Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
LOS AÑOS INICIALES
La
parte de las memorias donde cuenta su infancia, adolescencia y juventud es la
más interesante. No llegan a tener la intensidad de las memorias de un Tolstoi,
pero son agradablemente informativas. La niñez en la lejana Cochabamba tiene un
aire nostálgico de mundo perdido, muy similar en tono a los recuerdos arcádicos
que guarda del Miraflores de su juventud en la novela autobiográfica La tía
Julia y el escribidor. Luego Piura, donde conoce al padre que creía muerto
y -como tantas veces lo contó- fue un hecho traumático en su vida, y después
Lima y el colegio militar Leoncio Prado.
Como
lo insinuaba en La tía Julia y el escribidor, la familia materna Llosa
en los años 50 estaba en franca decadencia. De aristócratas en Arequipa pasaron
a mal vivir como empleados en Lima. El abuelo, que había gozado de épocas de
esplendor económico, ahora vivía con una magra pensión, los hijos (tíos de
MVLL) se ganaban la vida como empleados del estado (incluso una tía -y con gran
escándalo en la familia- se fue a convivir con un chino que regentaba una
bodega). Algunos, aunque sin mucha fortuna, trataban de hacer negocios por su
cuenta como el tío Lucho, que fue el padre sustituto cariñoso que no tuvo y que
siempre lo alentó en sus sueños, muchas veces remotos, como el querer ser algún
día escritor.
Tal
como lo relató innumerables veces, los Llosa pusieron toda la esperanza en él
para volver al estatus social de antaño. Una profesión liberal como la abogacía
que le diera lustre al apellido materno que portaba. Quizás al ser el primer
nieto, varón por añadidura, abrigó esas vanas esperanzas en la familia materna.
Aunque en cierta forma le daría lustre al apellido Llosa -con el que firma sus
libros- al ser un escritor que precozmente conocería la fama y la fortuna. No
fue por el derecho, sino por la literatura que la familia materna alcanzaría a
gozar el relumbre de antaño.
También
los Llosa fueron el modelo de lo que consideraba una “familia decente”, con
valores éticos en su comportamiento, conservándolos a pesar de encontrarse en
el naufragio económico. Es muy probable que exista una visión idealizada de su
familia materna y que él contrapone a su padre biológico, Ernesto Vargas, de
extracción popular, dibujado en forma bastante caricatural como un tipo
resentido y envidioso por la familia Llosa, “blanca” y de ascendencia
aristocrática. Esa apreciación, MVLL la extrapola al Perú para explicar su
fracaso electoral, el de un país fracturado entre la envidia, el resentimiento,
el racismo, la desconfianza y el rencor al otro. Algo hay de cierto, pero es
una explicación bastante parcial la que esgrime el escritor (y que cierta
derecha también la utiliza con el calificativo a los otros de “resentidos”).
Curiosamente
MVLL tenía un carácter muy similar al de su padre, es posible que por ello no
se llevaran bien desde que se conocieron (y se pelearon hasta el final). Su
padre biológico no era un tipo malo, sino severo. De esos a la antigua. Creía
que los Llosa, a su hijo, lo habían malogrado con tanto engreimiento y él
trataba “que se haga hombre”. De allí que MVLL desde muy joven trabajaba,
principalmente en labores de periodismo, y antes de los 18 años ganaba su
dinero, por lo que tenía independencia económica, algo que el padre alentaba. A
los 15 trabajó en el servicio de noticias internacionales que tenía el padre, a
los 16 en el Diario La crónica, a los 17 en el diario La industria
de Piura, luego, a los 18, en Radio Panamericana, sin contar el sinfín de oficios
alimenticios cuando contrajo matrimonio con Julia Urquidi, la conocida tía
Julia. Como él mismo relata, llegó a contar con siete trabajos simultáneos,
entre ellos fichar muertos en el cementerio Presbítero Maestro.
Esos
trabajos de adolescente lo hicieron madurar más rápido que a sus amigos
miraflorinos que pensaban solo en fiestas y enamoradas. Como el propio MVLL
cuenta, ya no tenía mucho interés en reunirse con ellos los fines de semana. Y
posiblemente por eso le haya llamado más la atención a los 19 años una mujer
mayor como Julia Urquidi, con “mundo”, que una chiquilla miraflorina que estaba
en otra cosa. Innegablemente esas experiencias alimenticias y sentimentales lo
hicieron madurar más rápido que a sus amigos.
Por
cierto, como hecho anecdótico revelador del pensamiento de aquellos años, leemos
en sus memorias que luego de consumado el matrimonio en un lejano caserío de
Chincha, el padre le increpa cómo va a mantener a su mujer, a pesar de
ser esta bastante mayor y con más experiencia en la vida que el flamante
esposo. Era sentido común de la época que el hombre debía mantener
exclusivamente el hogar y la mujer debía estar subordinada a la atención del
marido y los hijos.
Su
método de escribir se debe también a esa disciplina que desde joven mantuvo:
aprovechar el poco tiempo libre de que disponía en ese entonces, sometiéndose a
un horario, para obtener la mayor productividad del tiempo dedicado a las
letras, tiempo que iría aumentando gradualmente. Los que hayan trabajado desde
muy jóvenes saben el valor que se otorga al tiempo, cómo distribuirlo y
aprovecharlo lo mejor posible, muy distinto al de un joven que no tiene mayores
obligaciones y para el cual trascurre en forma más laxa.
Al
igual que ese temprano matrimonio, podemos decir que su padre también contribuyó,
sin proponérselo, a su formación como escritor. Me explico.
Es
posible que de no haber aparecido el padre no habríamos tenido al escritor
célebre que apareció años después. Si MVLL no habría tenido la confrontación
agónica que tuvo con su progenitor que lo convierte en un joven rebelde, ni
tampoco las experiencias tempranas de trabajar y casarse con una mujer mayor
que lo apoya en su ambición literaria, es probable que no habría llegado a ser
el escritor que todos conocemos. De repente hubiera sido un escritor de medio
tiempo o de fines de semana, que él tanto criticaba, que trabaja en una
profesión liberal y el tiempo que le sobra lo dedica a escribir, que publicaría
en ediciones limitadas en alguna editorial limeña, y se convertiría en uno de
los tantos escritores que hemos tenido y de los cuales ahora nadie sabe que existieron.
Esa
relación conflictiva con el padre, las experiencias laborales de adolescente o
el matrimonio de juventud con Julia Urquidi fueron vitales para lo que vendría
después. De no haber ocurrido esos hechos, sería el niño mimado que la familia
materna halagaba cuando recitaba poemas, allá, en la mítica Cochabamba o en la
cálida ciudad de Piura. Fueron hechos que foguearon el carácter y la
personalidad del futuro escritor.
En
sus memorias se encuentran también sus amigos de juventud como Luis Loayza y
Abelardo Oquendo, con los que aprendió mucho de literatura contemporánea; y,
claro, su gran amigo de la infancia Javier Silva Ruete, a quien -a pesar de ser
un amigo íntimo- califica de inescrupuloso y oportunista. Debe haber sido algo
de eso el desaparecido Silva Ruete, para ser ministro de Economía en tres
gobiernos, uno militar y dos constitucionales, y tener otros cargos en el
primer gobierno de Fernando Belaunde, amén de estar, en los años iniciales, muy
cerca al primer gobierno de Alan García. Se requiere una gran dosis de
pragmatismo y acomodarse sin muchos prejuicios con quien está en el poder. Como
decimos entre nosotros, tener piel de chancho.
Sus
evocaciones de San Marcos son también bastante nostálgicas y su participación
en la política durante la dictadura de Odría (1948-1956), más idealista que realista.
Aparecen también Lea Barba y Félix Arias Schreiber, grandes amigos de aquella
época y que sirvieron de inspiración para Aída y Jacobo respectivamente, personajes
de la parte sanmarquina en su novela Conversación en la Catedral.
(Existe en redes una entrevista muy interesante que le hicieron, poco antes de
su muerte, a Lea Barba, “musa” de los años sanmarquinos de MVLL).
Dicho
sea, sus viejos amigos y camaradas del grupo Cahuide, Lea Barba y Félix
Arias Schreiber, morirían fieles a sus creencias como izquierdistas hasta el
final de sus días, pobres, pero fieles a su credo a pesar de todo (ya se había
producido el derrumbe de la Unión Soviética y el viraje capitalista de China).
Como los cristianos de las catacumbas, eran “puros”, en la acepción que da a
entender MVLL en su novela Conversación en la Catedral.
Del
grupo Cahuide (célula clandestina del Partido Comunista, ilegalizado en
ese entonces) son también compañeros de lucha, Isaac Humala y Hugo Neira,
con los que guardó cierta amistad y respeto a pesar de los cambios ideológicos
del escritor.
Isaac
Humala, aprovechando esa cercanía con MVLL, tuvo una entrevista secreta con él
para que apoye a su hijo, Ollanta Humala, en la segunda vuelta presidencial del
año 2011, cosa que el Nobel cumplió a cambio que Ollanta Humala respete una Hoja
de ruta alejado del radicalismo nacionalista, hecho que también cumplió el
candidato al llegar a la presidencia. Pacto de caballeros, algo que
ahora parece bastante raro y hasta ingenuo, sobre todo en política.
Con
Hugo Neira mantiene una amistad y respeto mutuo como académico e intelectual. No
solo compañeros en Cahuide, si no que ambos fichaban libros en la casa
de su maestro, Raúl Porras Barrenechea, donde conocieron a otro joven
brillante: Pablo Macera. Hugo Neira tuvo una participación activa durante el
gobierno de Velasco en los años 70 y actualmente es uno de los intelectuales
vivos más lúcidos que tenemos, cuyos textos merecen leerse y releerse.
Y,
claro está, se encuentra también en las memorias de aquellos años, el maestro
Raúl Porras Barrenechea. No solo gran maestro -guarda recuerdos muy sensibles de
él- sino también otra suerte de padre sustituto. Porras Barrenechea fue mentor
para que consiga trabajos alimenticios cuando contrajo matrimonio el joven escritor,
incluyendo uno en San Marcos como profesor, y también quien lo ayudó a
conseguir la beca para partir a España en 1959. De ese viaje, a los 23 años, MVLL
ya no volvería al país, salvo por temporadas que, con el tiempo, se hicieron
cada vez más espaciadas.
Allí
terminan precisamente sus memorias de aquellos años, ya ahora remotos. Están
pendientes los años 60, la parte del boom que vivió en Europa y lo que
vino después, memorias que muy posiblemente no verán la luz.
Por
la amplia cantidad de documentos que existen, es la parte más conocida de la
vida de MVLL, la del personaje público que no solo escribe, sino que se
compromete con su tiempo activamente. Su compromiso con la revolución cubana,
el lento desencanto, el célebre caso Padilla y su progresivo viraje al
liberalismo político y económico. No es un cambio de la noche a la mañana como
muchos suponen, sino lento y progresivo, que se produce entre los años 70 y 80.
Algunos
creen que, como muchos escritores nacionales que partieron a Europa, su idea
era no regresar nunca más. Al parecer no fue así. Todavía, en los años 70, abrigaba
la idea del regreso definitivo (en esa década tuvo una estancia bastante
prolongada en su país natal). Parte de los Llosa se encontraban aquí, en
especial el tío Lucho (padre de su segunda esposa, Patricia) y su familia, y
MVLL había realizado el doctorado precisamente para enseñar en universidades locales
y tener tiempo para escribir. Quien lo disuade de la idea del regreso
definitivo fue su agente literaria, Carmen Balcells, que juega un papel
fundamental en la consagración internacional del escritor.
En
los años 80 ya es el escritor consagrado y cosmopolita que todos conocemos,
opinando sobre todo lo humano y divino a través de entrevistas y en especial su
célebre columna periodística Piedra de toque, reproducida mundialmente.
Se convierte, como Jean Paul Sartre, su modelo de escritor comprometido con su
tiempo, en un mandarín de la cultura y de la época que le tocó vivir.
MVLL es una persona que acomete sus acciones con desbordante pasión. Él mismo lo reconoce. De allí que muchas filias y fobias se reflejan en sus memorias y también la perdida a lo largo de los años de muchos amigos, pérdidas que en más de una oportunidad obedecieron a que pensaban diferente a él. Sus memorias son un material útil para quien acometa realizar la titánica tarea de una biografía crítica del célebre escritor; pero, debe tomarse con pinzas lo que dice allí y contrastarlo con otras fuentes. El pez en el agua, novelas autobiográficas como La tía Julia y el escribidor, o novelas donde evoca recuerdos tan cercanos de juventud como La ciudad y los perros o Conversación en la Catedral, deben ser tomadas con cuidado si se quiere realmente hacer una biografía crítica del Nobel peruano.
*Mario Vargas
Llosa: El pez en el agua. Edición consultada: Edición Debolsillo, 2018, 718pp.
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