Por: Eduardo Jiménez J.
@ejj2107
El triunfo en las urnas de la coalición
de extrema izquierda Syriza y la designación como primer ministro de Alexis
Tsipras y, como ministro de finanzas, el heterodoxo Yanis Varufakis (quien no
cree mucho en los términos de intercambio que hasta la fecha se han producido
entre Europa y Grecia), conlleva un dilema no solo para Grecia, sino para la
continuidad de la Unión Europea.
A grosso modo la crisis griega se
origina por una abultada deuda pública externa que llega casi a duplicar su PBI,
la que se agravó con la crisis europea de los “bonos basura” y la corrupción
interna de las autoridades helenas de ese entonces (se ha llegado a especular
que hasta “maquillaron cifras” con la complicidad de algunas conocidas calificadoras
de riesgo para ingresar a la Unión Europea).
La “receta” para la crisis griega de
la llamada “troika” liderada por Alemania (FMI, Banco Central Europeo y la
Comisión Europea) la conocemos bastante bien en la América Latina de los años ochenta:
austeridad, austeridad y más austeridad, junto a la eliminación de programas
sociales, a fin de “pagar la deuda”.
Como era de esperarse, la austeridad
seguida de recortes presupuestales, produjo malestar social, expresado
políticamente en la ascensión al poder por primera vez de la coalición de extrema izquierda Syriza, con un programa
de gobierno que prioriza lo social y “negociar” el pago de la deuda externa.
A nivel económico el problema financiero
pudo resolverse de conservar Grecia su autonomía monetaria: devaluaba el
dracma, la moneda oficial, “licuaba” la deuda con una inflación interna e
incentivaba las exportaciones a fin de tener “dinero fresco”. Pero, al ser
parte de la Unión monetaria, ya no dispone de esas herramientas: no puede subir
o bajar la tasa de redescuento (que la fija el BCE), emitir moneda o devaluar.
Y allí se nota también los límites de
la unión monetaria. Es buena para aquellos países “solventes”, los que tienen
el manejo del euro, como es Alemania; pero los países pequeños como Grecia se
encuentran bastante limitados.
Políticamente el problema griego puede
repercutir en otros países con problemas similares, donde el desempleo
(sobretodo juvenil), el recorte del estándar de vida y de los programas
sociales, podría volcar al electorado a opciones radicales, como Podemos en
España. Lo que a su vez originaría el comienzo del fin del proyecto más ambicioso
del siglo XX: la unión política, económica, monetaria y financiera de todo un
continente.
El gobierno griego no tiene otra
alternativa que cumplir con las promesas electorales, si no quiere tener una
vida corta. Y, de ser necesario, salirse de la Unión Europea, para lo cual
cuenta con el apoyo de los nacionalistas extremos, con los que hace mayoría en
el Congreso.
Asimismo, al ser una coalición el partido
de gobierno (Syriza es el acrónimo griego de Coalición de Izquierda Radical),
no estará exento de conflictos entre los miembros sobre el nivel de velocidad
de las reformas. Con un parlamento (el régimen político griego es el
parlamentario) con notable presencia de marxistas de viejo cuño para los cuales
la democracia no es un fin sino solo un medio (algo similar al pensamiento de
la “izquierda legal” peruana a inicios de los años ochenta), es bastante
probable que de no conseguir un acuerdo con la “troika”, se propongan “pisar el
acelerador” para salir del corset europeo y plantear su propio camino, con
resultados alarmantes para todo el continente.
Y de no hacer ello, se corre el riesgo
que en las próximas elecciones lleguen por medio de las urnas los neonazis. De
castaño a oscuro. (El grupo neonazi Amanecer dorado que promete “sacar a
patadas de Grecia a todos los extranjeros” ya cuenta con una apreciable mayoría
en el parlamento actual).
Por otra parte, la Unión Europea, si
quiere sobrevivir como tal y no ser solo un “club de países ricos”, deberá
manejar el problema de la deuda griega en forma política, lo cual pasa por
reducirla, tanto en capital, como intereses y penalidades. Y, como ya ha
señalado más de un experto en el tema, el Banco Central Europeo va a jugar un
papel importantísimo en la crisis: o se convierte en el simple cobrador de
Alemania (o de los bancos alemanes para ser más preciso), presionando a Grecia
con la amenaza de no darle más créditos si deja de pagar la deuda: o mirando el
futuro, opta por la unidad de la zona euro, apoyando de alguna manera al país
heleno.
Los historiadores dicen que si los
vencedores en la I Guerra Mundial no hubiesen exigido condiciones tan
humillantes a Alemania tras su derrota, se hubiese evitado el ascenso al poder de
Hitler y el fascismo, y de repente, hasta de la II Guerra Mundial. Asimismo
recuerdan al inflexible gobierno alemán de Angela Merkel que tras el fin de la
segunda contienda, los aliados fueron bastante generosos con la entonces
empobrecida Alemania, quitándole mucho del peso de su deuda, lo que ayudó
considerablemente a la reconstrucción del país.
Si se persiste en continuar con
condiciones tan duras para Grecia habrá que evaluar el futuro de la unidad
europea, y las consecuencias que podría traer no solo en el viejo continente,
sino en todo occidente. La repercusión en Occidente (donde paradójicamente
Grecia es la “madre” de esa forma de civilización de la mitad del planeta) puede
ir más allá del pequeño país helénico.
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