Por: Eduardo Jiménez
J.
ejjlaw@yahoo.es
Considerado como Cristiano de izquierda, aquellos que suscribieron la teología de la
liberación y la llamada “opción preferencial por los pobres”, fue uno de los
pocos intelectuales que en los años setenta renovó el pensamiento de la
izquierda en el Perú. Su principal obra, El
ocaso del poder oligárquico, la escribió alrededor de los treinta años.
Certero análisis del fin de la oligarquía en nuestro país.
Docente universitario
y promotor cultural desde la
ONG Desco -que la dirigió por largos años-, incursionó
también en la política, primero como Teniente Alcalde del recordado Alfonso
Barrantes, y luego, en 1990, como su tenaz opositor para las presidenciales; recreando,
quizás sin querer, “la maldición bíblica” del divisionismo en la izquierda.
Aquellas elecciones de 1990 significaron el fin de la ola electoral más
importante que haya conocido la izquierda peruana. En el interregno fujimorista
fue constituyente; pero su mejor participación en la praxis política fue a
inicios del 2000 bajo el emblema de Perú Posible, en ese entonces movimiento de
centro izquierda. Congresista y presidente del Parlamento, realizó una de las
mejores propuestas de reforma de la Constitución del 93, la cual, por intereses
diversos (incluyendo intereses subalternos de un ala del toledismo) quedó
archivada. Decepcionado de la política criolla, al igual que por razones de
salud, se refugió en el mundo académico, su hábitat natural. Hace poco había
presentado la revista del Post Grado que dirigía en su alma mater de siempre, la Universidad Católica.
Hombre de contrastes,
como muchos intelectuales de izquierda realizó el espinoso tránsito de una
visión radical que despreciaba el sistema democrático por considerarlo
subalterno a los intereses de clase (tengo un librito que publicó a fines de
los años setenta, Mitos de la democracia,
donde decía pestes de la democracia representativa) a un convencido de las
bondades y los valores de vivir en democracia. En ese sentido fue un converso. Y,
como todo converso, tenía más fe en las creencias adquiridas que aquellos que
no lo son. El fin del socialismo real, el propio empequeñecimiento de la
izquierda nacional, el terrorismo demencial de Sendero Luminoso, la década
autocrática de Fujimori, lo convencieron, como a muchos, que el sistema
democrático es un constante hacer, más en nuestro país, y no será una
maravilla, pero permite convivir en tolerancia a fuerzas sociales y políticas
opuestas, y resolver sus diferencias en forma más o menos pacífica. De ese
tránsito y la reflexión de su experiencia en el Congreso, nace otro libro
interesante, Reforma política,
llevando como sugestivo subtítulo Para
consolidar el régimen democrático. Lamentablemente las propuestas que
plantea Pease nunca fueron acogidas por la “clase política”, prefiriendo esta
no autoreformarse. Las consecuencias las vemos hoy día.
Hombre de sólidos
principios -cosa rara en el mundo político-, esperemos que su sensible
fallecimiento signifique la reedición de muchas de sus obras, ahora solo
ubicables en “librerías de viejo”. Una edición crítica de sus obras completas
sería el mejor homenaje. Por lo menos su universidad de toda la vida, la PUCP , se lo debe. No vaya a
suceder como pasa muy frecuentemente en el Perú, donde muchos intelectuales
luego de muertos son olvidados hasta por sus mejores amigos, y si no es por la
labor abnegada de una viuda o unos hijos que, muchas veces, con su propio
peculio logran publicar sus obras después de muerto, su legado se pierde en la
noche de los tiempos. Ojalá eso no suceda con Henry. Descanse en paz.
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