Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
La adaptación al cine de la novela de
Frank Herbert rondaba desde los años 70, siendo Alejandro Jodorowsky el
encargado de llevarla a la pantalla grande; pero, el desmesurado proyecto del
chileno, la cantidad de horas que iba a tener el filme y el presupuesto que se
desbordaba más allá de todo límite hicieron cancelar la adaptación hasta nuevo
aviso. Por lo que quedó (existe un documental al respecto), iba a ser una
recreación de la novela en ese estilo hiperrealista propio de Jodorowsky. Por
cierto, el diseño visual y argumentativo inspiró célebres películas de la época
como Star wars, Alien, Blade runner o la archiconocida Terminator.
Los
elementos de la novela eran bastante atractivos para llevarlos al cine, así
que, ante el fallido proyecto de Jodorowsky y habiendo comprado los derechos de
la novela Dino de Laurentis, habría que esperar a 1984 para la primera
adaptación.
Luego
de descartar algunos nombres y ante el éxito que tuvo el film El hombre
elefante (1980), el convocado fue David Lynch. El propio Lynch se encargó
de preparar el guion, respetando la esencia de la novela; pero, la
introspección de los personajes que corta la acción (propio del libro), el
ritmo lento para una space opera, los flojos efectos especiales y la
baja recaudación, decidieron a los productores cancelar una continuación como
daba a entender el final del filme. Aparte que resumir una novela tan compleja
como Dune requería más allá de las dos horas que tuvo la versión exhibida.
Precisamente,
Lynch tuvo una fuerte presión de los productores para reducir el metraje
inicial, mucho más amplio, al estándar de dos horas, de allí que algunos
personajes “entran y salen” sin mayor relevancia y algunas escenas se quedan en
solo un bosquejo, sin un aparente desarrollo. Otro problema fue que el actor
que encarna al personaje principal, Paul Atreides, no supo expresar esas dudas
internas del personaje de si es en realidad o no el mesías, si es un producto
político-religioso de las Bene Gesserit para mantener el orden social en el
universo conocido, invocando existencias supraterrenales, lo que sí consigue la
adaptación de Villeneuve.
La
adaptación de Lynch respeta la novela, incluso su ritmo lento se trasluce en la
película; pero, al querer asumir las características principales y tener un
metraje limitado, solo pudo dar pinceladas del contenido y de los personajes.
La princesa Irulan, futura esposa de Paul, es la que cuenta la historia, como
en el libro, aunque su participación en el filme es más bien discreta; Chani,
la conviviente de Paul, tiene ese carácter pasivo reflejado en la novela (muy distinto
al de la adaptación de Villeneuve); la orden de las Bene Gesserit más parecen
brujas que verdaderas arquitectas del orden social y político; a la Dama
Jessica no se le nota toda la gama de mujer extraordinaria que es; los fremen,
los hombres del desierto, en un estereotipo de la época, son rubios y de tez
blanca - ¡en pleno sol desértico del planeta! -. Y las piedras y paredes de
cartón del decorado parecían más de una serie B de bajo presupuesto, al de un
filme de 40 millones de dólares, suma respetable para la época (unos 120
millones al valor actual, presupuesto para un blockbuster el día de hoy).
Ya no hablemos -como apuntamos líneas arriba- de los demás personajes que
entran y salen de escena, sin mayor desarrollo.
Y
si bien, por obvias razones, Lynch renegó de la adaptación que hizo, con el
paso del tiempo su versión de Dune se convirtió en un filme de culto,
siendo visto -a pesar de sus limitaciones- con más interés luego de su estreno.
Se puede apreciar con la simpleza que tiene, sin pedir demasiado.
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