Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
Los muros implican división, separación, el
nosotros y ellos. No en vano existe un muro al sur de los Estados Unidos a fin
de impedir que ingresen los mexicanos. No se dice mucho de ese muro, pero
también implica separación, exclusión.
Otro muro célebre es el de Israel, a fin de
aislar a los palestinos, los “otros”, suerte de ciudadanos de segunda
categoría. Y no se diga nada de la separación, vigente hasta ahora, con muros,
alambradas, policías y toda la parafernalia del terror que impide a los
coreanos del norte cruzar la frontera hacia un sur con más oportunidades.
La historia ha enseñado que levantar muros
para protegerse de los otros (al final de cuentas un muro es un mecanismo
defensivo) ha sido inútil. Los “otros” siempre se las ingeniaron para cruzar
los muros, aún a riesgo de su propia vida.
Muros de separación hay y ha habido, y como
vamos posiblemente continuarán existiendo, pese a las lecciones que la historia
nos proporciona. Pero en nuestra historia contemporánea, el más famoso es el de
Berlín, cuyo derrumbe fue hace 25 años y marcó un antes y un después en la
historia mundial. Así como la toma de la Bastilla significó un “gesto” que las cosas
estaban cambiando en el mundo, que la aristocracia y los reinados divinos
llegaban a su fin; el derrumbe (“caída” no es un término muy preciso) o
demolición del muro significó el ingreso a una etapa de la humanidad confusa y
contradictoria, como todo cambio, pero que nos está llevando –a veces medio a
ciegas- a una nueva etapa de nuestra historia, no necesariamente mejor que la
anterior.
Marcó el fin del socialismo soviético (dos
años después terminaría en implosión la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), la
trasformación en socialismo de mercado
de la China pos
Mao, la hegemonía del capitalismo como sistema económico dominante en el mundo
con una suerte de capitalismo globalizado,
y de la democracia representativa como forma política por excelencia.
En el nivel ideológico-político significó la
predominancia del liberalismo, en especial la vertiente economicista llamada neoliberalismo (que postula la
racionalidad del mercado como eje ordenador de la vida económica, social y
política), y el eclipsamiento del pensamiento marxista en todas las variantes
conocidas, desde las más ortodoxas a las más originales. Ello significó el
replanteo de los discursos de los distintos movimientos de izquierda, desde los
aggionamentos democrático-liberales,
los socialdemócratas, pasando por los discursos ecologistas y medioambientales,
los discursos nacionalistas tipo “socialismo del siglo XXI”, hasta los más
ortodoxos en la prédica “original” marxista.
Curiosamente no significó una hegemonía
absoluta de los Estados Unidos como “potencia dominante”, más por los propios
problemas que arrastra, sino de un mundo multipolar, con distintos centros
hegemónicos, muchas veces con alcance solo regional (donde EEUU tiene una
hegemónica mundial relativa). Pero sí significó el surgimiento de grupos
religiosos extremistas, principalmente en el Medio Oriente, con una visión
ideológica fanatizada y contraria a Norteamérica (el hecho más trágico de estas
acciones antinorteamericanas fue el 11S), lo que la ha hecho intervenir
puntualmente en ciertas zonas del Oriente Medio, a fin de controlar a estos
grupos y no se vea afectada su seguridad interna y la importación de petróleo.
El derrumbe del muro dio nacimiento también a
un resurgimiento nacionalista en Europa, con la creación de nuevos estados
políticos que no existieron antes y los consiguientes peligros que puede
conllevar para el proyecto común de la unidad europea. En algunos casos el
resurgimiento nacionalista fue sangriento como en la antigua Yugoslavia; en otros
consensuado a nivel de la cúpula política como en la separación pacífica de
Checoslovaquia en dos nuevos estados; y en otros sujeto a consulta ciudadana
como en Escocia y Cataluña.
La historia mundial pos Muro también fue
veloz gracias a la mundialización del uso de internet y las tecnologías
digitales. Nunca el mundo estuvo tan cerca como al alcance de un clic. La
tecnología coadyuvó a sentir un vértigo del proceso histórico que siguió tras
el derrumbe, vértigo que impide apreciar en perspectiva todo lo que se vino en
escasos 25 años y lo que se viene de aquí en adelante.
Y si hablamos del muro de Berlín, Alemania
tras su reunificación se convirtió en la potencia hegemónica al interior de la
unión europea. Es la que dicta las pautas en materia económica y financiera.
Algunos sostienen que más que reunificación
de las dos Alemanias, fue “absorción” de la Alemania Oriental
por la Occidental. En
cierta manera esta última “compró” a la todavía Unión Soviética la liberación
de la parte oriental. Se comprometió a una serie de pagos a la ex URSS que
andaba en problemas financieros bastante graves, por lo que le convino a bien
entregarle sin muchas resistencias la antigua República Democrática Alemana. El
resto es historia conocida.
La convivencia de la “Alemania rica” con la “Alemania
pobre” fue difícil. Los del bloque oriental migraron a las ciudades prósperas
del Occidente, otros se fueron del país a mejores rumbos. Y como sucede cuando
en un solo país conviven dos sectores económicos marcadamente diferentes, los
del sector menos próspero suelen tener menor densidad de población, se quedan
los de mayor edad y los jóvenes se van en busca de mejores oportunidades laborales.
Otros –sobretodo los mayores de cincuenta años- añoran mejores tiempos, cuando
el estado regulaba la vida del ciudadano desde el vientre materno hasta su
muerte. Pero, de allí a que exista un ferviente deseo mayoritario de volver a
una situación “pre-muro” es difícil, casi imposible.
Lo que sí se percibe es un cuestionamiento a
las tesis neoliberales y el resurgimiento de la socialdemocracia. 25 años
después se han dado cuenta que el mercado no corrige los desequilibrios
sociales, ni las desigualdades; que para ello necesitan estado y más estado. Nada
nuevo después de todo.
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