Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Soy un fanático de Alien. Desde
su estreno en un lejano 1979 (en cine, cuando no había vhs, dvd, menos streaming)
la habré visionado 30 o 40 veces. Quizás más. Ya perdí la cuenta. Me la sé plano
por plano. No en vano, hace un tiempo le dediqué en este blog un homenaje por
sus cuarenta años.
A
mi criterio, la mejor sigue siendo la primera, mezcla de terror con ciencia
ficción, en una era de capitalismo espacial reducido todo a ganancias,
sin importar mucho la gente. Bueno, como es ahora también.
De
allí el universo Alien ha sufrido una expansión de secuelas, precuelas, crossover,
muchos sin pena ni gloria. Es un universo que goza de buena salud. Y esto lo
saben muy bien los dueños de la franquicia.
Pero,
conforme ese universo se expandía, necesitaba justificar las razones de su
crecimiento. Crear nuevas historias que le dieran sentido a la original. Ya no
solo era esa bestia agresiva altamente mortal, sino explicar la génesis. Los
ingenieros que diseñaron a la criatura. Algo de eso quiso desarrollar las
precuelas (Alien Prometheus y Alien Covenant), aunque sin mucho
convencimiento. Lo hubiéramos dejado mejor como esa criatura salvaje en estado
natural y era más creíble. Luego han venido videojuegos, un tributo a la
primera de la saga (Alien Romulus), merchandising y toda la
parafernalia en torno al popular xenomorfo.
El
streaming trajo lo suyo y Alien no podía faltar. Alien earth se
perfilaba como una miniserie que aspira a varias temporadas; aunque, por las
críticas que le han llovido de todos lados, de repente queda allí.
Que
no les gustó a los fans de Alien e incluso a cierta crítica, que
esperaban otra cosa. Que el último capítulo es decepcionante, etc., etc.
Creo
que no les gustó que no siga el canon oficial. Me explico.
El
xenomorfo es un animal altamente letal, casi imposible de vencer. Desde el
filme original conocemos los estragos que puede causar y como que nos hemos
acostumbrado a ello. Toda película o serie de Alien que se respete tiene
que causar infinidad de muertes y, con suerte, luego de mil peripecias, al
final ser vencido por la heroína (mujer, blanca, heterosexual, rasgos que son
marca constante en el universo Alien). Más o menos ese es el esqueleto
del guion original y se encuentra grabado a fuego en nuestro imaginario. El
resto son complementos, accesorios, matices.
Noah
Hawley, el creador de la miniserie, quiso hacer algo diferente. Rompió el
canon. En vez de centrarse en el xenomorfo persiguiendo a sus presas, nos
mostró el otro lado. A un grupo de niños en cuerpos de androides adultos, con
sus dudas y cavilaciones. El punto de vista cambió. Otro elemento, quizás no de menor
importancia, es el lugar de los sucesos. Ya no son planetas lejanos o el
interior de naves espaciales como en anteriores películas de la saga, sino la
tierra misma. Igual el tiempo. La acción sucede poco antes del filme original,
por lo que se trata de una precuela que es antecedente inmediato de lo que
veremos en Alien de 1979.
Como
jefe de esa pandilla de adolescentes tenemos a un Peter Pan perverso (Boy
Kavalier) que juega a ser Dios y de verdad se siente omnipotente, parodia de
los grandes mandamases de las bigtech. No en vano su megaempresa se
llama Prodigy y la isla donde vive Neverland. Los guiños al
cuento clásico son más que evidentes. Vemos, como siempre, al xenomorfo matar
gente, pero Hawley se ha centrado más en esos niños-máquinas y sus problemas emocionales
y existenciales (la célebre pregunta ¿quién soy, hombre o máquina?) que en una
serie de muertes sucesivas por el mítico monstruo.
La
opción de Hawley era válida y creativa: rompe el canon oficial. Y siempre es
bueno romper los cánones, a pesar que nos disguste.
Salvando
las distancias, algo similar sucedió cuando fue el estreno de la live-action
Blancanieves por los estudios Disney. También hubo un linchamiento
mediático en las redes. ¿El delito? La protagonista no era “blanca como la
nieve”, según el clásico cuento de los hermanos Grimm, sino brownie,
“marroncita”, como que parte de sus ancestros son del sur del Río Grande, donde
el fenotipo predominante no es el blanco, rubio y ojos azules. Rompía el canon
de cómo se representaba a Blancanieves. No era una gran película, se permitía
varias licencias y hasta era medio “progre”, pero tampoco era como para
quemarla viva en la hoguera. Curiosamente muchos de los que se mostraron
ofendidos en redes eran hasta más “oscuritos” que Rachel Zegler, la actriz
protagónica.
No
sé qué pasaría si en un futuro a algún creativo o productor de Hollywood con
tendencias woke se le ocurre describir a la heroína de Alien ya
no como blanca y heterosexual, tal como ha sido caracterizada hasta ahora, sino
negra, lesbiana, chapando mujeres cada tres por cuatro y enfundada en botas
largas de femme fatale.
Hay
otros detalles que se han criticado, algunos me parecen fundados, como la
exagerada cantidad de especies animales que porta el cargamento y que luego
tienen poco desarrollo en la trama (salvo que se usen para futuras temporadas);
que el guionista se saque de la chistera algunos trucos para resolver los nudos
del argumento (el deus ex machina); o que la protagonista, Wendy (de
nuevo la recurrencia al mundo de Peter Pan), pueda dominar con ciertos sonidos
guturales al monstruo e incluso que sea su aliado como vemos en la escena final
del último capítulo. La única que, en toda la saga, lo ha hecho. Bueno, está
demostrado que hasta los animales más salvajes pueden ser apaciguados y hasta
dominados con ciertos sonidos, así que tan extraño no es. Ya no se trata del
enfrentamiento a muerte contra el alienígena para sobrevivir, sino
colaboración, usando la letalidad y astucia del animal. Signo de los tiempos,
donde es políticamente incorrecto mostrar en pantalla matar animales,
por más que sean mortíferos y extraterrestres.
En
las críticas que sí coincido es que la historia daba para una película o máximo
dos, que para una miniserie, donde “hay que estirar como chicle” el argumento a
fin de alcanzar para los episodios de toda una temporada, y con el agravante
que se ha pensado más de una. Condensada en lo que dura un filme habría ganado
en intensidad.
Ha
decepcionado el último capítulo, se dice en las redes y en los comentarios. A
mí me da la impresión que ese último capítulo ha querido ser la bisagra para la
siguiente temporada que, como advertimos líneas arriba, es posible que no se estrene.
Al final quien decidirá si hay o no una próxima entrega serán los números, las
ganancias. Total, estamos en un sistema capitalista, tan tenebroso como el que
nos describía el Alien original. O, como dijo hace buen tiempo una
popular vedette local que se dedicaba al oficio más antiguo del mundo: Business
son business.
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