Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
De poder elegir el lugar y el tiempo
donde nacer, creo que hubiera elegido acá y ahora. Sería aburrida mi vida de
haber nacido en Suiza. Claro, materialmente tendría todo asegurado desde el
vientre de mi madre hasta mi muerte. Todo absolutamente planificado: donde
estudiar, en qué trabajar, con quién casarme, cuántos hijos tener, ir cotizando
para mi plan de jubilación desde los veinte años, y así.
En cambio, acá en Perú, cada cinco años
estamos frente a una novedad, un vuelco inesperado o hasta un riesgo para la
democracia y la forma de gobierno. El tema no importa a muchos, pero afecta a
todos.
Por citar los últimos quince años: el
riesgo del chavismo de Humala (que al final de tigre antisistema devino en
gatito doméstico de la Confiep); la improvisación y frivolidad de gobernantes
como Toledo, navegando entre el whisky y las vacaciones perpetuas en Punta Sal;
o la corrupción y la plutocracia en el poder bañado de narcoindultos otorgados nada
menos que por un presidente constitucional. Mañana, quien sabe, de repente se
postula el primer narco autodeclarado para la presidencia con un eslogan como Soy narco y qué. Y se me queda en el
tintero la confección de un presidente hight
tech como era Guzmán, producto de las redes digitales y el marketing. Hay
de todo como en botica.
Gracias a la democracia tenemos dos vías
para escrutar a conciencia a un candidato presidencial: el pasado, lo que hizo
y cómo lo hizo; y lo que ofrece. Si Usted aprecia inconsistencias entre uno y
otro, desconfíe.
La misma competencia permite sacar a luz
“los trapitos sucios” y, felizmente, todavía tenemos una prensa libre –o más o
menos libre-. De allí que las denuncias, si son comprobadas, sean importantes.
Muchos estuvimos alertas ante la venida
con fuerza del chavismo en el 2006. Humala daba muestras de ser un súbdito
obsecuente de Hugo Chávez, lo que le costó la elección ese año; pero somos más
tolerantes frente a la corrupción y a los delitos de cualquier candidato. Hugo
Neira habla de la anomia de la sociedad peruana, es decir una sociedad enferma,
sin valores o mejor dicho antivalores.
Puede ser, usualmente preferimos
candidatos que reflejan nuestra idiosincrasia. “Se nos parece” decimos del
candidato elegido, como que nos reflejamos ante un espejo, y después, cuando
está en el poder, “nos desilusiona”, en una suerte de chivo expiatorio que
exorciza nuestras culpas. Y así vamos cada cinco años.
Pensé que estas elecciones iban a ser
aburridas, que de repente nos habíamos convertido en ciudadanos formales y
ordenados, y, matices de por medio, elegiríamos entre el “elenco estable”, con
propuestas más o menos similares. No tomé en cuenta la “cuota de emoción”,
cortesía del Congreso de la República al promulgar una ley que trastocaba las
reglas de juego iniciada la competencia y peor aplicada por el órgano
electoral, excluyendo a unos candidatos y ratificando a otros por los “mismos
pecados”, las dichosas dádivas económicas.
Y si bien el JNE, algunos abogados y
muchos periodistas creyeron encontrar el nirvana
jurídico en la tautología la ley es
la ley; lo cierto es que se enturbió el proceso, se llevaron de encuentro
la libertad de elegir y ser elegido, y se privilegió la cultura del papel
sellado antes que los derechos fundamentales y la realidad política.
A pesar del zafarrancho electoral, la
intención de voto de los principales candidatos indica que la gente no quiere
un cambio radical del “modelo económico”, ni menos nuevas (y afiebradas)
constituciones políticas. Allí se equivoca Verónika Mendoza. El pueblo quiere
mejoras en los servicios que presta el estado, en las jubilaciones, la salud,
la enseñanza, empleos decentes, más seguridad ciudadana, que no te cobren
demasiado en el gas, la electricidad o el trasporte; pero no quiere un “salto
al vacío”, a lo cual éramos tan afectos en otros tiempos. La gente quiere
reformas que mejoren el sistema, no perder lo poco que ya consiguió en la época
de las “vacas gordas”. Algunos candidatos lo han captado mejor que otros.
Platón decía que el gobierno de los
plutócratas (los millonarios) es peligroso. Tan peligroso como el de los
demagogos. Obvio, un plutócrata en el poder verá sus intereses económicos más
que los de la nación. Tratará de acrecentar su fortuna a expensas del erario
nacional. Eso de que millonario que llega al gobierno no roba porque tiene
mucho dinero, es tan ingenuo como creer que existen felinos vegetarianos. No
nos hagamos.
A la lista del buen Platón podemos
agregar la de los millonarios que financian a candidatos. Un candidato que nace
así, de llegar al gobierno queda hipotecado a quién le prestó los millones para
la campaña. Sus grandes reformas quedarán en el archivo de las promesas
incumplidas.
Esta vez el peso de la decisión
electoral lo van a tener los jóvenes. Muchos se enfrentan a su primera elección
presidencial. Algunos con dudas, otros con pasividad, solo para “no pagar la
multa”, sin saber que se juegan su futuro. Este país va a ser de ellos, más que
de nosotros, que ya “doblamos la esquina”. Espero haya sensatez en muchos al
momento de estar a solas en la cabina de sufragio. Contra mi natural
escepticismo, quiero creer que algo está cambiando, que la gente ya no vota tan
a ciegas como antes. Ya no se miran tanto en el espejo-candidato. Espero sea
así, con su voto se juegan el futuro del país.
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