Por: Eduardo Jiménez
J.
ejimenez2107@gmail.com
ejj39@hotmail.com
@ejj2107
La denuncia -que dio la vuelta al
mundo- contra un candidato a las presidenciales peruanas y dueño de tres
universidades, acusado de plagio nada menos de su tesis doctoral, trae a
colación nuevamente el tema, que se ha vuelto controvertido y bastante
extendido, no solo en Perú sino en otros países con democracias y derechos más
enraizados.
En cierta manera el plagio ha sido
facilitado por los adelantos tecnológicos. Antes era un poco más difícil,
aunque no imposible, copiar obras sin el consentimiento del autor o del editor;
pero la revolución digital facilitó enormemente la tarea, a tal punto que se
extendió la distribución y venta de obras “pirateadas”, es decir sin el
respectivo licenciamiento o pago de derechos.
Si bien el copiar películas, temas
musicales o libros encamina hacia un lucro obtenido a expensas de los autores o
editores, el plagiar una tesis, un trabajo monográfico o un libro y pasarlo
como propio, va más hacia la obtención de un grado, una nota o una satisfacción
académica sin el esfuerzo intelectual debido.
Pero no se crea que únicamente el
mundo académico se encuentra copado por el plagio. También lo están los planes
de gobierno. Por lo menos tres agrupaciones políticas que compiten en las
presidenciales fueron detectadas de no citar la fuente de donde provenía la
información de sus planes de gobierno.
Los “padres de la patria” tampoco se
salvan. Cada cierto tiempo surge un escándalo por plagio de alguna ley
extranjera que con puntos y comas algún congresista la presenta como proyecto
de ley de su “autoría”.
Hasta los jueces, nada menos que de la
Corte Suprema de la República, no están exentos de acusaciones de plagio, como
lo denunció un magistrado bastante acusioso, que detectó en los plenos
casatorios (aquellos que producen jurisprudencia vinculante para todo el
sistema judicial) párrafos enteros citados sin precisar la fuente y como si
fuese autoría directa de los jueces supremos. El “copia y pega” se ha
convertido en práctica institucional.
Como profesor universitario me he
topado con trabajos plagiados sin impunidad o hasta tesis universitarias para
la titulación, por lo que ahora soy más meticuloso cuando me corresponde ser
asesor de una tesis o revisar un trabajo que no haya sido “bajado” de alguna de
las tantas páginas existentes.
Usualmente los alumnos descargan ellos
mismos los trabajos de alguna página de monografías (a veces es tan burdo y
risible el plagio, que hasta citan artículos de leyes extranjeras como si
fuesen nacionales). Pero, en otros casos, se encuentra la modalidad del
“encargo”, es decir un trabajo encomendado para su realización a una tercera
persona (casi siempre otro alumno) a cambio de una contraprestación económica.
No han faltado casos en los que pude ser testigo que ciertos docentes se
“ofrecían” para realizar tesis para el título universitario a cambio de una
remuneración. (O, en ocasiones, a cambio de prestaciones sexuales si se trataba
de alumnas).
Y si bien el tratarse de “doctor” es
bastante usual en nuestro medio (a los médicos y abogados usualmente se nos
dice doctor), nunca está demás tener un cartón con el grado, obtenido a las
buenas o, muchas veces, con malas artes.
De allí que no solamente alumnos del
pregrado sean copistas obsesivos. Existen casos de políticos conocidos y de
jueces supremos que fueron “ayudados” para obtener el grado de doctor o
magíster. Usualmente en el mundo académico el grado sirve para hacer carrera y,
en cuanto a los supremos, el grado de doctor les confiere cierto estatus acorde
al grado final en el escalafón judicial. En los políticos es más vanagloria
personal.
La “cultura del plagio” se encuentra
bastante extendida y enraizada. En cierta manera, a diferencia de los países
anglosajones, nosotros “toleramos más” el plagio. Nos parece como algo natural.
De allí que las campañas en contra de la piratería intelectual hayan fracasado
rotundamente. (Circulan fotografías en la web donde policías con uniforme custodian
locales de una conocida galería donde ofrecen todo tipo de películas y
programas pirateados. En ese nivel estamos).
Quizás sea parte de nuestra
“tolerancia ante la corrupción” que nos permite ser “flexibles” en los valores
de acuerdo a cierto pragmatismo, sin sospechar que así no salimos del
subdesarrollo ni económico ni cultural. (Existen estudios de la relación
directa entre corrupción y subdesarrollo).
De repente una combinación de penas
severas con sanciones morales de la sociedad puede ser un camino que permita,
sino erradicar, bajar los niveles de plagio. Conozco universidades que expulsan
a los alumnos que hayan cometido plagio en un trabajo académico o que les
retiran el grado obtenido. Sería un buen comienzo extender ese tipo de
sanciones al mundo académico local.
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