Tuesday, February 21, 2012

QUO VADIS IZQUIERDA PERUANA? (O CÓMO FUE “CHOTEADA” NUEVAMENTE)

A los viejos dinosaurios

Hay que tener vocación masoquista para soportar tanta humillación. Primero fue con “el Chino”, cuando decidieron ser furgón de cola del fujimorismo en 1990, hasta que a los pocos meses este los expulsó sin asco del paraíso estatal y decidió, con inusitado frenesí, adoptar las ideas económicas de su contendiente, el FREDEMO. Se quedaron con la boca abierta (y algunos siguen así). Pero no se amilanaron. Hábiles aplicando “el principio de oportunidad” (me subo a la primera combi que me abre la puerta), luego estuvieron encaramados en el poder con Valentín Paniagua por breve tiempo; pero se las ingeniaron para seguir viviendo un poco más del estado gracias al gobierno de Alejandro Toledo. De allí, con el de Alan García, vino la época de “las vacas flacas”, por lo que debieron retornar a las aulas universitarias (principalmente la PUCP) y las consultorías en las ONG.

Con Ollanta Humala sintieron que se sacaron la tinka, que “se les hizo”. Ahora sí iban a ser gobierno, como advenedizos pero gobierno al fin, después de encontrarse en la diáspora por más de veinte años. Era “la tierra prometida”. Humala representaba para ellos “el maná caído del cielo”. Hasta formaron su asociación, “Ciudadanos por el cambio”, y prepararon el primer plan de gobierno, “La gran trasformación”, un mamotreto indigesto de más de doscientos páginas con recetas estatistas e intervencionistas que ya habían fracasado en el país. Leyéndolo parecía que regresábamos al Perú de los “apachurrantes” años setenta, cuando esos, ahora viejos dinosaurios, eran los muchachitos que jugaban a la revolución.

Pero, a los pocos meses de ser gobierno, “el comandante” (como gustaban llamarlo) les propinó literalmente una patada en sus cuatro letras y los expulsó de la tierra prometida. Ay, tanto nadar para morir ahogados en la playa. Salvo uno que otro que, sin rubor en la cara, solapa nomás, se “atornilló” bien en su puesto, olvidándose de “los principios socialistas” y de sus demás compañeros maltratados, la mayoría de ese colectivo de viejos izquierdistas sesenteros y setenteros salió expectorado del gobierno de Humala.

Algunos con cartitas de reproche de por medio dirigidas al “comandante”, tipo amante despechada, donde le recuerdan, como esas mujeres que ayudaron al marido en los difíciles primeros años de su carrera, que ellos creyeron en él cuando nadie daba ni un centavo por su candidatura. Lo cual es cierto, pero no exento de interés recíproco. No fue un matrimonio “por amor”, ni menos amor puro o platónico, sino por interés. Ellos (la vieja izquierda setentera) necesitaban de una “locomotora” que los lleve a la tierra prometida, y esa locomotora no era otro que Ollanta Humala. No había otro candidato con el perfil del nacionalista.

En este “divorcio” Conga fue “el punto de quiebre”. No estuvieron a la altura de las circunstancias y olvidaron que como funcionarios del estado representaban a la nación en su conjunto, a los intereses de todos los peruanos y no de una minoría. Antepusieron sus aspiraciones personales y políticas a las del país y, para variar, entre ellos se “acuchillaron”. Se “serrucharon el piso” mutuamente. La “izquierda cainita” estuvo más presente que nunca en el efímero gabinete Lerner. Entre ellos mismos comenzaron a apuñalarse y cometer infidencias que, por política de estado, no debieron salir del consejo de ministros. Los “muchachitos del ayer” se comportaron como adolescentes malcriados y majaderos.

***

Todo comenzó hace poco más de veinte años atrás, cuando implosiona Izquierda Unida y de contar con el tercio del electorado en los años ochenta, pasa a ser una minúscula coalición de partidos cuasi fantasmales. Claro, se dirá que en aquellos años vino también “la caída del muro” y la desintegración de la Unión Soviética. Pero, la verdad, esos argumentos son insuficientes para comprender la pobre representación electoral que tendrá en lo sucesivo la izquierda en el Perú. Las causas se encuentran más adentro que afuera.

Una tiene que ver con Sendero Luminoso y el MRTA. Principalmente el primero. La “izquierda legal” de aquel entonces no desmarcó claramente con los homicidios y actos terroristas de SL. Cuando se les pedía una declaración firme, balbuceaban frases ambiguas o responsabilizaban de todo lo sucedido al “estado represor” (del cual, curiosidades de la vida, ellos vivían como congresistas), mientras internamente, en los comités partidarios, apoyaban abiertamente “la lucha armada”. Por eso, al referirse a esa crucial etapa histórica que nos tocó vivir asolados por el terrorismo, hasta ahora hablan de “guerra interna” o, algunos más suavecitos, de “conflicto armado interno”.

Ingenuamente vieron a Sendero Luminoso como aquellos que sí se atrevieron a realizar en el Perú “la toma del poder vía la insurrección armada”, porque “el poder nace del fusil” y del campo a la ciudad como lo quería su adorado Mao. Alucina loco, en el Perú se estaban produciendo las contradicciones internas que iban a llevar al socialismo como decían Marx, Lenin y el libro rojo del gran timonel. Hasta que Sendero comenzó a matarles dirigentes sin consideración de los lazos familiares. Los “primos hermanos” se comportaron como unos fratricidas. Cuando reaccionaron fue demasiado tarde.

En pocas palabras, y usando una expresión cara al marxismo, podemos decir que “fueron absorbidos por la Historia”.

La otra causa tiene que ver con la falta de paradigmas. De creer en el socialismo debieron pasar a creer en la “democracia burguesa” que tanto despreciaban, choque un poco violento para algunos. O, peor aún, creer en la economía de mercado. Eso sí fue más traumatizante para varios izquierdistas; aunque, la verdad, algunos cambiaron de camiseta fácilmente y sin muchas complicaciones se pasaron a servir “al enemigo del pueblo”. (Esta ausencia de paradigmas será común a distintas izquierdas en el mundo).

Al no contar con modelos propios, lo más inmediato que tendrá la izquierda nativa será el nacionalismo velasquista como alternativa frente al neoliberalismo “imperialista” de los años noventa. Curiosamente en los setenta esa “izquierda revolucionaria” despotricó acremente contra las reformas del velasquismo, calificándolas de “burguesas” y ahora intentaba reactualizarlas en un contexto latinoamericano donde predominaba el discurso de Hugo Chávez, otro autodeclarado heredero de Velasco.

Igual sucedió con la Constitución de 1979. La izquierda de aquel entonces no firmó la carta política. También la calificaron de “burguesa” y que no contenía las reformas anheladas por “la clase trabajadora” (ellos, la izquierda setentera, a modo de los superhéroes de los cómics que fungen de defensores de las causas justas, siempre se ha creído la “legítima representante” de la clase trabajadora y, por extensión, de las demás “clases oprimidas”). Ahora, treinta años después, aupados ya al proyecto nacionalista, reclamaban (un poco conchudamente, para ser sinceros) “el retorno” a la carta del 79 frente a la “carta espuria” del 93. Para “los muchachitos del ayer” el tiempo no había pasado.

Eso me lleva a otra metáfora: “la izquierda Walt Disney”, es decir la izquierda congelada en el tiempo. Aunque es un exceso la metáfora de un joven politólogo, último desencantado de la izquierda peruana, en el fondo tiene cierta exactitud. Podría decirse también que es “la izquierda Peter Pan”, la izquierda que nunca creció y nunca maduró. Para ella los acontecimientos políticos, económicos y sociales de los últimos treinta años son irrelevantes. O no significan mucho. En vez de ir con la historia, van en contra. Ni siquiera han tomado el ejemplo de la izquierda chilena post Allende que cayó en la cuenta que el Chile actual era totalmente distinto al de los setenta, cuando vivieron la afiebrada Unidad Popular. Gracias a la renovación de sus programas políticos, el pueblo los eligió para ser gobierno por largos veinte años, en alianza con sus ex rivales (otro signo de maduración), la Democracia Cristiana. (Y todo parece indicar que en las próximas elecciones presidenciales chilenas regresan al poder).

En cambio, para los “Peter Pan de la izquierda peruana” eso nunca sucedió. Se parecen a los borbones que regresaron al poder en Francia tras el fin de Napoleón: aquí no pasó nada, todo sigue igual. Son inmunes a reflexionar y reconocer que el país cambió y que los errores que cometieron en el pasado son del tamaño del cielo (quizás de la boca para fuera reconocen una “autocrítica”, pero por dentro están bien blindados).

Y la otra gran causa de esa escasa representación política, la principal creo yo, fue la desunión y la consecuente atomización en minipartidos o grupúsculos que ni siquiera llegaron a ser partidos. El “sueño del partido propio” fue un error gravitante y recurrente de esa izquierda setentera. Nacía un nuevo grupo de izquierda y a los pocos meses se dividía, acusándose mutuamente de “ser agentes de la CIA y del imperialismo yanqui”. Parecía un cáncer terminal por la reproducción de células, cada una padeciendo de más infantilismo que la otra.

En cambio, los pocos años que fueron el conglomerado Izquierda Unida que agrupaba a las distintas corrientes, bajo el liderazgo aperturista y democrático de Alfonso Barrantes, el alcance político de la izquierda llegó al tercio de la representación nacional. Ahora último, con el advenimiento de Humala, ni siquiera fueron minipartidos los que rodearon al entonces candidato, sino algunos nombres de “veteranos dirigentes” de esa vieja izquierda que, por sobrevivencia política, suscribió al proyecto nacionalista.

Ese fue uno de sus principales errores. Nunca se unieron en un sólido partido orgánico, ni actualizaron su programa político e ideológico. Todos quisieron ser los conductores de la revolución, los Lenin peruanos, y terminaron siendo apenas “cabezas de ratón”.

Curiosamente ese “lastre maldito” de la fragmentación que arrastra la izquierda (renovadora en los sesenta y setenta, conservadora en la actualidad) es parte de la cultura peruana, criolla para ser más específico. Muchos de esos “jóvenes revolucionarios” de aquel entonces procedían de los estratos altos de la sociedad peruana. Hijos de banqueros y hacendados que jugaron a la revolución. Creyeron que al asumir un credo revolucionario se libraban de la cultura y el “pasado reaccionario de su familia”, pero no fue así. Ellos estaban inmersos en una cultura política que fomenta “el partido propio” y el caudillismo político, practicándolo enfervorizadamente -quizás de manera inconciente- cuando fueron dirigentes de “la clase trabajadora”.

***

Como bien apunta Tony Zapata, esa izquierda no deja herederos políticos. Los muchachitos del ayer que jugaban a la revolución, hoy frisan los setenta años. Consulten el DNI de todos los que se auparon al proyecto de Humala y se darán cuenta. Los Peter Pan de la política criolla no dejan herederos, por lo que extinguidos cronológicamente (todos, tarde o temprano, nos vamos de este mundo), se terminaría sin pena ni gloria.

Una extinción que no es dramática, menos trágica. Quizás a lo sumo da para un sainete o, como diría Carlitos, el gran amigo de Zavalita en la novela de MVLL, es “como tirarse un pedito”. Nada más. Triste final para una izquierda que despertó tantas ilusiones y simpatías en su momento.

Pero, creo esa extinción es para bien. Una renovación de cuadros políticos de izquierda saldrá de esa muerte anunciada (quiero ser optimista). Antes, claro, jugarán “un último partidito” en las próximas elecciones. Conspiraran, serán “furgón de cola” de algún candidato que les prometa una cuota de poder, y luego llorarán cuando les propine una patada en toda la extensión de su humanidad.

Es que estos ex muchachitos que jugaban a la revolución ya están cansados y viejos como para reorganizar fuerzas y hacer un trabajo titánico: fundar un auténtico partido de izquierda unitario.

No es fácil tampoco. La tía Susana quiso hacerlo con Fuerza Social y ahora está a punto de ser revocada de la principal alcaldía del país. No basta con juntar unos cuantos tecnócratas y rostros nuevos en la política, reunirse a tomar un “té de tías” en un club “progre” y soñar con los cambios, sino hacer un trabajo de base.

Ese trabajo es duro y lo tiene que hacer gente joven, con ideales, comprometida con la política. Así fue como la entonces izquierda renovadora de los sesenta y setenta (“los muchachitos del ayer”), se hizo un espacio en la política. Iban a las fábricas, a las comunidades campesinas, a las universidades. Gracias a ese trabajo ganaron representación política en la Constituyente del 78 y en cuanta elección participaba la izquierda en los ochenta, consiguiendo unida nada menos que la alcaldía de Lima en 1983: la izquierda saboreaba por primera (y única) vez las mieles del poder y parecía estar a un paso de ganar el sillón de Pizarro. Luego desperdiciaron ese capital en “timbas políticas”. Para variar, volvieron a dividirse, a acuchillarse entre ellos, a jugar a ser “líderes de la revolución”.

En cierta forma se comportaron como esos hijitos de papá, que les basta pedir para que les den todo y que, con una fortuna entre manos, la tiran por la ventana en alcohol, parrandas, juego y mujeres. Hasta en eso “heredaron las taras” de su clase de origen.

Ahora ya están viejos para retomar el viejo sueño.

Tan viejos que algunos de esos veteranos “muchachitos del ayer” se van bien remunerados del gobierno de Humala, con “embajadas consuelo”, como para que disfruten unas vacaciones y no sientan tan feo la choteada. O, por lo menos, que no duela tanto esa parte final de la anatomía. Allá, lejos y con tiempo de sobra, podrán soñar con la revolución que no llegaron a hacer, con las esperanzas perdidas, con el capital político desperdiciado en pequeños egos y, los más sensibles, quizás derramen una pequeña lágrima de nostalgia, u otros, más pragmáticos, verán la forma de regresar el 2016. Total, una humillación más ya no importa.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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