Saturday, November 05, 2011

LOS CIEN DÍAS DE HUMALA

Los balances de los cien primeros días implican una evaluación preliminar de cómo anda la nueva administración. Obviamente no es definitivo, pero indica “el perfil” de hacia dónde va. Para la evaluación se puede tomar como parámetros de referencia lo que prometió en campaña o lo declarado en el plan de gobierno, a fin de contrastar lo dicho con lo que está haciendo, lo que falta por hacer o los necesarios cambios en el camino.

El primer inconveniente es qué plan de gobierno contrastamos, si “la gran trasformación”, furibundamente estatista, o la más flexible “hoja de ruta”, aparecida cuando el candidato Humala pasa a la segunda vuelta. Evidentemente que es la hoja de ruta el instrumento eje que delimita actualmente la política del gobierno.

Pero, ¿ello significaría que estamos ante un “aggiornamento nacionalista” y aquellos que no votamos por Humala en ninguna de las dos vueltas podemos respirar aliviados?

Creo que no. Las cosas no son tan diáfanas como algunos sostienen. No todo es blanco o negro en la administración humalista, más imperan las ambigüedades o los tenues grises.

Si bien existe un continuismo de la política económica, dado que cambiarla significaría trastocar todo un sistema que se ha ido decantando en los últimos veinte años, ello no implica que no existan al interior del gobierno tendencias radicales que exigen la ejecución del programa de “la gran trasformación” y no hacer tantas “concesiones” a la derecha.

Son las mismas tendencias que tratan de limitar la libertad de expresión y de prensa con leyes draconianas, ejecutar una política económica intervencionista, crear el clima necesario para “el retorno” a la Constitución de 1979 o negarse a una política no tan dialogante, sino más bien impositiva, en representación, según ellos, de “los sectores populares”. Son los que claman por una mayor radicalización del gobierno nacionalista, “más a lo Chávez que a lo Lula”.

Entre esas dos tendencias, los “moderados” y los “radicales”, se mueve el gobierno de Humala. Por el momento son los moderados los que priman, pero todo dependerá cómo marche la correlación de fuerzas y los factores externos (como la recesión internacional que nos podría afectar) para que cambie el panorama.

Puede parecer “burgués” o poco importante; pero, los derechos políticos son consustanciales al ciudadano y piedra angular de los derechos sociales y económicos. Por ello es que “no se puede bajar la guardia” ante cualquier indicio, por más leve que sea, de esas “pulsiones totalitarias” que alberga el humalismo en su seno, así se diga que es “histerismo de derecha”.

LA INCLUSIÓN SOCIAL

Es una definición que por su constante uso va perdiendo sentido e inclusión social puede significar desde otorgar subsidios directos hasta cambiar las estructuras sociales. La pregunta no es tanto si se está de acuerdo o no, sino qué se entiende por esta y cómo se pueden implementar las políticas necesarias para favorecerla.

Para que sea permanente la inclusión social (entendida como que todos los peruanos seamos iguales ante la ley –igualdad formal- y tengamos oportunidades similares de ascenso social, así como de tener una vida digna –igualdad material-) requiere de cambios profundos y estructurales, principalmente en sectores como salud, educación y calidad de empleo, igual que en las condiciones para generar riqueza y distribuirla adecuadamente. No se produce de la noche a la mañana, ni en un solo gobierno. Requiere de políticas públicas a largo plazo y en concertación con el sector privado. Por ejemplo, cómo hacemos para mejorar la educación inicial, a fin que los niños de los colegios estatales terminen primaria manejando con suficiencia las operaciones matemáticas elementales y comprendiendo lo que leen, aparte de conocer el inglés y manejar las tecnologías de la información. Solo para llegar a ese objetivo requeriría años de esfuerzo e incluso que el gobierno colisione con la dirigencia del Sutep, uno de sus principales aliados. ¿Lo hará? Todos sabemos que no.

O, cómo hacemos para corregir las desigualdades sociales en, por ejemplo, Puno. Aplicar políticas correctivas en la región del altiplano significaría “colisionar” con aliados del gobierno como los cocaleros o luchar frontalmente contra el contrabando. ¿Lo hará? Igualmente sabemos que no. Ya no hablemos de políticas redistributivas o de generación de riqueza que implicarían un “choque frontal” con “aliados naturales” del humalismo que lo ayudaron a llegar a la presidencia de la república.

Precisamente esas enormes expectativas que generó su candidatura como sinónimo de “gran cambio” o justicia para los más pobres, así como las alianzas que estableció con sectores sociales disímiles, se pueden trasformar en una enorme desilusión de no cumplir mínimamente lo ofrecido. De quedarse en “el discurso revolucionario” disociado de la realidad. O también puede suceder lo contrario: que para cumplir sus promesas electorales desequilibre el presupuesto público en un contexto de coyuntura internacional bastante delicada. Lo primero sería un drama, lo segundo una tragedia.

Humala se alió “con Dios y con el Diablo” para llegar al poder, con sectores sociales, políticos y económicos contradictorios entre si, por lo que tiene un límite para la ejecución de su programa, límite impuesto por los mismos sectores que lo apoyaron, bajo pena que en caso de “una traición” del presidente hacia ellos, le hagan la vida difícil; como a su vecino Evo en Bolivia.

Mas bien el gobierno de Humala ha elegido el camino fácil del asistencialismo, sea en dinero o en bienes, pero cuyos frutos a largo plazo no se traducen en una mejora significativa de calidad de vida, sino en dádivas que vuelven dependientes a los beneficiados (similar en esencia a “la caridad” que la derecha ejercía con los más pobres), lo cual los convierte en un bolsón político de votos, así como en “portátiles” útiles para las movilizaciones a favor del “caudillo”. Es lo que siempre ha sido, por ejemplo, el Pronaa, y una de las razones de la resistencia a la renuncia de la cuestionada ministra de la mujer, es el manejo político del programa.

LA CORRUPCIÓN

A cien días de gobierno, la administración Humala muestra casos de presunta corrupción que afecta hasta a su segundo vicepresidente, acusado de tráfico de influencias a favor de un conocido grupo económico (y, hasta hace poco, integrante de la “megacomisión” que investigará al APRA por el quinquenio anterior).

Para un gobierno que recién comienza, estos casos afectan seriamente la credibilidad y legitimidad del régimen. El asunto es cómo va a enfrentar los casos de corrupción en sus propias filas y, en particular, el delicado caso de tráfico de influencias en que se encuentra implicado su segundo vicepresidente. ¿El gobierno será trasparente y actuará conforme a su credo en campaña (lucha frontal contra la corrupción) o “montará un show mediático” para la platea y al final todo quedará en nada?

De no manejar adecuadamente los casos de corrupción dentro de sus propias filas, puede ser su talón de Aquiles y sería irónico que el gobierno, una de cuyas banderas durante la campaña electoral fue la lucha contra la corrupción y la inmoralidad, termine sumido en variopintos casos de corrupción.

¿REELECCIÓN DEL HUMALISMO EL 2016?

Todavía es prematuro afirmar si Ollanta Humala buscará la reelección inmediata o la sucesión a través de su esposa. Ganas no les faltan y con partidos políticos débiles en la oposición, es un manjar delicioso relativamente fácil de disponer; pero dependerá mucho de la correlación de fuerzas que aludíamos en la primera parte de este artículo. Es evidente que Humala, a falta de un partido orgánico y con muestras de notoria indisciplina en el suyo en apenas cien días de gobierno, se está asentando sobre el ejército como poder fáctico, algo similar a lo que hizo Fujimori en los noventa. Pero, el otro poder sobre el que se asentó el fujimorismo fue el gran empresariado. Teniendo contento a los grandes empresarios y a la cúpula militar, Fujimori marcó un derrotero populista que le otorgó “oxígeno” al proyecto autoritario por diez largos años. ¿Humala podrá hacer lo mismo?

Creo que de hecho ya está “coqueteando” con los grandes empresarios, imitando más a Fujimori que a Chávez, en una suerte de “populismo de izquierda”, pero sin afectar la propiedad de los poderosos (debemos recordar que a la derecha nunca le importó la democracia ni los derechos humanos, con tal que la dejen hacer sus grandes negociados). Dudo que veamos nacionalizaciones masivas o controles de precios.

Sería una genial “boutade” de la historia (estoy pensando en la célebre frase de Marx que sobre la historia decía que se repite como comedia lo que otrora fue drama) termine su quinquenio no “al ritmo del chino”, sino “al ritmo del cholo”.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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