Tuesday, September 16, 2008

EL PRESIDENTE ¡AY¡ SIGUIÓ CAYENDO

La situación es preocupante. Los asesores no saben qué hacer frente a la caída en las encuestas de nuestro presidente. El propio Alan García se pregunta por qué cae de esa manera, si la revista Latin Finance lo eligió como hombre del año “por liderar el resurgimiento del Perú” (sic). Algunos áulicos para “zafar el cuerpo” le echan la culpa a la oposición y a “los perros del hortelano” como los causantes de la baja de popularidad de nuestro querido mandatario. Otros dicen que la culpa es por la subida de los alimentos y que AGP –pobrecito- no tiene la culpa. La oposición entre insidiosa y maquiavélica –sobretodo la oposición humalo izquierdista- cree ver en la caída el comienzo del fin del gobierno aprista y de un posible adelanto de elecciones y ya comienza a jugar sus fichas. Y frente a todas esas especulaciones, malos augurios y peores vientos, como en los versos de Vallejo, el presidente ¡ay¡ siguió cayendo.

La presidencia es una institución fuerte en América Latina, fruto de la herencia colonial que daba plenas potestades al Virrey, así como del modelo norteamericano donde la institución presidencial tiene amplios poderes. Por eso, los ojos están puestos más en el ejecutivo que en el parlamento, institución que últimamente ha caído en desprestigio cada vez más vergonzoso (parece que su descenso al fondo de la ciénaga no tuviera límite). Al presidente se ve como “el hombre” que debe solucionar los problemas del ciudadano. Por eso, frente al alza del precio de los alimentos, todos miran al gobierno “para que solucione” el problema. Si hay lluvias torrenciales que asolan todo un pueblo, un terremoto o cualquier catástrofe natural, igual, se mira a “papa gobierno”, y quien encarna al mismo es el presidente de la república.

Pero, por qué cae en aceptación, o mejor dicho por qué se mantiene en “el tercio inferior” (para usar una frase cara al gobierno) y en franca caída libre. No creo que la causa sea una sola (falta de un gran objetivo nacional, sobreexposición del presidente, estilo confrontacional contra sus detractores –“comechados”, “perros”, “vagos”,”traidores”-, o carencia de cuadros técnicos preparados en el gobierno). Tampoco la solución es una sola (marketing comunicacional del ejecutivo, incorporación de tecnócratas calificados, un plan nacional a largo plazo) o de imagen personal (que baje de peso, “se haga una lipo”, grite menos o siquiera elimine la papada). Creo que se debe hacer un poco de memoria para encontrar los orígenes de su desaprobación. En principio que el programa que enarboló siendo candidato fue uno socialdemócrata, moderno e inclusivo, alternativa al programa neoliberal de Unidad Nacional y al rancio nacionalismo arcaizante del Partido Nacionalista. Era una alternativa centrista. Sin embargo, una vez elegido presidente ese programa lo traiciona, sustituyéndolo por el de Unidad Nacional, incorporando en el gabinete ministerial a varios connotados neoliberales cercanos a dicha alianza política. Allí existe una primera causa del lento pero progresivo deterioro de la aceptación del presidente.

Tampoco hay una clara y firme voluntad política para impulsar programas sociales que disminuyan la pobreza más rápidamente. Recursos hay, pero falta voluntad y un mejor uso de esos recursos. Estamos creciendo, es indudable, pero no se distribuye ese beneficio entre todos los peruanos. Hasta el momento está dejando que el mercado se encargue de repartir la torta (“el chorreo”), algo que su homólogo anterior, Toledo, también hizo. A ello agreguemos la subida de precios en alimentos, algo que hace impopular a cualquier gobierno. Cuando “se choca” con el bolsillo del pueblo, no cree en nadie y no se salva ningún gobierno, sea de derecha o de izquierda, democrático o dictatorial, y que ha sido el detonante para “la caída libre” del presidente.

El pueblo no es tonto y no ve mejoras en su situación. “No hay chorreo” para él. Sin embargo, el gobierno no caerá como anhela la oposición más extrema. Algo que demostró Toledo es que se puede gobernar con baja popularidad. Si Toledo lo pudo hacer teniendo una aprobación menor al cinco por ciento en sus peores momentos, con mayor razón Alan García que tiene un partido sólido detrás de él (el único partido sólido del país para ser franco).
Claro, ningún gobierno democrático puede basar sus políticas en los resultados de las encuestas (“encuestitis”), pero tampoco puede dejar de revisarlas. Es cierto que muchas políticas obedecen a criterios de largo plazo y a veces son contra el agrado de la ciudadanía; y, es cierto también que los peruanos somos bastante cortoplacistas y facilones, queremos que los resultados sean “ya ya” y si es improvisadamente y sin sacrificio alguno, mejor todavía. Ejemplo: el actual modelo económico comenzó a inicios de los años 90, con las primeras reformas. Para que se vean los frutos deben pasar entre 20 a 30 años, sacrificando incluso a una o dos generaciones en el camino. Eso suena a jarabe amargo, y ningún político se atreve a decirlo porque significa “perder votos” y exponerse al escarnio de sus adversarios. Sin embargo, es necesario. De allí que cuando son candidatos prometen, juran y rejuran ante Dios, la patria o los Apus que “cambiarán el modelo” a fin de encandilar a las masas y llegados al poder “se olvidan” de la promesa. Fue la táctica de Toledo, la del propio AGP y será también de quien lo suceda, por más que declare ser antisistema, antipartidos y antitodo. Y recién luego de 18 años estamos “viendo los frutos”. Si cambiábamos de modelo económico en el 2006 de haber ganado Humala, regresábamos a fojas cero y estaríamos ahora mucho peor y con una inflación galopante de dos dígitos como en Venezuela, Bolivia, Argentina o Nicaragua.

Pero, el modelo económico vigente genera desigualdades que el propio mercado no las puede corregir, por lo que requiere de voluntad política para cerrar o por lo menos aminorar esas desigualdades (lo que se llamaría en la jerga económica “hacerle ajustes”). Ajustes que deben tener mayor énfasis en los programas sociales y a largo plazo. No tanto como populismo asistencialista, que el propio Fujimori lo practicó y que AGP lo intentó tímidamente con las bolsas de alimentos repartidas en la madrugada en los asientos humanos o en forma más descarada, ahora que su aceptación popular está bastante baja, con la designación de Carlos Arana -un hombre de “la maquinaria aprista”- en el Foncodes, sino en cambio de mentalidades y de formas eficientes de ayuda del estado a fin de mejorar la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos. Eso sí se puede y es lo que le falta a la actual administración. Que los programas sociales lleguen efectivamente a las mayorías, que los subsidios no se queden a medio camino como sucede con el programa del vaso de leche. ¿Por qué no lo hace? Algunos sostienen que el presidente, en su maquiavelismo político, “soltará los millones de dólares” hacia el final de su gobierno a fin de no tanto ganar un “presidente compañero” (algo bastante improbable dado que el propio Alan García prefiero que “nadie le haga sombra” dentro del partido aprista), por lo menos obtener una mayoría holgada en el congreso que lo “blinde” ante posibles denuncias terminado su mandato, a fin de “negociar” con el partido que resulte ganador o hacerle una oposición despiadada de mostrarse reacio a algún acuerdo bajo la mesa (algo para lo que sí son buenos los compañeros).

Personalmente dudo que el presidente “suelte los millones” hacia el final de su periodo como anhelan muchos de sus correligionarios (que viven literalmente de “la teta presupuestal”). No creo que veamos nadar sobre las olas a las corvinas fritas con su limón, como dice el viejo valse criollo. No lo creo porque AGP es un converso convencido (y las recientes medidas de “freno” del gasto público lo corroboran). Los años de exilio le han permitido reflexionar sobre las políticas que usó en su primer gobierno, optando ahora por políticas ortodoxas de equilibrio fiscal, más conservadoras pero menos riesgosas que las políticas de “inflación cero” de su primer mandato (que, ironías de la economía, terminó en hiperinflación), amén de haber hecho una alianza tácita con los denominados “grupos de poder fáctico”; aparte que los organismos internacionales monitorean muy de cerca el modelo peruano y no van a permitir que se produzcan cambios bruscos como lo demuestra la designación de los ministros de economía nombrados: todos provienen de las canteras del sistema financiero internacional.
Así que mientras tanto habrá que recitar con Vallejo “y el presidente, ¡ay¡, siguió cayendo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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