Tuesday, May 12, 2009

VISITANDO A LOS MUERTOS

En ciertas fechas especiales como el día de la madre o el día de todos los muertos, los cementerios adquieren una vitalidad que no se refleja en otras épocas del año, más con una serenidad propia del lugar donde descansan los que ya no tienen que afanarse en los devaneos del mundo.

Vendedores de todo tipo a lo largo de la avenida principal de el cementerio El Ángel se instalan para ofrecer no solo flores, que es el rubro tradicional por excelencia, sino chicha helada para el calor de los vivos, un pan en forma de guagua que es delicioso o fruta de la estación; pasando por aquellos que ofrecen plantillas para zapatos o resúmenes de libros clásicos para los escolares; hasta los vendedores de antenas de televisión (dudo que sea para instalar una en el nicho de los difuntos) o los infaltables promotores de los seguros de sepelio (“compre su nicho ahora señor que está baratito”). Como se ve la oferta es variada y dirigida más a los vivos que a los que descansan en paz. Los muchachos que limpian las lápidas y portan agua para las flores igualmente hacen su agosto en este mes de Mayo, donde muchos van a visitar a su mamá o a su abuelita que los crió como segunda madre con un racimo de flores en la mano (yo voy a visitar a una tía que me crió como hijo, también con mi racimo de flores en la mano).

Esta vitalidad que adquieren los cementerios –sobretodo los populares- permite reflexionar sobre la muerte. No hay que tomarla tan solemne como se estila en Occidente, ni asustarse de ella, sino tomarla como un hecho natural de la vida; así como venimos a este valle de lágrimas como estilaba decir mi difunto tío (que fue también una suerte de sustituto paterno), de la misma forma nos vamos, partimos de escena, del gran teatro del mundo como versificaba don Pedro Calderón de la Barca. Morir es un hecho tan natural como respirar.

Luego de despedirme de mi tía, disponer la limpieza de la lápida, dejar su ramo de flores y “conversar” un rato con ella, salgo del cementerio por la avenida principal y me encuentro con los mausoleos, en uno de ellos se lee que reconforta saber que nos encontraremos con el ser amado en la otra vida para gozar de su compañía por toda la eternidad. Como agnóstico tengo mis dudas sobre si habrá una vida eterna, pero creer en ello reconforta sin duda. En otra lápida veo que yace Abelardo Gamarra, “El tunante”, y me encuentro con una frase suya: “Solo la honestidad y la verdad salvarán al Perú”. Me detengo a pensar que en su época (segunda mitad del XIX) la corrupción y la hipocresía también eran constantes fuertes en el Perú de aquel entonces, algo que no es nada nuevo, ni viene de Fujimori como sostienen algunos, procede de mucho más atrás, por lo menos de la Colonia misma. Lo saludo con una reverencia y prosigo mi marcha.

Saliendo del cementerio avisto un oficio religioso de cuerpo presente y me ratifico en mi decisión de ser cremado luego de fallecer y ser esparcidas mis cenizas en el mar de Miraflores, lugar de donde guardo gratos recuerdos, y pienso en un imposible: que, como en la película de Truffaut, a mi entierro (mejor dicho a mi cremación) vayan todas las mujeres que amé o me amaron, y sean negligentes y me perdonen si en algo les fallé, pero nadie es perfecto en esta vida, y recuerden que siempre actúe con las cartas sobre la mesa, que jamás me gustó engañar a nadie, actitud que, a veces, me costó algunos sinsabores.

Afuera las vendedoras de flores (un oficio exclusivamente femenino) hacen también su agosto en este raro mes de Mayo con calor de verano.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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