Tuesday, February 17, 2009

CERCA DE 80,000 PAREJAS SE QUIEREN DIVORCIAR EN PERÚ

La cifra la ha publicitado el Instituto Guestalt de Lima. No revela como ha llegado a esa cantidad, ni qué técnica de muestreo ha usado, o si se trata solo de un grueso estimado “a ojo de buen cubero”. Sea como fuese, y de abarcar todo el país, me parece que el estimado se queda corto.

Como siempre sucede en estos casos, no es tan importante la cifra sino la posición que sobre el tema se tenga. Los anti-divorcistas optarán por una legislación que dificulte el divorcio a fin de preservar la institución familiar. Los que abogan por una simplificación en los trámites preferirán que la legislación se flexibilice más para los casos en que la pareja decida tomar caminos separados.

Creo que más importante que la cifra arrojada es conocer las causas que motivan divorciarse y cuál es la media actual de un matrimonio o, para ser más preciso, cuántos años dura un matrimonio moderno. Quizás sorprendan los resultados. Tampoco está claro qué matrimonios sobreviven mejor a los avatares de la vida, si los de confesión católica o los evangélicos (excluyo, por ser minoría, a los que no profesan ninguna religión –ateos o agnósticos- pero que cuentan con sólidos valores). O en buen romance, si la confesión religiosa ayuda a mantener la unión conyugal. Pareciera que sí y parece que los evangélicos se llevan las palmas.

Igual sucede con respecto al rubro infidelidades, uno de los factores que más resquebraja la relación conyugal. No es que los evangélicos sean unos santos laicos –que infieles los hay en esa cofradía y bien parranderos-, pero parece que entre ellos el número de infidelidades no es tan alto como entre los católicos. Probablemente el estilo de vida ayuda a que se mantenga la unión.

Si bien es cierto que las facilidades legales para divorciarse permiten que aumenten las causas de separación, no es menos cierto que nuestra legislación ni por asomo es divorcista; es más, quien quiera plantear una demanda de divorcio por causal determinada (el denominado por la doctrina jurídica “divorcio sanción”) sufrirá el vía crucis no solo del largo, tedioso e intrincado proceso, sino que tendrá un juez escéptico y proclive a “unir a las parejas” en una imposible conciliación o, en otras palabras, usted tendrá al árbitro en contra. Si, por ejemplo, demanda por la causal de adulterio, el magistrado para declarar fundada su demanda le pedirá las fotografías de su cónyuge teniendo sexo con otra persona y hasta las sábanas del hostal donde derramó el semen. Por eso, la mayoría opta por la separación convencional, suerte de “cajón de sastre” de las miserias conyugales cuando la pareja no las quiere exhibir en público, y que ahora se ha visto aliviada gracias al divorcio administrativo vía notarías y municipios.

Así que si usted, caro lector, cree que nuestra legislación es la culpable de la alta tasa de divorcios se encuentra equivocado.

El problema es institucional. La institución de la familia tal como la conocemos (“la familia tradicional”) se encuentra en crisis y busca válvulas de escape por donde encuentre, sea por el derecho a través de la legislación o, de ser imposible, por la vía del hecho, separándose las parejas pero manteniendo el vínculo legal. No creo que la familia vaya a desaparecer, pero sí la forma en que la conocemos ahora, dando paso a nuevas formas familiares.

Por eso, si bien es loable la campaña que promueve el Instituto Guestalt de Lima con terapias del perdón, ejercicios de caricias y todo lo demás, estas no ayudan cuando un matrimonio se encuentra en crisis total. Generalmente la disolución se produce luego de años de debilitamiento del vínculo y cuando esta ya es irreversible no vale ninguna terapia del perdón ni ejercicios de caricias que valgan, sino cerrar ese capítulo de la manera más digna posible, aprender las lecciones que el fracaso conlleva y cada uno rehacer su vida lo mejor que pueda.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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