Tuesday, August 27, 2024

QUÉ ES UN WOKE

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


En el presente siglo y dentro de la cultura de lo políticamente correcto, han aparecido los woke. Literalmente los que han despertado en la conciencia; aunque sus detractores la usan con sarcasmo como los iluminados.

 

Los woke surgen en Occidente, principalmente en las universidades top de Estados Unidos. De allí, por moda o remedo, han sido copiados en otras latitudes (por acá se les asocia con los caviares).

 

A diferencia de generaciones anteriores, no buscan cambiar radicalmente el mundo. Ejercen la crítica de quienes se desvían de lo políticamente correcto y considerado culpable de alguna falta (discriminación racial, sexual, de ideas contrarias, etc.), y, si es blanco por añadidura -un auténtico WASP-, confiese públicamente el pecado y expíe la falta con algún “castigo” ejemplar.

 

Y si bien nacen de ciertas corrientes culturales de izquierda, no necesariamente un woke es izquierdista en el sentido clásico del término. Puede ser un woke que esté de acuerdo con la no discriminación en el trabajo por razones de sexo, raza u opción sexual, pero también estar de acuerdo con la globalización económica que comenzó en los años 90 del siglo pasado y que es marcadamente capitalista, dominada por las grandes corporaciones mundiales. (Es más, por lo lucrativo, un woke busca trabajar en estas corporaciones).

 

Tampoco la lucha de clases se encuentra en su credo, ni el advenimiento, próximo o lejano, de un estado de los trabajadores. Un woke dista de los apóstoles del cambio social de los siglos XIX y XX que vivieron y murieron en la pobreza por un ideal. No se considera un santo de las catacumbas. Siendo woke no se vive tan mal. Puede vivir como burgués, sin tener la mala conciencia de este último.

 

Su credo gira en torno a las prácticas identitarias, al “lenguaje inclusivo” (todas y todes; cuerpo y cuerpa; sexo y sexa -sic-), derechos de la comunidad LGTB+, matrimonio igualitario, discriminación racial, medio ambiente, etc., por lo que ciertos sectores de la propia izquierda no los consideran como parte del gremio. El énfasis que han puesto en políticas centradas en un determinado grupo social va en contra del universalismo clásico de la izquierda. Lo woke se centra en particularidades, en políticas puntuales, en contraposición al ecumenismo izquierdista. Cada grupo woke desarrolla sus políticas y actividades propias a su interés, sin importarle demasiado la de otros grupos. Un grupo woke LGTB+ no tiene demasiado relación con un grupo woke pro defensa de los derechos de los animales y el veganismo.

 

Los woke, por su origen, pertenecen a esa clase media ilustrada progresista, de preferencia con estudios en universidades de primer nivel y trabaja en medios de comunicación, grandes empresas u ONGs con una estrecha relación con estas (sea como oficial de supervisión de buenas prácticas y dando charlas de capacitación de lo políticamente correcto en las grandes corporaciones, o impartiendo el adoctrinamiento woke en colegios privados exclusivos en Norteamérica).

 

Ian Buruma los define, no sin cierto sarcasmo, como “Los elegidos” (La ética protestante y el espíritu de lo woke) y sostiene que los antecedentes remotos del pensamiento y la práctica de lo woke se encuentran en la ética protestante, donde las confesiones públicas de los pecados y la redención traducida en un castigo ejemplar son parte importante de la expiación de las culpas. Desde confesar que le fue infiel a su mujer o que de joven torturaba y mataba animalitos indefensos o no iba a la iglesia, y la expiación de la culpa, proporcional al “pecado” cometido (actualmente es un esposo fiel, se dedica a la protección de los animales, concurre a la iglesia con su familia todos los domingos, etc.).

 

Sostiene el autor que tanto la confesión como la expiación del pecado debe hacerse en público y este debe evaluar si la expiación es la adecuada. De allí el éxito de los reality en Occidente, donde “el arrepentido” es parte del espectáculo confesando (sinceramente o no) sus pecados ante un vasto auditorio. No solo es el morbo de ver y escuchar a un famoso (en más de una ocasión con actuación y lágrimas de por medio), sino también el arrepentimiento público y el “castigo” que recibirá.

 

Aunque no necesariamente los woke se remontan ideológicamente a la ética protestante al inicio del capitalismo. En el mundo latino, la inquisición tuvo un papel similar en la premodernidad que se vivió por estas tierras. Los pecados estaban relacionados desde pactos con el diablo, brujería, pasando por la sodomía (pecado nefando) hasta el adulterio. En ese caso, la confesión de la víctima del pecado y la gravedad del mismo iban a conllevar la pena (no todos terminaban en la hoguera).

 

Incluso en la extinta Unión Soviética se usó el mismo procedimiento en los juicios de Moscú de la década del treinta del siglo pasado. Stalin, como ex seminarista, sabía muy bien que la confesión pública era importante para aquellos acusados de desvío de “la línea correcta del partido”. Y los acusados, con conciencia de que serían ejecutados de todas maneras, públicamente se inculpaban de haber sido agentes del imperialismo, sabotear planes quinquenales o propagar ideas que no iban en la dirección correcta del partido.

 

Al creerse dueños de la verdad y la razón (o aparentar creerlo), los woke asumen una superioridad moral con respecto al común de los mortales y, por consiguiente, aplican la cultura de la cancelación a todos aquellos que piensen o tengan conductas diferentes. De allí a la intolerancia apenas hay un paso, por lo que ser woke es contrario a cualquier liberalismo. Profesores que no comulgan con el credo woke en universidades, pueden ser separados de la institución. Igual periodistas de medios de comunicación importantes que tengan leve asomo de desviación, o empleados y CEOs de grandes corporaciones que no comparten las ideas de lo políticamente correcto.

 

Puede parecer hasta ridículo (y lo es), pero un woke convencido no leería a poetas que traficaban con esclavos como Rimbaud, o ejecutar piezas musicales clásicas de Bach porque era un misógino (como se aprecia en una escena del filme Tar). Ya no hablemos de películas consideradas racistas como Lo que el viento se llevó, que algunas empresas de streaming se vieron obligadas a retirar de su catálogo por presión de grupos woke, olvidando que la película se sitúa en una época en que en Norteamérica el esclavismo era algo natural en varios estados de la Unión. El woke fanático no aprecia los hechos en el contexto histórico en que se produjeron.

 

Una novela de nuestro Nobel como La casa verde tiene escenas explícitas de seducción a una niña por parte de un adulto, niña ciega y muda por añadidura, así como escenas implícitas de violación a menores en la selva. Para un woke esas escenas están fuera de los estándares de lo políticamente correcto. De haberla publicado ahora, Mario Vargas Llosa habría visto condenada a la hoguera su novela y anatematizado su nombre.

 

Se ejerce la cultura de la cancelación, por medio de la cual a un condenado por los woke se le retira todo apoyo económico, laboral, social y hasta moral. Es como un muerto en vida. El condenado no conseguirá trabajo en ninguna universidad o empresa de cierto nivel, hasta que por lo menos haga su declaración pública de haber pecado y sufra el castigo que merece por su expiación. Ya no son azotes a la luz pública, pero deberá expiar el pecado de alguna forma que se encuentre a la altura de la culpa hasta que los woke se sientan satisfechos de la redención. (El filme Tar trata sobre ello, cuando una mundialmente famosa directora de orquesta sufre las consecuencias de la cultura de la cancelación por haberse desviado de lo políticamente correcto, terminando como directora de tercera en algún remoto país asiático, al no poder conseguir trabajar en las orquestas europeas).

 

 Hemos regresado a esa etapa colonial en que todos eran creyentes por el temor a perder sus privilegios o, lo que era peor, la vida.

 

De allí que en muchas universidades, medios de comunicación y empresas de EEUU y Europa, por cuidar su puesto de trabajo, muchos abrazan la ideología woke por conveniencia (muchos CEOs aceptan las ideas woke en las empresas que comandan para que no los molesten en sus negocios).

 

Y, como señala Ian Buruma, lo peor es que lo woke no ayuda a corregir las grandes desigualdades entre ricos y pobres, ni en el mundo, ni en países desarrollados como los propios EEUU. Es otra crítica que le hace la izquierda clásica a los grupos woke: Ofrece satisfacción moral a los ricos para sentirse “progresistas” y aliviar así su conciencia por una generosa contribución; pero, los pobres y los grandes marginados en la sociedad, seguirán siendo pobres y grandes marginados.

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