Tuesday, May 27, 2014

UNIÓN CIVIL

Existen proyectos de ley polémicos, sobretodo si afectan áreas sensibles de las creencias de las mayorías o de la ideología, civil o religiosa, dominante en una sociedad. Ya no hablemos de los proyectos de ley que afectan los intereses de los grupos fácticos de poder y que rápidamente son archivados, casi sin discusión.

Algo de eso se percibe en el debate afiebrado que ha traído el proyecto de Unión Civil propuesto por el congresista Carlos Bruce, entrampado en la Comisión de Justicia por las fuerzas evangélicas y católicas que, curiosamente, se han vuelto aliadas de hecho para que no se convierta en ley. A tal punto de difícil se encuentra la situación que el propio congresista Bruce tuvo el coraje de declarar públicamente –posiblemente a un costo personal elevadísimo- su orientación sexual, a fin de usarlo como argumento político de defensa que destrabe el empate.

Estos proyectos polémicos son los que le toman el pulso a las sociedades, los que diagnostican más certeramente el carácter tolerante o no de las mayorías; y, no es secreto, que frente al proyecto la intolerancia viene de todas partes, desde los segmentos más pobres y menos educados hasta los más refinados y elitistas.

Solo una minoría lo apoya, mejor dicho lo apoyamos. Porque acá no se trata de imponer la razón de la mayoría, sino que los derechos se extiendan a todos. Existe un principio jurídico, el de la universalización de los derechos, sin importar los rasgos particulares del beneficiario. Caso contrario, estaríamos segregando a un grupo humano, fundamentando la segregación, en la razón de la mayoría. Ese es el camino más corto y rápido para la intolerancia y la discriminación.

Por eso los derechos no son sometidos a ninguna clase de consulta, porque los beneficiarios, si son un grupo minoritario, se les negaría el reconocimiento. Imagínense si en los Estados Unidos de los años sesenta se hubiera sometido a consulta las leyes de afirmación a favor de un grupo minoritario como eran los negros en ese entonces. Jamás habrían obtenido el reconocimiento efectivo de sus derechos civiles.

Ideológicamente el proyecto es liberal, en el sentido clásico del término, moderno; pero refleja muy bien, por las reacciones suscitadas, lo conservadora y premoderna que todavía puede ser la sociedad peruana. Todavía respira ese aire malsano de la Colonia. Las iras desplegadas al proyecto de Unión Civil tienen un tufo reaccionario tanto en hombres como en mujeres. De intolerancia ante el otro, al que es distinto por el hecho de serlo. E igualmente evidencia el temor y menosprecio que sentimos ante el homosexual.

De cierta forma nos encontramos en un periodo transicional en la sociedad peruana, entre lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que está naciendo. Como todo cambio es conflictivo, a veces anárquico, otras errático. Esta “revolución social” es silenciosa, pero de consecuencias mayúsculas en las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales del país. Afecta a los partidos políticos e, incluso, a la ideología dominante y a los valores que hasta ahora se consideraban incuestionables, como el rol del varón o de la mujer, y lo que entendemos por familia.

Y, de igual manera, refleja también que todavía no hemos separado la razón de Estado de la religión. Y las pruebas las vemos cada vez que ingresamos a una dependencia pública. Por mi trabajo debo ir constantemente a las dependencias del Poder Judicial. No es casual encontrar dentro de sus instalaciones una capilla católica, una gruta de adoración a la Virgen María, para no mencionar los abundantes crucifijos y ejemplares de la Biblia (católica) en los despachos de los magistrados. Como les digo a mis alumnos, se supone que el estado es laico, pero viendo toda esa simbología sacra parece que estamos ante un estado confesional. Por desgracia no tuvimos las guerras religiosas que padecieron los europeos y que los obligó a no meter a Dios en los asuntos de la tierra.

El proyecto de Unión Civil no significa el fin de la familia. La familia, acá y en otras latitudes, se está reestructurando, está cambiando, pero no es su fin. El proyecto aboga básicamente porque esas nuevas familias, que en los hechos ya existen, no queden desamparadas patrimonialmente.

Si el proyecto se aprueba, diría mucho más de la sociedad peruana que tomos de tomos de libros y ensayos, que avanzamos hacia una tolerancia al otro, tolerancia a regañadientes, pero tolerancia al fin y al cabo.
Eduardo Jiménez J.

ejjlaw@yahoo.es

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