Tuesday, December 11, 2012

EL BOOM Y LOS CINCUENTA AÑOS DE LA CIUDAD Y LOS PERROS

El homenaje recibido en distintos lugares a la célebre novela de Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, con edición homenaje de la propia Academia de la Lengua, marca un hito en la narrativa hispanoamericana, a tal punto que por convencionalismo se ha fijado en el año de la primera edición (1962) como la fecha de inicio del llamado boom, sonido onomatopéyico que alude a la explosión de la narrativa de esta parte del mundo.


Pero, ¿fue solo un movimiento comercial promovido por editoras españolas como sus detractores aseveran?

Sería mezquino afirmar esa sentencia tajantemente. El puñado de escritores que estuvieron en la cresta de la ola (Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes) contaba con una calidad incuestionable. Renovaron las letras hispanas, cuando en la propia cuna del castellano, España, la creatividad se había apagado de la mano del franquismo. Bebiendo de las canteras de Joyce, Proust, Faulkner y Hemingway comenzaron a contar las historias del desencanto vividas en pueblos remotos, inventados o reales.

Es justo reconocer que también existió un marco publicitario, de marketing al decir de la jerga actual, que permitió “vender” los libros de estos jóvenes escritores. Carlos Barral fue quizás el principal animador de esta hornada literaria. Al final de cuentas a los editores les importaba que vendan sus libros. Fueron best sellers, pero de calidad.

Otra característica fue la pose, ya no de “escritor maldito” a la usanza de los franceses del XIX, pero sí de la mal denominada profesionalización del escritor. El escritor visto como un profesional de las letras, cuyo deber sobretodo es vivir para la literatura.

Posición discutible, una suerte de trabajador de las letras a tiempo completo, en contraposición a las generaciones anteriores de escritores dominicales como el propio Vargas Llosa los motejaba un tanto despectivamente.

La experiencia ha demostrado que el dedicarse en exclusiva a las letras no conlleva necesariamente tener obras de calidad pareja; y viceversa, aquellos que eran escritores en tiempo libre o cuando la satisfacción de sus necesidades materiales lo permitía, hicieron obras que traspasaron la barrera del tiempo.

Precisamente atentó contra esta supuesta profesionalización del escritor y las obras maestras que podía escribir los contratos que los célebres escribas firmaban con las editoriales. El recibir adelantos por derechos de autor les permitía vivir holgadamente, pero tenían como contrapartida que -al igual que los escritores de best sellers “comerciales”- entregar cada cierto tiempo una nueva novela a la editorial.

Como bien anotó Marco Aurelio Denegri, ello trae como consecuencia que el escritor se repita a si mismo. Cree “una formula” que con variantes repite de novela a novela. Es imposible hacer “obras maestras” en serie. Muchos de esos autores callaron esa parte nada romántica de sus compromisos contractuales, mientras daban la imagen de “independencia literaria”.

Otra característica de los escritores del boom fue su compromiso social y político. Nacidos al calor de la revolución cubana, su posición a favor del socialismo en Cuba les dio la imagen de “escritor progre”, con idas y venidas frecuentes de la isla, defendiendo a capa y espada la revolución, hasta que el encanto se rompió cuando el gobierno de Castro comenzó a virar cada vez más hacia la Unión Soviética, restringiendo libertades y censurando obras.

El célebre “Caso Padilla” fue el parteaguas que dividió a los escritores del boom en dos; aquellos que continuaron fieles a la revolución como García Márquez y aquellos que optaron por un cambio gradual hasta anclar en el campo del liberalismo como el caso de Vargas Llosa.

¿Qué queda de todo ese bullicio del boom?

Dos escritores vivos, cada uno exhibiendo un premio Nobel, cuya principal obra la escribieron antes de convertirse en “vacas sagradas”, otros ya murieron dejando una obra importante tras de si, y están aquellos que no tuvieron la suerte de tener el respaldo de una gran editorial, pero que anteriores o contemporáneos a las celebridades del boom, dejaron una obra memorable y que sin muchos premios o reconocimiento de ventas, su huella es vital en las letras. Pienso en los también desaparecidos connacionales Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Zavaleta o Manuel Scorza. No fueron “best sellers” pero la importancia de su obra está fuera de dudas. No fueron parte del boom pero lo merecieron.

Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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