Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
La reacción que ha causado la noticia
del “mausoleo” para los terroristas asesinados en la isla El Frontòn, en 1986,
implica que las cicatrices del terror siguen latentes y es una asignatura
pendiente para la sociedad peruana.
Es cierto que la reacciòn ha venido sobretodo
de aquellos que padecimos el terror en toda su magnitud. La generaciòn que
viviò Tarata, el asesinato de María Elena Moyano, los apagones y los
cochebomba; pero que también vivió las ejecuciones extrajudiciales de la
Cantuta, Barrios Altos y El Frontón. Las cosas por su nombre: está documentado
que lo del Frontón, en 1986, fue asesinato cometido desde el Estado de Derecho
(era el primer gobierno de Alan García). A esos muertos es a los que Sendero
Luminoso ha rendido “homenaje”.
No obstante ello hay un hecho implícito
que no queremos ver. Sendero Luminoso y sus posteriores metamorfosis políticas
han trasmutado, adaptándose al medio, a las “formas democráticas”, ganando
adeptos entre la generación joven que no padeció la furia demencial de aquellos
años. Si se repara bien, les es más o menos fácil recolectar firmas para
legalizar sus agrupaciones llamadas “de fachada” y casi inscriben como partido
al Movadef. ¿Qué partido político se puede dar el lujo de recolectar fácilmente
doscientas, trescientas mil firmas, como lo vienen haciendo los senderistas?
Ello quiere decir –y no nos hagamos los
ciegos- que hay mucho joven que sigue con simpatía, con “fe partidaria”, las
consignas de Sendero y percibe a Abimael Guzmán como un “luchador social”
injustamente encarcelado.
Esa juventud no conoció los años aciagos
del terror. Ni había nacido. Lo que implica que para tener esa percepción ha
debido ser “adoctrinada” por ideólogos de Sendero Luminoso. Pero una
adoctrinación solo es posible si la ideología es cautivadora y no existe otro
relato igualmente cautivador. En otras palabras, no ha habido estado, ni
sociedad organizada, ni menos partidos políticos que hayan dado la “versión
oficial” de los hechos. Que hayan combatido a Sendero en el plano ideológico.
Ahora vemos las consecuencias.
Como bien señaló Carlos Tapia, la lucha
actual de Sendero es ideológica y política, no armada. La facción guzmanista
busca una salida política a lo que llaman “las consecuencias de la guerra”,
incluyendo la amnistía a los altos mandos que purgan carcelería, Guzmán
incluido. Desde ese punto de vista, “el homenaje” en el Mausoleo se convierte
en un mensaje político. Y nótese que existió una concurrencia nutrida al acto,
no solo familiares de los fallecidos, sino personas ligadas a las
organizaciones de fachada de Sendero.
Capturado Guzmán quisimos voltear la
página y olvidarnos del horror, sin hacer el correspondiente procesamiento
social y político. Ni los partidos políticos, ni el estado, ni la sociedad
civil organizada entraron al debate político con Sendero. Pensamos equivocadamente
que con su derrota militar terminaba el terror y ahora pagamos las
consecuencias: una nueva generación de jóvenes ve con buenos ojos a Sendero y a
su líder en prisión.
Un mausoleo es un lugar solemne de
recordatorio de alguien que ya no está en este mundo. Es un punto de referencia
para rendir tributo y avivar la llama de la fe, por lo que se convierte en una
representación simbólica. Desde ese punto de vista, el mausoleo tiene claras
connotaciones políticas que su simple “demolición” no va a solucionar. Exigir
la sola demolición y olvidarnos del problema de nuevo hasta que surja algún
otro exabrupto, es obviar el accionar senderista post 1992 o esconder la basura
bajo la alfombra.
Lanzo una idea al vuelo: ¿por qué el
estado no se anima a diseñar un mausoleo simbólico para todas las víctimas del
terror? O pone más énfasis en el Museo de la Memoria, un tanto olvidado por las
trifulcas entre unos y otros. Vamos, si existe un Museo del Holocausto para no
olvidar el genocidio nazi, porque no tenemos algo similar en el Perú. Eso es
actuar políticamente.
En mis años de estudios en Sociales,
conocí de cerca a varios militantes de Sendero Luminoso. Haciendo un paralelo
tenían la fe ciega del creyente como la que poseen muchos evangélicos que salen
a predicar. Su “biblia” era el Libro Rojo
de Mao. Con mucha convicción recitaban de memoria párrafos enteros, como lo
hacen cristianos o musulmanes convencidos de lo que leen en su texto sagrado. Esa
fe del creyente permite captar adeptos, su propio convencimiento persuade al
que quiere escuchar, sobretodo entre los más jóvenes que viven y padecen la
todavía exclusión social que existe en nuestro país. Por ello, la actual guerra
contra Sendero es más política que militar. Más de seguimiento de inteligencia
que de destrucción de mausoleos. Más de organización y estrategia que de
reacciones hepáticas.
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