Thursday, April 07, 2016

COMO CADA CINCO AÑOS

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107


De poder elegir el lugar y el tiempo donde nacer, creo que hubiera elegido acá y ahora. Sería aburrida mi vida de haber nacido en Suiza. Claro, materialmente tendría todo asegurado desde el vientre de mi madre hasta mi muerte. Todo absolutamente planificado: donde estudiar, en qué trabajar, con quién casarme, cuántos hijos tener, ir cotizando para mi plan de jubilación desde los veinte años, y así.

En cambio, acá en Perú, cada cinco años estamos frente a una novedad, un vuelco inesperado o hasta un riesgo para la democracia y la forma de gobierno. El tema no importa a muchos, pero afecta a todos.

Por citar los últimos quince años: el riesgo del chavismo de Humala (que al final de tigre antisistema devino en gatito doméstico de la Confiep); la improvisación y frivolidad de gobernantes como Toledo, navegando entre el whisky y las vacaciones perpetuas en Punta Sal; o la corrupción y la plutocracia en el poder bañado de narcoindultos otorgados nada menos que por un presidente constitucional. Mañana, quien sabe, de repente se postula el primer narco autodeclarado para la presidencia con un eslogan como Soy narco y qué. Y se me queda en el tintero la confección de un presidente hight tech como era Guzmán, producto de las redes digitales y el marketing. Hay de todo como en botica.

Gracias a la democracia tenemos dos vías para escrutar a conciencia a un candidato presidencial: el pasado, lo que hizo y cómo lo hizo; y lo que ofrece. Si Usted aprecia inconsistencias entre uno y otro, desconfíe.

La misma competencia permite sacar a luz “los trapitos sucios” y, felizmente, todavía tenemos una prensa libre –o más o menos libre-. De allí que las denuncias, si son comprobadas, sean importantes.

Muchos estuvimos alertas ante la venida con fuerza del chavismo en el 2006. Humala daba muestras de ser un súbdito obsecuente de Hugo Chávez, lo que le costó la elección ese año; pero somos más tolerantes frente a la corrupción y a los delitos de cualquier candidato. Hugo Neira habla de la anomia de la sociedad peruana, es decir una sociedad enferma, sin valores o mejor dicho antivalores.

Puede ser, usualmente preferimos candidatos que reflejan nuestra idiosincrasia. “Se nos parece” decimos del candidato elegido, como que nos reflejamos ante un espejo, y después, cuando está en el poder, “nos desilusiona”, en una suerte de chivo expiatorio que exorciza nuestras culpas. Y así vamos cada cinco años.

Pensé que estas elecciones iban a ser aburridas, que de repente nos habíamos convertido en ciudadanos formales y ordenados, y, matices de por medio, elegiríamos entre el “elenco estable”, con propuestas más o menos similares. No tomé en cuenta la “cuota de emoción”, cortesía del Congreso de la República al promulgar una ley que trastocaba las reglas de juego iniciada la competencia y peor aplicada por el órgano electoral, excluyendo a unos candidatos y ratificando a otros por los “mismos pecados”, las dichosas dádivas económicas.

Y si bien el JNE, algunos abogados y muchos periodistas creyeron encontrar el nirvana jurídico en la tautología la ley es la ley; lo cierto es que se enturbió el proceso, se llevaron de encuentro la libertad de elegir y ser elegido, y se privilegió la cultura del papel sellado antes que los derechos fundamentales y la realidad política.

A pesar del zafarrancho electoral, la intención de voto de los principales candidatos indica que la gente no quiere un cambio radical del “modelo económico”, ni menos nuevas (y afiebradas) constituciones políticas. Allí se equivoca Verónika Mendoza. El pueblo quiere mejoras en los servicios que presta el estado, en las jubilaciones, la salud, la enseñanza, empleos decentes, más seguridad ciudadana, que no te cobren demasiado en el gas, la electricidad o el trasporte; pero no quiere un “salto al vacío”, a lo cual éramos tan afectos en otros tiempos. La gente quiere reformas que mejoren el sistema, no perder lo poco que ya consiguió en la época de las “vacas gordas”. Algunos candidatos lo han captado mejor que otros.

Platón decía que el gobierno de los plutócratas (los millonarios) es peligroso. Tan peligroso como el de los demagogos. Obvio, un plutócrata en el poder verá sus intereses económicos más que los de la nación. Tratará de acrecentar su fortuna a expensas del erario nacional. Eso de que millonario que llega al gobierno no roba porque tiene mucho dinero, es tan ingenuo como creer que existen felinos vegetarianos. No nos hagamos.

A la lista del buen Platón podemos agregar la de los millonarios que financian a candidatos. Un candidato que nace así, de llegar al gobierno queda hipotecado a quién le prestó los millones para la campaña. Sus grandes reformas quedarán en el archivo de las promesas incumplidas.

Esta vez el peso de la decisión electoral lo van a tener los jóvenes. Muchos se enfrentan a su primera elección presidencial. Algunos con dudas, otros con pasividad, solo para “no pagar la multa”, sin saber que se juegan su futuro. Este país va a ser de ellos, más que de nosotros, que ya “doblamos la esquina”. Espero haya sensatez en muchos al momento de estar a solas en la cabina de sufragio. Contra mi natural escepticismo, quiero creer que algo está cambiando, que la gente ya no vota tan a ciegas como antes. Ya no se miran tanto en el espejo-candidato. Espero sea así, con su voto se juegan el futuro del país.

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