Wednesday, December 30, 2009

LOS CUARENTA AÑOS DE CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL

“Desde la puerta de “La Crónica” Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Así comienza la célebre novela Conversación en la Catedral, quizás la mejor de Mario Vargas Llosa y, sin duda, una de las novelas fundamentales de América Latina, que este año cumplió los cuarenta de su primera edición.

Una amiga de la universidad me la prestó. Era una edición en dos tomos de Seix Barral, la casa editora del novelista en su primera época. Hacía pocos años de su publicación y me la leí “de un tirón” en tres o cuatro madrugadas. Era mi época de lector noctámbulo. Regresando de mis clases en sociales, cenaba algo (costumbre que ya no tengo) y desde la medianoche hasta las tres o cuatro de la madrugada me dedicaba a leer, echado en mi cama (hábito que no he perdido, aunque ya no lo practico a esas horas). Fascinado con el libro, decidí comprar un ejemplar. Era un solitario y grueso volumen de casi setecientas páginas, de la misma Seix Barral, con la legendaria foto de los dos vasos de cerveza y el humo de los cigarrillos, que aluden a la conversación del título de la obra. En toda mi vida la habré leído unas cuatro veces completa, sin contar capítulos o pasajes revisitados en innumerables ocasiones.

Terminada “La casa verde”, en los años sesenta MVLL declaró que estaba trabajando en una novela sobre la dictadura de Odría (1948-56), período relativamente reciente en aquellos años, cuando muchos de los actores políticos todavía seguían vivos. La novela es un fresco social de una época de esperanza (los años finales de “la primavera democrática” de Bustamente y Rivero), frustrada por la dictadura del Ochenio, período de oportunistas, latrocinios y represión brutal. El mensaje subyacente de la novela era claro: cualquier dictadura, sea de izquierda o de derecha, termina corroyendo y envileciendo a toda la sociedad, así como robándole a generaciones enteras sus más caras ilusiones. Son cánceres nocivos y mortales para toda la nación. Esta concepción principista la ha mantenido el escritor toda la vida, más allá de sus adhesiones políticas o ideológicas, las que sí han variado en el tiempo. Recordemos que ha condenado no solo a los gobiernos totalitarios de Cuba y Venezuela, sino también a las dictaduras de Videla o Pinochet en Argentina y Chile, o el “autogolpe” de Fujimori en el Perú de los noventa, así como calificado de “dictadura perfecta” al gobierno del PRI en México1. En contraposición a ese totalitarismo represivo se encuentra la libertad como piedra angular necesaria a fin que la sociedad y las propias personas prosperen y se realicen. De allí su opción por las sociedades abiertas y libres, así como por los gobiernos democráticos.

El ejemplo por excelencia en la novela de lo “jodido” tanto material como espiritualmente es Ambrosio, personaje poco estudiado por la crítica especializada, con quien desarrolla Zavalita la conversación en el bar “La Catedral”. Ambrosio encarna la frustración de una sociedad que debe padecer la corrupción y la venalidad que acarrean las dictaduras. Es un ser frustrado en todo sentido2. Recordemos que cuando Santiago lo reconoce, luego de muchos años, trabajando en la perrera, ve a un hombre andrajoso y embrutecido. Ya no es el moreno simpático con el cual su padre tuvo relaciones homosexuales en el pasado, sino “un negro jodido”, al cual incluso hasta le faltan dientes. Apenas sobrevive, no tiene planes para el futuro, y, cuando al final de la conversación Santiago le inquiere que piensa hacer después, cuando acabe la campaña contra la rabia, solo atina a responder trabajar aquí y allá y después “morirse”3.

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La célebre pregunta de Zavalita “¿en qué momento se jodió el Perú?” encuentra respuesta en esa castración despiadada que realizan los gobiernos totalitarios sobre la sociedad4. Ese “robo” es no solo de lo material, sino también de los sueños y esperanzas de un pueblo. Por eso el ambiente de la novela es de una frustración permanente, una vida gris como el cielo de Lima, un pesimismo total, ambiente que impregna de esa carga a los propios personajes, incluyendo a los que están en situación de dominio como Cayo Bermúdez. La felicidad se encuentra excluida de ese universo desolado.

La frustración que padecen los personajes de la novela es muy sartreana (MVLL era un gran admirador de Jean Paul Sartre), en el sentido que nadie escapa a su suerte o a su condición social5. El personaje central, Zavalita –ser que atraviesa una crisis existencial-, al querer escapar a todo lo que representa su clase padecerá esa perpetua “frustración cojuda” que lo atormenta y que no sabe precisar, será el precio, más o menos conciente, que deberá pagar por desclasarse, por renunciar a los valores de su clase, la oligarquía limeña. Si lo queremos ver de otra manera, la mediocridad a la que se autocondena el personaje es una suerte de rebeldía silenciosa, de salirse de lo que estaba predestinado para él desde su nacimiento (ser un futuro dirigente político o empresarial que represente los intereses de su clase) y vivir una vida gris, anodina; incluso la elección de pareja (la enfermera que lo atiende cuando ocurrió el accidente automovilístico), es una elección deliberada de una pareja considerada como “huachafa”6 por su familia y que “no está a su nivel” por su humilde origen, ejerciendo también allí esa especie de “rebeldía silenciosa”. Son ganas “de darle la contra” a su familia –en especial a su padre-, inmolándose en un anonimato gris como opción de vida predeterminado en contraposición a lo que representa su clase y los valores inherentes a la misma (su familia califica de “calzonudo”7 al recientemente depuesto presidente Bustamante y Rivero, valorización extensiva de lo poco que le importa la democracia a la clase dominante)8.

Pero, Conversación en la Catedral también es la culminación formal y de fondo de una trilogía que comenzó con La ciudad y los perros, continuó con La casa verde y culmina con esta novela.
Las tres pretenden ser un retrato social del Perú en los años cincuenta. Mientras la primera es un microcosmos violento de todas las razas y condiciones dentro de un colegio militar, la segunda busca ampliar el espacio y tiempo a través de una serie de envilecidos personajes que actúan dentro del mítico lupanar, mientras que Conversación… lleva a los máximos niveles ese desafío técnico y formal, así como temático, cerrando un ciclo sobre el Perú de la oligarquía, el Perú “pre-velasquista”, un Perú donde todavía no se notaba “el desborde popular” que vendría después9.

La novela también posee méritos formales indudables. En setecientas páginas desfilan infinitud de personajes, situaciones, ambientes, para lo cual el autor utiliza los diálogos yuxtapuestos (conversaciones intercaladas que suceden en distintos tiempos y lugares), la fragmentación de historias, el uso de flash backs, quebrantamiento del orden lineal del tiempo, cambios de narrador, entre otros recursos narrativos, que, dentro de una arquitectura bastante compleja (superó en formalismo a su antecesora, La casa verde), se deja leer fácilmente, gracias a un estilo ágil que utiliza los recursos del periodismo y un lenguaje asequible para el lector medio.

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En estas últimas líneas quisiera aventurar alguna hipótesis de por qué MVLL no ha vuelto a escribir otra obra de la magnitud de Conversación en la Catedral.

En principio que obras magistrales no se escriben siempre. Un autor puede tener una, máximo dos obras que sean maestras, y MVLL no es la excepción. La guerra del fin del mundo es una magnífica novela, pero no llega al nivel de Conversación…, mucho menos La fiesta del Chivo, también una “novela política”. Creo más se debe a un agotamiento del sustrato real que nutre sus obras, sustrato que se alimentó del Perú y, en especial, de la Lima de los años cincuenta. Esa época la vivió el entonces joven MVLL, la conoció a plenitud. La época del mambo de Pérez Prado, del burdel en el jirón Huatica, las películas mexicanas en el cine San Martín, de las malteadas en Miraflores o del café Haiti en la Plaza Pizarro. Ese sustrato le sirvió de “materia prima para la creación”, pero luego, a partir de los años sesenta, el escritor comenzó a vivir en el extranjero y venir al Perú por breves temporadas. Creo que ese “divorcio” lo descolocó frente a la nueva realidad “pos velasquista” (para ponerlo en esos términos), donde emerge un nuevo Perú, lo cual hasta frustró su participación activa en política a fines de los años ochenta, donde “no sintonizó” con los sentimientos e ideas de las mayorías, al no entender las coordenadas de un país muy distinto al conocido de joven10.

Pero también me parece “agotó” en Conversación en la Catedral los recursos formales y estilísticos que con tanta destreza había utilizado. En otras palabras, “hizo su mayor esfuerzo”, culminándolo con una obra maestra a temprana edad (menos de los treinta y cinco años). Redundar en lo mismo habría sido una repetición en obras menores, repeticiones que, por cierto, MVLL ha perpetrado en novelas posteriores y que muy seguramente pasarán al olvido11. Por eso también es que en la actualidad su mejor producción son los artículos periodísticos, ya no sus novelas. Sus artículos quincenales son unas verdaderas joyas, suerte de ensayos sobre temas diversos enfocados desde su atalaya de observador, aplicando flaubertianamente los principios que emplea para escribir sus novelas y que los podemos resumir en: “empaparse” del tema a tratar, pulir el estilo hasta que este sea invisible a los ojos del lector y emplear “la palabra justa”.

Ahora que cumplió cuarenta años Conversación en la catedral merece leerse de nuevo y, aquellos que todavía no lo hacen, atrévanse a “hincarle el diente”, no saldrán defraudados.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es


NOTAS

1. Para calibrar el nivel de coraje del escritor, lo de “dictadura perfecta” aludiendo al PRI, lo dijo en el mismo México, en una conferencia cuando todavía reinaba el Partido Revolucionario Institucional, por lo que tuvo que salir inmediatamente del país, ayudado por su amigo Octavio Paz, dado que peligraba su vida. El PRI “no se andaba con vainas” y cualquier cosa le podía pasar al escritor.
2. Frustración y brutalidad de la cual el propio Ambrosio no es conciente, encontrándose alienado de su propia condición.
3. Ambrosio representa la precariedad consustancial a muchos peruanos con trabajos esporádicos y mal pagados. Recordemos que gana por destajo, por perro capturado, por lo cual se llevan a todos los que encuentren, no solo a los vagabundos, sino a los que tienen dueño y casa, razón por la cual Zavalita se acerca a la perrera, a fin de recuperar el perro de su mujer, lugar donde se quedará estupefacto por la forma de exterminio de los canes, lo que refleja también la brutalidad de un país: los perros son exterminados a palazos, metiéndolos en un saco de yute y molidos a golpes hasta que dejen de moverse y trasluzca una mancha sanguinolenta. Dicho sea de paso, la anécdota que cuenta el autor no es imaginada, es cierta.
4. El rechazo visceral del autor a toda forma de autoritarismo muy posiblemente encuentre su origen en la relación conflictiva y difícil con su padre, persona extremadamente autoritaria y que quiso “corregirlo” de sus inclinaciones literarias internándolo en el Colegio Militar “Leoncio Prado”; por ello no es casual que su mejor novela sea una de dictadores, existe un sustrato “sicológico” que mueve al autor hacia esos temas, es algo que lo lleva en las entrañas.
5. Para Sartre, la historia de una vida es la historia de un fracaso. Para el filósofo francés existe una predeterminación condicionada por la clase social que hace imposible cambiar la historia individual de una persona, por más que esta quiera modificarla.
6. La voz peyorativa “huachafo(a)” alude a una persona o cosa de mal gusto, casi siempre con un estilo chocante o “kitsch”. También alude la voz a aquellas personas que aparentan lo que no son, relacionado con el status social. En el caso de la novela, la calificación de “huachafa” a la esposa de Zavalita por parte de su madre, es denigrante por su condición social, dado que Ana pertenece por extracción a los sectores populares y por tanto es “inferior” socialmente a Santiago que pertenece por nacimiento a la oligarquía criolla. Tengamos presente que en los años 50 la movilidad social en el Perú era bastante rígida, casi imposible, y llamaba a escándalo las uniones entre personas de distinta raza o de distinta condición socio-económica. Si bien la voz “huachafo” se sigue usando, ya no tiene este último significado denigratorio, sino que se vincula sobretodo al mal gusto u ostentación chocante. Por cierto, en varias de sus novelas MVLL utiliza esta voz en el sentido peyorativo social.
7. La voz “calzonudo” ha caído en desuso en el Perú. Aludía a la persona, sobretodo del sexo masculino, tonta, ingenua, sin carácter y sin malicia.
8. Los personajes no pueden escapar de los parámetros que les impone su extracción de clase, sea que se encuentren en el vértice o en la base de la pirámide social. Como hemos anotado, esa visión de “destino predestinado” o de “maldición de clase”, le debe mucho a sus lecturas de Sartre.
9. Podemos incluir también a Los cachorros, metáfora sobre la castración de toda una sociedad –o, para ser más preciso, de una clase, la oligarquía-, novela corta o “cuento largo” que es inmediatamente anterior a Conversación en la Catedral.
10. El novelista discurseaba en su campaña presidencial, por ejemplo, sobre la libertad, los beneficios de una economía de mercado o de la importancia de la democracia, ideas muy abstractas para el público medio receptor del mensaje, que prefiere promesas más concretas como trabajo, pan y casa propia, y, si va acompañado de un show con chicas semidesnudas al ritmo de una tecnocumbia, mucho mejor. Al respecto son muy interesantes y desgarradoramente sinceras sus memorias “El pez en el agua”.
11. Elogio a la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto o El paraíso en la otra esquina, no se encuentran siquiera a la altura media de sus mejores obras. Hecho que no solo le ocurre a él, sino también a su antiguo amigo y compañero de ruta, Gabriel García Márquez. Por cierto, mucho influye en el hecho la obligación de los “escritores célebres” con las grandes editoriales de publicar un libro cada cierto tiempo –hipótesis bastante sostenible de Marco Aurelio Denegri-. Recordemos que “el boom” de la literatura latinoamericana de los años sesenta fue también negocio editorial, donde el escritor podía vivir de su pluma, pero eso generaba compromisos ante estos ingentes monstruos que imprimen tiradas por centenas de millares, por lo que a diferencia de los “escritores marginales” que al darse cuenta que no tienen más que decir o lo dicho será una repetición, prefieren guardar su pluma y dedicarse a otra cosa, los escritores del boom, encasillados como un valor de mercado que debe generar rentabilidad, tenían que repetirse a si mismos para cumplir con los compromisos contractuales celebrados con las grandes editoriales. Le pasó a MVLL, a GGM, y a otros menos dotados como Alfredo Bryce o Isabel Allende, por citar solo algunos nombres.

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