Por: Eduardo Jiménez
J.
ejimenez2107@gmail.com
ejj39@hotmail.com
@ejj2107
He parafraseado el título de la obra
de Pirandello para graficar lo que está sucediendo en las elecciones para presidente
de la república. “Políticos antiguos” que no logran sintonizar con los nuevos
tiempos; y nuevos que se desgastan rápidamente.
El estancamiento de la coalición
Alianza Popular encabezada por dos políticos experimentados como Alan García y
Lourdes Flores parece confirmar el fin de un ciclo que comenzó con la Asamblea
Constituyente de 1978 y que tiene como personalidades representativas y
sobrevivientes de aquella época tanto a
García como a Flores. (Incluso Lourdes ha insinuado que es momento de retirarse
a los “cuarteles de invierno”).
Si bien tenemos un gran marco mundial
que es el cuestionamiento a todo lo que provenga del establishment político (evidente en el desarrollo de las primarias
en EEUU o el fin del bipartidismo español); lo cierto es que entre nosotros el
proceso está marcado por un vertiginoso cambio de figuras nuevas en la política
que al poco tiempo “envejecen”, así como agrupaciones políticas cuya vigencia
no pasa de la coyuntura electoral.
A lo que debemos agregar que los
nuevos políticos y sus agrupaciones privilegian un discurso vacío, muy genérico
y poco atrayente para un electorado diverso. Y algunos –a la usanza de los
aristócratas de antaño- han pensado que el dinero puede comprar la presidencia.
Son políticos lights. En otras
palabras: más allá de si aplican o no las nuevas herramientas de la tecnología
de información, contratar asesores caros o derrochar publicidad y conciertos
musicales por doquier, quizás lo que hace falta es la construcción de una nueva
fe, de un “mito motivador” al decir de Mariátegui (el abuelo), y forjar un
partido político de abajo hacia arriba, sostenido por una ideología o una
“visión del mundo”, lo que no se logra de la noche a la mañana, ni existen
atajos. Verdadero desafío hercúleo en estos tiempos.
Y dentro de este desgaste de viejos y
nuevos políticos el elector sigue buscando un candidato que represente el
cambio; pero en paralelo no perdona los “anticuchos” y hechos poco claros y hasta medio turbios que
se denuncian contra algún candidato, prefiriendo mirar a otra opción más
trasparente.
Es lo que sucedió con la candidatura
de García y los narcoindultos; así como la de Acuña y los casos de plagio (amén
de un rosario de otras denuncias). Si bien cada uno esgrimió argumentaciones
legales justificatorias, a veces lindantes con las leguleyadas, fueron
difíciles de convencer. (Y cuando García pidió disculpas por los narcoindultos
ya fue demasiado tarde).
Y, en el medio, un organismo electoral
que privilegia los formalismos legales a la realidad: la casi exclusión del
candidato Julio Guzmán dio la vuelta al mundo. En las democracias consolidadas
y en las que se encuentran en vías de consolidación como la peruana, es muy
raro que saquen de competencia a un candidato por no tener “un papel con un
sello” y, por añadidura, un candidato que se encuentra segundo en las opciones
del electorado. Puede parecer hasta que el organismo electoral “juega en pared”
con otras candidaturas que quisiera favorecer. La práctica virreinal del “papel
sellado” se privilegió sobre la realidad socio-política.
Pero creo algo está cambiando en la
opinión que se tiene del elector promedio y que ya no pasa tan fácilmente estos
hechos bochornosos. Calificado despectivamente de “electarado” por cierta
prensa conservadora al eligir candidaturas cuestionadas o poco convincentes,
más por “afinidad nacional” que por razonamiento (se elige alguien “tan
peruano” en las virtudes y sobretodo los defectos como los tiene el elector).
Considerado como un votante pragmático y sin muchos valores éticos –que, por lo
demás, no le interesan demasiado- socialmente se le ubica en los estratos C (la
nueva clase media), D y E.
Al parecer, el elector promedio está
adquiriendo una conciencia crítica, más a nivel intuitivo que racional. No le
interesa tanto los argumentos técnicos que, por ejemplo, rodean a los
narcoindultos, los casos de plagio o la cuasi exclusión de Guzmán, pero sí
considera ciertos valores universales como la honestidad o trasparencia en
ciertos actos de los candidatos y de los organismos oficiales, y lo que puede
estar bien o mal.
No es una actitud ética abstracta, más
es sentido común que lo “aterriza” en cómo actúa un candidato o una
institución.
Si bien no se puede generalizar (como
en todas partes siempre habrá “electarados”), en un ambiente de marcada
desconfianza como el peruano, tanto a las instituciones públicas como al oficio
de político, el elector promedio está buscando un candidato que exprese ciertos
valores que lo hagan creíble y que cumplirá la palabra empeñada de llegar a ser
presidente. No un “pendex” redomado, sino alguien que inspire confianza.
Esto da incluso para una tesis
universitaria sobre cultura, política y modernidad. Hay una suerte de mezcla de
valores de cultura milenaria con modernidad.
De allí el ascenso meteórico de
Guzmán, más con un trabajo en redes sociales y en el “boca a boca” que en
costosas campañas publicitarias. Representa lo nuevo y “derecho”. Y, de haber
salido de la contienda, las preferencias se hubieran encaminado no hacia algún
puntero –ya bastante desgastados-, sino a dos candidaturas frescas y
trasparentes que comienzan a hacerse visibles como la de Barnechea y la de Mendoza.
Ambos con campañas franciscanas,
representan “lo nuevo” en política. Alfredo Barnechea, con un discurso
articulado y reformista, ha sabido posicionarse en el centro político, bastante
huérfano luego que la mayoría optó por la centroderecha. Mientras a Verónika
Mendoza se le aprecia sinceridad en lo que dice; aunque no la tiene fácil dado
que parte desde una izquierda neomarxista y antiminera (al igual que su entorno
más cercano), cuando el elector predominante es de centro hacia la derecha (un
elector más “conservador”). Convencerlo va a ser su gran reto, aparte que sus
credenciales democráticas todavía no son muy claras (su posición frente al
chavismo y la autocracia venezolana es, por decir lo menos, bastante ambigua).
Quizás este no sea su año todavía, pero tiene una gran ventaja: es joven,
trasparente y se ha hecho conocida a nivel nacional.
Curiosamente tanto Barnechea como
Mendoza ganaron la representación de sus agrupaciones en elecciones internas
verdaderamente abiertas y no los remedos que se dieron en otras organizaciones.
Representan lo nuevo y, valgan verdades, lo honesto. Por el momento nadie los
ha podido acusar de nada turbio. Pueden crecer, dependerá de su estrategia y
los errores de sus contendores.
Para terminar, decíamos que no hay una
nueva fe, un mito motivador. Quién está en algo de eso es Fuerza Popular. Los
fujimoristas vienen construyendo un partido que puede proyectarse más allá del
apellido Fujimori. Nos guste o no. Comenzaron con una fe a inicios del 2000
cuando vino la persecución a todo lo que pareciese u oliese a fujimorismo (y
que ellos llaman “la gran persecución”), la experiencia de catacumbas que los
cohesionó internamente (gracias a los errores de sus adversarios, sobretodo
desde la izquierda). Están en mitad del proceso y en convertirse en un partido
verdaderamente representativo, enraizado en lo “cholo popular”. Todavía tienen
sus dilemas hamletianos. El 2016 es crítico para ellos: de perder otra vez
Keiko, posiblemente gane preeminencia al interior de FP el albertismo, lo que marcaría una regresión en todo lo avanzado por
los sectores más democráticos del partido.
Nada está dicho y los dados están
echados.
No comments:
Post a Comment