Friday, January 20, 2017

PEAJES TRUCHOS Y VÁNDALOS DE SEGUNDA

Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107


Vamos a dar un acercamiento más sociológico al tema de la protesta por el peaje en Puente Piedra.

La actitud inicial de las “autoridades políticas” fue bastante deplorable. Desde el Alcalde de Lima que declaraba que no podía hacer nada sobre el peaje impuesto (“tengo las manos atadas”), pasando por el Ministro del Interior, que ligeramente calificó de “senderistas” a los que protestaban en contra del cobro. A lo que habría que sumar la comparsa de ciertos medios y “opinólogos” que trataban que las cosas se mantengan en el statu quo previo a la protesta y “dejen todo en manos de sus autoridades”, sin contar algunos abogados que se rasgaban las vestiduras por la “santidad de los contratos”.

Los “actores políticos”, con sus declaraciones y hechos, traslucían un deseo de mantener las cosas como están y considerar a los protestantes como ciudadados de segunda clase, “vándalos” en el sentido más venial y “senderistas” en el peor de los casos (en Perú el calificativo de “senderista” o “terrorista” estigmatiza y descalifica al adversario). En paralelo, los que abogaban por dejar “las cosas como están” hacían juego con Odebrecht y asociados –concesionarios del peaje- que representan a los que están arriba en la pirámide social, “a los de cuello blanco y corbata”.

Por eso, el discurso inicial de los actores políticos era doblemente reaccionario: por encubridor de la situación de inequidad que representaba el peaje y por favorecer los intereses económicos de una empresa altamente cuestionada. La pregunta obvia es si habrían mantenido ese mismo discurso si los vecinos indignados fuesen residentes de San Isidro o La Molina.

Lo de Puente Piedra, como muchos de los conflictos sociales en el Perú, es crónica de una violencia anunciada. Algo que se viene venir pero no se hace nada para solucionarlo. En el caso de los peajes ya se arrastraba de meses atrás, cuando fue la construcción de las casetas, solo que nadie, absolutamente nadie del estado, hizo nada. Nadie tomó la iniciativa de revisar los contratos claramente lesivos al interés de las mayorías, de inferir si la concesionaria Rutas de Lima había cumplido previamente con las obligaciones pactadas o si técnicamente era viable colocar en una zona residencial un peaje (hasta donde tengo entendido los peajes no se pueden colocar “en cualquier lugar”). Y ya no hablemos de una nulidad del contrato y todas sus adendas por la presunta corrupción que tendría en su origen, lo cual explica también la displicencia con que las autoridades políticas tomaron inicialmente el asunto.


En una sociedad en democracia, donde las instituciones funcionan y se escuchan las demandas del ciudadano, los problemas sí se pueden resolver pacíficamente; pero, cuando las autoridades son indolentes o solo escuchan a una de las partes y desoyen a la otra, la parte afectada no tiene más camino que la violencia como forma de protesta. Es lo que sucedió en Puente Piedra. Para algunas autoridades políticas la gente de allá solo son “pobladores” no ciudadanos, prefiriendo atender las exigencias de los que están en la cúspide de la pirámide en detrimento de unos ciudadanos considerados de segunda.

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