Eduardo
Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Las
memorias de Mario Vargas Llosa, El pez en el agua, tiene dos partes claramente
diferenciadas. La primera, la campaña presidencial (titulada en el presente
comentario como La política), que corresponde a los capítulos pares del libro.
Comienza en 1987 con el mitin contra la estatización de la banca promovida en
el primer gobierno de Alan García y termina en 1990 con su derrota en segunda
vuelta contra Alberto Fujimori. La segunda parte de sus memorias, que
corresponde a los capítulos impares, trata desde su niñez en la lejana
Cochabamba con la familia materna hasta el viaje a Europa en 1959, cuando tenía
23 años, viaje del cual ya solo regresaría al Perú por temporadas (titulada Los
años iniciales). Por razones de extensión vamos a publicar el artículo en dos
partes, comenzando con la campaña hacia la presidencia, cuando MVLL ejerce la
política tal como es. Naturalmente que los comentarios que realizo sobre su
acción política o de los hechos que marcaron su formación como escritor son
enteramente del suscrito.
EJJ
Setiembre,
2024
LA
POLÍTICA
Las
memorias en los escritores si bien no son una constante en todos, algunos sí deciden
dejar por escrito su vida o parte importante de esta. Personas que conocieron, por
lo general del mundo artístico, literario o político, y hechos de los que
fueron testigos presenciales.
Casi
siempre las memorias son un balance de vida y, en algunas ocasiones, si la
persona es famosa, un ajuste de cuentas y un medio para justificarse o dar una
imagen de si ante la posteridad, cuando ya no se encuentre en este mundo y
nadie pueda defender ardorosamente al memorioso escritor.
Por
eso las memorias se escriben y publican al final de la vida o dejando expresa
condición de publicarlas después de muerto. Del boom literario de los
años 60 solo Gabriel García Márquez, el gran rival y amigo de Mario Vargas
Llosa, dejó memorias (Vivir para contarla, 2002) cuando frisaba los 75
años, y ya prácticamente con toda su obra publicada. El resto de autores del boom
(Julio Cortázar, José Donoso, Carlos Fuentes), no tuvieron la urgencia de dejar
para la posteridad su testimonio de vida.
Por
ello, desde ese punto de vista, llama la atención que, en 1993, un todavía
joven Mario Vargas Lllosa (MVLL), con 57 años y una producción literaria por
venir bastante amplia, haya decidido publicar sus memorias.
Y
la razón la podemos encontrar en que tres años atrás, en 1990, contra todo
pronóstico, había perdido la candidatura presidencial en su país natal ante un
ilustre desconocido, un ex rector de la Universidad Agraria que derrotó al
mundialmente famoso escritor.
La
mitad y hasta un poco más de El pez en el agua abarca la campaña
electoral que comenzó en 1987, con un mitin multitudinario en la Plaza San
Martín de la ciudad de Lima contra la estatización de la banca, medida impulsada
durante el primer gobierno del por entonces joven populista y demagogo
presidente Alan García Pérez. Se cierra, tres años después, en 1990, con la
derrota en segunda vuelta del célebre escritor ante el desconocido ingeniero Alberto
Fujimori.
Precisamente
las páginas dedicadas a la campaña de 1987-1990 son las más abundantes y
también, para ser sinceros, las más aburridas. Visto en perspectiva, muchos
datos son innecesarios y quizás con dedicarle dos o tres capítulos a la aventura
presidencial eran más que suficientes. Pero, hay un ajuste de cuentas que el
escritor debe hacer con algunos hechos y personajes que desfilaron en esos tres
años en que ejerce la política tal como es en la vida real y no en el mundo de
las ideas.
En
algunos pasajes trata de justificar por qué se lanzó a la presidencia; en otros
ajusta cuentas con aliados de la campaña electoral; más allá arremete contra
algunos escritores que opinaban diferente a él y que eran cercanos amigos (fue
el caso de Julio Ramón Ribeyro, a quien dedicó párrafos bastante humillantes);
en otros más zahiere a quienes denomina despreciativamente como “intelectuales
subdesarrollados”, encarnados en la figura de Luis Alberto Sánchez,
calificándolo de “intelectual barato”; en otras líneas critica en forma implacable a
los académicos oportunistas de lenguaje progre y antiimperialista, pero que se
mueren de ganas por trabajar en universidades de EEUU; más allá hace pequeñas pero
despiadadas descripciones de algunos políticos de aquellos años; y, en otros pasajes
trata, haciendo un autoanálisis que permite la distancia, de encontrar
explicaciones al fracaso de la campaña, la que aparentemente tenía el triunfo
asegurado.
Obviando
las vendettas personales, esa es la parte más interesante de sus
memorias relacionadas con la aventura presidencial: la autocrítica de la
campaña del Fredemo, con el Movimiento Libertad que el escritor encabezaba,
campaña que sirve de paradigma de lo que un candidato no debe hacer.
Y
esta, parafraseando el título de una novela de su gran rival, fue la crónica de
un fracaso anunciado. Estaba para ser ganada en primera vuelta; pero, como
siempre sucede, la hubris ciega al contendor.
La
primera advertencia se la hicieron sus propios asesores desde el inicio: no ir
en alianza política con dos partidos como Acción Popular y el Partido Popular
Cristiano, partidos que se encontraban muy desprestigiados ante la población.
A
MVLL le tocó vivir el inicio de la descomposición de los partidos políticos en
la década del 80. De allí que la alianza con dos partidos tradicionales y
sumamente desprestigiados en el medio político como AP y PPC no era auspiciosa.
Era el comienzo de la era de los independientes en la política nacional. Gente
sin trayectoria en la política como Ricardo Belmont que, en 1989, había ganado
la alcaldía de Lima gracias a su carisma y mediatez en la televisión y en la
radio. Fue una señal que estaba ad portas la era de los “sin partido” y el
inicio del fin de la partidocracia nacional.
El
otro pasivo fueron los spots políticos del Fredemo, donde la suma gastada por
los candidatos a las listas parlamentarias era una cachetada a la pobreza de
tanta gente. Lo que gastaba en publicidad el Fredemo era más que lo sumado por
los demás contendientes. Si bien escapó a las manos de MVLL y este quiso en
algo remediar el problema, pero fue prácticamente imposible en un frente que no
era nada orgánico, sino un conjunto de intereses superpuestos y muchas veces
contradictorios.
También
le pasó factura al candidato la sinceridad anunciando las reformas liberales,
lo que fue aprovechado por sus opositores, principalmente el Apra y la
izquierda, para asustar a la gente, anunciando que iba a despedir a medio
millón de empleados públicos, que muchas empresas iban a quebrar y que el shock
económico iba a traer más pobreza al pueblo. Naturalmente que el ciudadano común
se asustó y dio marcha atrás a votar por el escritor. El gran debate de ideas
que quiso plantear MVLL se convirtió en el terreno fangoso de la política
nacional.
Y
no olvidemos el terrorismo. Esa campaña se hizo en medio de los ataques de
Sendero Luminoso y el MRTA. No fue fácil, muchos candidatos del Fredemo y de
otros partidos fueron asesinados. Hasta el propio MVLL sufrió dos atentados. Hacer
una campaña en medio de apagones, atentados a la vida, hiperinflación y
oposición descarada del presidente Alan García fue bastante complicado.
Por
cierto, AGP se equivocó de cálculo político creyendo que podía manejar al
“chinito”, quien, a los pocos meses, ya asentado en el poder y con un asesor
maquiavélico en la sombra como Vladimiro Montesinos, arremetió contra el Apra y
la izquierda, convirtiéndose el titiritero mayor en prófugo político y no
pudiendo retornar al país hasta la caída de Fujimori. A la izquierda, que lo
había apoyado en la campaña presidencial, le pasó algo similar. Luego de una
corta luna de miel, Fujimori se deshace de los ministros, asesores y personal
de confianza de tendencia izquierdista, los cuales posteriormente serían una
implacable oposición a su gobierno. De allí también que la izquierda lo odie
tanto. De aliados pasaron a ser enemigos.
Otro
factor que jugó contra su candidatura, y que MVLL no cuenta en sus memorias, es
que se había desconectado del Perú actual. Él se fue en 1959, treinta años
después el país que dejó era otro, y el estar afuera haciendo vida de escritor
famoso, que discurría entre Europa y EEUU, lo desconectó del Perú real de
aquellos días. No es lo mismo estar al tanto en la lejanía de lo que sucede en
el país, que, viviéndolo cerca, en carne propia. No bastaba el mensaje liberal
necesario en esos años, sino empatizar con la gente, darse “baños de multitud”
que tanto detestaba, sentir ese feeling y “leer” en ese calor popular lo
que el pueblo pensaba o creía, más allá de las portátiles, los asesores o los
aplausos. Algo similar le pasó en 1995 al embajador Javier Pérez de Cuellar
cuando intentó postular a la presidencia. Alberto Fujimori no solo se había afianzado
en el poder, sino que captaba mejor ese sentimiento popular.
Como
decía Luis Alberto Sánchez, a quien tanto menospreciaba MVLL como intelectual,
pero era un viejo zorro en la política: “En el Perú para ser [presidente] hay
que estar [en el país]”.
En
los sectores populares “el chinito” era visto como uno de los suyos; en cambio
a MVLL por “blanco” lo veían como del lado de los ricos, de los explotadores,
percepción que se reforzaba por los adjetivos encomiásticos y apoyo descarado de
la gran empresa a favor de su candidatura. La deducción era obvia para la gente
de los estratos populares: si los ricos te apoyan es por algo.
El
resto es historia conocida. Alberto Fujimori, a los pocos días de asumir la
presidencia aplicó el programa liberal de MVLL, empezando con el shock
económico para frenar la hiperinflación y sentar las bases económicas de un
país más estable y fuerte. Fue el que, sin temblarle el pulso, despidió a medio
millón de empleados públicos y privatizó las empresas del estado. Muchos que
estuvieron al lado del escritor pasaron a la otra orilla para servir a Fujimori
que, hasta hace poco, tanto basureaban.
Después
de esa derrota, las venidas de MVLL a su país natal fueron cada vez más
espaciadas y sus apariciones públicas en Perú fueron para apoyar la candidatura
contraria a la hija de su contendor de los 90, Keiko Fujimori. En 2011 endosó
su apoyo a Ollanta Humala y en 2016 a Pedro Pablo Kuczynski. La excepción fue
el 2021, cuando dando muestras de realismo político, endosó su apoyo a la hija
de su otrora rival frente a la candidatura de una izquierda radical y con
sospechas de filo terrorismo encarnada por, hasta ese momento, otro
desconocido, Pedro Castillo.
Existe
un hecho implícito que llama la atención en sus memorias: la poca participación
de las mujeres en la política. No es un hecho que solo se produjo en el
Fredemo, también en los otros partidos de aquella contienda. Hay pocas mujeres
actuando en la gran política. Vemos desfilar a hombres que hacen política,
jóvenes o viejos, nóveles o experimentados en el quehacer político, pero son
hombres. Las mujeres ocupan un rol subalterno, apoyando con las campañas de
acción social o como secretarias. Las que aparecen en sus memorias participando
en política nacional en 1990 son muy pocas: Lourdes Flores, que marcó su debut en
las ligas mayores como diputada, o una Beatriz Merino que tiene cierta
presencia al lado del escritor-candidato y llegó a ser senadora en aquella
elección.
¿Qué
de bueno trajo su candidatura?
Puso
en el debate ideas que ahora son sentido común, en un país donde todavía se
respiraba el control y presencia del estado sobre la economía y el
proteccionismo a ultranza de la industria nacional, modelo que agonizaba en los
años 80. Comenzaron a ser moneda corriente ideas como economía de mercado,
libre competencia, leyes antimonopolio, derechos del consumidor, en una nación
que parecía desaparecer entre el terrorismo, la hiperinflación y el desgobierno.
Esas ideas fueron la base para el cambio de modelo económico que se ejecutó en
los años 90.
Pero,
ensayemos un poco de ucronía. ¿Qué hubiera sucedido si MVLL ganaba la
presidencia en 1990?, ¿El Perú sería un país diferente?, ¿Ya estaríamos en la
puerta del desarrollo y miembro de pleno derecho en la OCDE?, ¿Seríamos el
ejemplo en la región, superando a Chile en estabilidad política?
Honestamente
creo que no.
Yo
voté por él en las dos vueltas de aquella ahora remota y crucial elección de
1990; pero, me parece que por respetar “las formas democráticas” -a la usanza
de su pariente y ex presidente José Luis Bustamante y Rivero- lo habría
entrampado en los cabes, codazos y patadas a la canilla a que son afectos los
políticos criollos. De su programa de gobierno, con suerte habría ejecutado la
mitad y muchas cosas quedado entrampadas por la oposición aprista e
izquierdista, bastante fuerte en aquel entonces.
Aparte
que ese programa requería una continuidad de por lo menos diez años y MVLL no
hubiera aceptado reelegirse modificando la constitución política -como sí lo
hizo Fujimori- y con la duda de si el desgaste de gobierno le habría permitido designar
y que sea elegido alguien cercano a él para sucederlo y continuar con las
reformas. Conociendo sus exabruptos, de repente, en el colmo de la impaciencia,
hasta renunciaba a la presidencia y se largaba del país.
Cada
reforma que quisiera ejecutar tendría de respuesta por parte de la oposición
“movilizaciones nacionales” en las calles “contra el neoliberalismo hambreador”
y cuestionamientos oficiales y censura de ministros en el congreso, donde no
tenía mayoría parlamentaria. El statu quo comercial, económico y laboral estaba
bien enraizado en aquellos años. La gran empresa siempre vivió una alianza con
el gobierno de turno, sea civil o militar, protegiendo sus intereses, y los
sindicatos tenían una gran presencia en muchos sectores laborales con huelgas
que podían paralizar la actividad económica. Cada medida a ejecutar sería un
dolor de cabeza, con el agravante de tener al terrorismo en las puertas de
Palacio de gobierno.
Habría
querido gobernar el Perú como si fuera Suiza, con la gran sombra de ser figura
internacional y tener plena conciencia que el mundo entero lo miraría como
presidente. Quizás fue una suerte, para los peruanos y para él, que no llegara
a la presidencia y retornara al mundo de las letras (a estar en su hábitat
natural, como pez en el agua). No necesariamente un buen escritor es un
buen político.
MVLL
cierra su experiencia política con un balance amargo, que no se refleja tanto
en sus memorias, pero sí en los artículos periodísticos que escribió en
aquellos años, como el titulado El “pueblo” y la “gente decente”, de
Abril de 1992, a los pocos días del autogolpe de Alberto Fujimori. Como que se
le cae la venda de los ojos y ve claramente que los empresarios, medios de
comunicación y políticos que lo apoyaron en la aventura presidencial, pasaron a
la otra orilla sin pestañear, justificando, algunas veces en forma bastante burda,
el golpe de estado; claro está, a cambio de prebendas económicas o políticas.
Una licitación, avisaje del estado en los medios de comunicación o un
ministerio, bien valían un cambio radical de opinión, pasando de denostar a
Fujimori en la campaña a considerarlo ahora como “un estadista de talla
continental”.
Muchos
de los antiguos aliados de MVLL, al pasar a la otra orilla, comenzaron a
criticarlo severamente. Lo calificaron de antipatriota, de no querer a su país,
algunos más de “resentido” por haber perdido la elección, todo por el hecho de
criticar el golpe de estado y al ahora presidente Fujimori, al que enaltecían
como “el salvador de la patria”. Sic transit gloria mundi.
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