Tuesday, January 10, 2012

ITALIANO PARA PRINCIPIANTES

Y terminé el curso básico de italiano¡¡¡ Inimaginable tres meses atrás, cuando me enfrasqué en la azarosa aventura de estudiar cinco ciclos consecutivos de italiano en la modalidad presencial y de forma superintensiva, sin respiro, todos los días, a razón de tres horas por día, de lunes a viernes, en el peor horario para aprender cualquier cosa: la tarde, cuando el alumno (y el profesor también) se encuentran en plena digestión del almuerzo, con la molicie del cansancio matutino y la tentación de una “siestecita” reparadora casi casi imposible de resistir.

Pero lo hice. Bueno, fue más motivado por una necesidad. Para optar el grado de magíster es necesario, entre otros requisitos, conocer un idioma extranjero. Y eso era lo único que me faltaba para que me declaren “expedito” y poder solicitar fecha para la sustentación de mi tesis (que, sinceramente, no es nada del otro mundo).

Ya el año anterior había comenzado a estudiar el curso los fines de semana; pero, los azares de esos meses impidieron que lo acabe. Uno, porque la universidad entró en receso por reorganización (es una universidad estatal donde llevé la maestría), en vista que al Rector saliente le gustó tanto el cargo que no quería convocar elecciones para elegir a su sucesor. Dos, en la U donde laboro (esta sí particular, con clases todos los días, incluyendo sábados, domingos y feriados), en esa época estaba a tiempo completo, tan completo que no me alcanzaba tiempo ni para gozar del padecimiento de mi alergia, que se volvió bastante recurrente (para saber de qué hablo, léase mi crónica anterior titulada Un resfrío). Tres, y no menos importante, porque desaprobé el segundo ciclo con diez. Una humillación para mí, una suerte de derrota personal.

Honestamente ese segundo ciclo del año anterior no había estudiado lo suficiente y había faltado con bastante frecuencia a clases; y, si bien, estuve tentado a usar una vieja táctica de los alumnos más despiadados y sin escrúpulos: “empapelar” al profesor para presionarlo y me apruebe, una vez tranquilizado, respiré hondo, reflexioné y acepté la derrota. Solo me quedaba “sacarme la espina”. Pensé en dar un examen de suficiencia, pero era arriesgar el todo por el todo, y más aún cuando en un anterior examen de clasificación me habían regresionado sin asco al I Ciclo.

Como en toda guerra que quieres ganar, el asunto era cómo, cuando y dónde presentarse a dar la batalla.

Pero, los dioses jugaron a mi favor. Felizmente, después de mucho tiempo, en el segundo semestre del año que terminó (2011) no enseñaba ni en la tarde (salvo los jueves) ni en la noche, por lo que tenía libre para estudiar el idioma, como iniciar mi doctorado que, por razones laborales, lo tenía un tanto postergado. Así que hice “de tripas, corazón” y me matriculé en el dichoso curso.

Recuerdo que el 29 de Setiembre era la primera clase. Ese día no pude asistir ya que era jueves y dictaba en la U, así que me presenté al día siguiente, el 30. Encontré cerrado el local, creo que por elecciones internas en la universidad o algo parecido. Mal presagio me dije. Me di media vuelta y me regresé a casa.

Volví el lunes siguiente, poco antes de las tres, para saber qué se había hecho. Felizmente encontré abierto el instituto de idiomas. Pregunté en administración dónde se encontraba mi aula y me dirigí presto.

Siempre hay un temor inicial a lo nuevo y cuando se trata de enseñanza, al profesor que te va a tocar, que ruegas al cielo sea bueno, más tratándose de un idioma extraño. El segundo es a tus compañeros de aula, con los cuales vas a convivir un período de tiempo.

El primer temor se desvaneció casi al instante. De nuevo los dioses me favorecieron y tuvimos un buen profesor, con estrategias didácticas que hacían entretenida su clase, pese al horario y, mejor aún, se aprendía jugando. Eso nos ayudó enormemente a fin de asimilar los rudimentos de una lengua distinta a la materna que, en el caso del italiano, uno cree que es fácil por la pronunciación (razón por la cual muchos, entre ellos yo, lo eligen como “idioma extranjero” para los trámites curriculares), pero su gramática es tan complicada y enredada como la del español, y si no dominas medianamente tú “idioma mamado”, mucho más difícil será dominar una lengua diferente. La verdad es un idioma que no se termina de aprender, pero si uno le agarra el gusto y las ganas, puede continuar. Y eso fue lo que pasó gracias al profesor que nos tocó en suerte. No hacía pesada la enseñanza, sino todo lo contrario, tomándole cariño a esta cálida lengua mediterránea.

El segundo temor, por arte de magia, también se desvaneció casi enseguida de haber pisado por vez primera el aula de clases. Si bien éramos un grupo bastante heterogéneo en edad y en profesiones: alumnos que iban desde los veintitantos hasta cincuentones y sesentones; así como procedentes de distintas profesiones (desde ingenieros renegados de las letras hasta educadores, sociólogos y abogados renegados de las matemáticas), y con diferentes proyectos de vida (estaban los muchachos que recién empiezan su vida profesional hasta aquellos, como yo, que la tienen bastante avanzada), pudimos convivir todos y hasta desarrollar nuevas amistades “intergeneracionales”. Fue divertida esa convivencia.

Las prácticas son esenciales para aprender un idioma nuevo, para ello es importante con quién puedes practicar. Y, por tercera vez me favorecieron los dioses. Me tocó de compañero para las prácticas un médico que, al igual que este servidor, estaba urgido de obtener el grado pero, a diferencia mía, con gran habilidad para conocer otras lenguas. Sabe el francés, el inglés, un poco de portugués, y ahora la lengua de Manzoni. Hicimos “química” desde la primera clase y a él le preguntaba cuando tenía alguna duda. Igual sucedió con otra compañera, educadora ella, con la cual armamos los equipos de trabajo para las actividades grupales. Recuerdo que la actividad final fue cantar una canción en italiano delante de todos. Elegimos una de Ricos y Pobres “Será porque te amo”, con un quinteto de voces: dos mujeres y tres hombres. (Io canto al ritmo dolce tuo/respiro/ è primavera/sará perché ti amo).

En lo que respecta a mí puedo decir, en honor a la verdad, que el mundo del canto no ha perdido mucho con mi participación. Fue “mi debut y despedida” de las tablas.

Felizmente mi compañera de grupo, la educadora, era bastante responsable y prácticamente tuvo en sus manos la organización de la actividad, incluyendo las coreografías que debíamos hacer “en el escenario”. Gracias a ella pudimos salir airosos de los trabajos en equipo, en una época complicada para mí entre exámenes finales y presentación de trabajos en el doctorado, presentación de monografías de fin de año en un diplomado sobre docencia universitaria que estoy llevando, exámenes finales y cierre de actas en la U donde laboro, así como la redacción final de mi tesis para la maestría, amén de los artículos para El Observador y Lagartocine. Vivía con el tiempo al milímetro, estresado, con la adrenalina al máximo, bastante tenso, pero cumplí con todo, incluyendo el curso de italiano, obteniendo 16 en el examen final. Me “saqué el clavo”.

La pasamos bien y ese curso de cerca de tres meses terminó, como no podía ser de otra manera, con una cena en un restaurante italiano: “Il buon mangiare”. Cena no exenta de emotivos discursos como el de mi compañera de estudios que, como buena educadora, aconsejó a los más jóvenes, con útiles lecciones de vida. O la “revelación pública” de la parejita de jóvenes estudiantes que deciden unir sus vidas en matrimonio para compartirla “hasta que la muerte los separe”. Es hermoso ver como los sueños se nutren de vida. Me hizo recordar mi “juventud biológica”.

Espero también se cumpla el sueño de nuestro querido maestro de regresar algún día a Italia, luego de una ausencia bastante prolongada, de más de quince años. Los trabajos como profesor de idiomas, los asuntos domésticos cotidianos y las tribulaciones de la vida, muchas veces se lo impiden. Yo se en carne propia como es eso. El profesor realmente no tiene “vacaciones fijas” porque te pueden llamar inesperadamente para un curso de verano y te arruinan los planes de ir a la playa con tú familia por una temporada; o también cuando tenías proyectado hacer un viaje o unos estudios, te proponen enseñar en un horario que “choca” con tus proyectos más personales, los que debes postergar una vez más, debiendo muchas veces aceptar las propuestas de enseñanza solo por razones de sustento económico.

Haciendo una analogía podemos decir que con el italiano fue como en esos matrimonios por interés. Te casas sin amor (en el caso por creer que es un idioma fácil), pero en el camino le vas tomando cariño y descubres, como en la mujer con la cual te has casado sin amarla, que es hermosa y tiene otras cualidades más allá de lo crematístico. Tan hermosa que el Dante la eligió como lengua (y no el latín, como era usual en aquella época) para escribir su “Divina Comedia”.

En fin, no me arrepiento de haber llevado el curso de “italiano para principiantes”. Tanto por las amistades hechas como por las entretenidas clases. Solo espero que se cumplan los buenos deseos de mis queridos compañeros, que sus sueños se cristalicen. Total, el ser humano es eso: un ser que vive de sueños, mirando siempre al futuro. O, como diría Woody Allen en una de sus últimas películas, un ser que no solo vive de realidad, sino también de ilusiones.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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