Por: Eduardo Jiménez
J.
ejjlaw@yahoo.es
Lo primero que se
debe destacar y agradecer al autor es la prosa amigable, lo que permite una
lectura más fluida y amena. Se nota que ama el idioma, a diferencia de muchos
escritores de ciencias sociales y de derecho, cuyo “oscurantismo” no
necesariamente es sinónimo de originalidad.
El libro del doctor
Neira se sitúa entre el ensayo y el texto universitario; y se centra en la
pregunta que le da título, haciendo un apretado recorrido en poco más de
doscientas cincuenta páginas desde las polis griegas hasta las nacientes
repúblicas sudamericanas del XIX, pasando por la república romana, las
repúblicas italianas del renacimiento –con Maquiavelo como gran sintetizador de
ese momento histórico-, deteniéndose buen tiempo en el fenómeno de la
revolución francesa y, en menor medida, en el experimento novedoso -para la
época- de la república norteamericana de fines del XVIII.
Pero si bien es un
texto de divulgación, la novedad es que a diferencia de otros similares, no se
queda en el mero estudio de las ideas o de los hechos, como en la historia
“acontecicional”, aquella que es un cúmulo de fechas y datos, muchas veces
inconexos; sino que, realizando un enfoque holístico, se proyecta al pasado de
esas sociedades que explican el contexto de los hechos estudiados, dándoles una
perspectiva y coherencia lógica. De la mano de Weber, pero también de Marx.
Así, por ejemplo, no
se explica la revolución francesa sin tomar en cuenta el estado que ya existía
en el despotismo ilustrado de los Luises (despotismo que permitió incluso ideas
avanzadas para la época); o el gobierno federal de los nacientes Estados Unidos
de Norteamérica sin el autogobierno de las trece colonias, con plena autonomía
para tomar decisiones fuera de la tutela del poder británico.
Y en el caso de
nosotros, las repúblicas que nacieron entre la segunda y tercera década del
siglo XIX no se explica su génesis sin las ideas que a contracorriente trajeron
los libertadores, inspirados en la
Francia revolucionaria y en la Norteamérica de la Declaración de
Independencia. Pero, lamentablemente, esas ideas no tuvieron suelo fértil en lo
que después fue Latinoamérica. Tres siglos de colonización, aislados de los
grandes sucesos de Europa, como la reforma protestante, la libertad de
pensamiento, el pensamiento crítico, los avances científicos, las mismas
revoluciones de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Aislados y protegidos,
como dice el autor, tanto por la
Iglesia como por el férreo control vertical del régimen
imperial español. Salvo la excepción de los libertadores, gente ilustrada, empapada
in situ de las grandes ideas del Siglo de las Luces, los demás actores de la
independencia americana no se vieron imbuidos de los cambios trascendentes de
la época y optaron los criollos por ocupar el lugar que dejaban los españoles
en cargos políticos y en prebendas económicas. Aparecieron “los nuevos ricos”
como sucede en toda época de trasmutación, se desalojó del poder a los próceres
más radicales como Bolívar, otros fueron asesinados como Sucre, y unos más
sufrieron el exilio como San Martín. Se optó por dejar las cosas como estaban y
la promesa de una república quedó en eso, promesa.
Asimismo, la herencia
cultural pesó mucho, “los usos y costumbres” coloniales se repitieron en las
nacientes repúblicas en versión corregida y aumentada. La corrupción, que es un
flagelo en casi todas nuestras repúblicas, no se entiende sin la corrupción que
ya existía en el virreinato por acceder a los favores reales. La cortesanía,
los besamanos, la ausencia de crítica, el halago encomiástico y hasta la
infaltable “hora peruana”, es parte de esa pesada carga que todavía padecemos.
Pero Neira no se
queda en la explicación en perspectiva de los hechos sociales, económicos y
políticos, así como de las ideas, que dan lugar a cambios sociales
trascendentes; sino que gran parte de esos cambios se “encarna” en algunos
hombres. La historia es importante no solo por los hechos, sino por los hombres
que la hacen; muchos quizás a contracorriente de lo que pensaban o creían. La
revolución francesa no se puede explicar sin Robespierre, Danton, Mirabeau o el
propio Bonaparte; para no mencionar a los que aportaron las “nuevas ideas” como
Rousseau, Voltaire y Montesquieu en el continente; o Hobbes y Locke en
Inglaterra. La revolución americana no se explica tampoco sin “los padres
fundadores”: Jefferson, Madison, Hamilton. Y entre nosotros, el que da la talla
como hombre de acción y hombre de letras es Bolivar. De allí su grandeza, la
que se resalta en su muerte: muere pobre, rumbo al exilio e incomprendido por
sus coetáneos. (El pobre Bolívar sufriría en su propia tierra, Venezuela, otras
incomprensiones más contemporáneas).
Otra idea eje
importante del libro es el bien común, consustancial a toda república. Sin bien
común no hay república. Fruto de un acuerdo societario (la tesis de Rousseau y
de Hobbes) o de una imposición histórica, el hecho es que el bien común
requiere que los ciudadanos renuncien a su libertad natural y se sometan a
ciertas reglas para convivir en sociedad (nace el Estado). Ello requiere
ciertos sacrificios, como desprenderse de parte de sus bienes materiales (vía tributos
por ejemplo), o guardando para si sus ideas más personales, incluyendo las
religiosas, sin imponerlas a los demás (libertad de culto y el matrimonio entre
personas del mismo sexo, por poner dos ejemplos). Implica también que seamos
materialmente cada vez más iguales. O si se quiere que las desigualdades no
sean tan abismales (lo que se consigue, entre otros medios, a través de una
educación de calidad, sin distinción de género ni de clase social, y adecuados
sistemas de seguridad social y de salud). Así como que las amenazas del mundo
económico (los monopolios y oligopolios, los grupos de poder fáctico) no
ahoguen las libertades políticas y ciudadanas (algo de ese debate se encuentra
en el cuasi monopolio de un conglomerado económico mediático local).
Una idea que también
subyace en el libro de Neira es que toda república tiene ciudadanos. Una
república sin ciudadanos es inviable o remedo de república, como sucedió y
sucede entre nosotros. Con yanaconaje, servilismo y otras formas de vasallaje
“pre-capitalista” es inviable una república; de allí que el concepto de
ciudadanía debe calar en todos los habitantes de un país. Y ciudadanía es no
solo votar en elecciones cada cierto tiempo, sino ejercer plenamente nuestros
derechos pero también nuestros deberes. Una cosa y otra van de la mano. De allí
-aunque Neira no lo dice- que fue importante el proceso de cambios durante el
gobierno reformista militar de los años setenta: permitió liberar a muchos
peruanos de la situación de servidumbre en que se encontraban e incorporarlos
como ciudadanos. Más allá del balance positivo o negativo del docenio militar
(mirado todavía con odios y pasiones como sucede con el decenio fujimorista)
fue importante para la concreción de una república más amplia, que mal que bien
ahí vamos.
En parte ello explica
por qué en nuestro país, como en otros de la región, el sistema judicial no
funciona adecuadamente, sino solo en un plano formal y limitado. El principio
de respeto a la ley, sagrado en otras sociedades, queda entre nosotros en un
plano retórico, hueco. Igual sucedió con el otro gran principio que nació de
las revoluciones liberales del XVIII: “todos somos iguales ante la ley”. Cuando
constatamos las diferencias sociales y económicas abismales en nuestras
sociedades vemos que ese principio es apenas una formalidad. Ello da la razón por
qué las leyes no se aplican debidamente o si se aplican, se aplican mal por los
operadores legales. Hace poco leía en un periódico jurídico que nuestro Código
Penal, en poco más de veinte años de vigencia, ha sufrido 577 modificaciones.
Sí, 577. Más o menos veintiséis modificaciones por año y poco más de una cada
quince días de su existencia. Y eso explica también por qué hemos tenido doce
constituciones políticas en menos de doscientos años de vida republicana. Y en
uno y otro caso, “la solución” que se plantea va por hacer un nuevo Código
Penal o promulgar una nueva Constitución Política. De nuevo la formalidad y no
buscar y encontrar las causas del fenómeno.
El autor termina con
una inquietud: las repúblicas desaparecen cada cierto tiempo. Las polis griegas
desaparecieron bajo la dominación romana; la misma república romana trastocó en
imperio; y las repúblicas italianas desaparecieron bajo el poder de la Iglesia y de los grandes
señores de la Italia
de ese entonces. Pero es cierto también que en poco más de doscientos años la
cantidad de repúblicas sobre el planeta es mayoritaria, y sigue creciendo;
aunque se enfrentan a nuevos retos como la mundialización o globalización, el
terrorismo internacional, la desigualdad social y económica, los
fundamentalismos de toda laya, el retorno del racismo en Europa, la
independización de autonomías (caso de España), rupturas de viejos estados (el
soviético) o formas sui generis de capitalismo (la China actual). Son nuevos
retos que requieren soluciones nuevas, imaginativas. El libro del doctor Neira aguijonea en ese sentido.
¿Qué es República?
Hugo Neira Samanez
Universidad San
Martín de Porres. Instituto de Gobierno
1ª Edición, Lima
2012, 260pp
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