Tuesday, May 11, 2010

LA CORRUPCIÓN

La corrupción puede verse desde distintos puntos de vista, pero el ético o de los valores es el principal. De allí que podemos colegir que la corrupción es un “anti-valor” o un valor negativo; pero, ¿es monopolio de un grupo social o de un partido político, de solo las democracias?

Sería ingenuo pensar que la corrupción está focalizada solo en un grupo o un sistema político o económico.

En la época de nuestros abuelos se pensaba que las autoridades públicas debían ser “gente con dinero”, vale decir de la clase pudiente. Era la época en la cual todavía no existía la movilidad social en la intensidad de ahora, y la corrupción era vista como una necesidad satisfecha aprovechando el poder que daba un cargo público. La corrupción vista más como un robo por escasez de recursos y oportunidades o por desigualdad en el ingreso. Actualmente, gracias a los “vladivideos” constatamos que esa hipótesis (la gente de dinero es inmune a la corrupción) no resistiría el menor análisis, en vista que muchos empresarios y hombres de fortuna acudieron a la salita del SIN a hablar con “el doctor” sobre sus problemas legales y la solución –bastante retorcida- que podía existir a los mismos, amén de aquellos que sencillamente “se vendieron” por una buena montaña de billetes.

Otros piensan que la corrupción existe por la escasez de valores positivos en la sociedad actual, el deseo de hacerse rico rápidamente. Algo de razón no les falta, dado que cuando en una sociedad priman los antivalores, los límites a la corrupción se vuelven más laxos o quedan solo en un discurso retórico.

En este supuesto encajan los partidos políticos enredados en escándalos de corrupción, al ser la vía más rápida para enriquecerse la concedida por el poder político. A mayor poder mayor importancia del dinero o bienes obtenidos ilícitamente. En términos cuantitativos no es lo mismo una coima de diez soles a un policía que diez millones a un ministro para obtener una licitación importante. Otra diferencia radica en el trato desigual ante la ley: de ser sorprendidos en la comisión del delito, el primero será sancionado y quizás hasta separado de su institución, mientras que el segundo probablemente quede impune o a lo sumo se le solicite su “renuncia” al portafolio.

De allí que algunos creen que es mejor un gobierno “fuerte” autocrático o dictatorial que uno “débil” democrático y liberal. Quien piense que un gobierno “fuerte” es sinónimo de honradez debe revisar nuestra historia reciente de los años 90, conocida ya como “la década de la corrupción”. Sucede que dentro de los gobiernos dictatoriales o los autoritarios, por el control que ejercen de la libertad de información, no trascienden los latrocinios cometidos, mientras que en un gobierno democrático, la libertad de prensa permite denunciar las graves irregularidades que pueden existir. Es cuestión de transparencia más que de gobiernos “fuertes” o “débiles”.

Dentro de este esquema también hay otra variante. La de creer que la corrupción solo se produce dentro del estado, es decir en el sector público, obviando que en el privado también existe. Por ejemplo: las grandes empresas que sobornan funcionarios para obtener una ley a su favor o ganar un concurso público. Lo que pasa es que los reflectores de la prensa más se enfocan en el sector público, al tratarse del dinero de todos los contribuyentes, pero en el sector privado también encontraremos varias “perlas” si nos detenemos un momento.

Ello nos lleva a constatar que existen sociedades más corruptas que otras. No creo que haya sociedades ciento por ciento limpias del flagelo; pero algunas, como la peruana, tienen más grados de corrupción que una, por ejemplo, sociedad escandinava. En las dos existe el mal, pero en una más acentuado que en la otra.

En una variante socio-política, se plantea que la corrupción es exclusiva de las sociedades capitalistas (o de las sociedades patrimonialistas o mercantilistas), pero los escándalos de corrupción en “sociedades socialistas” como la cubana desdicen esa hipótesis. La corrupción en Cuba comprende desde el simple empleado que para “completar” su magra remuneración se apropia de algunos bienes de su centro de trabajo para venderlos en el mercado negro hasta altos funcionarios del Partido Comunista Cubano envueltos en escándalos de corrupción por las concesiones a empresas extranjeras que se afincaron en la isla.
Y ya no hablemos de la sociedad china actual, de “socialismo de mercado”, que ni los fusilamientos de altas autoridades acusadas de corrupción ha detenido el mal en los mandos altos y medios del PC Chino. Así que la corrupción no es exclusiva de un “modelo económico”, menos de un sistema político.

Otro error bastante frecuente es pensar que la corrupción se produce solo en las sociedades atrasadas del tercer mundo, una especie de tara propia de sociedades que no han llegado a un alto grado de “civilización”, algo así como rasgos evidentes de subdesarrollo. Es otra ingenuidad. Pongamos otro ejemplo. Cuando George Bush hijo ordenó invadir Iraq se destruyó medio país, por lo que su vicepresidente, Dick Cheney, dispuso la reconstrucción de Iraq designando “a dedo” las empresas encargadas de “la reconstrucción” que –oh casualidad- eran empresas que estaban relacionadas de una u otra manera a él.

Así que la cosa tampoco va por allí. Si una sociedad corrupta pasa a ser moderna y avanzada (algo sí bastante difícil), es posible que siga siendo corrupta. Y, es que la corrupción está relacionada más con la persona, es inherente al ser humano más que con los modelos sociales, políticos o económicos existentes; pero, es sumamente propicia en culturas tolerantes a esta, como en el caso de la peruana.

En el caso de nosotros, la corrupción por lo menos viene de la época de la Colonia, cuando había que ofrecer oro y regalos a las altas autoridades del imperio español para conseguir la explotación de una rica mina o la concesión de algún privilegio real. Era necesario “romper la mano” a fin de obtener una dádiva real, práctica que continuó en la república.

Debemos agradecer ayer a los “vladivideos” y hoy a los audios de BTR se haya dejado testimonios de la corrupción. La tecnología ha sido un magnífico aliado. La sensibilización que, a la caída del gobierno fujimorista, trajo la visualización de escenas donde políticos y empresarios (muchos hoy en actividad y andando felices por la calle) recibían dinero del “doctor” o pedían favores para “agilizar” un juicio permitió que el breve gobierno de Valentín Panigua fuese un ejemplo de gobierno limpio y mano firme contra los corruptos.

Hoy los “bietoaudios” permiten renovar esa indignación que se siente al saber como se ha “negociado” hasta con los muertos en la discoteca Utopía y que la corrupción está copando incluso a las más altas autoridades del partido de gobierno, reeditando el triste final de escándalos de latrocinios que caracterizó al primer gobierno de Alan García.

Precisamente, los mandatarios posteriores a Panigua se han caracterizado por ser bastante tolerantes con la corrupción o por lo menos no hacer mucho para contrarrestarla. Fue el caso de Toledo antes y de García después. Como que es mejor vivir entre corruptos o aprovecharse de estos que luchar contra estos.

¿Qué se puede hacer entonces? La verdad que muy poco. No soy muy optimista en que aumentando las penas o declarando imprescriptibles los delitos de funcionarios públicos podamos detenerla (de repente sí bajar ciertos grados por la disuasión draconiana de las penas, aunque el efecto puede ser al revés: la corrupción se vuelve más sofisticada). Mientras la cultura de una sociedad sea tolerante a la corrupción en sus múltiples formas, ninguna ley o autoridad podrá hacer algo, por más que la ley sea severa o la autoridad firme ante los corruptos, más ahora que el narcotráfico ya está penetrando los distintos niveles del estado. La “mordida”, como dicen los mexicanos, será algo tan usual y se considerará hasta como un derecho “natural” por los favores realizados.

Quizás algo se pueda realizar a largo plazo, como campañas constantes de sensibilización contra la corrupción. Falta la necesaria y enérgica indignación de la sociedad civil, de los colectivos de “manos limpias”, de gestos simbólicos como “el lavado de la bandera” frente a Palacio de Gobierno, y sobretodo inculcar en los niños, tanto en el hogar como en la escuela, que la corrupción es un asco, peor que el Sida, porque ¿qué puede pensar un niño testigo que su padre recibe o da sobornos tan naturalmente como respira o de un profesor que aprueba en los exámenes a cambio de unos billetes o de favores sexuales?
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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