Wednesday, December 30, 2009

LOS CUARENTA AÑOS DE CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL

“Desde la puerta de “La Crónica” Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Así comienza la célebre novela Conversación en la Catedral, quizás la mejor de Mario Vargas Llosa y, sin duda, una de las novelas fundamentales de América Latina, que este año cumplió los cuarenta de su primera edición.

Una amiga de la universidad me la prestó. Era una edición en dos tomos de Seix Barral, la casa editora del novelista en su primera época. Hacía pocos años de su publicación y me la leí “de un tirón” en tres o cuatro madrugadas. Era mi época de lector noctámbulo. Regresando de mis clases en sociales, cenaba algo (costumbre que ya no tengo) y desde la medianoche hasta las tres o cuatro de la madrugada me dedicaba a leer, echado en mi cama (hábito que no he perdido, aunque ya no lo practico a esas horas). Fascinado con el libro, decidí comprar un ejemplar. Era un solitario y grueso volumen de casi setecientas páginas, de la misma Seix Barral, con la legendaria foto de los dos vasos de cerveza y el humo de los cigarrillos, que aluden a la conversación del título de la obra. En toda mi vida la habré leído unas cuatro veces completa, sin contar capítulos o pasajes revisitados en innumerables ocasiones.

Terminada “La casa verde”, en los años sesenta MVLL declaró que estaba trabajando en una novela sobre la dictadura de Odría (1948-56), período relativamente reciente en aquellos años, cuando muchos de los actores políticos todavía seguían vivos. La novela es un fresco social de una época de esperanza (los años finales de “la primavera democrática” de Bustamente y Rivero), frustrada por la dictadura del Ochenio, período de oportunistas, latrocinios y represión brutal. El mensaje subyacente de la novela era claro: cualquier dictadura, sea de izquierda o de derecha, termina corroyendo y envileciendo a toda la sociedad, así como robándole a generaciones enteras sus más caras ilusiones. Son cánceres nocivos y mortales para toda la nación. Esta concepción principista la ha mantenido el escritor toda la vida, más allá de sus adhesiones políticas o ideológicas, las que sí han variado en el tiempo. Recordemos que ha condenado no solo a los gobiernos totalitarios de Cuba y Venezuela, sino también a las dictaduras de Videla o Pinochet en Argentina y Chile, o el “autogolpe” de Fujimori en el Perú de los noventa, así como calificado de “dictadura perfecta” al gobierno del PRI en México1. En contraposición a ese totalitarismo represivo se encuentra la libertad como piedra angular necesaria a fin que la sociedad y las propias personas prosperen y se realicen. De allí su opción por las sociedades abiertas y libres, así como por los gobiernos democráticos.

El ejemplo por excelencia en la novela de lo “jodido” tanto material como espiritualmente es Ambrosio, personaje poco estudiado por la crítica especializada, con quien desarrolla Zavalita la conversación en el bar “La Catedral”. Ambrosio encarna la frustración de una sociedad que debe padecer la corrupción y la venalidad que acarrean las dictaduras. Es un ser frustrado en todo sentido2. Recordemos que cuando Santiago lo reconoce, luego de muchos años, trabajando en la perrera, ve a un hombre andrajoso y embrutecido. Ya no es el moreno simpático con el cual su padre tuvo relaciones homosexuales en el pasado, sino “un negro jodido”, al cual incluso hasta le faltan dientes. Apenas sobrevive, no tiene planes para el futuro, y, cuando al final de la conversación Santiago le inquiere que piensa hacer después, cuando acabe la campaña contra la rabia, solo atina a responder trabajar aquí y allá y después “morirse”3.

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La célebre pregunta de Zavalita “¿en qué momento se jodió el Perú?” encuentra respuesta en esa castración despiadada que realizan los gobiernos totalitarios sobre la sociedad4. Ese “robo” es no solo de lo material, sino también de los sueños y esperanzas de un pueblo. Por eso el ambiente de la novela es de una frustración permanente, una vida gris como el cielo de Lima, un pesimismo total, ambiente que impregna de esa carga a los propios personajes, incluyendo a los que están en situación de dominio como Cayo Bermúdez. La felicidad se encuentra excluida de ese universo desolado.

La frustración que padecen los personajes de la novela es muy sartreana (MVLL era un gran admirador de Jean Paul Sartre), en el sentido que nadie escapa a su suerte o a su condición social5. El personaje central, Zavalita –ser que atraviesa una crisis existencial-, al querer escapar a todo lo que representa su clase padecerá esa perpetua “frustración cojuda” que lo atormenta y que no sabe precisar, será el precio, más o menos conciente, que deberá pagar por desclasarse, por renunciar a los valores de su clase, la oligarquía limeña. Si lo queremos ver de otra manera, la mediocridad a la que se autocondena el personaje es una suerte de rebeldía silenciosa, de salirse de lo que estaba predestinado para él desde su nacimiento (ser un futuro dirigente político o empresarial que represente los intereses de su clase) y vivir una vida gris, anodina; incluso la elección de pareja (la enfermera que lo atiende cuando ocurrió el accidente automovilístico), es una elección deliberada de una pareja considerada como “huachafa”6 por su familia y que “no está a su nivel” por su humilde origen, ejerciendo también allí esa especie de “rebeldía silenciosa”. Son ganas “de darle la contra” a su familia –en especial a su padre-, inmolándose en un anonimato gris como opción de vida predeterminado en contraposición a lo que representa su clase y los valores inherentes a la misma (su familia califica de “calzonudo”7 al recientemente depuesto presidente Bustamante y Rivero, valorización extensiva de lo poco que le importa la democracia a la clase dominante)8.

Pero, Conversación en la Catedral también es la culminación formal y de fondo de una trilogía que comenzó con La ciudad y los perros, continuó con La casa verde y culmina con esta novela.
Las tres pretenden ser un retrato social del Perú en los años cincuenta. Mientras la primera es un microcosmos violento de todas las razas y condiciones dentro de un colegio militar, la segunda busca ampliar el espacio y tiempo a través de una serie de envilecidos personajes que actúan dentro del mítico lupanar, mientras que Conversación… lleva a los máximos niveles ese desafío técnico y formal, así como temático, cerrando un ciclo sobre el Perú de la oligarquía, el Perú “pre-velasquista”, un Perú donde todavía no se notaba “el desborde popular” que vendría después9.

La novela también posee méritos formales indudables. En setecientas páginas desfilan infinitud de personajes, situaciones, ambientes, para lo cual el autor utiliza los diálogos yuxtapuestos (conversaciones intercaladas que suceden en distintos tiempos y lugares), la fragmentación de historias, el uso de flash backs, quebrantamiento del orden lineal del tiempo, cambios de narrador, entre otros recursos narrativos, que, dentro de una arquitectura bastante compleja (superó en formalismo a su antecesora, La casa verde), se deja leer fácilmente, gracias a un estilo ágil que utiliza los recursos del periodismo y un lenguaje asequible para el lector medio.

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En estas últimas líneas quisiera aventurar alguna hipótesis de por qué MVLL no ha vuelto a escribir otra obra de la magnitud de Conversación en la Catedral.

En principio que obras magistrales no se escriben siempre. Un autor puede tener una, máximo dos obras que sean maestras, y MVLL no es la excepción. La guerra del fin del mundo es una magnífica novela, pero no llega al nivel de Conversación…, mucho menos La fiesta del Chivo, también una “novela política”. Creo más se debe a un agotamiento del sustrato real que nutre sus obras, sustrato que se alimentó del Perú y, en especial, de la Lima de los años cincuenta. Esa época la vivió el entonces joven MVLL, la conoció a plenitud. La época del mambo de Pérez Prado, del burdel en el jirón Huatica, las películas mexicanas en el cine San Martín, de las malteadas en Miraflores o del café Haiti en la Plaza Pizarro. Ese sustrato le sirvió de “materia prima para la creación”, pero luego, a partir de los años sesenta, el escritor comenzó a vivir en el extranjero y venir al Perú por breves temporadas. Creo que ese “divorcio” lo descolocó frente a la nueva realidad “pos velasquista” (para ponerlo en esos términos), donde emerge un nuevo Perú, lo cual hasta frustró su participación activa en política a fines de los años ochenta, donde “no sintonizó” con los sentimientos e ideas de las mayorías, al no entender las coordenadas de un país muy distinto al conocido de joven10.

Pero también me parece “agotó” en Conversación en la Catedral los recursos formales y estilísticos que con tanta destreza había utilizado. En otras palabras, “hizo su mayor esfuerzo”, culminándolo con una obra maestra a temprana edad (menos de los treinta y cinco años). Redundar en lo mismo habría sido una repetición en obras menores, repeticiones que, por cierto, MVLL ha perpetrado en novelas posteriores y que muy seguramente pasarán al olvido11. Por eso también es que en la actualidad su mejor producción son los artículos periodísticos, ya no sus novelas. Sus artículos quincenales son unas verdaderas joyas, suerte de ensayos sobre temas diversos enfocados desde su atalaya de observador, aplicando flaubertianamente los principios que emplea para escribir sus novelas y que los podemos resumir en: “empaparse” del tema a tratar, pulir el estilo hasta que este sea invisible a los ojos del lector y emplear “la palabra justa”.

Ahora que cumplió cuarenta años Conversación en la catedral merece leerse de nuevo y, aquellos que todavía no lo hacen, atrévanse a “hincarle el diente”, no saldrán defraudados.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es


NOTAS

1. Para calibrar el nivel de coraje del escritor, lo de “dictadura perfecta” aludiendo al PRI, lo dijo en el mismo México, en una conferencia cuando todavía reinaba el Partido Revolucionario Institucional, por lo que tuvo que salir inmediatamente del país, ayudado por su amigo Octavio Paz, dado que peligraba su vida. El PRI “no se andaba con vainas” y cualquier cosa le podía pasar al escritor.
2. Frustración y brutalidad de la cual el propio Ambrosio no es conciente, encontrándose alienado de su propia condición.
3. Ambrosio representa la precariedad consustancial a muchos peruanos con trabajos esporádicos y mal pagados. Recordemos que gana por destajo, por perro capturado, por lo cual se llevan a todos los que encuentren, no solo a los vagabundos, sino a los que tienen dueño y casa, razón por la cual Zavalita se acerca a la perrera, a fin de recuperar el perro de su mujer, lugar donde se quedará estupefacto por la forma de exterminio de los canes, lo que refleja también la brutalidad de un país: los perros son exterminados a palazos, metiéndolos en un saco de yute y molidos a golpes hasta que dejen de moverse y trasluzca una mancha sanguinolenta. Dicho sea de paso, la anécdota que cuenta el autor no es imaginada, es cierta.
4. El rechazo visceral del autor a toda forma de autoritarismo muy posiblemente encuentre su origen en la relación conflictiva y difícil con su padre, persona extremadamente autoritaria y que quiso “corregirlo” de sus inclinaciones literarias internándolo en el Colegio Militar “Leoncio Prado”; por ello no es casual que su mejor novela sea una de dictadores, existe un sustrato “sicológico” que mueve al autor hacia esos temas, es algo que lo lleva en las entrañas.
5. Para Sartre, la historia de una vida es la historia de un fracaso. Para el filósofo francés existe una predeterminación condicionada por la clase social que hace imposible cambiar la historia individual de una persona, por más que esta quiera modificarla.
6. La voz peyorativa “huachafo(a)” alude a una persona o cosa de mal gusto, casi siempre con un estilo chocante o “kitsch”. También alude la voz a aquellas personas que aparentan lo que no son, relacionado con el status social. En el caso de la novela, la calificación de “huachafa” a la esposa de Zavalita por parte de su madre, es denigrante por su condición social, dado que Ana pertenece por extracción a los sectores populares y por tanto es “inferior” socialmente a Santiago que pertenece por nacimiento a la oligarquía criolla. Tengamos presente que en los años 50 la movilidad social en el Perú era bastante rígida, casi imposible, y llamaba a escándalo las uniones entre personas de distinta raza o de distinta condición socio-económica. Si bien la voz “huachafo” se sigue usando, ya no tiene este último significado denigratorio, sino que se vincula sobretodo al mal gusto u ostentación chocante. Por cierto, en varias de sus novelas MVLL utiliza esta voz en el sentido peyorativo social.
7. La voz “calzonudo” ha caído en desuso en el Perú. Aludía a la persona, sobretodo del sexo masculino, tonta, ingenua, sin carácter y sin malicia.
8. Los personajes no pueden escapar de los parámetros que les impone su extracción de clase, sea que se encuentren en el vértice o en la base de la pirámide social. Como hemos anotado, esa visión de “destino predestinado” o de “maldición de clase”, le debe mucho a sus lecturas de Sartre.
9. Podemos incluir también a Los cachorros, metáfora sobre la castración de toda una sociedad –o, para ser más preciso, de una clase, la oligarquía-, novela corta o “cuento largo” que es inmediatamente anterior a Conversación en la Catedral.
10. El novelista discurseaba en su campaña presidencial, por ejemplo, sobre la libertad, los beneficios de una economía de mercado o de la importancia de la democracia, ideas muy abstractas para el público medio receptor del mensaje, que prefiere promesas más concretas como trabajo, pan y casa propia, y, si va acompañado de un show con chicas semidesnudas al ritmo de una tecnocumbia, mucho mejor. Al respecto son muy interesantes y desgarradoramente sinceras sus memorias “El pez en el agua”.
11. Elogio a la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto o El paraíso en la otra esquina, no se encuentran siquiera a la altura media de sus mejores obras. Hecho que no solo le ocurre a él, sino también a su antiguo amigo y compañero de ruta, Gabriel García Márquez. Por cierto, mucho influye en el hecho la obligación de los “escritores célebres” con las grandes editoriales de publicar un libro cada cierto tiempo –hipótesis bastante sostenible de Marco Aurelio Denegri-. Recordemos que “el boom” de la literatura latinoamericana de los años sesenta fue también negocio editorial, donde el escritor podía vivir de su pluma, pero eso generaba compromisos ante estos ingentes monstruos que imprimen tiradas por centenas de millares, por lo que a diferencia de los “escritores marginales” que al darse cuenta que no tienen más que decir o lo dicho será una repetición, prefieren guardar su pluma y dedicarse a otra cosa, los escritores del boom, encasillados como un valor de mercado que debe generar rentabilidad, tenían que repetirse a si mismos para cumplir con los compromisos contractuales celebrados con las grandes editoriales. Le pasó a MVLL, a GGM, y a otros menos dotados como Alfredo Bryce o Isabel Allende, por citar solo algunos nombres.

Thursday, December 24, 2009

NAVIDAD

Para Kike y Marcelo

Estas fiestas procuro apartarme del bullicio generado por el frenesí de las compras navideñas, del ansia desbocada por expresar amor a través de presentes, del panetón y el espumante junto al caliente chocolate en pleno verano austral. Procuro también eludir la mayor cantidad de compromisos, como si el nacimiento de Jesús (de ser creyente sincero, claro está) fuese motivo justificatorio de conjugar cenas pantagruélicas con abundante licor de cualquier tipo o precio. No creo que a Jesús le guste presenciar como sus fieles devotos celebran báquicamente el supuesto natalicio del Redentor (porque eso del 25 de Diciembre –cuando se celebra el rito del solsticio de invierno en el hemisferio norte- fue una fecha tomada por la iglesia siglos después para acomodarse a las costumbres “bárbaras” de los pueblos que iban convirtiendo al cristianismo).

Recuerdo que ya de niño se vivía esa fiebre desaforada por las compras navideñas, aunque no con el frenesí compulsivo de ahora que impregna a todas las capas sociales, donde no se salva ni el rico ni el pobre del descontrol por expresar amor a través de regalos y copiosas cenas. De tener todo lo terrenal una razón divina, Dios sería el principal capitalista del universo, justificación teológica para un sistema económico donde usted puede comprar la felicidad al contado o en cómodas cuotas mensuales.

En mi época la Navidad iba acompañada de los todavía legales cohetecillos, cohetones, rascapies y luces de bengala vendidos sin problema en cualquier parte (la temible “mamarata” no existía). Eso sí me gustaba, creo que tenía “alma de terruco”. A la medianoche dejaba una alfombra roja de cohetones frente al departamento donde vivía y los que me quedaban los reventaba a la mañana siguiente dentro de casa. La cena navideña no había sido invadida por el insípido y anglosajón pavo, y, generalmente se prefería un “lechoncito” al horno acompañado del humeante tamal, guarnecido con una refrescante ensalada mixta. El panetón ya estaba presente y había desplazado al humilde pan dulce de nuestros abuelos. Motta y D’onofrio eran las únicas marcas y venían como hasta ahora en caja, no se conocían todavía los plebeyos panetones en bolsa, así como la taza de chocolate caliente era solo marca Sol del Cuzco y no la cocoa de ahora que, a veces, pasa como gato por liebre. En cuanto a regalos, prefería yo mismo comprarme mis juguetes y no esperar lo que caiga por azar del destino. Generalmente iba ahorrando de mis propinas semanales en una alcancía y la diferencia iba por cuenta de mi familia. Ya al juguete “le había echado el ojo” meses atrás. Claro, era uno de regular precio, casi siempre de la original Casa Oeschle que contaba con una sección especial de juguetería en su local al costado de los portales de la Plaza de Armas, el famoso “Oeschle de juguetes”, con primores que ya nunca más se volvieron a ver en la Ciudad de los Reyes. Tiempos idos.

Quizás mis navidades de hijo único introvertido, sumergido en un mundo de adultos a los que me era más fácil comprender y jugar que con niños de mi propia edad, propició ese carácter huidizo a celebrar bulliciosamente las fiestas, a lo que contribuyó mi posterior agnosticismo, apartándome de toda festividad religiosa. (No celebro ni mi cumpleaños).

Igual me sucede con el Año Nuevo. No soy de los que se pone una prenda amarilla para recibir el nuevo año, tampoco ingiero como desaforado las típicas doce uvas a la medianoche o salgo a pasear con una maleta para propiciar futuros viajes, menos me la paso bailando hasta caer tumbado al piso de cansancio y de alcohol. Como buen escéptico no creo en las supercherías ni tampoco en ritos mágicos que permitirán, por un extraño arcano, que el nuevo año sea mejor que el anterior. No creo en “la suerte”, sino que la suerte se la hace uno mismo. Por eso prefiero escapar del “mundanal ruido” y quedarme recluido en mi casa viendo alguna película. A la mañana siguiente no estaré con un terrible dolor de cabeza, ni con malestar estomacal y mucho menos endeudado.

Sin embargo, a pesar de mis reticencias y sin llegar a ser el viejo Scrooge de la novela de Dickens (menos el Grinch del Dr. Seuss), debo confesar que algo de ese “espíritu navideño” me contagia por estos días y ahora comparto y obsequio juguetes a un par de niños mellizos, hijos de mi actual pareja, que a los seis años todavía no se andan con estos filosemas navideños (aunque hay uno que posiblemente siga mi sendero agnóstico, condiciones tiene). Ya es la segunda navidad que pasamos juntos y en cierta forma me hacen acordar al niño de los cohetones y luces de bengala, aunque al contrario mío, son bastante extrovertidos y bulliciosos, con propiedad se puede decir “juntos son dinamita” y comprendo que de vez en cuando saquen de las casillas a su madre, cuya paciencia, para ser francos, ya está en debe. Humano es y merecen, como todo el mundo, un poco de felicidad y afecto.
En fin, Feliz Navidad de un agnóstico para los auténticos creyentes y paz para los hombres de buena voluntad.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, December 15, 2009

COPENHAGUE

El cambio climático. Nunca la civilización humana ha estado tan expuesta a los problemas del cambio climático. En Copenhague, Dinamarca, se está produciendo una reunión crucial a fin de tomar acciones urgentes con respecto al clima. Para nadie es un secreto que los países industrializados con Estados Unidos a la cabeza, son reacios a suscribir acuerdos vinculantes. Los “lobbys” de las grandes empresas están haciendo presión sobre el Congreso norteamericano para no ratificar ningún acuerdo que vaya contra sus intereses. Pero, China no se queda atrás. Su proceso de industrialización está trayendo mayor contaminación al planeta y no están dispuestos a detenerlo o asumir costos para un mejor cuidado del medio ambiente. Y, son estos “pesos pesados” los que tienen “la sartén por el mango”, son estos países industrializados los principales responsables de lo que está pasando con el clima, cuando hace poco más de 200 años comenzaron a depredar la naturaleza y contaminar el medio ambiente por el afán de lucro que genera el capitalismo y que ahora la naturaleza nos está pasando la factura a todos.

A pesar de las protestas organizadas en distintas partes y de los reclamos de los países con menor peso mundial, es poco probable que se consiga algo importante al cierre, el 18 de Diciembre, de la reunión en Copenhague, a no ser algunas declaraciones líricas y tibios y gaseosos acuerdos; y a pesar también que nos estamos jugando el futuro de nuestro único hábitat, de nuestra única casa, más puede la insensibilidad de los ricos y de los que creen que se puede seguir con las mismas reglas de juego sin pagar las consecuencias.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, December 08, 2009

HOMENAJE A FERNANDO DE TRAZEGNIES

(Como se estila decir esta noticia “se me quedó en el tintero” apremiado por otros temas y como ya estamos cerrando el año es mejor publicarla que guardarla).

Si bien el acontecimiento solo interesó al mundillo académico del derecho, hace algunos meses se ofreció un homenaje en la Universidad Católica al abogado y profesor universitario Fernando de Trazegnies Granda. El homenaje incluyó un libro homenaje (valga la redundancia) de tres pesados volúmenes. Para entender la dimensión del asunto, el “libro homenaje” se tributa solo a los juristas con una conocida trayectoria “consagrada al derecho” que cuenten con contribuciones al mundo jurídico igualmente voluminosas que, por lo general, casi nadie lee.

El asunto del homenaje a Trazegnies trajo polémica porque muchos recuerdan que fue ministro en el gobierno de Fujimori y que como tal pretendió justificar la segunda reelección del mandatario. (Para ser sinceros sus argumentos de defensa eran de opereta, algo así como que se debía continuar con el cáncer para encontrar la cura). Estoy muy lejos de los sectarismos de cualquier tipo y se muy bien que la naturaleza humana es contradictoria y en un mismo hombre o mujer puede albergar los pensamientos y actos más disímiles. Tampoco para nadie es un secreto que la Universidad Católica colaboró con el gobierno autocrático de Fujimori. Colaboración “técnica” si queremos usar eufemismos, pero colaboración al fin. Tampoco es un secreto que varios profesores de esa casa de estudios fueron entusiastas puntales del régimen. Como bien señala en su blog Juan Monroy Palacios, abogado egresado de las aulas de la PUCP, muchos de los profesores de la Facultad de Derecho que colaboraron con el gobierno de Fujimori quisieron confundir legalidad con legitimidad y a esta con la justicia, a fin que por medio de un sofisma tratar de defender lo indefendible. Como señala Monroy Palacios, otros profesores de La Católica a los que no llamó el gobierno de Fujimori sencillamente “se hicieron los cojudos” (sic) y miraron para otro lado cuando se violaron los derechos humanos y el estado de derecho fue mandado al traste. Como dice el conocido dicho “en todas partes se cuecen habas”. Hasta en la muy pontificia universidad.

Personalmente estoy de acuerdo con el homenaje que se brindó a Fernando de Trazegnies aquella noche (no estuve presente). Quiero pensar que se rindió tributo al académico y no al colaboracionista con la autocracia, aparte que intelectualmente lo aprecio bastante. Si bien no lo conozco en forma personal ni tampoco fue mi maestro, por medio de sus libros y artículos aprendí a apreciarlo y a pensar “insolentemente” el derecho, como dice una de sus tantas publicaciones. No me creí el cuento que el derecho es una ciencia, menos una suerte de religión fosilizada en una cuantos autores que son repetidos hasta el cansancio una y otra vez por cuanto manual jurídico aparece aquí y afuera, ni que lo dicho por estos fuese “la palabra revelada” impresa en textos sagrados difíciles de modificar; sino todo lo contrario, el derecho está en permanente movimiento, es dinámico no estático, y va cambiando para bien o para mal.

Por ello, en ese tributo rendido en uno de los mejores centros de enseñanza del derecho quiero pensar que se rindió homenaje al maestro y no al fiel servidor de uno de los regímenes más oscuros y controvertidos de nuestra historia.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

Tuesday, December 01, 2009

24 DE OCTUBRE DE 1929: LA CRISIS QUE REMECIÓ AL CAPITALISMO

Miles de trabajadores deambulaban de un sitio a otro ofreciendo su trabajo a cambio de un plato de comida. Fábricas cerradas, magnates de la industria que se suicidaron al caer en la pobreza abruptamente y un país, Estados Unidos, que parecía al borde de desaparecer, así como el sistema capitalista del cual era ejemplo y modelo para las demás naciones.

El crack de 1929 fue la peor crisis que el capitalismo recuerda y que a muchos en la izquierda, como hoy con la crisis de las hipotecas sub-prime, les pareció que era el fin del sistema y el nacimiento de las condiciones que darían paso al socialismo. Fue una falsa percepción, como la que tuvieron con respecto a la crisis del 2008. Lo que el capitalismo ha demostrado es tener una flexibilidad increíble para recuperarse.

La crisis del 29 trajo también una renovación de la teoría económica que –como ahora- parecía inmutable. Un economista, culto y hábil para especular en la bolsa –hizo una pequeña fortuna “timbiando” con la compra y venta de acciones- sostuvo que el estado debería tener parte activa en la reactivación de la economía contra la opinión de los conservadores –los neoliberales de la época- que sostenían que el mercado por su cuenta corregiría los desequilibrios y que una “mano invisible” haría el trabajo. John Maynard Keynes –que así se llamaba- planteaba que el estado debería tomar parte activa en la reactivación, sea invirtiendo en obras o contratando trabajadores “así sea para recoger piedras”. En otras palabras, el gasto fiscal, que con fruición el gobierno norteamericano está aplicando para salir de la crisis.

Lo que nos enseña la historia del crack del 29 es que no hay dogmas absolutos y que el capitalismo tiene crisis periódicas de las cuales sale robustecido (la destrucción creativa que aludía Joseph Schumpeter), pero que necesita correas de freno, regulación, sino se desboca como un caballo salvaje, algo que no se debe olvidar ahora que, con soberbia, se proclama haber salido de la crisis y se está volviendo a cometer los mismos errores.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es