Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
El siglo XX tiene un hito importante: la
revolución rusa de 1917, el primer intento de un estado de los trabajadores. En
repercución mundial, es similar a la que tuvo la revolución francesa a fines
del siglo XVIII y un lazo que las une: la idea en el progreso líneal ascendente
de la humanidad.
La revolución rusa aportó una utopía que
movilizó a millones de personas alrededor del mundo. “El paraíso en la tierra”.
Mariátegui tenía bastante razón cuando señaló que las utopías son necesarias.
Movilizan a la gente, dan un ideal o un sentido a la vida, una razón porqué
vivir (o morir). Intelectuales, obreros organizados, cristianos comprometidos y
hombres de buena fe se volcaron al proyecto socialista de “liberar al hombre”
de las cadenas burguesas. En franco retroceso en Occidente las creencias en un
mundo de dioses, estas fueron reemplazadas por un “paraíso” más cercano al ser
humano.
En lo que se convirtió la Unión
Soviética después fue más “real politik” que idealismo puro. Quizás Rusia no
era el país más apto para una revolución socialista. Marx siempre creyó que la
revolución proletaria tenía que producirse en los países industrializados como
Inglaterra o Francia, no en países semi feudales, con servidumbre humana, como
Rusia o China, o enclaves coloniales como la Cuba pre-Fidel. Las distorsiones
que tuvieron luego las ideas fundacionales del nuevo estado de los trabajadores,
parecen darle la razón.
Todo indica que estos procesos
revolucionarios fueron más intentos voluntaristas de una elite notablemente
organizada y preparada e imbricada con reivindaciones nacionalistas largamente
postergadas, donde fue clave del éxito el liderazgo carismático. Es cierto que
la historia es un proceso complejo, muchas veces de hechos colectivos, pero
también influenciada por hombres que intuyen lo que viene o hacia dónde se
quiere ir, como fueron Lenin o Mao en sus respectivos países. Rusia y China
tenían peculiaridades propias, empezando por una cultura nacional que incluía
idioma y un despotismo ilustrado de los gobernantes. Eran muy peculiares en su
“despotismo asiático” y no tenían las condiciones para hacer una revolución
obrera.
Caído el muro de Berlín y la implosión
de los regímenes socialistas, vino un breve auge de arrogancia capitalista que
se materializó en la ideología del “fin de la historia”. Lo que vino luego puso
paños fríos a esa suerte de “final feliz” que esbozaron ideólogos como
Fukuyama. La historia no terminaba con un Occidente rebosante de democracia y
libre mercado. El 11-S y el terrorismo religioso practicado en todo el mundo por
grupos islámicos pusieron la nota discordante a ese supuesto mundo feliz.
Hechas las sumas y las restas, la clase
obrera de Occidente debe agradecer que la revolución rusa provocara que la
clase capitalista, la que detenta el poder económico, otorgue mejores
condiciones económicas y laborales a los trabajadores ante el temor de una revolución
en la propia casa. El new deal roosveltiano en gran parte obedeció a ese
contexto. El temor era grande a que se replicara en los países industrailizados
el estado de los soviets.
Fue también el inicio de la
predominancia de los partidos socialdemócratas y el estado de bienestar en
Europa occidental, que dominará la escena polítca por 40 años, desde el fin de
la II Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín. Un estado que
representaba no solo a la patronal, sino también los intereses de los trabajadores.
Gracias a ese muro de contención económico y político, el socialismo soviético
no se expandió en Occidente.
¿Qué es actualmente Rusia?
Creo que más allá de los
cuestionamientos a su proceso político, a su poca asimilación de lo que es una
democracia, y a su mucha “vocación zarista”, tenemos un país que busca volver a
tener el protagonismo del pasado. Volver a ser “grande”. Es una nación y más
allá de los protagonistas y de la coyuntura, se encuentra su, digamos, “destino
manifiesto”. En eso están y eso buscan, como los chinos en la actualidad. Es
probable que en algunos años se hable de un “capitalismo asiático”, donde los
derechos humanos y la democracia representativa no son tan importantes como en
Occidente.
Quizás si se pregunta a las personas
mayores de 50 años que vivieron el cambio de Unión Soviética a Rusia, extrañen
aquellos años de un estado protector, sin muchas libertades pero con todo
asegurado para el ciudadano, desde que estaba en el vientre de la madre hasta
morir. Los jóvenes de 20 de repente no tanto, ellos viven otra época, la de la
rapidez del internet, pero también de las ganancias fáciles, del “sueño
americano a lo ruso”.
Más allá de los cuestionamientos, la
revolución rusa se ganó su sitial en los grandes procesos de la historia en el
siglo XX, para bien o para mal, dependiendo del cristal con que se mire.
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