Monday, September 23, 2024

EL PEZ EN EL AGUA. LAS MEMORIAS DE MARIO VARGAS LLOSA II PARTE (FINAL)

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


LOS AÑOS INICIALES

 

La parte de las memorias donde cuenta su infancia, adolescencia y juventud es la más interesante. No llegan a tener la intensidad de las memorias de un Tolstoi, pero son agradablemente informativas. La niñez en la lejana Cochabamba tiene un aire nostálgico de mundo perdido, muy similar en tono a los recuerdos arcádicos que guarda del Miraflores de su juventud en la novela autobiográfica La tía Julia y el escribidor. Luego Piura, donde conoce al padre que creía muerto y -como tantas veces lo contó- fue un hecho traumático en su vida, y después Lima y el colegio militar Leoncio Prado.

 

Como lo insinuaba en La tía Julia y el escribidor, la familia materna Llosa en los años 50 estaba en franca decadencia. De aristócratas en Arequipa pasaron a mal vivir como empleados en Lima. El abuelo, que había gozado de épocas de esplendor económico, ahora vivía con una magra pensión, los hijos (tíos de MVLL) se ganaban la vida como empleados del estado (incluso una tía -y con gran escándalo en la familia- se fue a convivir con un chino que regentaba una bodega). Algunos, aunque sin mucha fortuna, trataban de hacer negocios por su cuenta como el tío Lucho, que fue el padre sustituto cariñoso que no tuvo y que siempre lo alentó en sus sueños, muchas veces remotos, como el querer ser algún día escritor.

 

Tal como lo relató innumerables veces, los Llosa pusieron toda la esperanza en él para volver al estatus social de antaño. Una profesión liberal como la abogacía que le diera lustre al apellido materno que portaba. Quizás al ser el primer nieto, varón por añadidura, abrigó esas vanas esperanzas en la familia materna. Aunque en cierta forma le daría lustre al apellido Llosa -con el que firma sus libros- al ser un escritor que precozmente conocería la fama y la fortuna. No fue por el derecho, sino por la literatura que la familia materna alcanzaría a gozar el relumbre de antaño.

 

También los Llosa fueron el modelo de lo que consideraba una “familia decente”, con valores éticos en su comportamiento, conservándolos a pesar de encontrarse en el naufragio económico. Es muy probable que exista una visión idealizada de su familia materna y que él contrapone a su padre biológico, Ernesto Vargas, de extracción popular, dibujado en forma bastante caricatural como un tipo resentido y envidioso por la familia Llosa, “blanca” y de ascendencia aristocrática. Esa apreciación, MVLL la extrapola al Perú para explicar su fracaso electoral, el de un país fracturado entre la envidia, el resentimiento, el racismo, la desconfianza y el rencor al otro. Algo hay de cierto, pero es una explicación bastante parcial la que esgrime el escritor (y que cierta derecha también la utiliza con el calificativo a los otros de “resentidos”).

 

Curiosamente MVLL tenía un carácter muy similar al de su padre, es posible que por ello no se llevaran bien desde que se conocieron (y se pelearon hasta el final). Su padre biológico no era un tipo malo, sino severo. De esos a la antigua. Creía que los Llosa, a su hijo, lo habían malogrado con tanto engreimiento y él trataba “que se haga hombre”. De allí que MVLL desde muy joven trabajaba, principalmente en labores de periodismo, y antes de los 18 años ganaba su dinero, por lo que tenía independencia económica, algo que el padre alentaba. A los 15 trabajó en el servicio de noticias internacionales que tenía el padre, a los 16 en el Diario La crónica, a los 17 en el diario La industria de Piura, luego, a los 18, en Radio Panamericana, sin contar el sinfín de oficios alimenticios cuando contrajo matrimonio con Julia Urquidi, la conocida tía Julia. Como él mismo relata, llegó a contar con siete trabajos simultáneos, entre ellos fichar muertos en el cementerio Presbítero Maestro.

 

Esos trabajos de adolescente lo hicieron madurar más rápido que a sus amigos miraflorinos que pensaban solo en fiestas y enamoradas. Como el propio MVLL cuenta, ya no tenía mucho interés en reunirse con ellos los fines de semana. Y posiblemente por eso le haya llamado más la atención a los 19 años una mujer mayor como Julia Urquidi, con “mundo”, que una chiquilla miraflorina que estaba en otra cosa. Innegablemente esas experiencias alimenticias y sentimentales lo hicieron madurar más rápido que a sus amigos.

 

Por cierto, como hecho anecdótico revelador del pensamiento de aquellos años, leemos en sus memorias que luego de consumado el matrimonio en un lejano caserío de Chincha, el padre le increpa cómo va a mantener a su mujer, a pesar de ser esta bastante mayor y con más experiencia en la vida que el flamante esposo. Era sentido común de la época que el hombre debía mantener exclusivamente el hogar y la mujer debía estar subordinada a la atención del marido y los hijos.

 

Su método de escribir se debe también a esa disciplina que desde joven mantuvo: aprovechar el poco tiempo libre de que disponía en ese entonces, sometiéndose a un horario, para obtener la mayor productividad del tiempo dedicado a las letras, tiempo que iría aumentando gradualmente. Los que hayan trabajado desde muy jóvenes saben el valor que se otorga al tiempo, cómo distribuirlo y aprovecharlo lo mejor posible, muy distinto al de un joven que no tiene mayores obligaciones y para el cual trascurre en forma más laxa.

 

Al igual que ese temprano matrimonio, podemos decir que su padre también contribuyó, sin proponérselo, a su formación como escritor. Me explico.

 

Es posible que de no haber aparecido el padre no habríamos tenido al escritor célebre que apareció años después. Si MVLL no habría tenido la confrontación agónica que tuvo con su progenitor que lo convierte en un joven rebelde, ni tampoco las experiencias tempranas de trabajar y casarse con una mujer mayor que lo apoya en su ambición literaria, es probable que no habría llegado a ser el escritor que todos conocemos. De repente hubiera sido un escritor de medio tiempo o de fines de semana, que él tanto criticaba, que trabaja en una profesión liberal y el tiempo que le sobra lo dedica a escribir, que publicaría en ediciones limitadas en alguna editorial limeña, y se convertiría en uno de los tantos escritores que hemos tenido y de los cuales ahora nadie sabe que existieron.

 

Esa relación conflictiva con el padre, las experiencias laborales de adolescente o el matrimonio de juventud con Julia Urquidi fueron vitales para lo que vendría después. De no haber ocurrido esos hechos, sería el niño mimado que la familia materna halagaba cuando recitaba poemas, allá, en la mítica Cochabamba o en la cálida ciudad de Piura. Fueron hechos que foguearon el carácter y la personalidad del futuro escritor.

 

En sus memorias se encuentran también sus amigos de juventud como Luis Loayza y Abelardo Oquendo, con los que aprendió mucho de literatura contemporánea; y, claro, su gran amigo de la infancia Javier Silva Ruete, a quien -a pesar de ser un amigo íntimo- califica de inescrupuloso y oportunista. Debe haber sido algo de eso el desaparecido Silva Ruete, para ser ministro de Economía en tres gobiernos, uno militar y dos constitucionales, y tener otros cargos en el primer gobierno de Fernando Belaunde, amén de estar, en los años iniciales, muy cerca al primer gobierno de Alan García. Se requiere una gran dosis de pragmatismo y acomodarse sin muchos prejuicios con quien está en el poder. Como decimos entre nosotros, tener piel de chancho.

 

Sus evocaciones de San Marcos son también bastante nostálgicas y su participación en la política durante la dictadura de Odría (1948-1956), más idealista que realista. Aparecen también Lea Barba y Félix Arias Schreiber, grandes amigos de aquella época y que sirvieron de inspiración para Aída y Jacobo respectivamente, personajes de la parte sanmarquina en su novela Conversación en la Catedral. (Existe en redes una entrevista muy interesante que le hicieron, poco antes de su muerte, a Lea Barba, “musa” de los años sanmarquinos de MVLL).

 

Dicho sea, sus viejos amigos y camaradas del grupo Cahuide, Lea Barba y Félix Arias Schreiber, morirían fieles a sus creencias como izquierdistas hasta el final de sus días, pobres, pero fieles a su credo a pesar de todo (ya se había producido el derrumbe de la Unión Soviética y el viraje capitalista de China). Como los cristianos de las catacumbas, eran “puros”, en la acepción que da a entender MVLL en su novela Conversación en la Catedral.

 

Del grupo Cahuide (célula clandestina del Partido Comunista, ilegalizado en ese entonces) son también compañeros de lucha, Isaac Humala y Hugo Neira, con los que guardó cierta amistad y respeto a pesar de los cambios ideológicos del escritor.

 

Isaac Humala, aprovechando esa cercanía con MVLL, tuvo una entrevista secreta con él para que apoye a su hijo, Ollanta Humala, en la segunda vuelta presidencial del año 2011, cosa que el Nobel cumplió a cambio que Ollanta Humala respete una Hoja de ruta alejado del radicalismo nacionalista, hecho que también cumplió el candidato al llegar a la presidencia. Pacto de caballeros, algo que ahora parece bastante raro y hasta ingenuo, sobre todo en política.

 

Con Hugo Neira mantiene una amistad y respeto mutuo como académico e intelectual. No solo compañeros en Cahuide, si no que ambos fichaban libros en la casa de su maestro, Raúl Porras Barrenechea, donde conocieron a otro joven brillante: Pablo Macera. Hugo Neira tuvo una participación activa durante el gobierno de Velasco en los años 70 y actualmente es uno de los intelectuales vivos más lúcidos que tenemos, cuyos textos merecen leerse y releerse.

 

Y, claro está, se encuentra también en las memorias de aquellos años, el maestro Raúl Porras Barrenechea. No solo gran maestro -guarda recuerdos muy sensibles de él- sino también otra suerte de padre sustituto. Porras Barrenechea fue mentor para que consiga trabajos alimenticios cuando contrajo matrimonio el joven escritor, incluyendo uno en San Marcos como profesor, y también quien lo ayudó a conseguir la beca para partir a España en 1959. De ese viaje, a los 23 años, MVLL ya no volvería al país, salvo por temporadas que, con el tiempo, se hicieron cada vez más espaciadas.

 

Allí terminan precisamente sus memorias de aquellos años, ya ahora remotos. Están pendientes los años 60, la parte del boom que vivió en Europa y lo que vino después, memorias que muy posiblemente no verán la luz.

 

Por la amplia cantidad de documentos que existen, es la parte más conocida de la vida de MVLL, la del personaje público que no solo escribe, sino que se compromete con su tiempo activamente. Su compromiso con la revolución cubana, el lento desencanto, el célebre caso Padilla y su progresivo viraje al liberalismo político y económico. No es un cambio de la noche a la mañana como muchos suponen, sino lento y progresivo, que se produce entre los años 70 y 80.

 

Algunos creen que, como muchos escritores nacionales que partieron a Europa, su idea era no regresar nunca más. Al parecer no fue así. Todavía, en los años 70, abrigaba la idea del regreso definitivo (en esa década tuvo una estancia bastante prolongada en su país natal). Parte de los Llosa se encontraban aquí, en especial el tío Lucho (padre de su segunda esposa, Patricia) y su familia, y MVLL había realizado el doctorado precisamente para enseñar en universidades locales y tener tiempo para escribir. Quien lo disuade de la idea del regreso definitivo fue su agente literaria, Carmen Balcells, que juega un papel fundamental en la consagración internacional del escritor.

 

En los años 80 ya es el escritor consagrado y cosmopolita que todos conocemos, opinando sobre todo lo humano y divino a través de entrevistas y en especial su célebre columna periodística Piedra de toque, reproducida mundialmente. Se convierte, como Jean Paul Sartre, su modelo de escritor comprometido con su tiempo, en un mandarín de la cultura y de la época que le tocó vivir.

 

MVLL es una persona que acomete sus acciones con desbordante pasión. Él mismo lo reconoce. De allí que muchas filias y fobias se reflejan en sus memorias y también la perdida a lo largo de los años de muchos amigos, pérdidas que en más de una oportunidad obedecieron a que pensaban diferente a él. Sus memorias son un material útil para quien acometa realizar la titánica tarea de una biografía crítica del célebre escritor; pero, debe tomarse con pinzas lo que dice allí y contrastarlo con otras fuentes. El pez en el agua, novelas autobiográficas como La tía Julia y el escribidor, o novelas donde evoca recuerdos tan cercanos de juventud como La ciudad y los perros o Conversación en la Catedral, deben ser tomadas con cuidado si se quiere realmente hacer una biografía crítica del Nobel peruano.

*Mario Vargas Llosa: El pez en el agua. Edición consultada: Edición Debolsillo, 2018, 718pp.

 

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