Wednesday, August 01, 2012

AL PRIMER AÑO DE “LA GRAN TRASFORMACIÓN”

Los candidatos a la presidencia que proponen un cambio de lo realmente existente (hablar de organizaciones políticas en nuestro país es una exageración), o bien proponen reformas o bien cambios radicales, pero llegados al poder hacen lo contrario a lo prometido.

Sucedió con Fujimori y su política de no shock y no despido de estatales; con Toledo y su cambio responsable; con García y su anti-TLC; y, ahora último, con Ollanta Humala y su promesa de “la gran transformación” reducida posteriormente a una más modesta “hoja de ruta”.

En otras palabras, los candidatos radicales llegados al poder “se suavizan” y se acomodan al statu quo existente, dejando de lado las promesas iniciales de cambio.

La pregunta es ¿a qué se debe?

Existen diferentes tentativas de respuesta. Algunos afirman que se trataría de “un secuestro” de los recién ungidos presidentes por parte de los poderes fácticos, de las “fuerzas vivas” que controlan el timón del manejo económico. Los que sostienen esta tesis dicen que las pruebas del “secuestro” se encuentran en la continuidad de la política económica, la inamovilidad de cargos claves como Ministro de Economía o Presidente del BCR por parte de actores con ideología y prédica de “libre mercado”, así como el no reformar el capítulo constitucional referente a los principios económicos de clara raigambre “neoliberal”. Algo de razón no les falta. Es muy fácil para, por ejemplo, un presidente del directorio de una AFP contactarse con el recién electo presidente. Muchas veces viven en el mismo barrio, frecuentan el mismo club social o las mismas amistades, por lo que “la llegada” al presidente se produce sin muchas complicaciones y al ritmo de un tranquilo almuerzo. Pero esta hipótesis es insuficiente para explicar el dramático cambio.

Otros, más cínicos, sostienen que el candidato a presidente de un país como el Perú debe necesariamente “engañar” al pueblo para alcanzar la presidencia de la república porque, caso contrario, no lo lograría. Como argumento irrefutable de su afirmación exhiben el ejemplo del estrepitoso fracaso de Mario Vargas Llosa para llegar a la presidencia en las elecciones de 1990 precisamente por decir la verdad, pese a los innumerables recursos de todo tipo que tuvo a su favor. Ser sincero con el pueblo le costó el sillón de Pizarro. Consecuentemente, se justifica “enamorar” a las masas con promesas que son imposibles de cumplir de ganar el poder; caso contrario, el candidato perdería toda esperanza de conseguir la presidencia.

En esta justificación por el engaño existe una concepción negativa del ciudadano medio peruano (conformista, facilón, mediocre, emotivo, intelectualmente infradotado y deseoso que todo le llegue del poder sin esfuerzo alguno) reflejado en el neologismo “electarado”. De esa manera se explica que Humala haya tenido un discurso radical de candidato y otro muy distinto de presidente, dado que debía cautivar a un electorado bastante primario y con necesidades inmediatas que satisfacer.

Si bien esta tesis se basa en un hecho cierto (el poco desarrollo material de la ciudadanía en el Perú), implica también maquiavélicamente que el fin justifica los medios, dejando el cuestionamiento moral o del deber ser del político reservado a la especulación filosófica. Obvio que de allí a esgrimir “la razón de estado” para todo acto u orden presidencial –incluyendo las reñidas con la ley- existe apenas un paso. (Los que se basan únicamente en este enfoque explicativo plantean como “antídoto” al engaño que se incluya como una causal de vacancia presidencial en la Constitución Política el incumplimiento de las promesas electorales. Debo confesarlo que a veces me parece que razón no les falta).

Y hay una tercera posición que me parece es la más coherente. Se encuentra relacionada con lo que el candidato ungido como presidente puede hacer. Esta tesis sostiene que dentro de ciertos parámetros de un gobierno formal democrático, así como de los recursos internos o externos disponibles (no solo los económicos, sino también los sociales, humanos y tecnológicos, amen del grado de eficacia de un estado para llegar a todo el país), lo que puede hacer un presidente de la república en países como el Perú es bastante limitado. No es el hombre más poderoso del país, ni remotamente. De allí que -siguiendo con esta tesis- si por ejemplo el radical presidente regional de Cajamarca, Gregorio Santos, alguna vez llegara a la presidencia de la república, lo más probable es que continúe con la línea de Ollanta Humala: prometer una cosa y hacer algo distinto, conservando el statu quo. Una de dos: o se acomoda a las condiciones que existen o renuncia al cargo.

Son los límites al cambio que representa todo voluntarismo político especialmente en países heterogéneos y fragmentados como el Perú. Con mayor razón si el presidente no cuenta con un sólido partido político y cuadros técnicos solventes que lo respalden. Le sucedió al voluntarioso García en su primer fallido mandato (el único presidente en los últimos 25 años que contaba con un partido que lo respaldase), a Fujimori en el 90, a Toledo en el 2001 y ahora último a Humala.

Por otra parte, y muy al margen de las personas o rostros, están las propuestas de gobierno viables que puedan reemplazar a las ya existentes.

Desaparecido el modelo de “socialismo realmente existente”, así como el de las economías estatales y centralmente planificadas (no menciono a los “socialismos petroleros” a lo Chávez ya que es un modelo primario exportador sin futuro), lo que quedó fue la llamada economía de mercado, donde el estado tiene un rol bastante secundario, tímido y subsidiario. Ese modelo –o sistema para ser más preciso- funciona en casi todo Occidente, e incluso en países como China o Vietnam con regímenes de partido único. Esto ha dado como resultado que ciertos diseños a largo plazo como el estado de bienestar en Europa o los subsidios previsionales se vean seriamente afectados. En cierta forma, la globalización de la economía de mercado, así como las crisis sistémicas que viene acarreando, afectan a las esferas social y política de las naciones, así como a las interpretaciones ideológicas que quieren explicar o “resolver” los problemas de la hora actual.

Asimismo, “el modelo” nos guste o no, funciona. Es cierto que no es perfecto y que necesita cambios que deben venir desde el estado (v. gr. reducir la desigualdad social que genera). Pero, es viable. Tiene una lógica y una razón de ser. Y una mala noticia de refilón: no existe otro que lo pueda sustituir, por lo menos históricamente no ha nacido todavía. Los sistemas económicos no nacen en laboratorios ni en la imaginación de algún economista, sino en la misma realidad.

En cambio, los que ciegamente buscan “bajarse” el modelo económico, no tienen una alternativa viable para reemplazarlo. Es lo que sucede con los que se oponen a la explotación minera en Cajamarca. El “Conga no va” es solo un grito de protesta, existencial, desgarrado, dramático, pero grito al fin; mas no existe un modelo de viabilidad alternativo de la magnitud del “Conga sí va”. Y, el vacío de propuestas es claro cuando los antimineros piden al estado mejoras para la región pero no ofrecen los medios económicos que hagan posible esas mejoras. En buen romance, ¿cómo se financian los programas sociales si ya no habrá ingresos por la explotación minera?

En cierta manera esas contradicciones irresueltas dan razón a aquellos que sostienen que la lucha es entre un progresismo que implica mayor occidentalización del país –con todo lo bueno y malo que ello acarrea- y un conservadurismo de aquellos que optan por las formas arcaicas y agraristas, intocables, dado que los recursos naturales son “bienes de Dios”; curiosamente en una línea de creacionismo muy cercano al de los republicanos derechistas de Estados Unidos. Dentro de esa disyuntiva es muy difícil plantear una propuesta de crecimiento con inclusión.

En fin, es una lucha entre lo urbano-occidental contra lo agrario-feudal, una pugna entre el progresismo y el pasatismo, entre una apuesta por el futuro versus un pasado idealizado en una suerte de miltoniano “paraíso perdido”.

En ese contexto, bastante complicado y con matices (al cual se debe agregar el discurso ambiental), aparecen los líderes con ambiciones políticas. Pocos logran llegar a ser candidatos a la presidencia de la república, poquísimos a ser presidentes. Posiblemente Humala cierre un ciclo de este tipo de candidatos. Pero, creo que fue sincero en su discurso, sobretodo el Humala radical, el de la primera hora, creyó en lo que decía (por lo menos se le veía bastante convencido en los videos), mas llegado a la presidencia la óptica del asunto cambia.

Quizás ese “choque con la realidad” hizo modificar sus ideas, a tal punto que el Humala presidente en su mensaje ante el Congreso empezando el segundo año de “la gran trasformación” fue un mensaje anodino y, peor aún, poco convincente. Más parecía el discurso de un gerente ante el directorio de una empresa exponiendo las cifras de la compañía que el de un presidente que trasmita convencimiento en lo que dice. Es el trágico sino de muchos presidentes izquierdistas en la región.

Como comentaba con una colega, ardorosa defensora del Humala de la gran trasformación, su futuro será muy parecido al de Alejandro Toledo (ironías del destino: nunca se ha cumplido con tanta precisión el adagio “Dios los cría…”), otro outsider que emergió a la política gracias a un gesto de “rebelión” (uno con “la marcha de los cuatro suyos”, el otro con el “locumbazo”): su administración terminará entre escándalos y escandaletes –incluso familiares-, desprestigiada, con poca aprobación y muchos trásfugas que se irán conforme el barco nacionalista se vaya hundiendo. Por lo menos en el caso de Humala no tiene el agravante de hijos sin reconocer, aventuras escabrosas en hostales de dudosa reputación e infinitos litros de buen whisky. Por lo menos en eso se salva para la historia.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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