Monday, October 03, 2016

CUANDO LOS MUERTOS HACEN POLÍTICA: EL MAUSOLEO DEL TERROR



Por: Eduardo Jiménez J.
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La reacción que ha causado la noticia del “mausoleo” para los terroristas asesinados en la isla El Frontòn, en 1986, implica que las cicatrices del terror siguen latentes y es una asignatura pendiente para la sociedad peruana.

Es cierto que la reacciòn ha venido sobretodo de aquellos que padecimos el terror en toda su magnitud. La generaciòn que viviò Tarata, el asesinato de María Elena Moyano, los apagones y los cochebomba; pero que también vivió las ejecuciones extrajudiciales de la Cantuta, Barrios Altos y El Frontón. Las cosas por su nombre: está documentado que lo del Frontón, en 1986, fue asesinato cometido desde el Estado de Derecho (era el primer gobierno de Alan García). A esos muertos es a los que Sendero Luminoso ha rendido “homenaje”.

No obstante ello hay un hecho implícito que no queremos ver. Sendero Luminoso y sus posteriores metamorfosis políticas han trasmutado, adaptándose al medio, a las “formas democráticas”, ganando adeptos entre la generación joven que no padeció la furia demencial de aquellos años. Si se repara bien, les es más o menos fácil recolectar firmas para legalizar sus agrupaciones llamadas “de fachada” y casi inscriben como partido al Movadef. ¿Qué partido político se puede dar el lujo de recolectar fácilmente doscientas, trescientas mil firmas, como lo vienen haciendo los senderistas?

Ello quiere decir –y no nos hagamos los ciegos- que hay mucho joven que sigue con simpatía, con “fe partidaria”, las consignas de Sendero y percibe a Abimael Guzmán como un “luchador social” injustamente encarcelado.

Esa juventud no conoció los años aciagos del terror. Ni había nacido. Lo que implica que para tener esa percepción ha debido ser “adoctrinada” por ideólogos de Sendero Luminoso. Pero una adoctrinación solo es posible si la ideología es cautivadora y no existe otro relato igualmente cautivador. En otras palabras, no ha habido estado, ni sociedad organizada, ni menos partidos políticos que hayan dado la “versión oficial” de los hechos. Que hayan combatido a Sendero en el plano ideológico. Ahora vemos las consecuencias.

Como bien señaló Carlos Tapia, la lucha actual de Sendero es ideológica y política, no armada. La facción guzmanista busca una salida política a lo que llaman “las consecuencias de la guerra”, incluyendo la amnistía a los altos mandos que purgan carcelería, Guzmán incluido. Desde ese punto de vista, “el homenaje” en el Mausoleo se convierte en un mensaje político. Y nótese que existió una concurrencia nutrida al acto, no solo familiares de los fallecidos, sino personas ligadas a las organizaciones de fachada de Sendero.

Capturado Guzmán quisimos voltear la página y olvidarnos del horror, sin hacer el correspondiente procesamiento social y político. Ni los partidos políticos, ni el estado, ni la sociedad civil organizada entraron al debate político con Sendero. Pensamos equivocadamente que con su derrota militar terminaba el terror y ahora pagamos las consecuencias: una nueva generación de jóvenes ve con buenos ojos a Sendero y a su líder en prisión.

Un mausoleo es un lugar solemne de recordatorio de alguien que ya no está en este mundo. Es un punto de referencia para rendir tributo y avivar la llama de la fe, por lo que se convierte en una representación simbólica. Desde ese punto de vista, el mausoleo tiene claras connotaciones políticas que su simple “demolición” no va a solucionar. Exigir la sola demolición y olvidarnos del problema de nuevo hasta que surja algún otro exabrupto, es obviar el accionar senderista post 1992 o esconder la basura bajo la alfombra.

Lanzo una idea al vuelo: ¿por qué el estado no se anima a diseñar un mausoleo simbólico para todas las víctimas del terror? O pone más énfasis en el Museo de la Memoria, un tanto olvidado por las trifulcas entre unos y otros. Vamos, si existe un Museo del Holocausto para no olvidar el genocidio nazi, porque no tenemos algo similar en el Perú. Eso es actuar políticamente.

En mis años de estudios en Sociales, conocí de cerca a varios militantes de Sendero Luminoso. Haciendo un paralelo tenían la fe ciega del creyente como la que poseen muchos evangélicos que salen a predicar. Su “biblia” era el Libro Rojo de Mao. Con mucha convicción recitaban de memoria párrafos enteros, como lo hacen cristianos o musulmanes convencidos de lo que leen en su texto sagrado. Esa fe del creyente permite captar adeptos, su propio convencimiento persuade al que quiere escuchar, sobretodo entre los más jóvenes que viven y padecen la todavía exclusión social que existe en nuestro país. Por ello, la actual guerra contra Sendero es más política que militar. Más de seguimiento de inteligencia que de destrucción de mausoleos. Más de organización y estrategia que de reacciones hepáticas.

 

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