descomposición de los partidos políticos en la década del 80. De allí que la alianza con dos partidos tradicionales y sumamente desprestigiados en el medio político como AP y PPC no era auspiciosa. Era el comienzo de la era de los independientes en la política nacional. Gente sin trayectoria en la política como Ricardo Belmont que, en 1989, había ganado la alcaldía de Lima gracias a su carisma y mediatez en la televisión y en la radio. Fue una señal que estaba ad portas la era de los “sin partido” y el inicio del fin de la partidocracia nacional.

 

El otro pasivo fueron los spots políticos del Fredemo, donde la suma gastada por los candidatos a las listas parlamentarias era una cachetada a la pobreza de tanta gente. Lo que gastaba en publicidad el Fredemo era más que lo sumado por los demás contendientes. Si bien escapó a las manos de MVLL y este quiso en algo remediar el problema, pero fue prácticamente imposible en un frente que no era nada orgánico, sino un conjunto de intereses superpuestos y muchas veces contradictorios.

 

También le pasó factura al candidato la sinceridad anunciando las reformas liberales, lo que fue aprovechado por sus opositores, principalmente el Apra y la izquierda, para asustar a la gente, anunciando que iba a despedir a medio millón de empleados públicos, que muchas empresas iban a quebrar y que el shock económico iba a traer más pobreza al pueblo. Naturalmente que el ciudadano común se asustó y dio marcha atrás a votar por el escritor. El gran debate de ideas que quiso plantear MVLL se convirtió en el terreno fangoso de la política nacional.

 

Y no olvidemos el terrorismo. Esa campaña se hizo en medio de los ataques de Sendero Luminoso y el MRTA. No fue fácil, muchos candidatos del Fredemo y de otros partidos fueron asesinados. Hasta el propio MVLL sufrió dos atentados. Hacer una campaña en medio de apagones, atentados a la vida, hiperinflación y oposición descarada del presidente Alan García fue bastante complicado.

 

Por cierto, AGP se equivocó de cálculo político creyendo que podía manejar al “chinito”, quien, a los pocos meses, ya asentado en el poder y con un asesor maquiavélico en la sombra como Vladimiro Montesinos, arremetió contra el Apra y la izquierda, convirtiéndose el titiritero mayor en prófugo político y no pudiendo retornar al país hasta la caída de Fujimori. A la izquierda, que lo había apoyado en la campaña presidencial, le pasó algo similar. Luego de una corta luna de miel, Fujimori se deshace de los ministros, asesores y personal de confianza de tendencia izquierdista, los cuales posteriormente serían una implacable oposición a su gobierno. De allí también que la izquierda lo odie tanto. De aliados pasaron a ser enemigos.

 

Otro factor que jugó contra su candidatura, y que MVLL no cuenta en sus memorias, es que se había desconectado del Perú actual. Él se fue en 1959, treinta años después el país que dejó era otro, y el estar afuera haciendo vida de escritor famoso, que discurría entre Europa y EEUU, lo desconectó del Perú real de aquellos días. No es lo mismo estar al tanto en la lejanía de lo que sucede en el país, que, viviéndolo cerca, en carne propia. No bastaba el mensaje liberal necesario en esos años, sino empatizar con la gente, darse “baños de multitud” que tanto detestaba, sentir ese feeling y “leer” en ese calor popular lo que el pueblo pensaba o creía, más allá de las portátiles, los asesores o los aplausos. Algo similar le pasó en 1995 al embajador Javier Pérez de Cuellar cuando intentó postular a la presidencia. Alberto Fujimori no solo se había afianzado en el poder, sino que captaba mejor ese sentimiento popular.

 

Como decía Luis Alberto Sánchez, a quien tanto menospreciaba MVLL como intelectual, pero era un viejo zorro en la política: “En el Perú para ser [presidente] hay que estar [en el país]”.

 

En los sectores populares “el chinito” era visto como uno de los suyos; en cambio a MVLL por “blanco” lo veían como del lado de los ricos, de los explotadores, percepción que se reforzaba por los adjetivos encomiásticos y apoyo descarado de la gran empresa a favor de su candidatura. La deducción era obvia para la gente de los estratos populares: si los ricos te apoyan es por algo.

 

El resto es historia conocida. Alberto Fujimori, a los pocos días de asumir la presidencia aplicó el programa liberal de MVLL, empezando con el shock económico para frenar la hiperinflación y sentar las bases económicas de un país más estable y fuerte. Fue el que, sin temblarle el pulso, despidió a medio millón de empleados públicos y privatizó las empresas del estado. Muchos que estuvieron al lado del escritor pasaron a la otra orilla para servir a Fujimori que, hasta hace poco, tanto basureaban.

 

Después de esa derrota, las venidas de MVLL a su país natal fueron cada vez más espaciadas y sus apariciones públicas en Perú fueron para apoyar la candidatura contraria a la hija de su contendor de los 90, Keiko Fujimori. En 2011 endosó su apoyo a Ollanta Humala y en 2016 a Pedro Pablo Kuczynski. La excepción fue el 2021, cuando dando muestras de realismo político, endosó su apoyo a la hija de su otrora rival frente a la candidatura de una izquierda radical y con sospechas de filo terrorismo encarnada por, hasta ese momento, otro desconocido, Pedro Castillo.

 

Existe un hecho implícito que llama la atención en sus memorias: la poca participación de las mujeres en la política. No es un hecho que solo se produjo en el Fredemo, también en los otros partidos de aquella contienda. Hay pocas mujeres actuando en la gran política. Vemos desfilar a hombres que hacen política, jóvenes o viejos, nóveles o experimentados en el quehacer político, pero son hombres. Las mujeres ocupan un rol subalterno, apoyando con las campañas de acción social o como secretarias. Las que aparecen en sus memorias participando en política nacional en 1990 son muy pocas: Lourdes Flores, que marcó su debut en las ligas mayores como diputada, o una Beatriz Merino que tiene cierta presencia al lado del escritor-candidato y llegó a ser senadora en aquella elección.

 

¿Qué de bueno trajo su candidatura?

 

Puso en el debate ideas que ahora son sentido común, en un país donde todavía se respiraba el control y presencia del estado sobre la economía y el proteccionismo a ultranza de la industria nacional, modelo que agonizaba en los años 80. Comenzaron a ser moneda corriente ideas como economía de mercado, libre competencia, leyes antimonopolio, derechos del consumidor, en una nación que parecía desaparecer entre el terrorismo, la hiperinflación y el desgobierno. Esas ideas fueron la base para el cambio de modelo económico que se ejecutó en los años 90.

 

Pero, ensayemos un poco de ucronía. ¿Qué hubiera sucedido si MVLL ganaba la presidencia en 1990?, ¿El Perú sería un país diferente?, ¿Ya estaríamos en la puerta del desarrollo y miembro de pleno derecho en la OCDE?, ¿Seríamos el ejemplo en la región, superando a Chile en estabilidad política?

 

Honestamente creo que no.

 

Yo voté por él en las dos vueltas de aquella ahora remota y crucial elección de 1990; pero, me parece que por respetar “las formas democráticas” -a la usanza de su pariente y ex presidente José Luis Bustamante y Rivero- lo habría entrampado en los cabes, codazos y patadas a la canilla a que son afectos los políticos criollos. De su programa de gobierno, con suerte habría ejecutado la mitad y muchas cosas quedado entrampadas por la oposición aprista e izquierdista, bastante fuerte en aquel entonces.

 

Aparte que ese programa requería una continuidad de por lo menos diez años y MVLL no hubiera aceptado reelegirse modificando la constitución política -como sí lo hizo Fujimori- y con la duda de si el desgaste de gobierno le habría permitido designar y que sea elegido alguien cercano a él para sucederlo y continuar con las reformas. Conociendo sus exabruptos, de repente, en el colmo de la impaciencia, hasta renunciaba a la presidencia y se largaba del país.

 

Cada reforma que quisiera ejecutar tendría de respuesta por parte de la oposición “movilizaciones nacionales” en las calles “contra el neoliberalismo hambreador” y cuestionamientos oficiales y censura de ministros en el congreso, donde no tenía mayoría parlamentaria. El statu quo comercial, económico y laboral estaba bien enraizado en aquellos años. La gran empresa siempre vivió una alianza con el gobierno de turno, sea civil o militar, protegiendo sus intereses, y los sindicatos tenían una gran presencia en muchos sectores laborales con huelgas que podían paralizar la actividad económica. Cada medida a ejecutar sería un dolor de cabeza, con el agravante de tener al terrorismo en las puertas de Palacio de gobierno.

 

Habría querido gobernar el Perú como si fuera Suiza, con la gran sombra de ser figura internacional y tener plena conciencia que el mundo entero lo miraría como presidente. Quizás fue una suerte, para los peruanos y para él, que no llegara a la presidencia y retornara al mundo de las letras (a estar en su hábitat natural, como pez en el agua). No necesariamente un buen escritor es un buen político.

 

MVLL cierra su experiencia política con un balance amargo, que no se refleja tanto en sus memorias, pero sí en los artículos periodísticos que escribió en aquellos años, como el titulado El “pueblo” y la “gente decente”, de Abril de 1992, a los pocos días del autogolpe de Alberto Fujimori. Como que se le cae la venda de los ojos y ve claramente que los empresarios, medios de comunicación y políticos que lo apoyaron en la aventura presidencial, pasaron a la otra orilla sin pestañear, justificando, algunas veces en forma bastante burda, el golpe de estado; claro está, a cambio de prebendas económicas o políticas. Una licitación, avisaje del estado en los medios de comunicación o un ministerio, bien valían un cambio radical de opinión, pasando de denostar a Fujimori en la campaña a considerarlo ahora como “un estadista de talla continental”.

 

Muchos de los antiguos aliados de MVLL, al pasar a la otra orilla, comenzaron a criticarlo severamente. Lo calificaron de antipatriota, de no querer a su país, algunos más de “resentido” por haber perdido la elección, todo por el hecho de criticar el golpe de estado y al ahora presidente Fujimori, al que enaltecían como “el salvador de la patria”. Sic transit gloria mundi.

Sunday, April 07, 2024

LA UTOPÍA ARCAICA: EL MUNDO DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


La utopía arcaica es probablemente junto al estudio sobre Gabriel García Márquez (Historia de un deicidio) los mejores ensayos que Mario Vargas Llosa (MVLL)  ha escrito, con la ventaja que el ensayo sobre José María Arguedas (JMA) abarca la obra completa de un escritor (hacía más de 25 años que Arguedas había muerto cuando fue publicado el libro en 1996), mientras que el de GGM es un estudio parcial, hasta Cien años de soledad, no comprendiendo, por razones de fecha de publicación del ensayo (1971), la obra restante del escritor colombiano. (Aparte que la célebre ruptura entre ambos escritores acaecida algunos años después impidió una actualización del estudio).

 

Lo primero que se revela es el equívoco que la intelectualidad de izquierda ha tenido sobre la trayectoria ideológica y política de JMA. No fue un marxista convencido, ni le interesaron mucho las causas sociales como praxis política (si bien era una persona sumamente sensible, que le afectaba tremendamente el mundo externo). El equívoco se agrava por los últimos años de la vida de Arguedas donde toma posiciones bastante explícitas a favor de los más pobres y condena expresa del capitalismo, quizás influido por su segunda esposa, Sybilla Arredondo, militante comunista chilena y que purgó condena por terrorismo en nuestro país.

 

De allí que muerto Arguedas, en los años 70 y 80 creciera el mito del luchador social, e incluso algunos hablaran del “pensamiento Arguedas”, como un intelectual orgánico o tomaran como consigna partidaria el título de su novela Todas las sangres, novela fallida, dicho sea, donde la conciencia social se trasluce en clichés bastante burdos y en personajes muy acartonados.

 

Arguedas tampoco podía devenir en un “marxista orgánico” porque el marxismo supone civilización, progreso, salir de las formas precapitalistas de trabajo y de pensamiento y converger los esfuerzos en una sociedad industrial y altamente tecnificada, algo muy lejos de la cosmovisión de JMA.

 

No obstante ello, hay que agradecer a la viuda de Arguedas el tesón que en los años 80 puso para la publicación de las obras completas. Sin esa dedicación la obra de JMA habría quedado dispersa en libros y artículos por aquí y por allá, como ha sucedido con otros escritores peruanos luego de fallecidos.

 

Como anota MVLL, Arguedas trasunta en toda su obra una visión pasatista, prehispánica, de jardín edénico. Es decir, el Perú precolombino era un lugar libre de desigualdades, donde imperaba la justicia social y donde todos eran felices. A ello MVLL lo ha llamado apropiadamente utopía arcaica. Utopía porque ese aparente edén nunca existió (hay estudios que demuestran que el imperio incaico no fue ni remotamente un lugar paradisiaco), sino solo en la imaginación de escritores como el Inca Garcilaso de la Vega que ya en España idealizó el Cusco de su niñez y los relatos que le habían contado. La leyenda de ese paraíso viene del siglo XVI.

 

Por ello lo mejor de la obra de Arguedas es sobre el indio puro, no contaminado con los valores y formas de vida de Occidente que lo degradan y oprimen. Como infiere MVLL, un relato como Yawar fiesta trasluce muy bien ese pensamiento: los indios quieren continuar con la tradición de la fiesta sangrienta donde el toro es muerto inmisericorde en el ruedo, de forma bastante salvaje; a pesar que los mestizos y blancos del pueblo quieren morigerar esa violencia, hacerla más “civilizada”, sin conseguirlo. El “progreso” está del lado de los blancos y mestizos del pueblo, pero Arguedas trasluce una simpatía bastante clara a favor de los indios.

 

Igual sucede con Los ríos profundos, donde se percibe un canto a la naturaleza como vida ideal, en equilibrio con el hombre, del cual tiene una visión roussoniana: el hombre nace bueno, pero la civilización lo corrompe.

 

Por ello en su última novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, el hombre ya está corrompido por la civilización, representada en un Chimbote infernal, contaminado de capitalismo, donde el indio que bajó de los andes para trabajar está corrupto por esa sociedad, embrutecido entre el trago y la lujuria (por traumas infantiles y de los que nunca pudo recuperarse, JMA sintió el sexo como algo sucio, que degrada al ser humano, de allí que su relación con las mujeres siempre haya sido difícil y por lo general platónica).

 

Chimbote es un microcosmos de codicia, corrupción, degradación moral, pestilencia, muerte.

 

Novela inconclusa e irregular, MVLL observa el hecho que al ser su novela póstuma, acompañada de los célebres diarios, donde alude reiteradamente al suicidio (con un intento frustrado en su haber), y el quitarse la vida en plena escritura, le da un eco enorme a una novela menor y a José María Arguedas lo eleva a la categoría de escritor maldito, algo que estaba lejos de ser. Y la verdad, que recuerde, no hemos tenido escritores que aludan en su última obra reiteradamente a la muerte y acto seguido decidan quitarse la vida.

 

Ese malditismo lo acerca más a los escritores románticos que a los indigenistas, que “describían” el abuso y la explotación del indio. José María Arguedas junto a Ciro Alegría son los mejores exponentes de la narrativa indigenista, suerte de canto del cisne de un estilo tradicional que agotaría temática y forma de narrar. (Manuel Scorza la quiso revitalizar en los años 70 con su célebre pentalogía, imbuida de realismo mágico).

 

Equívocamente a Arguedas se le considera como hombre progresista cuando no lo fue; pero, como deduce MVLL, si hablamos de representante de alguna corriente política o ideológica, Arguedas en la actualidad bien encajaría entre los medioambientalistas, tanto aquellos que buscan una armonía entre el hombre y la naturaleza, como los más radicales que proponen volver a la naturaleza y a una vida lejos de la civilización. Arguedas debería figurar entre sus representantes más emblemáticos.

 

Estudio bastante enjundioso, con una amplia bibliografía sobre JMA que hasta los años 90 se había publicado, La utopía arcaica es un ensayo profundo e interesante sobre la obra de José María Arguedas, un escritor que merece ser visto sin anteojeras y en su real contexto.

*La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Mario Vargas Llosa. Penguin Random House, 2019, 423pp

Friday, March 29, 2024

EL JOVEN VARGUITAS Y LA TÍA JULIA. LOS RECUERDOS PERSONALES EN LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Si bien en La ciudad y los perros el personaje llamado El poeta es un alter ego del escritor o para el personaje de Zavalita en Conversación en la Catedral recurre a sus recuerdos como periodista del diario La crónica; La tía Julia y el escribidor es la única novela de Mario Vargas Llosa (MVLL) donde echaría mano en abundancia a hechos acaecidos directamente al joven escritor de apenas 19 años. Fue también la única novela escrita en su totalidad en primera persona, donde el narrador-personaje (Varguitas) ocupa un rol protagónico a lo largo de todo el libro.

 

La tía Julia y el escribidor (como lo hizo con su última novela Le dedico mi silencio o sus memorias El pez en el agua) alterna capítulos donde narra en paralelo dos historias: el encuentro y posterior romance con su tía política Julia Urquidi y la contratación en la radio donde trabajaba del escriba boliviano Pedro Camacho y sus historias escabrosas para los radioteatros de los años 50.

 

Vemos desfilar personajes secundarios reales como Genaro Delgado Parker, nombrado como el empresario progresista y que luego sería un destacado broadcaster de la televisión nacional. O a Javier Silva Ruete, amigo íntimo desde la niñez del joven MVLL, y futuro ministro de Economía en tres oportunidades diferentes, la primera de ellas bajo el gobierno militar saliente de los años 70.

 

La novela comienza con una bella e idílica descripción del distrito de Miraflores de ese entonces y las ansias que queman las entrañas al joven escritor y que parecen irrealizables: “En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la Calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San Marcos, Derecho, creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión liberal, aunque, en el fondo, me hubiera gustado más llegar a ser un escritor…”.

 

1955. Un Miraflores mesocrático, donde todos se conocían, de pequeñas quintas o casitas, muchas de quincha y adobe, donde se enamoraban y se casaban entre ellos, vivían cerca unos de otros, casi eran una tribu como lo describe el narrador. Su propia familia materna era bastante numerosa y “bíblica” (tíos y tías desperdigados a lo largo de Miraflores). Trazos de una Lima que se reducía a la Plaza San Martín, el Jirón de la Unión y el distrito de Miraflores. Donde los empleados iban a almorzar a sus casas (al igual que los colegiales) y regresaban a su trabajo por la tarde, solo existían dos universidades (Católica y San Marcos), y la siesta era una institución en las costumbres de la época. Época donde, faltando algunos años todavía para que llegue la televisión, el bolero era el amo y señor en las reuniones sociales y los radioteatros el entretenimiento familiar que reunía a todos alrededor de la radio, aparato gigante y que ocupaba buen espacio de la sala.

 

En ese contexto de un Miraflores arcádico es que el joven Varguitas conoce a la tía Julia, hermana menor de la esposa de su tío Luis (padre de Patricia, su segunda esposa) y que había llegado de Bolivia para sobrellevar un reciente divorcio y, al decir de las malas lenguas, “encontrar un nuevo marido”. Esa historia se desarrolla a modo de un dramón de radionovela, porque el romance entre un muchacho de 19 años (la mayoría se alcanzaba recién a los 21) y una mujer de 32, por añadidura divorciada, era un tabú impermeable a cualquier licencia social.

 

Hay amores secretos, casi castos (en sus memorias MVLL cuenta que recién tuvieron su primera relación íntima cuando contrajeron matrimonio), fugas cinematográficas (se casan en un caserío lejano de Chincha), persecuciones del padre con pistola en mano y un final feliz con el matrimonio de la pareja. El happy end de todo dramón luego que los personajes pasan mil peripecias. Y, como dijo años después la propia Julia Urquidi, nadie creyó, ni ella misma, que ese matrimonio iba a durar nueve años.

 

La segunda historia en paralelo son los dramones de Pedro Camacho, truculentos, llenos de sobresaltos y datos escondidos, hasta que el excesivo trabajo hace que confunda personajes e historias llegando a la implosión por fatiga mental. Como recordó el propio MVLL, Pedro Camacho fue el primer escritor que conoció personalmente, aunque más era un escriba, ya que no leía mucha literatura (según Camacho para no ser influenciado por el estilo de otros escritores) y su único libro de cabecera era un recuento de aforismos y frases célebres con los que redondeaba sus diálogos. En contraposición vemos a un joven escritor usando el método de trabajo que repetirá a lo largo de toda su vida: más de traspiración que de inspiración, que hace y rehace los textos que escribe, crítico implacable de su propio trabajo, buscando la perfección de la palabra justa.

 

Si bien MVLL reiteró en múltiples entrevistas de la época que los recuerdos de su relación con su tía política fueron solo “el magma” para la ficción que creó al más puro estilo flaubertiano, donde el creador estaba distanciado del narrador, así éste lo cuente en primera persona, la verdad que a Julia Urquidi no le gustó mucho como la retrataron en la novela y algunos años después escribió una respuesta, sus memorias del matrimonio con MVLL y la intrusión de la prima Patricia entre los cónyuges -no la pinta nada bien- titulada Lo que Varguitas no dijo.

 

Lo cierto es que el propio MVLL reconoció la gran deuda que tuvo con Julia Urquidi, sin ella quizás no hubiera llegado a ser un escritor de fama internacional. Fue, junto a su segunda esposa, Patricia Llosa, el gran soporte para su carrera literaria. Con Julia realizó en 1959 el viaje a Europa a fin de convertirse en escritor, viaje del cual MVLL ya no retornaría al país, salvo contadas temporadas (con la excepción de 1987-1990, cuando postuló a la presidencia de la república). Julia Urquidi también acertó en una entrevista de los años 80 cuando pronosticó que recibiría tarde o temprano el premio Nobel. El año que ella fallecía (2010), el escritor recibió el premio.


La tía Julia y el escribidor no fue exenta de críticas, sobre todo de los ex compañeros de ruta, cuando el escritor ya se había alejado de la izquierda castrista. Alegaban un “agotamiento creativo” en el sentido que sus últimas novelas Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor eran obras menores comparadas con las tres primeras (La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la Catedral), consideradas hitos sin parangón del realismo crítico.

 

Quizás fatigado de esas tres obras mayores, en los años 70 MVLL compone estas pequeñas novelas con apariencia de divertimento (sobre todo La tía Julia…), “poco serias” conforme al canon dominante en aquellos años (el canon de la época era escribir denunciando las injusticias sociales). Hay que reconocer que MVLL no se copia asimismo. Formal y estilísticamente diferentes, Pantaleón y las visitadoras fue una sátira contra el Ejército, institución considerada todavía como tutelar de la patria, sátira que, me parece, ningún otro escritor peruano ha acometido con la misma eficacia; mientras que La tía Julia y el escribidor recrea magistralmente esa Lima de los años 50, pequeñísima, con una geografía mínima de cinemas y radioteatros, de una clase media ilustrada, compuesta de empleados que todavía se podían dar ciertos lujos, aunque viviendo también con estrecheces de fin de mes. Junto a sus memorias El pez en el agua, en los capítulos donde narra su niñez y adolescencia, esas páginas de los recuerdos miraflorinos y cincuenteros son de las más nostálgicas que haya escrito el Nobel.

 

Habría que esperar unos años más, a 1981, para su segunda gran obra, La guerra del fin del mundo, con la cual sus grandes novelas las escribió antes de los 45 años. Lo que publicó después ya no estuvo a la altura de sus primeros libros.

*Mario Vargas Llosa: La tía Julia y el escribidor. Edición consultada: 1ª. Edición de Seix Barral, 1977, 447pp.

Monday, March 11, 2024

LA SÁTIRA AL EJÉRCITO. PANTALEÓN Y LAS VISITADORAS

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Luego de publicada Conversación en la Catedral, Mario Vargas Llosa (MVLL) publica una novela que causará revuelo y discusiones de nuevo: Pantaleón y las visitadoras. Sátira al ejército en una época (1973) cuando el Perú estaba gobernado de nuevo por militares.

 

En 1963 había sido publicada su primera novela, La ciudad y los perros, denuncia en el más crudo realismo de la organización militar a través de un grupo de cadetes del colegio Leoncio Prado. Mezcla de thriller con policial y utilizando las conocidas técnicas faulknerianas de sus primeras obras, marcó un antes y un después en la literatura nacional y su inserción internacional como escritor en lo que se conocería como el boom de la novela latinoamericana.

 

Diez años después MVLL vuelve a la carga de la institucionalidad militar, pero esta vez en tono de sátira con la novela Pantaleón y las visitadoras.

 

El argumento de la novela es bastante sencillo: vista la avalancha de denuncias en la selva contra los soldados por violar a las lugareñas, causado por el largo encierro en las guarniciones militares de la amazonia, al alto mando se le ocurre la idea de implementar un servicio de “visitadoras”, prostitutas que irán a los destacamentos para satisfacer los deseos carnales de los soldados y no violen así a las muchachas de la zona. La tarea es encargada al capitán Pantaleón Pantoja, conocido por sus dotes administrativas e impecable foja de servicios. La solución parece idónea, entendida la prostitución como un “mal necesario” en toda sociedad.

 

Todo marcha muy bien, pero, como siempre pasa en estos casos, la hubris ciega al capitán Pantoja, por añadidura se enamora de una visitadora, y el servicio al hacerse cada vez más notorio, cae por su propia celebridad. La eficiencia mata el servicio. Como es natural, la alta oficialidad se lava las manos y el capitán Pantoja es usado como “chivo expiatorio”. Dios perdona el pecado pero no el escándalo y todo vuelve a la “normalidad”.

 

Capítulos enteros son partes, noticias de diarios, cartas personales, informes y hasta sueños que van desarrollando la trama de la novela. Única oportunidad en que MVLL ha utilizado en tal proporción “materiales en crudo” para una novela suya. Otros capítulos son diálogos que suceden en distintos espacios y tiempos, entrecruzándose diferentes personajes. Sin llegar a la complejidad que utilizó en Conversación en la Catedral, esta forma de narrar le da bastante fluidez y dinamismo a la novela.

 

Y como subtrama, una secta religiosa que gira alrededor del misterioso “Hermano Francisco” y que va ganando adeptos entre la gente del pueblo y lo que viene a ser la clase media iquiteña (cuando Iquitos más era un pueblo que una ciudad). Ese perfil del Hermano Francisco lo desarrollará posteriormente en el personaje del Consejero en La guerra del fin del mundo. Sujetos fanáticos, carismáticos, que se sienten enviados por Dios y que arrastran multitudes.

 

Otro personaje secundario que cobra bastante notoriedad es El sinchi. El periodista radial que con voz engolada vende su opinión al mejor postor. La venalidad del oficio y que en la segunda versión cinematográfica de la novela lo encarnó magistralmente el desaparecido Aristóteles Picho.

 

Así como el teniente Gamboa de La ciudad y los perros es sancionado por buscar la verdad en el asesinato del cadete llamado “el Esclavo”; en Pantaleón y las visitadoras, el capitán Pantoja es igualmente sancionado por la eficiencia de la organización administrativo-sexual que creó. Como le dice el general Scavino, su superior al mando, si hubiera sido un servicio mediocre que funcione a medias nada de esto hubiera pasado. En el Perú se premia la mediocridad. Cualquiera que resalte es inmediatamente “bajado al piso”. Es la versión nacional del “palo encebado”. La eficiencia mata al capitán Pantoja.

 

La novela cuenta con dos adaptaciones al cine. La primera de 1975 codirigida por el propio MVLL y que es francamente olvidable. La segunda de 1999 dirigida por Francisco Lombardi que, tomándose algunas licencias, captó el espíritu de la novela.

 

Como anécdota, el propio MVLL refiere en sus memorias El pez en el agua que la oposición aprista a su candidatura presidencial de 1990 infundió el rumor que trataba como prostitutas a todas las mujeres de Loreto, seleccionando ciertos párrafos de la novela e incitaba a que impidan las iquiteñas cualquier manifestación del escritor e incluso “tomen” el aeropuerto acostándose en la pista de aterrizaje para impedir su llegada. Felizmente el incidente no pasó a mayores y el escritor-candidato fue bien recibido en la ciudad y pudo hacer sus mítines.

 

Sátira por extensión a toda organización, más si se considera venerable, después de 50 años Pantaleón y las visitadoras se deja leer. No ha envejecido. Quizás algunas palabras ya están fuera de uso del habla popular, pero se deja leer. Es una de las mejores novelas que escribió el por entonces joven Mario Vargas Llosa.


*Mario Vargas Llosa: Pantaleón y las visitadoras. Edición consultada: 4ta edición de Seix Barral, 1974, 309pp.